miércoles, 13 de julio de 2011

¿En qué mitad estás?

Le escribo a los argentinos. A los porteños, a la mitad que votó a Macri y le da asco a Fito; a la otra mitad también. Le escribo a los tucumanos, a los salteños, a los santafesinos, a los chubutenses y a los fueguinos. A todos y a todas. ¿Por qué sólo a los argentinos? Le escribo también a los hermanos latinoamericanos que viven y que habitan en nuestro suelo: a los que tienen documentos y a los que no. A los villeros, a los ricos, a los honestos y a los chorros. A los que imitan a los Wachiturros y a los que prefieren escuchar a los Redondos o a muchos otros grandes artistas del rock nacional (lamentablemente no puedo mencionar a Fito porque muchos porteños ya no lo quieren escuchar). A los gays, a los machos, a los abortistas y a los que luchamos por la vida. A los que le ponen chimichurri al chori y a los que no. A los que les gustan las aceitunas y a los que las odian. A los amantes del TC y a los que prefieren el handball o el volley. No quiero dejar a nadie afuera. A los que mandan fotos a 678 y a los que escuchan a Ari Paluch. A los que votaron a Mauricio y a los que votaron a Pino. Obvio que a quienes votaron a Daniel, y a toda la tropa que salió detrás de ellos, también.

Le quiero escribir a todos para que sepan que:

Primero, siempre podemos disentir y no hay nada de malo en eso. De eso se trata la democracia.

Segundo, podemos no estar de acuerdo con muchas conductas, modos de ver la realidad, ideas políticas, gustos musicales, visiones históricas, estrategias para que Messi rinda al máximo en la selección, posiciones epistemológicas sobre el rol de la Filosofía respecto a las demás ciencias, opiniones sobre las empresas y los empresarios, los sindicatos y los sindicalistas, posturas frente a si la avenida Santa Fe debe ser doble mano o mano única. Básicamente podemos pensar distinto sobre lo irrelevante y sobre lo importante. Pero quiero afirmar y decir que mi vocación, a pesar de los abismos hermenéuticos que puedan existir entre nosotros, es que siempre quiero respetar. Las personas no nos pueden dar asco. Puede que instintiva e involuntariamente sintamos un aversión profunda por un otro frente al horror de su conducta, puede que nos cause una arcada estremecedora pensar en compartir la mesa con quien ideó los Gulag soviéticos o los campos de concentración. Puede que nos pase. No los podemos terminar de controlar. Pero nunca podemos, voluntaria, libre e intelectualmente asentir con esos sentimientos. Que la razón domine y nos recuerde que ese otro, por más espantoso que me pueda parecer, es siempre un ser humano. Si hizo algo malo, que lo juzgue la justicia. Si su único pecado es el de no ser como yo, reprimamos ese sentimiento de intolerancia al máximo, al punto de erradicarlo, de perderlo en el inconsciente y sepultarlo con una fuerza superyoica extrema. No podemos permitirnos matar al diferente ni negarlo. Ya lo intentamos y no nos fue muy bien.

La democracia es la fiesta de las ideas y del pluralismo. Es el espacio donde todos encuentran atril y le hablan a los demás.

Si lo que escribo te parece una pelotudés demasiado politically correct, criticala. De eso se trata. No le tengo miedo al disenso. No por macho, por democrático.

En última instancia, todas las afirmaciones de intolerancia, de máxima incomprensión, de ausencia de empatía, discriminatorias y violentas hablan mucho más de aquel que las pronuncia que de aquel a quien son dirigidas.

Se puede construir un espacio mejor. Se puede. Conozco cada vez más gente comprometida con ideales políticos (de diferentes espacios) que lucha por una patria más justa. Desde las diferencias podemos construir consensos que fortalezcan nuestra república. En este sentido, le hago propagando y destaco el trabajo de la Fundación RAP, que nuclea políticos de diferentes ámbitos y proveniencias y los forma, los convoca, los hace conocerse. A la corta o a la larga, a pesar de sus diferencias ideológicas, terminan presentando propuestas propias, acordando campañas sin agresión y trabajando mancomunadamente por el bien de todos.

Es que sí, si un partido busca sólo el bien de su partido, es una oligarquía. Y no justamente la del campo.

Si un partido se victimiza y usa eso como excusa para la persecución (ideológica, política, económica mediante la AFIP o social) estamos frente a un hecho grave y anti-democrático.

Estemos atentos y sepamos defendernos y decir, tajantemente, que no frente a todas las señales que manifiesten un ánimo anti-democrático y totalitario. Me preocupó escuchar que, si hubiera votado por un partido en Capital, yo, una persona, le hubiera causado asco a otra. Otros "intelectuales" me hubiesen llamado mierda o facho. Cuando en realidad el fascismo es la identificación de una parte de la sociedad o de un partido con el Estado, con el querer popular absoluto, enmarcado en un nacionalismo corporativo y en una economía controlada y dirigida. Si a eso le sumamos la manipulación mediática, nos faltaría sólo Il Duce (o no...). Estemos atentos.

Yo estoy en la mitad, aunque sospecho que somos muchos, muchos más, que ama la democracia. En esa mayoría silenciosa que a veces peca de ser demasiado sumisa frente a los exabruptos del poder. Hoy grito, no con odio, sino movido por un sentimiento de preservación que quiere cuidar la forma como vivo. Le digo que NO al autoritarismo que pretende silenciarme y menospreciarme por el gran pecado de querer pensar.

Simplemente eso. Un abrazo,

Oso

martes, 5 de julio de 2011

De bebidas, infusiones y otras yerbas

En casa decimos "tomar el te" aunque rarísima vez alguien elija esa infusión a las cinco de la tarde. Se nota que no es una costumbre muy nuestra, al menos de los Sena. Quizás si nuestro apellido hubiese sido Smith, Johnson, Brown, Davis, Poe o Miller hubiésemos honrado más ese mandato cultural que suena angloparlante. Pero no, somos los Sena. No tomamos mucho te y la verdad que, personalmente, el te "de las cinco" mucho no me dice. 

En la India tomé masala chai (en hindi, te) a lo pavote... A veces lo extraño. Es una mezcla de te assam con leche, añís estrellado, jengibre, canela, clavo, pimienta.  Tiene un gusto único y especial. Cuando hace un par de meses Pablito Brandi me hizo ese te en la casa de Rata, cerré los ojos y viajé. Estaba allá (no acá). Es increíble como ciertos olores y gustos te pueden golpear la conciencia a recuerdos. 

Estudié muchas veces con café y con Coca Cola. 

A la mañana mil veces desayuné un café con leche. Ahora "de más grande" caliento una taza entera de leche y revuelvo media cucharadita de café, una lágrima de café. En invierno me gusta mucho el submarino, será que nunca pienso perder el alma de gordo...

Sin embargo, de las muchas infusiones y preparados que conozco, la que más me gusta, por lejos, es el mate. No sólo porque es industria nacional (y popular). No sólo porque las hojas de la yerba mate surgen en las cuencas de nuestros ríos y son el fruto del trabajo de nuestro pueblo. Tampoco porque sea una infusión que nos vincula a nuestros verdaderos pueblos originarios, esos que sí habitaban nuestro suelo. Me gusta, principalmente, todo lo que implica y aprendo del rito del mate. 

Al mate hay que curarlo, como a la mayoría de las cosas lindas de la vida. La calabaza necesita su tiempo y su cuidado. No la corras. Que si la respetás, después ta da muchas alegrías. 

Caliente agua, pero que no hierva. No seamos extremistas. 

Termo listo, mate listo. 

Frenemos la pelota, todo lo bueno necesita preparación: la yerba a tres cuartos del mate, agitada "boca abajo" así el polvillo sube y no te tapa la bombilla (nada que me guste más que sacudirme las manos y oler ese aroma único al polvillo del mate a medio preparar). Acostás un poco el mate así la yerba queda a 45 grados y pones un primer chorro de agua no muy caliente. Dejalo un ratito. Otro chorrito. Ponés la bombilla, cebás un mate y arrancamos. Qué lindo...

Y la vida sigue. Pero el mate me obligó a frenar la pelota. 

El mate se convida. No es para egoístas. Te abre al otro. Muchas veces me ofrecieron "un café", pero en mi vida alguien me ofreció un sorbo de su café o de su té. No digo que sea ni mejor ni peor. Simplemente pienso en que es más "para mí", en dónde me siento más cómodo y más yo. El mate abre un vínculo y una charla. Te ayuda a romper el hielo y a bajar las defensas. Recomiendo que prueben discutir con mate. Hace más difícil enojarse, comprobado. El cuento de la gripe A hizo que anduviéramos con alcohol en gel, nos laváramos las manos tantas veces como el obsesivo Jack Nicholson en "Mejor Imposible", pero, por suerte, no logró que dejemos de convidarnos mates. Los argentinos, con todas nuestras cosas, no somos tan individualistas como a veces nos pensamos. Nos seguimos preocupando y vinculando, de las formas más diversas y hasta sin darnos cuenta, con ese que tenemos cerca. 

En muchos lugares no se puede tomar mate. Mejor tomate un té o un café. Pero mate no porque es símbolo de haraganería. Touché. Puede ser. No lo niego. Te abre a la charla, te hace frenar el ritmo. Es que hay cosas que mejor tomarse con un poco más de calma. Quizás sea cierto, pero en el fondo, las actitudes frente al trabajo dependen de uno, no de lo que uno toma. Yo trabajo mejor con mate, discutímelo si querés, pero es cierto. Conozco mejor a mis compañeros de trabajo. Relaciono conceptos e ideas en esos ratitos en los que me cebo o convido el próximo. Descanso, sí. No me agito como cuando me tomo un café, que me termine haciendo doler la panza. ¿Viste? Produzco más y mejor si me tomo esos ratitos. Al final, pienso más en mi tarea, me siento más descansado, conozco mejor a mis compañeros y me siento bien... ¿Por qué no dejás tu café y te sumás a la ronda?

Qué linda costumbre la del mate. De eso se trata la Filosofía las más de las veces, de volver a maravillarse de lo cotidiano y a resignificarlo para volver a disfrutarlo...

A vos, ¿te gusta el mate?

domingo, 3 de julio de 2011

Pampa y la vía

Hay expresiones que sirven para significar algo concreto en determinados momentos pero que, con el uso y el tiempo, engrandecen su significado para convertirse en lugares comunes.

Antes, "estar en pampa y la vía" significaba que habías ido al Hipódromo Nacional (que estaba donde hoy es la cancha de River) y habías perdido todo, tanto que se había dispuesto un tranvía corto, cuyo destino final era, justamente, la intersección de la calle Pampa y la vía del ferrocarril, donde dejaban a los jugadores desafortunados, que no tenían ni para el billete de vuelta a casa.

Porque cada vez que creo que me las aprendí todas, la vida me ubica de un sopapo. Porque cada vez que me agrando, me pego un palo fuerte. Porque mil veces me encontré y mil veces mas me voy a encontrar ahí, en Pampa y la vía: sin saber qué pensar, para dónde disparar, qué decir, cómo reaccionar, qué hacer ni qué sentir.

Porque la frase más sabia de la historia de la filosofía fue una de las primeras: "sólo sé que no sé nada" - dijo Sócrates, cinco siglos antes de que viniera Cristo, el más grande. Y la forma actual de expresar eso, la redescubro en esta expresión que hago mía, en estar en Pampa y la vía, y que sintetiza esos dos universos de los que provengo, el filosófico y el nacional.

Y como todos, en algún momento, nos encontramos ahí, abro este espacio de intercambio y de diálogo.

Cuando estás en Pampa y la vía todos los pensamientos son incorrectos e inadecuados, por eso planteo algunas claves, personales y tomadas de otros, para descubrir dialogando de qué manera nos podemos enfrentar a este desafío que es caminar por la vida tratando de ser feliz.

Invito a la participación. Para que cada uno diga lo que quiera, como quiera, como pueda, cuando quiera. Porque está demostrado que valoramos más positivamente las ideas a las que llegamos por nuestros propios medios (Sócrates era en genio...), que aquellas que otros nos inculcan: por eso abro el espacio al diálogo. Para dar a luz, juntos, alguna verdad. Y sino, para pasarla bien en el camino...