martes, 29 de abril de 2014

Tres décadas ganadas

Es el Día del Animal y hoy, como cada año, es mi cumpleaños: el aniversario del día en que le abrí los ojos a este mundo. Y aclaro que es a este mundo porque ya existía pero no lo podía ver ya que estaba muy cómodo con los ojos casi cerrados, en la tenue oscuridad del vientre materno; por lo que tendré algo así como treinta años y nueve meses. Así de golpe, en una reflexión, ¡soy un poco más viejo! Aunque eso no me pesa mucho, ni el hecho de que se trate de una década a estrenar que empieza con un número nuevo. No me molesta crecer. Al revés, me gusta. Siempre me gustó cumplir años y, especialmente, celebrarlo.

Este año, como muchos otros, me encuentra lleno de interrogantes que me interpelan. Muchos tienen respuestas parciales, debatibles, incompletas. Y cada posible respuesta es un esbozo que no supera el escrutinio escrupuloso y obsesivo de la conciencia ensimismada. Sospecho que el problema pase justamente por ahí: en no abrir. Por eso, las abro. Por el sano ejercicio de preguntarnos y replantearnos la propia vida, la existencia misteriosa que vivimos en este sueño de luces y de sombras que es peregrinar por estos horizontes que, de a poco, convertimos parcialmente en nuestros lares. 

Desde que tengo conciencia, me reencuentro errante, mirándome reflexivamente en el espejo, intentando reconocer un rostro familiar que, repentinamente, carece de una identidad definida, clara y distinta, evidente y dada: ¿Quién sos? - le pregunto a mi imagen reflejada. ¿Quién soy? Y después de 30 años, la experiencia se repite. ¿Quién soy? 

Y así, surgen todas las demás. Como si la caja de Pandora liberara un espinoso genio filosófico que barre con todas las certezas y me clava cada una de sus puntas de tal manera que no pueda quitarme sus aguijones sin antes dedicarles un rato paciente y, a veces, doloroso, hasta alcanzar un momento de alivio pasajero: ¿Cómo llegaste hasta acá? ¿Cuál es tu historia? ¿Cuáles tus dolores? ¿Tus alegrías? ¿A quiénes amás? ¿Cómo los amás? ¿Lo saben? ¿Cuáles son tus límites, tus fracasos, tus pecados, tus sombras, tus defectos, tus miserias, tus vergüenzas? ¿Cuáles son tus posibilidades, tus triunfos, tus bondades, tus luces, tus virtudes, tus riquezas, tus motivos para sonreír? ¿Por qué no sonreís mucho más? ¿Cuáles son mis proridades? ¿Por qué son esas y no otras? ¿Soy feliz? ¿Vivo una vida llena de sentido? ¿Qué cambiaría? ¿Por qué? Y miro al futuro, ¿qué querés? ¿A dónde vas? ¿Cuáles son las metas? ¿A dónde quiero llegar? ¿Cómo? ¿Por qué? Y así en lo personal, familiar, académico, laboral, social, deportivo, político y trascendente. ¿Quién voy a ser? ¿Quién querés ser? Y descubro ese infinito entre quien quiero y quien soy, que trato de recortar con mis sudores y mis esfuerzos. Y me humillo, que no es algo malo, sino que es reconocerme humilde, pequeño, débil, incapaz, limitado. Y no es algo malo porque es cierto. Me libera saberlo. No soy perfecto ni tengo que serlo. Esa sed de infinito es otra cosa y no se calma con títulos, ni amores, ni logros, ni esfuerzos, sino en un rato de contemplación silenciosa donde no hago nada, sino que dejo que Él hable (y a veces no habla, muchas veces no habla) y, como siempre, me tienda una mano liberadora y catárquica. Paz y Bien. 

Pensar así quizás sea un defecto profesional mal aprendido en las épocas en las que coqueteaba con Sophia, devenido en vicio personal. Interrogarme de manera sistemática. Replantear todo. Libremente. Atado a mi presente, fruto de la libertad del pasado, pero abierto a mirar el futuro con ojos nuevos. Porque es el descubrimiento de esa incompletitud, de esa carencia, de esa falta, lo que me pone en movimiento, lo que me llena de proyectos inagotables y de metas imposibles. Es por ese motivo que soy un optimista empedernido. Porque vivo en el barro, sucio y mugriento hasta abajo de las uñas. Porque siempre puedo ser mejor. Porque reconozco que me equivoco demasiado. Porque lastimo con mucho más frecuencia y gravedad a los que me aman que a los que no. Porque no hago suficiente. Porque pierdo tiempo en cosas banales y vacías. Porque me desentiendo de las necesidades reales de los demás. Porque tuve y tengo todo, y doy poco. Poquísimo. Porque inflo esa versión de mi mismo donde no soy nunca egoísta, infiel, cruel, hiriente, murmurador, torpe, vago, mentiroso, y muchísimas cosas más que por vergüenza no podría escribir públicamente. Pero son parte de mí. Son los silencios que hacen posible la melodía. Las sombras que hacen que valore los colores, que también son abundantes, variados, ricos y profundos. Los otoños que habilitan la primavera del perdón. Es un bellísimo oxímoron porque justamente su condición de límites es la que define el contorno de mi propia existencia en este mundo. Los vicios y los defectos son la frontera entre el ser y la nada. Y así el mal no es mal, ni tan malo, ni tan grave, sino una parte inalienable y desastrosamente personal de lo que soy. Y lo entrego. Es Tuyo, lo bueno y "lo otro". Quizás sea ese el verdadero barro para el vaso nuevo del Alfarero. En el fondo, estoy seguro de que lo es. Solo así puedo expandirme y crecer, solo así puedo relajar mis fronteras y ganarle lugar a la nada. Solo así puedo ser más y mejor. Es cierto que Vos hacés nuevas todas las cosas, que convertiste los dolores en perlas y las espinas en rosas. No son canciones, son experiencias. Ya tengo 30 años de esas experiencias. Gracias por mis límites, que son muchos. 

Y casi todo lo otro es polvo. Los logros, los títulos, los méritos, las medallitas y los torneos, los tiempos y las carreras, las metas superfluas. Lo que permanece es el amor. Ese verdadero Amor y mi muy humano amor, con todo lo lindo y todo lo inmaduro que es. Mis treinta años de amores: ordenados; desordenados; libres y esclavos; liberadores y alienantes. Y los que me amaron a mí. Mi mayor bendición es cuántas personas pusiste cerca mío que me quieren tan lindo, y tan bien. Que me hacen mejor. Que me hacen ser agradecido y alegre. Que me llenan de vida. Que me perdonan, me abrazan, me dan afecto y presencia. Que perdonan, que me sanan, que muchas veces no tienen condiciones. Y en su amor también encuentro ese motor que arrolla, que me pone en movimiento hacia lo arduo, hacia el desafío de los peligros grandes. Gracias por los que me quieren, que son muchos, y me quieren de muchas maneras. 

Y así van tres décadas. Tres décadas que no me alcanzan. Necesito tres y quizás seis más. Necesito aprender tanto. Tengo tantas ideas, tantos proyectos, tantas ganas. Y sigo pidiendo, que es mi forma de agradecer el pasado pisado. Sigo pidiendo porque quiero hacer un futuro más lindo, para mí y, ojalá, para otros también. Sigo pidiendo porque me encariñé con el camino, aunque reconozco su absoluta contingencia. Me obnubila la belleza de un mundo lleno de verdades parciales y de bienes imperfectos, todos un atisbo de la Gloria verdadera que añoro. Sé que estoy acá porque tenía demasiadas preguntas como para no haber venido. Y si me hubiese quedado, allá donde sea que haya estado, no me hubiese alcanzado y hubiese cometido la más grave de todas las faltas, que es pensar que hay mas satisfacción en otro lado que en Vos. Acá actúo de esa manera todo el tiempo, todos los días, de manera obsesivamente recurrente, en los asuntos nimios y en los más graves. Y siempre descubro lo mismo y me choco con los límites de mi propia finitud, esos que tan bien aprendí a conocer, esos que tan bien conocés Vos y que sanás y querés. Quizás, a la larga, aprenda. De eso se trata. De aprender. Y en ese sentido, estas tres décadas fueron tres décadas ganadas. ¡Y qué linda que es la vida, carajo! Ganadas a los golpes, en batallas interiores y en preguntas sin respuestas; en sentimientos que no entiendo y en la profunda convicción de que todo es pasajero pero que, igual, hay mucho por hacer porque esta vida vale la pena y porque la verdadera felicidad está en el darse. Esa es mi certeza, ese es mi compromiso y esa es Tú mayor lección. Gracias, Amigo, por enseñarla con tu propia Vida y, así, convertirla en mi Verdad y en mi Camino. Gracias por ese aprendizaje, que es mi cruz y mi destino. 

Quizás esa sola afirmación haga de este día un gran cumpleaños. Un cumpleaños feliz. Porque quien se da, es feliz. Y este escrito no es más que un desnudarme donativo, una donación de mi corazón transparente, vulnerable, real, humano. Y mis tres deseos, esos que no puedo decir en voz alta, tienen mucho que ver con eso. Puede que sean tres grandes gracias, tres grandes agradecimientos. Simplemente eso. Estoy un poco metafísico, un poco filosófico, un poco denso. El año que viene voy a escribir algo sobre los animales. Después de todo, también es su día, ¿no?