miércoles, 20 de noviembre de 2013

El planteo del problema (o la motivación subjetiva para pensar estos temas)

Estoy trabajando sobre las propuestas de investigación para el doctorado. Eso quiere decir que tengo que contarle a un tribunal qué pienso investigar el próximo año y pico, por qué es importante, cuál es el "gap" (agujero, espacio conceptual) en la literatura que pienso llenar y cómo lo voy a hacer.

Hay mil maneras de llevar adelante este proceso. Para mí, la mejor es exponerse. Así que en los próximos días y semanas voy a escribir algunas entradas con ideas que me gustaría que critiquen constructiva y destructivamente, observen y comenten. Mi mail es santiagosena@yahoo.com.ar

Empiezo por la motivación personal y subjetiva para investigar, planteada en forma de problema que me conmueve. Acá va:


Este es el problema: hay algo que está profunda, estructuralmente, mal.

Miro mis fotos en facebook y empiezo a notar que hay muchas cosas similares y "en común" entre ellas. Más allá de mi presencia en la gran mayoría, claro. Veo que en muchas estoy comiendo o tomando algo, sonriendo, en un lugar lindo, ordenado. También veo que hay luz, que está limpio, que estoy con los de la facu o los del trabajo (y descubro que tengo más de un trabajo), o los del posgrado (y descubro que si hago cuentas ya voy por mi vigésimo cuarto año de educación formal, o sea, dos escuelas completas), o los de rugby, o los del equipo de running. Estoy sano y sonrío, gordito.

Y empiezo a pensar y sé que esta realidad, no es la realidad. No sólo porque lo estudié, sino porque también lo intuyo. Es sólo mi mundo. No es el mundo. Y ese es el problema.

Y me da bronca.

Me da bronca pensar que dos de cada tres personas no saben lo que es un mail. Ni facebook. Ni twitter. Ni linkedin. Ni ninguna de las otras hueveadas a las que les dedico tiempo, como este blog. No lo saben porque no tienen acceso a Internet. Y más allá de las redes sociales, si no conocés a cuánto se venden tus productos en la ciudad, los intermediarios "te baratean", te pagan poco. Y si tenés acceso a Internet quizás armás una revolución. No es un tema de cholulismo virtual. Es la posibilidad de vivir mejor y de estar informado sobre las cosas que te cambian la vida. Esos 2/3 tampoco tienen acceso a una cloaca, así que disponen de sus soretes de otras maneras, algunas más higiénicas y otras no tanto.

Un quinto del mundo no tiene acceso a agua potable. Eso se traduce en que se enferman de cosas que podrían evitar. Y esas enfermedades afectan especialmente a los más chicos y a los más viejos. Por eso en algunos países (y en algunas de nuestras provincias, y en algunos de los barrios de nuestras ciudades) la mortalidad infantil es muy alta y las expectativas de vida son más bajas. Y el número gigante, ese que nos apichona y frente al que parece que no hay nada que hacer, es que 9 millones de chicos menores de 5 años se mueren cada año de enfermedades evitables vinculadas al agua, o a su ausencia. Me da bronca.

33% no tiene electricidad. Y ese dato frío quiere decir que tu actividad laboral y familiar se termina cuando se pone el sol. Que tus hijos no estudian si no es de día, pero vos sabés que de día están con vos en el campo, en alguna zona rural. Y eso no es explotación infantil, es economía de subsistencia. Y esto lo sabe cualquiera.

Y hay mil datos más, muchos referentes a educación, a estabilidad y formalidad del trabajo, a dignidad o "condiciones" del hábitat (acceso a servicios "básicos"), o los coeficientes, como el de Gini (que no es Santi), que miden la desigualdad del ingreso (este es fuerte, en Argentina, en los 50´s el 10% más rico ganaba 7 veces más que el 10% más pobre; en el 2008, subió a 25. Epa. Datos posteriores dependen del Indec de Moreno, el ex Secretario, así que ni idea). Uno que tiene buen marketing es que un billón de personas viven con menos de un dólar PPP (purchasing power parity) por día. Y esa PPP quiere decir que no es un dólar blue, o sea diez mangos por día. Ese PPP significa que vivís con lo que se compraría un norteamericano con un dólar por día. Eso, en Argentina, quizás sean 3 pesos. En India, 35 rupias. Y así. Lamentablemente la pobreza no se rige ni se mide en el mercado oficial de divisas. Y otros casi cuatro mil millones de personas, más del 60% de la población de todo el mundo, ganan entre 365 y 3000 dólares por año, PPP.

Y no son golpes bajos. Son datos. Objetivos. Reales. Son números sobre la vida de mucha gente. El golpe bajo me viene cuando pienso cómo serían las fotos de facebook de todas estas personas, que tienen mi misma dignidad en los papeles, pero sólo ahí.

Y cuando percibís que las oportunidades pasan por otro lado, "te mandás a mudar". Primero vos, después tu familia. A la promesa de la ciudad. Que es eso, una promesa. Y no puedo evitar sorprenderme cuando escucho que hay gente que no entiende por qué las villas urbanas crecen tanto. Quizás porque las economías regionales están mal. Quizás la coparticipación y la federalización estaban buenas. Y la noticia para ellos es que las villas urbanas no son un problema de Macri, de Scioli ni de Cristina. Son un fenómeno global que sucede en las grandes ciudades de todos los países en vías de desarrollo. O sea, de casi todos. Según la ONU, entre 2007 y 2050, la población urbana va a aumentar en 3.1 billones de personas. Seguro que la pifian, no me caben dudas, pero hoy estamos divididos en partes iguales entre la ciudad y el campo, y hace 150 años éramos 20 en áreas urbanas por cada 80 en áreas rurales. Algo, evidentemente, está cambiando.

Y las ciudades no están preparadas para recibir a tamaño caudal de nuevos vecinos, cada año. Se adaptan como pueden. Si es que se adaptan o si es que se quieren adaptar. Y lo difícil es que, como es lógico, los nuevos vecinos son diferentes: tienen menos años de escolaridad, otros hábitos y costumbres, no están, en muchos casos, capacitados para la oferta laboral que existe en el mercado formal. Lo que no es lógico es echarles la culpa. Nadie, en su sano juicio, elije libre, consciente y voluntariamente, vivir mal.

¿Y ante este problema? ¿Qué? ¿Qué querés que haga? No me rompas las pelotas. No puedo hacer nada. Y enumero, mentalmente, todos los motivos por los que no puedo hacer nada. Y me evado. No quiero pensarlo. Basta.

Que se haga cargo el Estado, para eso pago los impuestos. O el Tercer Sector, que para eso dono acá y allá. O las empresas, que bien forradas en guita deben estar. O la sociedad civil, en forma de religiones, como la Iglesia o las otras iglesias o los partidos políticos. Para eso voy a Misa y voto, siempre. Nunca falté. A Misa a veces, pero nunca dejé de votar, ni cuando me parecían todos malos.

Y le pongo, le ponemos, a un montón de entes simbólicos, de juegos lingüísticos, ambiguos, confusos, carentes de un significado unívoco y universal, como "el estado", "los empresarios", "los políticos", la carga de resolver el problema de "los pobres". Y eso es lo más loco: hay algo que está estructuralmente, profundamente mal. Y le pedimos soluciones a entes cuyos significados no terminamos de definir y que, en el fondo, le significan algo diferente a cada uno. Entonces, al final, ¿quién se hace cargo? ¿Cuál es la solución?

El modelo del Estado benefactor tiene sus límites. El Tercer Sector también. Ambos son ineficientes. Yo creo que hacen mucho, pero no suficiente. Lamentablemente, los indicadores mejoraron en los últimos años menos de lo buscado y querido. De hecho, como mundo, redujimos a la mitad a las personas que viven con menos de 1.25 dólares PPP por día fundamentalmente porque China sacó a +300 millones de personas de la pobreza extrema. No porque hayamos hecho, colectivamente, un esfuerzo consciente y claro por abordar ese problema. Otros dicen que hay que re-estructurar el sistema. Pero el sistema es muy eficiente para producir recursos (hoy alcanzan para todos). Entonces re-distribuyamos. Sí, claro, ¿cómo? Saco y doy, tipo Robin Hood. ¿Y desarrollo económico trae desarrollo humano? ¿Necesariamente?

Duflo y Banerjee, en un libro que no tiene una página de malo, invitan a salir del trade-off, de la disyunción exclusiva, entre o doy todo, de manera paternalista, o dejo que el mismo mercado solucione las ineficiencias. Hay casos y casos. Hay veces en las que voy a tener que inyectar una pila de recursos para ayudar a alguien a salir de una trampa de pobreza de salud, o educativa, o laboral. Y otras donde voy a tener que tener más cuidado porque puedo torcer la estructura de incentivos y, en el fondo, crear una ineficiencia mayor en el mediano y largo plazo (el típico ejemplo es la queja, generalmente injusta, a la que estamos acostumbrados de "les dan todo y ahora no quieren trabajar")

Resumiendo: un grupo cada vez mayor de personas en situación de pobreza real se acercan a las grandes ciudades, que no siempre están listas para recibirlos, en pos de un futuro mejor para ellos y sus hijos. Huyen de situaciones de pobreza, en muchos casos, extremas, donde carecían de acceso a servicios fundamentales y donde las condiciones de vida eran paupérrimas.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué soluciones se nos ocurren? ¿Cuál es la respuesta? Si la tuviera sería asesor de la ONU y más famoso que el Diego. La idea es pensar juntos.

Hasta acá, el planteo del problema.

Algunas fotos:




viernes, 8 de noviembre de 2013

Wali, el afgano

Nunca había conocido a nadie de Afganistán.

Wali, compañero de un curso en el que participé hace poco en la India, es afgano. 

Se llama Wali. Su sólo nombre me remitió a "Buscando a Wally" y a un profesor de Historia un tanto temperamental, pero muy trabajador, que tuvimos en la secundaria. Se llamaba Javier y odiaba que, secretamente pero a viva voz, en una actitud típicamente adolescente, lo denomináramos así. Era un buen profesor. Y realmente era muy parecido al personaje de los libros infantiles. 

Pero Wali, el afgano, era muy diferente a Wally, el profesor. Si bien nunca había conocido a nadie de Afganistán, me tocó compartir no sólo cuatro semanas en las que estuvimos en la misma aula, sino también 13 días en los que fuimos compañeros de cuarto durante un viaje de estudios e inmersión cultural. 

Rara vez tengo algún problema con nadie. Contadas veces sentí eso que llaman "cuestión de piel" o una antipatía natural y espontánea por alguna persona. Esas cosas no me pasan prácticamente nunca. Todo lo contrario, suelo pensar, quizás ingenuamente, demasiado bien de la gente, me abro con facilidad y disfruto de crear y compartir climas de confianza e intimidad. Sin embargo, admito que Wali no hubiese sido mi primera opción si hubiese podido elegir a mi compañero de cuarto para un viaje por la India. Y no, Dejan, de Serbia, es un tipo muy gracioso y con quien compartimos una mirada similar del mundo. Shamim, de Bangladesh, es un académico interesante y objetivo. Dawa, de Bhutan, es un personaje único, de un país misterioso. Solomon, de Nigeria, es una especie de expositor de TEDx, apasionado y profundo. Yusef, un asesor del presidente de Etiopía. No, Wali definitivamente no era mi primera opción. Pero resultó ser, como siempre sucede en estas situaciones, una sorpresa inesperada. 

Wali tiene 25 años y vivió dos guerras civiles, un régimen totalitario, una invasión, más guerra y, hoy, el acecho del terrorismo porque su gobierno es débil y no controla la totalidad del país. Por las grandes plantaciones de opio, el narcotráfico disfrazado de terrorismo y disfrazado de colaboración con los yanquis, también es una realidad y un peligro latente. Recordemos que, además, Afganistán es un país pobre, sin acceso al mar, rodeado de vecinos como Irán, Paquistán y varios otros que terminan en "stán". Definitivamente, sólo eso, lo hace un tipo interesante. Vive en Kabul, la ciudad capital, junto con sus padres y sus diez hermanos, cinco varones y cinco mujeres. Tanto su sueldo como el de su hermano son para toda la familia, cosa común entre los musulmanes afganos. Empezar a explicar cómo viven es muy difícil, porque todo es diferente y, entonces, no sé ni por dónde empezar.

Las mujeres.
Una de las cosas que más me impresionó es que Wali nunca había hablado con una mujer ajena a la familia hasta que salió de su país, por primera vez, hace un par de años. Los afganos no tienen novias. Los padres de Wali van a buscar a una buena mujer, de una buena familia, con una buena dote, con buena fama y sin ningún manchón en el historial y van a arreglar, con los padres de la chica, cuándo se van a casar y las condiciones generales del matrimonio. Wali va a conocer a su mujer el día de su casamiento. "Vas a tener sexo en la primera cita, mirá que liberales que resultaron ser Uds. los musulmanes" - le dije a Wali en algún momento. Sonríe y se le escapa una risa tímida. Es como un niño con un puesto muy importante en su gobierno, pero un niño al fin. Es inocente y transparente.

La fe.
Wali reza todos los días, cinco veces por día. Se levanta unos minutos antes de que amanezca y hace la oración de la mañana con los primeros rayos del sol. Son las cinco de la mañana y entre la almohada y mis párpados, veo una sombra que se arrodilla, pone la frente en tierra, se para, levanta los brazos y murmura. Y así por un rato, todas las mañanas, las medias mañanas, después del almuerzo, a media tarde y al atardecer. O algo así. Me lo explicó, porque con Wali hablamos mucho de todos los temas de los que no hay que hablar con alguien si no te querés pelear, especialmente de religión y de política. Tiene una brújula para saber hacia donde rezar, siempre mirando a la Meca, en Arabia Saudita. No vive su compromiso religioso con pesadez, sino con alegría y tranquilidad, como si se apoyara en los rituales y costumbres musulmanas. Una vez me acompañó a Misa. Misa en India merece un capítulo aparte, pero volvió meditativo y, después de reflexionar, me dijo: "no somos tan diferentes; un solo Dios. Somos hermanos". No es que hablara como Yoda, de la Guerra de la Galaxias, pero su inglés no era perfecto. Desde ese momento, me trató como a un hermano.

La guerra.
"¿Qué pensás de los yanquis, Wali? ¿Cómo eran los talibanes? ¿Te molesta que te pregunte sobre estos temas?". No le molesta, para nada. Los talibanes eran mucho peor que los invasores, claramente. No había libertad, me dice, muy seguro. Apedreaban a las mujeres, que no podían salir solas de las casa, ni siquiera en una urgencia o emergencia. No había televisión ni igualdad de género, ni libertad de expresión, ni de culto, ni de nada. Al menos ahora pueden decir lo que quieren y lo que piensan. La sociedad sigue siendo conservadora, tradicional y apegada a las creencias religiosas. Pero lo elijen, no se los impone un gobierno.

Hombres de la mano.
Las parejas en Afganistán no andan de la mano. Eso está, socialmente, mal visto. Los hombres musulmanes, al igual que los indios, los nigerianos y los amigos de otros varios países asiáticos y africanos, van de la mano, o con los brazos en jarra entrecruzados, como señal de amistad. "In my country, that is a sign of more than friendship between men" - le dije, mientras Dejan, de Serbia, coincidía eufórico. Habiendo conocido la costumbre en algún otro viaje, no me escandalizaba que Wali, o Solomon, me tomaran de la mano mientras me contaban algo sobre sus países. Lo entendí como lo que era, un signo de amistad y de confianza, carente de todo tipo de tensión sexual. Sin embargo, desde que le hice ese comentario, Wali ya no quiso tomarme de la mano. Era muy tradicional, pero era capaz de salirse de las estructuras y costumbres, para respetar las mías, que eran diferentes.

Nunca había conocido a nadie de Afganistán. Pero conocer a alguien de ahí me ayudó a repensar y a mirar desde afuera muchas de mis costumbres y tradiciones. Explicar todo te obliga a escuchar tus explicaciones. Y escucharlas, a replantearlas. Es una experiencia recomendable y enriquecedora.

Finalmente, el viaje terminó. "Santi, my brother, it has been very nice to meet you, have a safe trip back to your country. You are welcomed to my house anytime". Y con un fuerte abrazo, signo universal entre todas las culturas, nos deseamos un feliz retorno a nuestros disimiles hogares con la esperanza, no muy cierta, pero esperanza al fin, de, algún día, volver a encontrarnos.