domingo, 23 de octubre de 2011

La mirada de los otros

Hace mucho que no escribía. Es que para escribir, dicen los que saben, hacen falta dos cosas: inspiración y tiempo. Lamentablemente, durante las últimas semanas, cuando anduve inspirado estaba apurado, y cuando tuve tiempo se lo regalé a menesteres menos elevados y más cercanos a necesidades primarias, como dormir y comer. Pero hay veces en las que una experiencia desborda creatividad y entusiasmo; cuando la vida no se da el lujo de quedarse callada, ante nada. No te pregunta, te exige escribir. Te lo ordena. Ante eso, me descubro esclavo, obediente y leal, atento a cumplir responsablemente con las indicaciones interiores del vital y malcriado tirano que me exige que empiece. Acá estamos.

Quiero contar algo. Algo que me pasó y sobre lo cual pensé. Hace un par de semanas quise hacer una prueba. Un poco extraña quizás, pero de esas cosas que de vez en cuando vale la pena hacer para aprender a mirar como miran otros. Una de esas pruebas que a veces hago para pensar, para sentir empatía, para entender. Eran las 19.30 de un jueves, estaba en la puerta del Ministerio. Caminé unos metros, me senté en la calle y me saqué los zapatos. "No puedo caminar con medias, las voy a agujerear todas". Me las saqué también. Ahí estaba, sobre Paseo Colón, elegantemente vestido y... descalzo.

Trabajo en un edificio que queda sobre la Avenida Paseo Colón al 200. Desde la puerta del trabajo hasta la estación "Catedral", cabecera de la línea D del subte (en el resto del mundo le dicen "Metro"), hay, aproximadamente, entre 550 y 600 pasos (suena raro, sí, pero alguna vez los conté). Todo gran camino empieza por el primer paso, así que empecé a caminar. (Re-descubrí una verdad olvidada: no hace falta irse muy lejos para poder tener experiencias inquisidoras y renovadoras que, simultáneamente, te golpean y plantan frente al asombro y la duda. Y aparece ella, ¡qué linda es! La Filosofía... Como a una novia, la miro, sonrío admirado, casi que se me pianta un lagrimón mientras me digo para adentro: "cómo te quiero, hija de puta". Es que sí, es lindísima y además tenemos unas charlas geniales. Pero bueno, en fin, volvamos a Paseo Colón).

El piso estaba muy sucio. Muy. Es que sobre esas veredas pasan muchísimas personas todos los días. Gente con una y mil historias, viejos, jóvenes, pobres y ricos. No hay distinción ni discriminación. Paseo Colón es una calle inclusiva: podés ver o encontrarte con cualquiera. A las siete de la tarde ya no había tanta gente, aunque el caudal sigue siendo importante. Muchas personas hacen colas esperando a los colectivos que los devuelvan para sus casas, en el Sur de la Ciudad o en el Gran Buenos Aires. Hay puestos de diarios, vendedores ambulantes, políticos, docentes, cartoneros, bancarios, estudiantes, empleados de oficina, todos mezclados, además, claro, de los animales (principalmente perros y palomas, aunque alguna rata he visto). Empiezo caminando con cautela, con miedo. Cortarse un pie por caminar descalzo, volviendo del trabajo, podría catalogarse como la manera más boluda de lastimarse del año. El suelo no está tan frío como yo pensaba. Mientras siento como se pegan algunas partículas de polvo a mis plantas, empiezo a sentir, mucho más densamente, la mirada de los otros. La gente me mira. No como se mira a una personalidad famosa, no como se mira a un viejo conocido, ni como se mira a alguna chica linda por la calle. Es otra mirada. No es admiración, ni siquiera empatía. Tampoco es miedo. Los entiendo, si yo viera a un pibe desclazo por pleno centro pensaría que es un loco o un estúpido (mi nivel de tolerancia los días de semana es un poco más bajo que cuando duermo mejor). Sigo caminando, sigo descalzo. Cruzo Alsina y ya voy 50 metros de aventura. Mis plantas se ennegrecen rapidísimo. Es impresionante que no nos saquemos los zapatos al entrar a nuestras casas, después de pisar esa mierda todo el día. Simplemente, no lo puedo entender. Me arremango un poco los pantalones para no pisarlos y me siento cada vez más ridículo y fuera de lugar. "¿Qué estás haciendo?" me pregunto.

Casi llego a la Casa Rosada cuando me acuerdo de Sartre y esa definición que da en "A puerta cerrada": "El infierno es el Otro (o "son los otros", según la traducción y el sentido que se le quiera dar)". El infierno son los otros. No lo entiendo, lo siento. Los otros, que deberían estar para salvarme, para ayudarme, para incluirme. Si estuviera sólo, podría caminar mis 600 pasos en paz. Tranquilo. Sin sentirme juzgado. Sin que nadie me mire. Si fueran las tres de la mañana o si un extraño virus los convirtiera a todos en zombies, como en esas películas del norte, estaría total y absolutamente sólo y no me sentiría así. Caminando descalzo, por Plaza de Mayo, entendí un poquito de lo más triste del existencialismo francés: hay veces en las que los demás pueden ser el infierno para algunos.

¿Para quiénes? Para los diferentes. De repente fui ciego, de repente fui lisiado, deforme, paralítico, feo, torpe, raro, discapacitado, viejo, rengo, loco, histérico, bipolar, con TGD, demasiado gordo, demasiado flaco, demasiado algo. Diferente. Entendí esa mirada y me reconocí. Me reflejé y me vi cuando miro a ese señor de maestranza del Ministerio que tiene una deformidad facial. Me vi a mí mismo en esas miradas. Me reflejé cuando prejuzgo a esa gorda o cuando miro de más a ese tipo, que quizás tuvo un ataque de presión o un ACV y cuya cara quedo parcialmente paralizada. No lo hago con mala intención, miro. Pero ahora entiendo cuánto duele mi mirada. Sigo caminando. La Plaza de Mayo se me hace más larga que el Camino de Santiago. Me siento tentado y me digo: "bueno, muy interesante, para pensar, ahora nos sentamos (a veces me hablo en plural; psicólogos, Uds. dirán), zapatos de nuevo y a casa". Pero no. Hasta Catedral. Dale.

Cruzo toda la Plaza. Sigue estando escindida por un vallado sin sentido. Le doy la vuelta y camino, a paso lento. Incómodo porque me pinché con algo y porque me sigo sintiendo observado. Al llegar al semáforo espero que cambie la luz. Una chica me miraba los pies, me autojustifiqué, mintiendo: "es que se me rompió un zapato". Sonrió y murmuró algo así como "qué garrón". Ahí entendí la segunda lección importante. Cuando ella sintió que podía ser como yo, que sus zapatos no son irrompibles y que quizás, algún día, ella misma esté cruzando Bolivar hacia la estación Catedral, descalza, sonrió. Entendió. Mi relato tenía sentido. Ya no era tan lejano. Yo puedo ser vos y vos podes ser yo. Empatía.

Volví a los ciegos, a los lisiados, discapacitados y distintos, al tipo con la deformidad facial y a mi mirada. Volví y entendí. Yo puedo ser ellos aunque muchos de ellos no puedan ser yo. Sentí una profunda empatía. Yo soy ellos y ellos son yo. No somos diferentes. El Verbo se hizo carne. El discurso políticamente correcto que siempre sostengo sobre inclusión, se hizo carne. Se hizo inolvidable. Se hizo necesidad. Se hizo mío, me hizo suyo.

Bajé las escaleras de la estación y me subí al vagón del subte. Me senté. Tenía los pies negros. Muy negros. Sonreí mientras me ponía las medias. La gente, obviamente y con toda razón, me miraba. Me puse los zapatos. En la segunda parada, estación "Tribunales", me bajé. Era uno más. Me senté a esperar el próximo subte mientras lloraba. Era uno más. Cuando me volví a subir al vagón del siguiente subte, nadie me miró. Agarré mi teléfono, leí mis mails. Era uno más, sí, pero me sentía diferente.

Les recomiendo esta experiencia. Sinceramente, vale la pena. ¡Un abrazo!


domingo, 7 de agosto de 2011

¿A quién voy a votar?

(Es una entrada cien por ciento discutible. No soy un maniqueo político y no me parece que de un lado estén los buenos y probos y del otro haya gente desdeñable y horrible. Creo que en política hay muchos grises y no porque sea un Borocotó cualquiera, sino porque hay que saber escuchar, mirar la realidad -la única verdad según Aristóteles y según el General- y, si hace falta, saber, con mucha humildad, cambiar de opinión cuando los hechos demuestran algo)

Últimamente tengo un deja vú político, no pasan más de quince o veinte minutos en los que estoy hablando con alguien cuando viene la pregunta inevitable: "¿a quién vas a votar? ¿por qué?". Se me pasan mil ideas por la cabeza y se inicia un diálogo que tiene mucho de lo que viene a continuación.

Es que se acerca el domingo 14 y se vienen las primarias. La verdad es que si bien hay algunos videos e información dando vueltas, nadie sabe del todo bien qué es lo que se vota y ni porqué se vota el domingo que viene. Simplemente sabemos que hay que votar, aunque poca influencia (eso creen muchos) tengan estas elecciones en las de Octubre.

La cuestión es que, casi como quien no lo quiere, se nos presentan una multitud de opciones, tanto a nivel presidencial, como legislativo, provincial y municipal. ¿A quién votar? En democracia, esa es la cuestión... Me parece muy rico poder dar una respuesta fundamentada a esas preguntas, acá va mi intento:

Voy a enumerar una serie de razones por las que, de entre todas las opciones, la posibilidad de votar a Duhalde para Presidente me parece la "menos mala".

Empecemos por aclarar que si estuviéramos en el 2015 y las opciones para "presidenciables" fueran Macri, Urtubey, Massa o Scioli, Duhalde sería mi última opción. Lamentablemente, estamos en el 2011. Mis opciones se debaten entre Cristina, Binner, el hijo de Alfonsín, Rodríguez Saá, Carrió y algún que otro último candidato que en este momento no recuerdo. A pesar de que los políticos estén muy devaluados, los candidatos que tenemos no son tan malas opciones. Hay gente de principios rectos y coherencia de vida, como Carrió y Binner; buenos administradores, como el mismo Binner y Rodríguez Saá; representantes de partidos históricos, como el hijo de Alfonsín y Duhalde. Hay candidatos con suficiente aparato como para poder presentar una buena elección y, si se diera el caso, gobernar en orden, como Cristina y, otra vez, Duhalde. En fin, según cómo se lo mire, todos tienen algo bueno que rescatar. Tenemos que encontrar las cosas buenas de cada uno, sino, corremos el riesgo de hacer una crítica meramente ideológica, incapaz de ver las luces y sombras de cada uno. Al fin y al cabo, primero hay que informarse, conocer a los candidatos, su procedencia, sus logros de gestión, sus chanchullos y después, a conciencia, elegir lo que uno crea que sea mejor para nuestro querido (no más "amado") país.

Me gusta la Asignación Universal por Hijo (no como se implementó, pero sí como proyecto), me gusta el Plan Conectando Igualdad, me gusta el apoyo al mundo artístico mediante leyes que protegen al actor y soy fanático del apoyo al mundo científico y de la vuelta al país de cientos de intelectuales y hombres de ciencia. El nuevo predio del Conicet en bodegas Giol me ilusiona... Sin embargo, no votaría a Cristina. Nunca. Ocho años de "modelo" a una tasa de crecimiento infernal a pesar -no a causa- del matrimonio gobernante, no trajeron su correlato en infraestructura, en mejora de las condiciones laborales, descenso de la pobreza, de la tasa de empleo informal, mejora en calidad educativa (más bien lo contrario), industrialización, real redistribución de la riqueza y un larguísimo etcétera, sino más bien un país que depende de un consumo exorbitantemente artificial, sin posibilidad de créditos blandos y que se lleva puesto algún activo importante de la población cuando le hace falta caja, como las jubilaciones, que después pagaron las obras de las Madres... Ni siquiera es un país que se "conoce a sí mismo" porque se miente a sí mismo mediante un INDEC intervenido. Subsidios mal distribuidos son otro ejemplo de una "política económica" que tiene poco de los segundo y mucho del primer término (en este país los pobres pagan el gas 10 veces más caro que los ricos y todos pagamos el transporte por igual; la Asignación Universal por Hijo no salió con las medidas que imposibilitaban la opción de usarla clientelarmente como propuso la Coalición Cívica sino que se usa para mantener la pobreza funcional al gobierno: la mayoría de los chicos que se habían re-insertado al mundo escolar ya no van más. Es lógico, los padres se dieron cuenta de que si no van, no pasa nada). Ni que hablar de los presos políticos, del desorden, de los 14 muertos por represión en protestas callejeras, de los altísimos índices de corrupción, de la crispación constante, del gobierno por decreto, de la parálisis del poder judicial, del mal uso de los medios de comunicación oficial y de tantas otras cosas que no me agradan mucho de este gobierno.

Me queda la oposición... ¿A cuál elegir?

Rodríguez Saá es funcional al gobierno kirchnerista. Por eso se presento en las listas internas del peronismo para pelearle el puesto a Duhalde y por eso recibió el apoyo masivo de los kirchneristas del PJ. Su familia gobernó por tres decadas una provincia bien organizada y con una tasa de desempleo envidiable hasta para el primer mundo. Su política con los pueblos originarios me pareció acertada y pacificadora. Sin embargo, detrás de las rutas doble mano que recorren la provincia, se esconde la tasa porcentual de trabajadores del Estado más alta del país. O sea que los que no están desocupados, no lo están porque trabajan para el Estado. No me quiero imaginar las consecuencias de extrapolar una política tan irresponsable al total del país: el actual gasto público (ya insostenible) se tornaría aplastante. Supongo que la maniobra política detrás de la candidatura de este provinciano no debe ser más que un buen arreglo con el oficialismo, a cambio de que baje las posibilidades que el otro gran actor peronista acceda al ballotage. En otras palabras, que Rodríguez Saá -que sabe que no va a ganar- le coma la mayor cantidad de votos a Duhalde termina beneficiando a Cristina en Octubre. Quien lo vota, inevitablemente, termina siendo funcional al oficialismo.

Binner es un socialista por definición: tiene las virtudes del peronismo pero no roba. Aunque los peronistas no lo entiendan, realmente cree en lo que dice y vive de acuerdo a eso. Trabajó por las instituciones y gobernó bien la provincia de Santa Fe. Sería un gran candidato pero no lo conoce nadie y no tiene proyección nacional. En la coyuntura actual, no me animo a pronosticarle más del 5%. En su propia provincia su candidato a duras penas le ganó a un humorista, nobel en política, por tres puntos y medio. Además, (y este es, definitivamente, un "contra" muy grande desde mi propia cosmovisión) promociona el aborto a pesar de ser médico. Por lo que no podría votarlo ni darle mi apoyo, jamás. Me cortaría una mano antes de ser el involuntario propulsor de ningún tipo de genocidio.

Carrió no hizo una mala elección en el 2009 cuando hubo que renovar legisladores en diferentes niveles. Es una mujer capaz y formada. Sin embargo, no propone mucho y nada le viene bien. Incluso sus legisladores suelen imitar su estilo confrontativo y poco constructivo: muy útil como oposición controladora, pero muy poco práctico como partido gobernante. No me imagino un gobierno de la Coalición Cívica en el poder por mucho tiempo. Sin ánimo destituyente, los idealistas a las ideas, los políticos a los gobiernos. Nada más. Un poco de realismo no le hace mal a nadie. Me parece un espacio político que suma mucho en el lugar donde está: la oposición.

Me quedan el hijo de Alfonsín y Duhalde. Qué dúo. Hablamos del Duhalde que, como bien me señalaron mis amigos Foca y Fede Thompson, no tiene el más mínimo respeto por las instituciones ni la democracia: se llevó puesto un presidente en el 2001 mediante los saqueos. Por otro lado, el hijo de Alfonsín tiene tanta experiencia política como yo manejando portaaviones: creo que no termina de entender a qué se está postulando ni lo que eso implica. Su mayor mérito, a mi modo de ver, es ser "hijo de". Y quizás por la educación familiar o vaya a saber uno porqué, ser "hijo de" no me parece un logro que caiga sobre el esfuerzo y el mérito personales, sino que es casi un título nobiliario. Me suena tan mal. Ser "hijo de" es medio insulto, qué mal empezamos...

El partido radical ya de por sí, por principio, no me gusta. Me siento más peroncho, más amigo de la Justicia social, de la Doctrina Social de la Iglesia, de los movimientos de masas, de la redistribución. Llámenme bruto, pero ese radicalismo con olorcito laicista no me gusta. ¿Qué hicieron los radicales por el país? A mi modo de ver: mucho más los de principios del siglo pasado que los de finales. Si estuviera Yrigoyen dando vueltas, lo pensaría... Alfonsín (padre) fue muy importante a su manera, pero de las cosas que le agradezco, la principal es haberse puesto firme respecto a la definición de persona desde la concepción. Ahora, una cosa es el padre... ¿Y el hijo? Ese es con quien Néstor soñaba llegar a un ballotage. Yo no lo quiero en el ballotage. No lo veo capaz de gobernar y sería trágico que ese modelo insostenible le explote a otro radical que nos traiga diez años más de kirchnerismo. No, gracias.

Entonces... ¿Duhalde? No me gusta nada. Pero lo veo capaz de gobernar. Tiene aparato para presentar una buena campaña y, por tanto, una buena elección. Tiene una muy mala imagen que lo complica para el ballotage, pero si la elección se polariza mucho, quizás...

No es un santo de mi devoción, pero entre un peronismo kirchnerista y uno duhaldista, me quedo con la segunda opción. Una de mis premisas es que son los dos únicos sistemas capaces de gobernar y de mantener el orden. Ambos son verticalistas, personalistas y corruptos. Sin embargo, dudo que 8 años de duhaldismo con crecimiento del 8% en promedio permitieran que hubiera gente, en un país de 40 millones, que siembra y cosecha alimentos para la mitad del mundo, se muriera de hambre. Sinceramente, qué modelo de mierda el de Néstor y Cristina. Corruptos, demagógicos y, además -pecado radical-, ineficientes.

De todos los candidatos para Octubre, sinceramente creo que el mejor para nuestro país, hoy, es Duhalde. Y no soy duhaldista. Sin aprobar su gestión en la Provincia (ni reprobarla) ni tomarlo como un referente moral, me parece que es el único que reúne las características para poder gobernar. Cuando las papas quemaban en el 2001, después de tres presidentes que duraron una semana, agarró la batuta y no dejó el infierno del que Néstor se quejaba, sino un país sin déficit fiscal, devaluado y con corralito: todas muy impopulares pero necesarias condiciones para gobernar. Cuando hizo falta coraje, se puso la camiseta y dio la cara. No es poco. Tomó un país al borde de la guerra interna y dejó un país, anticipadamente y por la muerte de los piqueteros en Avellaneda, gobernable y posible. No lo defiendo como administrador, en los ´90 dejó un PAMI con agujeros por todos lados que gente con marcada vocación renovadora, como Graciela Ocaña, tuvo que limpiar no sin fuertes resistencias. Sin embargo, no hizo una gestión mala en provincia de Buenos Aires, cuando la provincia fue beneficiada con fuertes fondos de coparticipación y se destacó por la construcción y la obra pública.

Además de estas cosas, creo que no va a llevar más adelante la política vengativa y revanchista de la historia.

¿Es el mejor candidato? No lo creo. Antes votaría a Urtubey, a Massa o a Macri. Pero ellos no se presentan y tengo que elegir... Tengo que elegir, a conciencia, lo que crea mejor para mi país y para las 40 millones de personas que viven en él. Acá mis motivos.


Lo miro de nuevo y con un sano respeto democrático y republicano, le pregunto: "¿Y vos? ¿A quién votás? ¿Por qué?" 

miércoles, 13 de julio de 2011

¿En qué mitad estás?

Le escribo a los argentinos. A los porteños, a la mitad que votó a Macri y le da asco a Fito; a la otra mitad también. Le escribo a los tucumanos, a los salteños, a los santafesinos, a los chubutenses y a los fueguinos. A todos y a todas. ¿Por qué sólo a los argentinos? Le escribo también a los hermanos latinoamericanos que viven y que habitan en nuestro suelo: a los que tienen documentos y a los que no. A los villeros, a los ricos, a los honestos y a los chorros. A los que imitan a los Wachiturros y a los que prefieren escuchar a los Redondos o a muchos otros grandes artistas del rock nacional (lamentablemente no puedo mencionar a Fito porque muchos porteños ya no lo quieren escuchar). A los gays, a los machos, a los abortistas y a los que luchamos por la vida. A los que le ponen chimichurri al chori y a los que no. A los que les gustan las aceitunas y a los que las odian. A los amantes del TC y a los que prefieren el handball o el volley. No quiero dejar a nadie afuera. A los que mandan fotos a 678 y a los que escuchan a Ari Paluch. A los que votaron a Mauricio y a los que votaron a Pino. Obvio que a quienes votaron a Daniel, y a toda la tropa que salió detrás de ellos, también.

Le quiero escribir a todos para que sepan que:

Primero, siempre podemos disentir y no hay nada de malo en eso. De eso se trata la democracia.

Segundo, podemos no estar de acuerdo con muchas conductas, modos de ver la realidad, ideas políticas, gustos musicales, visiones históricas, estrategias para que Messi rinda al máximo en la selección, posiciones epistemológicas sobre el rol de la Filosofía respecto a las demás ciencias, opiniones sobre las empresas y los empresarios, los sindicatos y los sindicalistas, posturas frente a si la avenida Santa Fe debe ser doble mano o mano única. Básicamente podemos pensar distinto sobre lo irrelevante y sobre lo importante. Pero quiero afirmar y decir que mi vocación, a pesar de los abismos hermenéuticos que puedan existir entre nosotros, es que siempre quiero respetar. Las personas no nos pueden dar asco. Puede que instintiva e involuntariamente sintamos un aversión profunda por un otro frente al horror de su conducta, puede que nos cause una arcada estremecedora pensar en compartir la mesa con quien ideó los Gulag soviéticos o los campos de concentración. Puede que nos pase. No los podemos terminar de controlar. Pero nunca podemos, voluntaria, libre e intelectualmente asentir con esos sentimientos. Que la razón domine y nos recuerde que ese otro, por más espantoso que me pueda parecer, es siempre un ser humano. Si hizo algo malo, que lo juzgue la justicia. Si su único pecado es el de no ser como yo, reprimamos ese sentimiento de intolerancia al máximo, al punto de erradicarlo, de perderlo en el inconsciente y sepultarlo con una fuerza superyoica extrema. No podemos permitirnos matar al diferente ni negarlo. Ya lo intentamos y no nos fue muy bien.

La democracia es la fiesta de las ideas y del pluralismo. Es el espacio donde todos encuentran atril y le hablan a los demás.

Si lo que escribo te parece una pelotudés demasiado politically correct, criticala. De eso se trata. No le tengo miedo al disenso. No por macho, por democrático.

En última instancia, todas las afirmaciones de intolerancia, de máxima incomprensión, de ausencia de empatía, discriminatorias y violentas hablan mucho más de aquel que las pronuncia que de aquel a quien son dirigidas.

Se puede construir un espacio mejor. Se puede. Conozco cada vez más gente comprometida con ideales políticos (de diferentes espacios) que lucha por una patria más justa. Desde las diferencias podemos construir consensos que fortalezcan nuestra república. En este sentido, le hago propagando y destaco el trabajo de la Fundación RAP, que nuclea políticos de diferentes ámbitos y proveniencias y los forma, los convoca, los hace conocerse. A la corta o a la larga, a pesar de sus diferencias ideológicas, terminan presentando propuestas propias, acordando campañas sin agresión y trabajando mancomunadamente por el bien de todos.

Es que sí, si un partido busca sólo el bien de su partido, es una oligarquía. Y no justamente la del campo.

Si un partido se victimiza y usa eso como excusa para la persecución (ideológica, política, económica mediante la AFIP o social) estamos frente a un hecho grave y anti-democrático.

Estemos atentos y sepamos defendernos y decir, tajantemente, que no frente a todas las señales que manifiesten un ánimo anti-democrático y totalitario. Me preocupó escuchar que, si hubiera votado por un partido en Capital, yo, una persona, le hubiera causado asco a otra. Otros "intelectuales" me hubiesen llamado mierda o facho. Cuando en realidad el fascismo es la identificación de una parte de la sociedad o de un partido con el Estado, con el querer popular absoluto, enmarcado en un nacionalismo corporativo y en una economía controlada y dirigida. Si a eso le sumamos la manipulación mediática, nos faltaría sólo Il Duce (o no...). Estemos atentos.

Yo estoy en la mitad, aunque sospecho que somos muchos, muchos más, que ama la democracia. En esa mayoría silenciosa que a veces peca de ser demasiado sumisa frente a los exabruptos del poder. Hoy grito, no con odio, sino movido por un sentimiento de preservación que quiere cuidar la forma como vivo. Le digo que NO al autoritarismo que pretende silenciarme y menospreciarme por el gran pecado de querer pensar.

Simplemente eso. Un abrazo,

Oso

martes, 5 de julio de 2011

De bebidas, infusiones y otras yerbas

En casa decimos "tomar el te" aunque rarísima vez alguien elija esa infusión a las cinco de la tarde. Se nota que no es una costumbre muy nuestra, al menos de los Sena. Quizás si nuestro apellido hubiese sido Smith, Johnson, Brown, Davis, Poe o Miller hubiésemos honrado más ese mandato cultural que suena angloparlante. Pero no, somos los Sena. No tomamos mucho te y la verdad que, personalmente, el te "de las cinco" mucho no me dice. 

En la India tomé masala chai (en hindi, te) a lo pavote... A veces lo extraño. Es una mezcla de te assam con leche, añís estrellado, jengibre, canela, clavo, pimienta.  Tiene un gusto único y especial. Cuando hace un par de meses Pablito Brandi me hizo ese te en la casa de Rata, cerré los ojos y viajé. Estaba allá (no acá). Es increíble como ciertos olores y gustos te pueden golpear la conciencia a recuerdos. 

Estudié muchas veces con café y con Coca Cola. 

A la mañana mil veces desayuné un café con leche. Ahora "de más grande" caliento una taza entera de leche y revuelvo media cucharadita de café, una lágrima de café. En invierno me gusta mucho el submarino, será que nunca pienso perder el alma de gordo...

Sin embargo, de las muchas infusiones y preparados que conozco, la que más me gusta, por lejos, es el mate. No sólo porque es industria nacional (y popular). No sólo porque las hojas de la yerba mate surgen en las cuencas de nuestros ríos y son el fruto del trabajo de nuestro pueblo. Tampoco porque sea una infusión que nos vincula a nuestros verdaderos pueblos originarios, esos que sí habitaban nuestro suelo. Me gusta, principalmente, todo lo que implica y aprendo del rito del mate. 

Al mate hay que curarlo, como a la mayoría de las cosas lindas de la vida. La calabaza necesita su tiempo y su cuidado. No la corras. Que si la respetás, después ta da muchas alegrías. 

Caliente agua, pero que no hierva. No seamos extremistas. 

Termo listo, mate listo. 

Frenemos la pelota, todo lo bueno necesita preparación: la yerba a tres cuartos del mate, agitada "boca abajo" así el polvillo sube y no te tapa la bombilla (nada que me guste más que sacudirme las manos y oler ese aroma único al polvillo del mate a medio preparar). Acostás un poco el mate así la yerba queda a 45 grados y pones un primer chorro de agua no muy caliente. Dejalo un ratito. Otro chorrito. Ponés la bombilla, cebás un mate y arrancamos. Qué lindo...

Y la vida sigue. Pero el mate me obligó a frenar la pelota. 

El mate se convida. No es para egoístas. Te abre al otro. Muchas veces me ofrecieron "un café", pero en mi vida alguien me ofreció un sorbo de su café o de su té. No digo que sea ni mejor ni peor. Simplemente pienso en que es más "para mí", en dónde me siento más cómodo y más yo. El mate abre un vínculo y una charla. Te ayuda a romper el hielo y a bajar las defensas. Recomiendo que prueben discutir con mate. Hace más difícil enojarse, comprobado. El cuento de la gripe A hizo que anduviéramos con alcohol en gel, nos laváramos las manos tantas veces como el obsesivo Jack Nicholson en "Mejor Imposible", pero, por suerte, no logró que dejemos de convidarnos mates. Los argentinos, con todas nuestras cosas, no somos tan individualistas como a veces nos pensamos. Nos seguimos preocupando y vinculando, de las formas más diversas y hasta sin darnos cuenta, con ese que tenemos cerca. 

En muchos lugares no se puede tomar mate. Mejor tomate un té o un café. Pero mate no porque es símbolo de haraganería. Touché. Puede ser. No lo niego. Te abre a la charla, te hace frenar el ritmo. Es que hay cosas que mejor tomarse con un poco más de calma. Quizás sea cierto, pero en el fondo, las actitudes frente al trabajo dependen de uno, no de lo que uno toma. Yo trabajo mejor con mate, discutímelo si querés, pero es cierto. Conozco mejor a mis compañeros de trabajo. Relaciono conceptos e ideas en esos ratitos en los que me cebo o convido el próximo. Descanso, sí. No me agito como cuando me tomo un café, que me termine haciendo doler la panza. ¿Viste? Produzco más y mejor si me tomo esos ratitos. Al final, pienso más en mi tarea, me siento más descansado, conozco mejor a mis compañeros y me siento bien... ¿Por qué no dejás tu café y te sumás a la ronda?

Qué linda costumbre la del mate. De eso se trata la Filosofía las más de las veces, de volver a maravillarse de lo cotidiano y a resignificarlo para volver a disfrutarlo...

A vos, ¿te gusta el mate?

domingo, 3 de julio de 2011

Pampa y la vía

Hay expresiones que sirven para significar algo concreto en determinados momentos pero que, con el uso y el tiempo, engrandecen su significado para convertirse en lugares comunes.

Antes, "estar en pampa y la vía" significaba que habías ido al Hipódromo Nacional (que estaba donde hoy es la cancha de River) y habías perdido todo, tanto que se había dispuesto un tranvía corto, cuyo destino final era, justamente, la intersección de la calle Pampa y la vía del ferrocarril, donde dejaban a los jugadores desafortunados, que no tenían ni para el billete de vuelta a casa.

Porque cada vez que creo que me las aprendí todas, la vida me ubica de un sopapo. Porque cada vez que me agrando, me pego un palo fuerte. Porque mil veces me encontré y mil veces mas me voy a encontrar ahí, en Pampa y la vía: sin saber qué pensar, para dónde disparar, qué decir, cómo reaccionar, qué hacer ni qué sentir.

Porque la frase más sabia de la historia de la filosofía fue una de las primeras: "sólo sé que no sé nada" - dijo Sócrates, cinco siglos antes de que viniera Cristo, el más grande. Y la forma actual de expresar eso, la redescubro en esta expresión que hago mía, en estar en Pampa y la vía, y que sintetiza esos dos universos de los que provengo, el filosófico y el nacional.

Y como todos, en algún momento, nos encontramos ahí, abro este espacio de intercambio y de diálogo.

Cuando estás en Pampa y la vía todos los pensamientos son incorrectos e inadecuados, por eso planteo algunas claves, personales y tomadas de otros, para descubrir dialogando de qué manera nos podemos enfrentar a este desafío que es caminar por la vida tratando de ser feliz.

Invito a la participación. Para que cada uno diga lo que quiera, como quiera, como pueda, cuando quiera. Porque está demostrado que valoramos más positivamente las ideas a las que llegamos por nuestros propios medios (Sócrates era en genio...), que aquellas que otros nos inculcan: por eso abro el espacio al diálogo. Para dar a luz, juntos, alguna verdad. Y sino, para pasarla bien en el camino... 

domingo, 12 de junio de 2011

Renacer

Hay cosas que toman mucho tiempo construir y se terminan en un segundo. Qué desproporción...

Pienso en ese árbol quebrado por el rayo o en el barco que se hunde, hecho pedazos, en el mar agitado por la tormenta. Pienso en esa relación -y en la confianza-, que tanto tiempo había costado cimentar y que se rompe en ese segundo de frustración decepcionante. En ese proyecto que llevo mucho tiempo diseñar pero que nunca va a salir de su carpeta porque no hay plata ni interés en sacarlo. Pienso en ese político que quedó segundo, afuera, sin cargo, después del trabajo arduo y agobiante de la campaña. En el campeonato que se te escapa por un juez de línea que hace trampa o en los dos puntos del GMAT que te dejan del lado de los que no puede aplicar a un postgrado por el que darías la vida. Cada uno sabe dónde le aprieta su zapato. Dar todo, para nada. Hay tantos ejemplos...

Rebela porque parece que no es justo. Tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanto tiempo, tanta energía, tanta vida. ¡Qué duro!


Traducido en pregunta filosófica, quizás sea la más difícil de responder -si es que es posible desde ese ámbito-: ¿cuál es el sentido del dolor? ¿para qué sirve tamaña frustración?


No tengo respuestas definitivas. Sí sé que después de muchas idas y vueltas, de muchísimas ideas, de algunos sentimientos. Después de recordar filósofos, experiencias personales, historia nacional, la mejor respuesta que puedo esbozar, que creo que me la robo de la fe que me nutre, es: para renacer.

Porque no queda otra. Volver a empezar. Hay que seguir.

No sé si con más fuerza. No sé si es cierta la máxima nietzscheana según la cual lo que no te mata, te fortalece. A veces hay heridas que te dejan medio medio, dolorido crónico, desconfiado, herido, triste. Quizás "más curtido", pero ¿más fuerte? No sé. Quizás diferente. Te sentís cambiado. Y los cambios son para mejor o para peor. Depende de cómo los manejemos. Por eso las mismas experiencias te pueden hacer mejor o te pueden dejar maltrecho.

Por eso, ese dolor es oportunidad. Depende de cada cual hacerlo algo valioso o cargarlo como piedra y como condena. Y como suelo intentar pensar en positivo, lo veo como oportunidad de renacer.  De renacer cambiado, diferente, con experiencia, más consciente de los límites y de las posibilidades; de las fortalezas y de la debilidad.

Verlo así, no es fácil. Menos durante la tormenta.

Tenemos que educar en la frustración. Aprender a fracasar. Para volvernos a levantar, siempre, para mejor. No se trata de ser brillantes o sobresalientes porque muy pocos nacen así. Sino de volver a intentar, a probar, a esforzarme, a chocar, a caer y a levantarme. Y si no logro lo que anhelaba, al menos me conozco mejor.

La vida surge y renace en los lugares, momentos, en las personas y de las maneras menos pensadas. Creo que lo mejor es estar abiertos a esa experiencia liberadora y confiar.

El otro día caminaba por Aguero y vi esta imagen, que es de aquellas que hacen honor al refrán y valen mucho más que todo lo que yo pueda pensar y escribir al respecto. Me parece que habla sola y que no hay mucho más para decir, aunque sí para pensar. Ojalá la disfruten tanto como yo...











domingo, 22 de mayo de 2011

Historias de mil vidas (o de una)

(Abro el juego en forma de narración literaria porque me imagino que puede abrir más al diálogo que un ensayo argumentativo. Es un experimento y es un relato polémico -que busca provocar-. Veremos qué sale)

Escena uno.

Las villas son barrios que surgen en la marginalidad: fuera del marco legal de la propiedad y la meritocracia. Son la necesidad de un pueblo hecha caseríos. Son las ilusiones de otros pueblos hechas gueto. Hay excepciones, pero como regla general, surgen en los terrenos que nadie recuerda, esos que nadie quiere ni cuida. No es casualidad que en esos lugares abandonados se concrete el sueño de poder vivir mejor: nadie más quería ir ahí.

Zona liberada. En la villa el pasillo no es del barrio, tiene dueño. Los nombres cambian, pero la estructura es invariable. Porque la sociedad no se metió en la villa: no hay servicios, no hay asfalto, no hay derechos. Tampoco hay seguridad. Por eso la seguridad es un derecho del más fuerte, que en general suele ser el que más tiene. Y, hoy, los que más tienen, son los narcos.

- "No te conozco gato, salí del pasillo".

Crimen organizado le llaman. Y qué buena definición, es una organización de criminales, organizados para delinquir, para dominar, para avisar si hay alguien raro, para apretar, para vender, para protegerse, para matar. La droga "garpa". Por eso, el poder es de ellos.


Escena dos.

Francisca es del norte. No terminó el secundario y tiene una hija de 3 años. Se subió a esa combi porque le habían dicho que la iban a llevar a trabajar como personal doméstico en alguna casa de clase media de Capital Federal. Nunca llegó. Con ella viajaban otras tres chicas, dos de ellas menores y de Paraguay. La tercera, santiagueña y estrenando los veinte. Vivieron en un cuarto sin ventanas, con poca comida, solas. Fueron violadas y amenazadas. "Te podés ir cuando quieras, pero si te vas, nos llevamos a la nena" - le dijeron. Y es increíble lo que el amor de una madre puede llegar a soportar por el bien de los hijos.

Cuando estuvieron "listas", empezaron a laburar. Primero la calle. Hasta que su dueño descubrió que Francisca podía bailar. Moviéndose torpemente ensayaron algunos movimientos que habían visto por la televisión en Showmatch; y Francisca, la más naturalmente habilidosa de las cuatro, empezó a trabajar en el local.

Las condiciones mejoraron un poco y la gente que entraba allí no era como la paria de la calle. No la volvieron a golpear y hasta se hizo amiga de los muchachos que cuidaban la puerta. Nunca pensó en escaparse y mientras siguieran entrando borrachos al local, ella comía y podía incluso mandar unos pesos a la provincia norteña.


Escena tres.

Los chicos destapan otra cerveza mientras festejan que se acabó la cursada para siempre. "Tres finales más y díganme licenciado" - grita uno desde el fondo. En esta casa inmensa los chicos pueden gritar, reír a las carcajadas y celebrar porque nadie los escucha. Cantan canciones, cuentan las mismas historias que contaron una y otra vez y disfrutan de la compañía de los otros.

- "Se acabó la cerveza, no hay fernet y ya nos tomamos dos vinos de la bodega del viejo. No da seguir sacando ¿qué hacemos?" - pregunta el dueño de casa.
- "Bueno, yo tengo un purrete loco, ¿alguien quiere?" - pregunta el cuasi licenciado.

Ovasión y aplausos. La algarabía del humo místico sólo se ve opacada por la cara incómoda del botón de siempre. "Dale boludo, no pasa nada. Cada uno hace lo que quiere y además no le hacemos mal a nadie, no jodas, la estamos pasando bien". La afirmación, terminante, silencia toda posibilidad ulterior de discusión.


Escena cuatro.

- "Ue ue ue ue, si nos organizamos, cogemos toooodos" - grita jocosamente desde el auto la banda de amigos. En realidad es sólo un cántico, ninguno tiene intención cierta de infidelidad.

Con la música al máximo estacionan y se acercan a la entrada del "local bailable". La entrada son 20 pesos por persona pero para el show hay que juntar 300 mangos más. "Son 400 entre todos, un vuelto, dale ratas" - afirma el fundraiser de la causa. (Exactamente el monto del "vuelto" que Francisca llega a mandar, a fin de mes, a una de esas provincias del noreste, que podría ser cualquiera, rompiéndose, literalmente, el culo. Pero esa es otra escena. Volvamos).

Entran, más griterío y risotadas.

- "¿Cómo puede haber gente en contra de los puter boludooo? Es un servicio social esto, ya me olvidé todo lo bajonero de la semana, cómo me cagué de risa, por favor". Reflexiona el dueño del auto mientras la banda vuelve. Vieron un show, se rieron, al final nadie siquiera se acercó al escenario: la habían pasado bien sin hacerle mal a nadie. Misión cumplida.


Última escena.

 Los hermanos se levantan a almorzar. Uno había hecho "prebo" en casa, el otro había salido con los amigos. El asado está listo. Mientras papá llena la parrillita de achuras y matambre de cerdo, mamá lee el diario, indignada.

- "Este país da para cualquier cosa. Otra vez encontraron droga en la villa. Yo no entiendo, si todos saben que está ahí, ¿por qué nadie hace nada? No sé cómo hacen para sobrevivir estos tipos. ¿Quién consume tanta droga? Ellos no la compran, si son pobres... Y, ¿esta noticia? Trata de personas. ¡Trata de personas! Es el colmo, las traen del norte o de Paraguay y las obligan a prostituirse... Parece que vivimos en la época de Jesús. Un horror".

Los chicos la miran de reojo, semi dormidos, afectados por la noche anterior y la falta de sueño. "La verdad que sí vieja, este país se está yendo al caño, es un desastre. Es culpa de los políticos, la policía corrupta, los "drogones", los vagos del plan trabajar..."

- "Cambiemos de tema" - propone sabiamente la madre, que sabe que si su marido empieza a opinar, los borbotones de insultos al sistema van a impedir cualquier posibilidad de diálogo familiar. "Cuentenmé, ¿qué hicieron ayer? Bueno, vos ya sé, se divirtieron anoche eh ¡unas risas! ¿Vos que hiciste?"

- "Nada vieja, dimos unas vueltas con los chicos y a dormir. Hoy tengo que estudiar para el posgrado".

- "Ay, si hubiera más chicos como ustedes, las cosas serían muy diferentes" - sentencia finalmente mamá, inflamada de un orgullo sin límites por su prole.

Papá interrumpe la charla al grito de "a comeeeer".


FIN. 

lunes, 11 de abril de 2011

Religión y sexo

(Esta entrada está dirigida a creyentes, pero más dirigida a quienes habiendo creído, se enojaron con la Iglesia por temas referentes a lo sexual. Sé de antemano, además, que no voy a dejar contento a nadie. Los creyentes, dirán que soy laxo en mis afirmaciones. Los no creyentes, que no les interesa o que más allá de los argumentos, no encuentran motivos para regresar a la casa del Padre. No me importa. Voy a intentar darle una vuelta de tuerca al tema y proponer una mirada novedosa. Aclaro también que hablo desde la fe. Una fe que pretende ser pensada, profundizada, asumida y, constantemente, reelegida. Esta entrada pretende continuar y profundizar en otros cruces entre estos dos temas tan interesantes -religión y sexo-. Por último, pido disculpas porque este texto es demasiado largo para ser una entrada en un blog y demasiado corto para ser una reflexión filosófica completamente argumentada).

Mujeres, quizás sería recomendable que se salteen la lectura de este tercer párrafo. Varones, hagamos un ejercicio de imaginación, aunque quizás deba ser de memoria. "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra".

Año 1998 (aunque podría ser cualquier año). Confesionario del colegio (aunque podría ser cualquier confesionario de cualquier colegio confesional). Entra un estudiante, en la flor de la pubertad, con ese bigotito característico de los chicos, ese que no es bigote pero sí una sombra de pelo tupida y desprolija. Por una injusticia de la naturaleza, pareciera que el cuerpo no se pone todavía de acuerdo a la hora de crecer, dándole a este joven (aunque podría ser cualquiera de su edad) la sensación de que sus brazos son demasiado largos para ese cuerpo todavía amorfo, a medio camino entre niño y adolescente y que todavía no termina de reconocer, motivo por el cual se siente torpe y se choca con todo. El Padre "X" (podría ser cualquier sacerdote) lo recibe amistosamente, intercambian las formalidades típicas (¿cómo estás? ¿tus cosas bien?, etc.) y el chico deja de sonreír forzadamente, relajando el contorno de la mejilla izquierda, que remarcaba una de la inflamaciones rojas y purulentas que son signo del acné. El Padre toma la iniciativa: "bueno, no tenemos mucho tiempo porque parece que hoy se quiere confesar todo el colegio". El puber todavía lo mira con cierta timidez. Vino a confesarse pensando sólo en una cosa, pero los nervios le jugaron una mala pasada: había una forma elegante de pedirle perdón a Dios por este pecado, una que es un mandamiento (lamentablemente, nunca los había aprendido bien y tampoco sabía qué lugar ocupaba en la numeración divina...), pero no la podía recordar. No había caso. Empieza relatando una mentira a mamá y una pelea en casa. Excusas. Lo único que le molesta a la hora de ir a Misa es lo otro. El Padre nota que algo sospechoso está sucediendo. Fue testigo de la misma escena centenares, quizás miles de veces. Es que sí, casi todos los púberes se reconcilian por lo mismo. Lo trata de ayudar, y con una honestidad brutal, sólo posible en quien ha escuchado lo mismo una y otra vez, sólo capaz en quien ya no espera otra cosa y se anestesió ante una abrumadora realidad, con un tono vulgar que sorprende y descoloca, pregunta: "¿cuántas?" (corrijo, no podría haber sido cualquier sacerdote...). No debe ser fácil ser el confesor de un colegio de varones. Podría ser un universo desafiante y siempre novedoso (para muchos lo es), pero se convirtió en una tarea fordiana y repetitiva hasta el hartazgo. Casi un castigo (para muchos lo es). El joven lo mira. Está sonrojado. No esperaba tanta sinceridad, pero menos esperaba tanta brutalidad. Se le escapa una risita nerviosa mientras hace cálculos. "Incontables", debería responder. Pero no puede decir eso. Se le viene un número a la cabeza, pero habría que dividirlo por tres, o por cuatro (si es con coma, va para abajo). "¿Me perdonará Dios si hago un descuento?". Prefiere una mentira piadosa: "no sé, algunas veces". Y el Padre se apiada, no hace más preguntas incómodas y le da la absolución.

La escena no sólo se repite con los estudiantes que lo siguen, sino que, para este puber en particular (aunque podría ser para cualquier puber), se repite, en un rito casi neurótico de falta y reconciliación, durante varios de los años en los que transcurre su educación secundaria.

No tengo una estadística certera ni realicé ninguna investigación. Estoy al tanto de que muchas veces las ciencias son anti-intuitivas (de ahí el atractivo de libros como freakonomics y otros afines, que tienden a mostrar la falsedad de intuiciones o asociaciones entre conceptos que son socialmente aceptadas, pero que no son sostenibles bajo los parámetros de estudio de una ciencia, que suele demostrar que lo que todo el mundo cree es lo opuesto a lo que en la realidad sucede). No sé si el hecho de haberme formado en un colegio de varones y de haber trabajado muchos años en otro colegio de varones puede llevarme a la falacia de hacer una generalización apresurada, sobredimensionando un aspecto que es verdadero para ese universo (el de los colegios de varones) y no universal. Soy consciente de todas estas limitaciones. Sin embargo, tengo una intuición y quiero escribir sobre ella.

Mucha gente abandona la fe por cuestiones relativas a la sexualidad.

(Repito. Estoy seguro de que el proceso de abandono de la fe forma parte de un proceso mucho más complejo e intrincado, donde interactúan muchas otras variables, choques de ideas, sentimientos y pensamientos. Pero creo que tengo un buen punto desde el cual podemos empezar a trabajar).

Y agrego, de todos los motivos para alejarse de la fe, ese en particular, me parece de los menos valederos para tomar la decisión de abandonar una religión...

Empecemos. No sé bien porqué (valdría la pena pensar y estudiar un poco el asunto) se redujo, en el imaginario popular, el mensaje de amor de la religión cristiana a un conjunto de preceptos normativos referentes casi exclusivamente a la sexualidad. Pareciera que el único motivo por el cual el Creador del universo, todopoderoso y absoluto se abajó y se hizo hombre, encarnándose para ser uno con nosotros, fue para darnos una lección respecto a la forma como debemos vivir nuestra sexualidad. (Mmmmm algo me hace ruido).

Lo más curioso es que esta fe preocupada sólo por la cama es una imagen que muchas veces tenemos los mismos creyentes. No soy sacerdote, pero algunos que conozco me comentan que la gran mayoría de las veces por las cuales la gente se acerca al confesionario, están relacionadas con la sexualidad.

Qué lástima.

Porque el amor tiene muchos campos de aplicación, no sólo el del sexo. Es tanto más... No conozco a nadie que haya dejado de ir a Misa o de comulgar por alguno de los siguientes motivos: mentir; copiarse en una prueba; burlarse con crueldad de alguien; no ofrecerse de voluntario para algún apostolado (claro, la omisión también es una falta de amor); faltarle el respeto a alguno de sus padres, hermanos, docentes, empleados o a la empleada doméstica; ser irresponsable, vago, maleducado; no pagar un tren, un colectivo o un impuesto; hablar mal de alguien, difamarlo; ser egoísta, ser soberbio (que es el padre de todos los pecados y la cabeza de los pecados capitales o, valga la redundancia, el pecado capital de los pecados capitales), comer de más en una comida, envidiar, devolver una patada en un partido de fútbol con dudosa intencionalidad y con riesgo cierto de lastimar al adversario, pisar malintencionadamente a un adversario en un partido de rugby... Y podría enumerar millones de otros pensamientos, palabras, obras y omisiones con las que vivimos cada día sin que eso nos incomode mucho. Pero si un puber "comete actos impuros" pasa inmediatamente a la casta de los intocables (dejemos, por el momento, cualquier chiste fácil de lado). Es un ser impuro, malo, oscuro, que rompió de cuajo su amistad con Dios. No puede recibir a Cristo sacramentado. Si un adolescente, en una de sus aventuras nocturnas, conquista provisoriamente a una mujer, y la besa, cae en la misma bolsa, como si ese beso fuera el mismísimo beso de Judas. Si un novio, amando sinceramente a su novia, proyectando un futuro juntos, la ama pecaminosamente, está condenado al fuego eterno.

Algo anda mal. Alguien puso demasiado el foco en algunas cosas y dejo demasiado de lado otras.

Acá -para tranquilidad de los creyentes y escándalo de los no creyentes- defino mi postura. En el otro extremo del ring estarían quienes defienden que la "liberación sexual" trajo más beneficios que perjuicios para las personas. Letras como las de "Religión y sexo" de Ska-P son lo contrario a cualquier ideal de vida, desde mi perspectiva, sano. Porque me resulta innegable que hay un vínculo intrínseco entre sexo, compromiso, encuentro y amor. Para mí la sexualidad no es un deporte ni tienen sentido expresiones como: "Disfruta de la vida y a follar que son dos días y que nadie te reprima, rebelión contra la hipocresía". En positivo: coincido en gran medida con muchos de los puntos propuestos por grupos como el Grupo Sólido, cada vez más mediáticamente vigente. Creo que el amor y la sexualidad están íntimamente relacionados y que efectivamente hay formas de vivir la sexualidad que están mucho más cerca del amor que otras. Me parece que la enseñanza propuesta por la Iglesia tiene aciertos fundamentales y es, en líneas generales, bastante sana. Pero... Una cosa es definir un conjunto de ideales normativos, otra es condenar a todo aquel que no se adecua perfectamente al plan ideal. Me parece que no todos los itinerarios de vida son iguales. No todas las búsquedas son rectilíneas. No todas las decisiones que tomamos son siempre acertadas. Es más, no se puede hacer todo bien, es una cuestión de constitución metafísica. Somos falibles.

Y parece que lo entendemos con sobrada laxitud para todos los ejemplos que puse anteriormente. Pero no lo incorporamos para nada relacionado con lo sexual. En la juventud, salvo la gente que hace serios exámenes de conciencia, prácticamente nadie se reconcilia por alguno de los motivos antes citados. Y que nadie se reconcilie o se confiese (de ahora en más, léase como sinónimos) significa que a nadie le importa un bledo o que nadie tiene mucha conciencia del orden jerárquico de las cosas... La sexualidad es importante y es una forma fortísima de canalización del amor. Una. De muchas. La sexualidad también es una caja de resonancia de muchos estados afectivos. Estados afectivos que en determinadas épocas están alterados. Y la cosa ya no es tan transparente y tan clara como suponíamos. Porque parece que muchos estados afectivos que no comprendo ni termino de discernir intervienen directamente en la forma como siento la pulsión sexual. La sexualidad es ciega y pujante. La sexualidad es un fenómeno complejo, de difícil análisis, nunca simple, nunca claro, donde se enmarañan los sentimientos, las pasiones, la voluntad, los miedos, el dolor, las expectativas, los mandatos, la historia personal... Sin embargo, son "los pecados de la carne" aquellos que más rápidamente estamos dispuestos a condenar. Porque yo conozco muchas mujeres que, en su juventud, fueron un poco mentirosas. Otras tantas que fueron irrespetuosas o maleducadas. Conozco chicas que eran agrandadísimas. Y de todas estas no se acuerda nadie, porque las únicas estigmatizadas fueron aquellas que se "hicieron la fama" y no se fueron a la cama precisamente a dormir...

Por esto, no me animo a ser tajante en la condena de conductas sexuales que no vivan el amor de manera ideal. Lejos de un canto al libertinaje, creo que tanta prédica obsesionada con lo sexual, artificialmente culpógena, termina por alejar más que por reconciliar. Es duro decirlo. No pretendo (y espero que nunca pase) que la Iglesia diga "que cada uno haga lo que quiera" porque me parece lógico (y buenísimo) que proponga una postura que está en sintonía con el mandamiento del Amor. Nos propone un ideal y un camino. Pero, intentado ser fiel a ese mandamiento amoroso, tengo que decir que me parece que estamos sobre-actuando. En vez de exaltar los beneficios de ese camino, condenamos los "desvíos" de las otras vías, desatendiendo el hecho de que muchas veces los itinerarios personales de la gente tienen curvas y contracurvas. Y no estamos acá para ser jueces de nadie. Cuando la Iglesia habla sobre la moral a aplicar en la sociedad, enuncia principios generales que después hace falta aplicar en cada momento, lugar y persona, atendiendo a las circunstancias específicas que rodean a cada caso particular. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo respecto a la moral sexual individual? Si cada uno es único. Sigamos educando en una sexualidad integral. Pero consideremos a aquellos que, por cualquiera sean sus motivos, no son, desde esta perspectiva, "continentes". Sino dejamos a la mitad de la gente afuera. Y lo peor es que los dejamos afuera. Y católico es universal. No una secta para los elegidos, los santos, los perfectos, los sanos, los puros, los buenos... Es una religión para todos, como quiera que sean o puedan ser. Respecto a quienes dieron un portazo o disimuladamente se fueron, probablemente lo hicieron porque no soportaron seguir siendo presos de algo que no podían (muchos, probablemente, ni siquiera querían) cambiar y fueron o quisieron ser coherentes.

Quienes abandonaron la fe, se rebelaron a seguir luchando con una naturaleza indómita, no amiga de una castidad perfecta. No se enojaron porque no podían ser siempre sinceros, tranquilos de ánimo, alegres, correctos, piadosos, responsables, trabajadores, generosos, magnánimos, perseverantes... Se enojaron porque no podían ser castos. Y se enojaron porque, desde la fe, les dijimos que eso era lo peor que podían ser, impuros. Y quizás, eso fue un acto de soberbia. Porque nadie es perfecto. Y, seamos, por fin, totalmente sinceros, nadie es absolutamente puro. De hecho, es probable que muchos de los que se fueron ni siquiera consideren que lo que estaban haciendo estaba mal. Y puedo decir sin dudar que seguro no estaba tan mal como les habían dicho que estaba. Porque la verdad es que no era tan importante. Era una faceta más de la fe y del amor, de muchísimas. En todo caso, no les supimos mostrar el valor que tiene lo que la Iglesia propone y fuimos demasiado duros para condenar cualquiera otra opción que no sea aquella cuyo sentido no les terminamos de explicar. Y no pasa nada si nos "equivocamos". En el fondo, no pasa nada.

Los sacramentos son signos eficaces de la presencia y el amor de Dios. O sea, la confesión -reconciliación-, es un re-encuentro con Dios. Es algo groso. Es encontrarse con Dios. Es poner el peso del corazón al descubierto -y perdonarte- y ser perdonado. Sin embargo, ese puber que grafiqué al comienzo de esta entrada, no hace más que martirizarse por algo que difícilmente pueda cambiar en los años de la adolescencia y que va a terminar por rebelarlo completamente. Al final, nos olvidamos que lo que le da sentido a la vida del hombre es el amor. Es cuánto sirvió al prójimo. La da sentido hacerse chico y ayudar a los demás. No creo que en la puerta del cielo la pregunta sea: ¿cuántas veces fuiste a Misa, cuántas minas te apretaste, cuántas veces tuviste pensamientos non sanctos? Sino, ¿cuánto amaste? ¿Fuiste feliz? ¿Ayudaste a otros a ser mejores? ¿Le hiciste brillar la mirada a la gente que estaba alrededor tuyo? ¿Sabías que fuiste a un colegio caro, que tuviste unas relaciones sociales zarpadas, que tuviste una vida llena de salud y alegrías para poder darte mejor a los demás? ¿Te diste a los demás? ¿Serviste a alguien? ¿Ayudaste a los millones de tipos que te puse en el camino y que te necesitaron en palabras, gestos, respeto, plata, promoción, escucha?

La sexualidad es importante. El amor tiene que ver con la sexualidad. No lo niego, lo afirmo claramente. Pero el amor también tiene que ver con millones de otras cosas de las que nunca hablamos. Entonces algo anda mal y está patas para arriba.

Porque el amor es comprensivo. Es tan paciente que todo lo espera. Soporta cualquier cosa. El amor sabe que cuando era niño, pensaba y razonaba y actuaba y sentía y deseaba como un niño. Y esto, que todos escuchamos cincuenta mil veces en la carta a los Corintos, podríamos adaptarlo, diciendo que el amor también sabe que cuando era un puber actuaba, sentía, deseaba y razonaba como un puber (pero no, a ellos no los podemos esperar. Con ellos no podemos ser tan comprensivos. Y la nuestra es la Iglesia del amor). Quienes se fueron, entre otras cosas, ignoraron que Dios siempre está. Sin importarle mucho cómo seamos. Está presente, preocupado, incluso más que nosotros, por nuestra felicidad. Siempre está. Y seguir estando es saberse querido y es un recordatorio que te vuelve a ubicar en tu lugar: el de criatura, falible pero siempre, incondicionalmente -sí, sin condiciones-, amada.

Fallamos en el mensaje. Y en vez de poner el foco en el amor, en ese amor que es comprensivo, tolerante, paciente, perseverante, inclusivo, re contra alegre, lo pusimos en la falta, en la falla, en lo que no hicimos "perfecto" (como si Dios pretendiera que, negando su propia creación, fuéramos más de lo que podemos llegar a ser), en lo que no alcanzó. Y la gente que con buenísimas intenciones no "cumplió" con el arduo parámetro de perfección, se sintió excluida. "Esto no es para mí". Y se fue. Se fueron. Nuestros amigos y nuestros hermanos en la fe. Se fueron porque no pudieron pagar la cuota del club. Y no los convencimos de que en realidad no había que pagar ninguna cuota. Simplemente los dejamos ir. Orgullosos de que nosotros sí podíamos seguir cumpliendo con el precepto dominical y con la cuota (¿podíamos? Esa es otra cuestión...). Y no les llegamos a explicar que según un santazo como San Agustín, la Iglesia es santa y puta. Son sus palabras, no las mías. Santa por Dios, prostituta porque está conformada por muchos hombres, pecadores. Pecadores como yo. Yo soy un pecador. Y yo soy Iglesia. Y no me quiero ir por ser imperfecto, ni por no siempre cumplir, ni porque me enojen muchas cosas que me rebelan o me duelen. Porque conocí, no con la cabeza, sino de otra manera, ese amor. Ese amor sin condiciones y perfecto. Esa, sólo esa, es mi fe. Y los que se fueron no lo pudieron experimentar. Y quizás fue culpa nuestra...

Lo que se nos propone, si se profundiza, es muy valioso. Pero no vale la pena abandonar una religión como la católica sólo por el hecho de no poder "cumplir" con algún precepto en particular. De hecho, nadie es perfecto y nadie abandona la fe por no cumplir otros preceptos. Sobredimensionamos, al punto de darle una atención hiperbólica, un aspecto importante de la vida humana, como la sexualidad, en detrimento de otros aspectos importantes de la vida humana que también se deben vincular al amor.

Yo creo que si hubiésemos sido tan comprensivos con quienes no fueron castos como lo somos con quienes no son ................ (ponga la virtud que más le guste), las cosas serían diferentes. Para todos. Y nuestra fe tendría mejor fama (y más fieles). Es una lástima que de lo que mas se hable cuando mencionamos a la Iglesia en una reunión, es de sexo. Cuando hay tantas otras cosas que la Iglesia hace muy bien, con entrega y generosidad. Probablemente pocos sepan que la entidad que más enfermos de sida cuida en el mundo es la Iglesia (más del 25% están bajo su cuidado. En África, el 50% son asistidos por ella. Sin ir más lejos que al pueblo de Benavidez, te encontrás con Betania, una casa de las misioneras de la caridad donde cuidan a enfermos terminales que sufren esta enfermedad). Pero nosotros nos enojamos y nos quedamos discutiendo sobre cuestiones como el uso del preservativo, las relaciones prematrimoniales y la masturbación.

Y es una lástima. Porque la fe es tanto más. Tantísimo más.



Para "terminar" con un poco de humor y distender el ambiente: 





viernes, 1 de abril de 2011

El comienzo de la vida y el aborto

Estoy en contra del aborto. Y no lo negocio. Les explico porqué.

Para llegar a esta posición -quienes me conocen, lo saben- evalué críticamente todas las posturas y opiniones, tanto a favor como en contra. En algún momento, mientras estas ideas debatían fervientemente en mi cabeza y en mi corazón, llegué al punto de entender porqué este tema moviliza tanto y con tanta pasión a todos los que lo tratan. El motivo que encuentro es que todos defienden un valor que consideran irrenunciable: unos, la vida; los otros, la libertad. Los primeros, están convencidos de que ese que se aborta es un niño por nacer, cuya única diferencia con el nacido es la que le dan el tiempo, el desarrollo y la nutrición. Se distingue un niño por nacer de uno recién nacido como se distinguen un adolescente y un adulto: tiempo, desarrollo y nutrición. Son igualmente personas e igualmente humanos. Los segundos, ponen en duda el ser personal de ese por nacer y defienden a rajatabla la libertad de esa mujer, que tiene el derecho a poder elegir sobre su propia corporeidad. Al no gestar una persona, lo que lleva dentro es una parte más de sí y está autorizada a disponer de su propio cuerpo como mejor le plazca. Por esto, me parece que el centro del debate se tiene que enfocar en si hay o no vida desde la concepción. Si esto pudiera definirse, la cosa sería simple. Si hay vida, no puede ser lícito el aborto, nunca. Si no hay vida, se trata de una operación moralmente lícita de pies a cabeza, sin importar mucho el motivo que empuje a una persona a abortar o las circunstancias específicas que rodean cada caso particular (violación, minoridad, discapacidad de la embarazada, etc.).

La cuestión es que nadie sabe bien desde cuándo hay vida. Hay quienes dicen que desde la concepción el óvulo fecundado ya tiene la cadena completa de ADN, gracias a la cual ya es posible, incluso en esa instancia, determinar cómo es ese niño por nacer al que sólo le faltan, de nuevo, tiempo, desarrollo y nutrición. Por el otro lado, hay quienes afirman que no hay vida hasta los 14 días, hasta que el óvulo se implanta, hasta los tres meses y así. Para agregar confusión al asunto, el máximo exponente de la tradición cristiana, Santo Tomás de Aquino, sostenía que la materia se va informando progresivamente, por lo que no hay vida humana desde la concepción. Umberto Eco, especialista en el Doctor Angélico, disfruta especialmente de citar este "horror" del Aquinate.

De nada sirve, para justificar mi posición, que relate la vida del Dr. Nathanson, el mayor promotor de la legalización del aborto en los Estados Unidos, quien más tarde en su vida, para demostrar que el feto no sufría al realizarse un aborto, filmó una de estas operaciones. Este video se conoce con el título de "el grito silencioso" y fue el que lo llevó a dar un giro copernicano en su posición sobre el tema, para convertirse en uno de los más férreos opositores de la práctica. Después admitió que para ser más persuasivos a la hora de proponer el tema, los promotores del aborto inflaban los datos sobre embarazos adolescentes, abortos clandestinos, mortandad materna relacionada al aborto, etc. (Es curioso que los promotores del aborto en Argentina digan que se practican 500.000 abortos ilegales por año. En diez años, desde el último censo, eso sería equivalente a 5.000.000 de personas. Lo llamativo es que desde el último censo nuestra población aumentó solamente 4.000.000 de personas, contando inmigración: pasamos de 36 a 40 millones. De esto se desprende, entonces, que en nuestro país se abortan más chicos de los que nacen... Algo huele muy mal con estos números. De todas maneras, de nada sirve que les diga que se repite la estrategia que se usó en los ´60 y ´70 en Estados Unidos, basadas en la mentira y no, como decía el General, citando al Estagirita, "en la única verdad que es la realidad"). De nada sirve que les recuerde que de todas las facultades de la UBA que se manifestaron a favor del aborto el año pasado, la única que lo hizo en contra fue la de Medicina. Tampoco hablemos de los daños psicológicos que sufren las personas que abortan, ni de las posibilidades de esterilidad que las diversas operaciones acarrean. Y no hablemos de estas cosas porque no convencen a nadie y porque no hablan del tema central y del que depende todo el debate, que es, ¿cuándo empieza la vida?

Los argumentos a favor tampoco toman en cuenta este tema, privilegiando otras cuestiones, como los derechos de la madre, la inoportunidad de un embarazo y de una vida en determinadas circunstancias y en casos específicos, etc.

Podemos discutir por siempre sobre cuándo empieza la vida. Siempre habrá científicos dispuestos a "demostrar" que la vida empieza (o no) en la concepción (o no), según los intereses que defiendan (o no). Incluso suponiendo que existe un científico cuyo único interés es el de conocer la verdad por la verdad misma (quiero pensar que sí existen), como el trigo y la cizaña crecen juntos, la voz de este "científico sincero" sería una más dentro del universo de discusiones, voces, gritos y posturas (todas científicamente demostradas, claro -aunque contradictorias-) que existen sobre el tema. En otras palabras, probablemente esta sea una discusión eterna porque hoy no existen los medios técnicos que acallen toda posibilidad de disenso y que causan, por tanto, que por el momento no sepamos si hay o no vida desde la concepción. Como no podemos esperar eternamente porque la cuestión apremia, ¿qué hacemos?

De todos los argumentos que escuché a favor y en contra, hay uno que me sigue pareciendo, por lejos, el más persuasivo y es "mi caballito de batalla" en este tipo de intercambios de ideas. Me limito a reproducir ese razonamiento.

Quienes cazan se rigen por un principio general según el cual no disparan hasta tener la certeza de que aquello a lo cual apuntan es la presa que están buscando y no otra cosa. Es que claro, se puede tratar de un animal cuya caza esté prohibida o, peor, de un ser humano. Los cazadores lo saben: no se dispara hasta tener la presa en la mira y hasta estar seguro de que la presa es aquello que vinieron a buscar y no otra cosa. La vida humana merece que tengamos este tipo de consideraciones porque es infinitamente valiosa. No podemos actuar de manera tan imprudente que optemos por disparar sin saber si eso que movió un matorral es un animal o un niño. Sería no sólo imprudente, sino también sumamente negligente (y otras cosas peores quizás también). Análogamente, no podemos legalizar el aborto si tenemos la fundada duda de si hay o no vida desde la concepción. En caso de que no la haya, quizás compliquemos algunas circunstancias sociales para algunas familias en particular. En caso de que sí haya, estaríamos cometiendo un genocidio ("qué exagerado". No, en España, sólo en el 2008, se practicaron más de 115.000 abortos. Si hay vida desde la concepción, cuadriplica el número de personas que se deben asesinar para que la matanza se considere un genocidio. En diez años la tasa de aborto creció un 115%, por lo que queda claro que cuando una práctica se legaliza, voluntaria o involuntariamente, se la promueve).

Como no sabemos, no disparemos. No podemos disparar... Ni siquiera cuando las circunstancias específicas de un caso en particular nos partan el alma. Todas las vidas humanas son valiosas.

El riesgo de asesinar un ser humano nos debe llevar a tomarnos la cuestión con la seriedad que el tema merece. No podemos legalizarlo "y después ver", porque corremos el riesgo de llevarnos por delante la vida de miles de personas.

Si alguien tiene un mejor argumento, que lo presente. Pero que no apele a fotos de bebés ensangrentados y descuartizados (cosa que considero de muy mal gusto) ni solamente a los derechos de la madre (cosa que considero ofensivamente simplista). Hablemos de la vida y de si hay o no vida en el que se gesta en el seno materno.

Por último, soy de los que están en contra del aborto, pero a favor de la promoción integral de la mujer. No me gustan esas posturas según las cuales se tiene un interés heroico por defender la vida del niño por nacer pero una indiferencia hiriente por la madre que, en muy difíciles circunstancias (por su nivel de ingresos, por su edad, por las circunstancias que rodean su embarazo en particular, porque tiene que abandonar sus estudios, etc.), tiene a su bebé. La sociedad tiene que acompañar y defender la maternidad. En vez de luchar "contra el aborto", yo lucharía "a favor de la promoción de las mujeres que luchan por tener a sus hijos". ¿Cómo? Con lo más simple: ayudándolas con una línea de pañales baratos, con incentivos económicos para las embarazadas y madres de sectores marginales, con acompañamiento terapéutico para las familias cuyo embarazo es consecuencia de una violación, etc. Hay mil cosas por hacer en este campo. Habría que trasladar esas ganas de defender la vida a una mirada más integral, donde se promocione la vida en su conjunto y no se obligue, simplemente, a traer un niño a un mundo "invivible". No nos olvidemos que ese niño no sólo tiene el derecho a la vida, sino a una vida digna. Hay que trabajar también por eso. Sería genial y un signo de una sociedad madura ver trabajar a todos en pos de este proyecto: a quienes están a favor y a quienes están en contra del aborto. Porque si tanto nos interesan los derechos, el de la vida, el de la libertad o el que sea, empecemos por los derechos de quienes tenemos al lado en situación de riesgo.

lunes, 28 de marzo de 2011

Tratame bien

Estoy sentado en el balcón del departamento de Guada mientras comemos comida china que compramos en un local que es una joyita de la ciudad: la Cantina de Chinatown, sito en Arribeños y Mendoza, en el barrio chino. Es una tarde de verano lindísima. Hay un alerta amarillo porque el calor está un poco pesado hace días. Sin embargo, acá, a veinte metros de altura, corre un vientito muy refrescante. Como este edificio se hizo en una época donde se había flexibilizado una normativa de construcción que después se volvió a enrigidecer, estamos mucho más alto que todos los edificios y casas contiguas, de varias manzanas a la redonda.

Desde el balcón se escucha todo. Casi como quien no quiere, podés entrar disimuladamente en la intimidad de cualquier vecino de Coghlan. A veces le doy rienda a mi curiosidad y disfruto haciendo algo que nunca hago en mi propia casa: me siento a escuchar la vida del barrio (¿será acaso algún tipo de sublimación de un voyeurismo superado?).

Pasa el tren. Alguien toca bocina. Suena el parlante del estacionamiento del gobierno de la ciudad donde se "guardan" esas típicas camionetitas amarillas que de día deambulan por la ciudad atendiendo diferentes necesidades. Veo como un vecino riega su jardín y como otro juega y baila con sus hijos. Una señora excedida de peso intenta, supongo que inútilmente -porque hace ya dos años y medio que la veo repetir esta rutina-, hacer unas abdominales en el patio de su casa. Ladra un perro. Veo que en la plaza algunos chicos toman mate y varios alumnos que salen de la sede del CBC caminan los treinta metros que los separan de la estación. La vida transcurre en cámara lenta. En Coghlan, no pasa nada. Y ahí está lo más lindo del barrio. (Nota: si están pensando en comprar algo barato, en un barrio con perfil bajo, súper tranquilo, tradicional, hecho así entre medio de "a la inglesa" y "a lo italiano", que tiene su potencial fashion, con excelente acceso a la Panamericana y a la General Paz, con casas bajas, árboles, adoquines y demás atractivos, consideren a Coghlan como la opción número uno. Si yo tuviera la plata, no lo dudaría.)

Les contaba. La tarde se hizo tardenoche mientras disfruto de este ritual. Un sorbo de cerveza bien fría me da una sensación de difícil descripción, pero créanme que inigualable. Cierro los ojos y los abro mientras vuelvo a enfocar mi vista miope en este lugar que aprendí a querer tanto. De repente, un grito. Una mujer. Otro grito, un hombre. La discusión se había convertido en pelea y la pelea en amenazas. Es que sí, cuando uno se mete en la vida de un barrio, conoce la vida de un barrio. Y la vida nunca, pero nunca, es color de rosas. Es vida y ya, con sus luces y sus sombras. "Hace días que se vienen gritando así" - me comenta Guada, mientras pienso dos cosas: primero, "no me sorprende que comparta mi pasión de voyeurismo sublimado, es apasionante". Segundo, "qué feo debe ser tener una convivencia tan conflictiva". Los gritos siguen. Se escuchan malas palabras, palabras que no escuchaba hace un tiempo (y eso que entre el trabajo en colegios y los años de rugby, he escuchado muchas, muchas guarangadas). Lo más fuerte es escuchar las palabras que uno mismo, distraídamente, a veces dice, pero pronunciadas y sentidas desde la boca del estómago, como queriendo significar lo que realmente significan.

Silencio.

"El otro día me parece que la golpeó" - me confiesa Guada. "¿Me estás jodiendo?" - le pregunto indignado, pero también sorprendido. "No sé, me pareció, pero viste que no se entiende bien". Y es verdad, no se entiende bien. Y a veces no queremos entender. Y si entendemos, no nos queremos meter. Pero si no nos metemos, sigue todo igual. Supongo que debe ser extraño llamar al 911 y denunciar una golpiza que nadie vio, en una casa que, desde acá arriba, no podemos distinguir.

Pienso en ese hombre, ¿cómo se llega a golpear a alguien? Corrijo, no a alguien, a la mujer que amás. Sin dudas, es consecuencia de una frustración que supera. Es no poder dialogar. No ser comprendido. No encontrar respuesta. Es impotencia. Desesperación. Es inestabilidad e imposibilidad de ser lógico.

Pienso en esa mujer, qué humillante debe ser que la persona que querés te golpee. La confianza destruida. El dolor de sentirte culpable por algo de lo que no sos responsable. Quizás fuiste agresiva, maleducada, cruel, tonta, hiriente, malintencionada o lo que creas que hayas sido, pero nunca (nunca es nunca) te "merecés" una agresión así. Tenemos miles de errores, los humanos digo, pero nada amerita que nos agredan así y nada justifica (que significa "hacer justo") ser así de agresivo (y de pelotudo).

Pienso en esa pareja, un sopapo debe romper todo. O mucho. Y sanar algo así, un trabajo que cuesta tiempo y, esperemos que nunca literalmente, poner la otra mejilla. Hace falta mucha generosidad para perdonar algo así. O quizás no sea generosidad, sino ingenuidad.

El silencio se hizo pesado y denso. Hoy no disfruto de mi curiosidad ni de mi voyeurismo sublimado. Estoy un poco triste. La miro a Guada mientras habla por teléfono y me imagino si alguna vez llegaremos a una situación de agresión análoga. El sólo pensarlo me amarga el resto de la noche. Dejo la cerveza. No es momento de que el alcohol potencie ningún otro sentimiento. Me acuesto en la cama mientras escucho en la tele una canción de Fito que me da vueltas en la cabeza y cuya letra dialoga y discute, armónica y educadamente, con todas estas experiencias.


Lección de marketing número uno:

 - Vincule su producto a una necesidad humana fundamental -


"Tratame bien" fue el título de un unitario que salía por canal Trece y es el nombre de una canción que Fito compuso especialmente para esa serie. Y les fue muy bien. Porque todos necesitamos ser respetados. Esa es una necesidad humana fundamental. No importa de dónde seamos, en qué creamos, cuál sea nuestro estado civil, nuestro sexo, nuestra edad, nuestra clase social, nuestro nivel de instrucción, nuestra cultura. Todos necesitamos ser respetados. Siempre.

Por eso, "tratame bien" es la expresión de un deseo que forma parte de la naturaleza humana.

"Tratame bien" es un límite. No te puedo tratar de cualquier manera. No puedo ser hirientemente irónico. No puedo ser cruel ni agresivo. No puedo decirte algunas cosas. No debo. Porque te respeto.

"Tratame bien" significa que te tengo que escuchar. No que tengo que hacer silencio para esperar el momento para volver a hablar. Te tengo que tratar de entender, no tengo que pensar qué voy a responderte cuando sea mi turno. Tengo que desarrollar un sentimiento de empatía y, por un rato, intentar sentir como sentís vos. Por más que haya un abismo hermenéutico entre los dos, siempre tratame bien.

"Tratame bien" es un derecho. Todos merecemos ser bien tratados. No importa qué hayamos hecho ni que tan monstruosos podamos llegar a ser. Ese respeto se desprende de lo que somos. Y antes que ser brutales, somos seres humanos. Por eso, todos (todos es todos) merecemos ser respetados.

"Tratame bien" es un deber. Porque los deberes son la otra cara de los derechos. Y no importa cuánto te desprecie, cuán enojado esté, cuánto me haya dolido lo que dijiste o lo que pasó. No importa. Porque nada justifica que te trate mal. A pesar de todo, sos una persona. Siempre.

"Tratame bien" es una necesidad. Necesito ser bien tratado, vos necesitás que yo te respete. Podemos tolerar cierto nivel de maltrato, pero, tarde o temprano, si alguien empuja demasiado el límite, nos encuentra.

"Tratame bien" es la base para cualquier tipo de comunicación fructífera. Es lo más básico y elemental. Es absolutamente necesario. No hay verdadero diálogo sin respeto mutuo. Más allá de las diferencias, de las distintas maneras de entender las cosas, de ver el mundo, de pensar: primero, tratame bien.

"Tratame bien" es obvio. No hay que explicarlo tanto. Todos sabemos que queremos ser bien tratados. Lo necesitamos.

Sin embargo, no nos tratamos bien. No siempre.

Agarro el auto y me quieren pasar por arriba. En la autopista, en una esquina, un colectivo, una moto, otro conductor. Si freno porque cambia la luz, siento tu frenazo en la nuca. Si aminoro la velocidad porque la barrera del tren está cerrando, me tocás bocina. Si voy a 130 kilómetros por hora (que es la máxima velocidad permitida en una autopista) pero a vos no te parece suficiente, me pegás el auto mientras me hacés luces.

El colectivero no me devuelve el saludo. Hago un trámite y no me mirás. Me cortaste el teléfono. El auto de la autopista me sigue haciendo luces y, cuando pongo el guiño y empiezo a cambiar de carril, me pasa muy cerca, peligrosamente cerca. Al final, llega sólo dos minutos antes que yo a su destino. Dos minutos. A mí el susto y la bronca me duran mucho más que dos minutos. Dale, tratame bien.

Te hacés el dormido cuando entra la embarazada al vagón. Ni que hablar de una que está de tres o cuatro meses. Quizás le preguntás si está embarazada o, incluso, dónde está el cartel que indica que ese asiento es para ella y no para vos. Quizás ese cartel está en tu conciencia. Tratala bien. Y, por favor, aprende a callarte la boca.

Y a veces yo mismo respondo mal, prejuzgo, me enojo y soy cruel. Grito, insulto, hiero. Soy humano, sí. Pero ellos, ella, él y vos también son humanos. Y sólo por eso, se merecen que nunca los trate mal. Ser falible no es una excusa válida. Es cierto: no se puede vivir bien con todo el mundo, sería injusto reclamarnos y exigirnos eso, pero se lo puede postular como proyecto y meta. Y, ojalá, hacia allá apuntemos. Se trata de bajar las defensas, de aprender a tolerar, de ser pacientes. También de hacernos respetar, sí, pero educadamente. De no gritarnos, de no pensar siempre tan mal, de dejar hablar y, mejor aún, de escucharnos y ser empáticos. Tampoco es tanto eh. Es proponernos ser un poco mejores.

Sueño con un mundo donde todos, de a poco, aprendamos a tratarnos mejor. Porque si no nos tratamos bien, nos hacemos mal. Quizás, así, vivamos más tranquilos y, seguro, más contentos.

No hay tanto para decir, esta entrada ya fue innecesariamente larga porque el tema es demasiado obvio. Simplemente es un idea que vale la pena recordar de vez en cuando.



domingo, 20 de marzo de 2011

La última historia de Ramón, el historiador

(Esta entrada no es una reflexión sobre ningún tema. Tangencialmente, se relaciona con el tema de Religión y sexo propuesto en una entrada anterior y vuelve sobre el tema de la Iglesia y el sida. Pero tangencialmente, no más que eso. Porque es simplemente una historia. Una historia real y un poco triste. Nada más).


Hay lugares donde las historias cobran otra dimensión y tienen otro peso y otro sentido. Betania es uno de esos lugares.


Betania es un hogar que recibe personas enfermas de sida y que queda en Benavidez. Lo fundaron las misioneras de la caridad, que son las monjas de la orden de la madre Teresa.

Desde el Club Newman llegás a Betania en diez minutos. Queda sobre la calle Sarmiento, pasando el cementerio, a mano derecha.

Tiene un jardín grande y dos casas. Como suponen, son residencias simples y sin ningún lujo, pero dignas. Una, donde viven las monjas. Otra, donde viven los enfermos. Cada casa tiene, además de los baños, una capilla, un comedor y una cocina.

El régimen de la orden religiosa es duro. Una vez que las hermanas forman parte de la orden se van de su país de nacimiento por diez años. Las mueven regularmente de destino cada dos o tres años. A los diez años, vuelven durante un mes a visitar a su familia. Terminado el mes, otros diez años sirviendo a los pobres por el mundo. Y así. La mayoría de las monjas emanan paz, sencillez y alegría. Fueron capaces de llevar adelante un desprendimiento que es duro, pero que se nota que santifica. Las que llegué a conocer eran muy simpáticas y de nacionalidades un tanto exóticas: nigerianas, indias, bengalíes, junto con paraguayas, españolas, alemanas, etc.

Ni bien entrás a Betania sentís que estás en un lugar diferente. El tiempo corre con otro ritmo y se respira otro aire.

Las personas que son recibidas en el hogar son enfermos de sida que llegan, en general, en un estado casi terminal. La casa empezó a funcionar como hospicio, pero es un hecho que muchos de los enfermos sólo necesitan medicación y alguien que los atienda, por lo que lo más habitual es que a las tres o cuatro semanas seas testigo de una resurrección "natural". Engordan, empiezan a hablar, sonríen, interactúan. Muchos se revitalizan de tal manera que vuelven a ser personas activas y emprendedoras. Comparado con el estado en el cual llegan, créanme que es un milagro. No todos sobreviven, pero la mayoría sí. Betania es el lugar de los que, literalmente, "no tienen ni dónde caer muertos". Van a morir ahí porque no pueden seguir manteniéndolos en los hospitales; porque no pueden recibirlos en sus hogares -en algunos casos, porque no quieren recibirlos- o porque, simplemente, no tienen otro hogar que este hogar de monjas.

Un tema complicado respecto a esta enfermedad en particular es que cada paciente necesita un "cóctel" de medicamentos particular. Y encontrar la medida justa no es la tarea más simple del tratamiento. Como en todo, encontrar el justo medio toma trabajo y tiempo. El exceso y el defecto de medicación tienen efectos negativos sobre la salud de una persona. Los enfermos, hasta encontrar una dosis, sufren.

Empecé acompañando a mamá, quien se había ofrecido como voluntaria para ir a cocinar una o dos veces a la semana. Iba con una amiga y se habían dividido el trabajo de preparar la comida junto con otros cinco o seis voluntarios.

Admito que, al principio, me sentía incómodo y nervioso. En la casa sólo hay hombres. Muchos de ellos son homosexuales, otros tantos ex adictos. A los diecinueve años, cuando empecé a ir a Betania, homosexualidad y drogadicción eran dos temas tabú, de los que no sabía mucho. Personalmente, exceptuando a la gente que conocí allí, no conocía a ninguna otra persona ni homosexual ni que haya sido drogadicta.

Durante varias semanas me limité a darle una mano a "las señoras" en la cocina. Todo lo que aprendí en esa época, lo olvidé rapidísimo. La cocina no es mi fuerte. Prefiero el comedor. Y dicho y hecho. "Falta uno para el truco pibe, ¿querés jugar? Podés salir de la cocina si querés eh, acá ya atamos a los que muerden" - me dijo uno de los muchachos, mientras reía. "Bueno, dale, ¿se apuesta o las monjas no te dejan?" retruqué, para ponerle un poco de picante al asunto. Y así fue como, casi sin darme cuenta, empecé a relacionarme con todos los hombres de la casa.

Y sí, algunos de los muchachos me daban unos besos de bienvenida un poco más cariñosos de lo que yo hubiese preferido, pero, exceptuando los momentos de saludo y despedida, la pasaba realmente bien. Algunos me contaban historias increíbles. Otros, alguna anécdota personal. Chistes, siempre. Las historias de vida de los muchachos eran más entretenidas que una película de acción. Cuentos que, para mí, eran de otro mundo. Boliches, fiestas, "viajes", sexo. Nadie, nunca, me dijo que no se había expuesto al riesgo de enfermarse. Tenían noción de que una vida de exceso implica riesgos y pocos se arrepentían de haber vivido su vida como lo habían hecho. Con la frescura típica de alguien que no mide del todo el peso de sus palabras, se me solían escapar expresiones como: "bueno, jodete, con la joda que tuviste". Ellos se reían, yo también.

Al tiempo entró un ex camionero, con quien solíamos tocar la guitarra y hablar de Los Redondos y los Stones. No me voy a olvidar de un día en que las monjas preparaban la casa para una fiesta religiosa y los muchachos disfrazaban las imágenes de santos y María´s y "Jesuses". Las monjas, que con ellos a veces tenían que ser estrictas (no es fácil ser mujer, extranjera y llevar la batuta en una casa con treinta hombres acostumbrados a vivir a su manera), no podían parar de reírse.

Con los meses aprendí a tener una buena relación sabiendo mantener una sana distancia. No por el miedo al potencial "beso de despedida", sino porque de vez en cuando pasaba que, al llegar, alguno de los muchachos no estuviera. Y eso era doloroso y triste. Más para un adolescente que sólo había perdido un abuelo y dos perros en toda su vida. La muerte me parecía (y claro que me sigue pareciendo) un misterio doloroso.

Entre guitarras, charlas, chistes y trucos, tengo que admitir que ir a Betania era un gran programa de martes al mediodía. Nunca hablé mucho de esta experiencia, que me guardé para mí en gran medida. No sé si fue egoísmo, no sé, pero necesitaba mantenerlo para mí y eso hacía.

Hay muchas anécdotas para relatar, algunas divertidas, otras no tanto. Betania es un universo de historias por develar y descubrir.

Caminando por uno de los pasillos de la casa, una de las hermanas me pidió que le diera una mano. Estaba dentro de uno de los cuartos, lugar al que nunca había entrado. Es que en los cuartos estaban los enfermos que más sufrían y que estaban cerca de la muerte, por lo que no era el lugar que más frecuentaba. La hermana le estaba cambiando los vendajes a un hombre que tendría unos cuarenta años. "Pasame esa botellita con alcohol Santi". Obedecí rápidamente. Me quería ir. Estaba incómodo. Al entrar, recordé porqué no frecuentaba los cuartos del hogar. "¿Algo más hermana?" - pregunté, haciendo obvia mi intención. "Me podés dar algo de charla" - dijo el hombre, con una voz que me sorprendió por su entereza. Así, lo conocí a Ramón.

Había estado casado. Había estudiado una carrera universitaria. Trabajaba en colegios y en la universidad. Amaba contar historias y educar. A diferencia de las otras personas que había conocido en el hogar, me podía identificar con Ramón. Ramón podría haber sido yo y yo podría haber sido Ramón. Me unió un fuerte sentimiento de empatía. Y de ahí en más, semana tras semana, me reservaba, por lo menos, media hora para charlar con él.

Mamá estaba embaraza de Pedro, motivo por el cual el médico le había prohibido estrictamente seguir yendo al hogar. Es que, lamentablemente, el sida baja las defensas del cuerpo y los muchachos solían enfermarse de muchas cosas. Para una mujer embarazada, un hogar de enfermos de sida no es el lugar de voluntariado ideal. Por un tiempo mamá no obedeció, tiempo en el cual fui conociendo más a Ramón, que era historiador, y como tal, me contó la triste historia de su vida. Ninguno de los dos sabía que esa iba a ser, también, la última historia que iba a contar.

Me contó sobre su infancia y su adolescencia. Sobre las cosas que le gustaba hacer. Sobre el río. Me habló sobre sus padres, con ternura. Los había perdido durante su adolescencia y adultez. Me contó sobre el día en que se casó. Hijo único, su mujer era su familia y su mundo. Como yo no soy historiador, no puedo recordar muchos de los detalles de esta historia en particular. Aunque recuerdo aquellas partes que más me impactaron.

Un día se empezó a sentir mareado. Estaba cansado y decidió hacerse unos estudios de rutina. El médico lo llamó por teléfono, le dijo que no tenía que buscar los análisis por el laboratorio porque él ya los tenía en el consultorio. "Qué buen servicio el de esta prepaga" - pensó. Pero el médíco tenía la peor noticia. Había que hacer otro examen porque no estaba claro el resultado del HIV. "Es imposible Dr., no recibí transfusiones, no me drogo, estoy casado. No se preocupe, debe ser un problema del laboratorio". El resultado del segundo análisis lo devastó. "¿Hace cuánto estoy enfermo Dr.?" Estaba desesperado. Llamó a su mujer, lloró. Le prometió que nunca le había sido infiel, que no encontraba explicación para esta situación. Ella también lloró. Y confesó. Había tenido una aventura. No se había cuidado. Cuando se enteró, ya era tarde. El contagio era imposible de evitar. Doble dolor, doble golpe, doble humillación. Estar enfermo de sida es igual a aprender a convivir con la estigmatización social. Estar enfermo de sida y no tener la menor responsabilidad respecto a la causa del contagio, hace que las cosas sean doblemente injustas. Se divorciaron en poco tiempo.

Durante el divorcio, vendieron el departamento que les había costado una vida de trabajo y dividieron los bienes. Contrariamente a lo que uno podría pensar, la mujer no cedió en nada y Ramón, más angustiado que otra cosa, tenía el "sí fácil". La división no fue muy equitativa.

"Así es la vida Santi, de un día para el otro estaba solo, enfermo y triste". Fue la primera vez que lloré en el hogar. Se me escaparon unas lágrimas. El sentimiento de empatía se reforzó con la bronca que sentimos frente a una injusticia. No era justo. ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene algo así?

Yo llevaba la guitarra. Él mencionaba cantautores cuyas canciones yo nunca sabía: Horacio Guaraní, Silvio Rodríguez y León Gieco eran sus preferidos. "No Ramón, una de los Redondos si querés". No entendía cómo no aprendía los acordes de las canciones de sus músicos preferidos. "Músicos comprometidos con las causas sociales" - me solía decir, intentando convencerme inútilmente.

Había estudiado en la UBA y, como todo historiador formado en la UBA, tenia muchas expectativas puestas en el sistema médico cubano. "El mejor del mundo" - pensaba. Y se fue a Cuba a hacer un tratamiento experimental. El sida no tiene cura, pero... No hay nada más fuerte que la ilusión en quien ya no tiene motivos para la esperanza. Tenía algunos miles de dólares que le quedaban de la venta de departamento y le pareció que no había mejor destino que invertirlos en esta posibilidad. Le hicieron un examen y otro. Transfusiones, estudios, charlas con médicos. Así, pasaron los meses y se fue agotando la plata. Cuando se quedó tan pobre como el resto de los cubanos, le explicaron que su situación era irreversible y que el tratamiento no había funcionado. Solo, enfermo, triste y quebrado. Llegó a Buenos Aires y, como todos los otros muchachos de la casa, "no tenía ni dónde caer muerto". Terminó en Betania.

"De todas las historias que conté en mi vida, y creeme que me sé la vida de muchos, la mía me parece la más triste". Esos comentarios me dolían. "Dale Ramón, ya vas a salir adelante, no seas amargo" - era mi intento de aliento. Es que a veces no hay mucho para decir. Ramón no había tenido ningún hijo, "ahora me doy cuenta lo pavo que fui, ahora que voy a dejar este mundo y que ya no permanezco". La sed de eternidad se manifiesta de muchas maneras, ¿no? Así fue como decidí escribir esta entrada, para no recordarte solo y para que tu vida no sea una historia más que se muere con el tiempo. "Qué ironía sería que fueras historiador y no tuvieras una buena historia para contar" - le decía yo. Ramón, moribundo, sonreía.

Su situación era complicada. Tosía. Tenía catarros. Estaba mal. Nunca hablamos de los detalles de las enfermedades que sus defensas bajas no combatían. No hacía falta. Su deterioro era evidente e inevitable.

Papá habló con mamá, decidieron no poner en riesgo el embarazo y ella ya no iba a venir más.

La última vez que fui al hogar, saludé a "Chuky", un chico en silla de ruedas que tenía ese apodo por las maldades que solía hacer por ahí, y apuré el paso en dirección al cuarto de Ramón. "No te apures grandote, que no te espera nadie hoy" - dijo Chuky. Y remató: "Ramón se te fue". "Otra de tus maldades petiso loco" - le dije sonriendo. No le creí porque Chuky había "matado" a Ramon varias veces antes, disfrutando mi cara de sorpresa y decepción. Siempre me sonreía y largaba una carcajada que realmente me hacía acordar a ese muñeco endemoniado de las películas de sábado a la noche. Pero esta vez no tenía la cara de pícaro que lo caracterizaba. Estaba serio. Bajé la cabeza porque había entendido todo. Entré al cuarto y vi la cama vacía. Más dolorosa que la muerte es la ausencia. Y no hay mejor signo de la falta que una cama que ya no carga a quien extrañás.

Se había ido.

De todas las historias que escuché en mi vida, la de Ramón me sigue pareciendo la más triste y, sobre todo, la más injusta. Un Job de la postmodernidad.

Su última gran lección fue que no todas las historias tienen final feliz. Que en esta vida hay cosas que son injustas y que los buenos, haciendo las cosas bien, también sufren. Me dolió su partida. Me sentí solo. Me había comprometido y había correspondido su apertura con amistad y presencia. Así, fue la primera vez que perdí a alguien que quería "de grande".

No murió solo. Las hermanas, como siempre, cumplieron santamente con su interminable vocación de servicio. "Murió en paz" - me aseguraron. Y yo, todavía hoy, les creo. Les quiero creer.

Un par de hermanas (no monjas, sino hermanas de sangre, que eran voluntarias y que habían perdido a un hermano enfermo de sida) me insistieron para que siguiera yendo. Intentaron "sobornarme" regalándome unos cd´s de Bob Marley que todavía conservo. Que estar con gente joven les hace bien. Que te necesitan y no se cuántas otras cosas. "Quedense tranquilas, ya voy a volver" - mentí.

Nunca, nunca más volví. El embarazo de mamá fue una buena excusa. Nada más que eso, una buena excusa.

El año pasado trabajé en dos colegios en General Pacheco. Pasaba tres veces por semana por la curva del cementerio de Benavidez. Entre los muchos recuerdos y sensaciones pude percibir ciertas ganas de volver. Un algo que me invitaba a pasar a saludar. "¿Saludar a quién?" - me preguntaba con esa ironía que hiere. Porque volver es empezar de nuevo. Betania es muerte y resurrección. Y quizás ahí radica su eterno atractivo. Te da la posibilidad de empezar siempre otra vez, desde el principio. Desconocido y anónimo. Definitivamente, un universo de historias por contar. Historias como la de Ramón, que esperan ser develadas y eternizadas.