martes, 21 de octubre de 2014

La cultura de Showmatch

Por un rato, no discutamos de política. Porque, claro, todos estamos de acuerdo con que la declaración de Marcelo Tinelli como personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires es una movida política. Al igual que lo es la presentación del proyecto de la diputada nacional del FPV, Mayra Mendoza, para declarar como "Día del Músico" el natalicio del Flaco Spinetta. Siempre hay olor a tufo y sospechas de apropiación en estas propuestas. Tampoco quiero pensar, en este momento, si hacer estas declaraciones es una buena o una mala jugada política, ni teorizar sobre si está moralmente bien o mal usar al poder legislativo para fomentar alianzas con productores televisivos. Por un rato, sólo un rato, no discutamos de política.

La noticia es esa: Marcelo Tinelli fue declarado "Personalidad destacada de la Cultura". No prendí la tele, ni hizo falta. La gente en la calle y en el colectivo; los amigos en los grupos de WhatsApp; los compañeros de trabajo... Todos opinamos sobre si Marcelo Tinelli es o no es una personalidad destacada de la Cultura. Por eso no quiero discutir de política. Discutamos qué es la cultura, que, en el fondo, es el quid de la cuestión. Poniéndonos de acuerdo respecto a lo que cada uno entiende por cultura, nos ponemos de acuerdo en la consideración de Marcelo Tinelli como persona destacada en ese ámbito.

Entonces, ¿qué es la cultura? Y la pregunta es imposible, porque existen una multitud de posibles respuestas. La cosmovisión clásica habla de cultivar. El concepto muta su significado ya que pasa de ser un término agrario a denominar el cultivo de las habilidades intelectuales y volitivas, el orden de las pasiones y los sentimientos. Así, la cultura se vinculó a ciertas prácticas artísticas, que se dan sólo en determinados contextos. La música clásica es cultura. Saber de Historia es tener cultura. Poseer conocimientos generales de muchos ámbitos institucionalizados del saber, es tener cultura general. La cultura está en el teatro (Colón), en las bibliotecas y en los museos. Y esta es una concepción absolutamente válida de la cultura. Pero no es la única. Yo me siento más cómodo entendiendo la cultura así mas que como grafiti. Pero para algunas personas los grafitis son cultura... ¿Entonces? Se empieza a complicar el asunto. Algunos sociólogos afirman que la cultura de las élites es la que se institucionalizó y que el acceso a las mismas está restringido por las barreras de entrada que sólo pueden sortearse con la billetera. En otras palabras, la cultura es para algunos pocos porque es cara y exclusiva (que es lo mismo que excluyente). Sin embargo, al margen de esas manifestaciones culturales para las élites, existe otra cultura. Una cultura popular. La cultura de las masas. La cultura de la calle, del barrio, de la gente. Así, ir a la cancha de Boca es un acontecimiento cultural. Igual que la cumbia villera, inserta en el espectro más amplio de la cultura villera. Los conjuntos de prácticas, saberes, tradiciones y costumbres "comunes" pasan a ser comprendidos como la cultura de un lugar. Ya no hay algunas manifestaciones que son culturales y otras que no. Así, la música, toda, es cultura. Desde la clásica al hiphopero que improvisa por cadena nacional o el niñito de 6 años practicando "sí-la-sol-bizcochitos-calentitos" con su flauta dulce. Personalmente, me siento más cómodo entendiendo la cultura como el cultivo del alma y como el desarrollo de habilidades que me permiten desarrollar juicio crítico y pensar. Desde esa perspectiva, Marcelo Tinelli me parece un antihéroe cultural. Su programa, las veces en que lo he visto, no me ayudó a pensar ni a desarrollar un juicio crítico respecto a nada, ni a ordenar mis pasiones (diría que al revés) ni a cultivar mi espíritu, en general. Su show, además, muchas veces ayudó a propagar una imagen misógina de la mujer, sesgada, compartimentada, que no comparto y que me parece que le hace mal a la sociedad (¿y a la cultura?). Hace un programa divertido y es un genio del rating; es un empresario exitosísimo; le da trabajo y visibilidad a muchas personas (a veces a miembros de minorías muy marginadas y excluidas). Me saco el sombrero si estamos destacando alguna de esas cosas. Pero no me parece una personalidad destacada de la Cultura porque, para mí, la cultura es otra cosa.


Dependiendo de dónde nos paremos, vamos a poder determinar si Marcelo Tinelli es (o no) una personalidad destacada de la Cultura. Estaría bueno que empezáramos por acá.

Sólo después se puede hacer el análisis político. De todos los posibles análisis, me enfoco en el de la coherencia. Lo que me molesta un poco sobre este tema es la incoherencia. La incoherencia de todos que denuncio en forma de preguntas: ¿por qué se sanciona a los grafiteros del subte pero se declara a Tinelli como personalidad destacada de la Cultura? ¿No son, acaso, dos manifestaciones igualmente válidas (aunque de muy disímil penetración y alcance) de la cultura popular? En uno se daña la propiedad pública y... ¿en el otro? ¿Qué se daña? ¿Qué es más irreparable? Dentro del paradigma de la cultura popular, ¿quién es el juez de la cultura que dictamina lo que es y lo que no es cultura? ¿Por qué el hiphop en cadena nacional es cultura pero las mismas voces que defendían eso critican esta designación? ¿Por qué Página 12 saca notas criticando este premio, cuando en muchos otros casos hace una defensa de un concepto de cultura mucho más amplio? ¿Por qué somos tan hipócritas?

Al final, como en todo, los simples espectadores de este espectáculo, no logramos ver nunca ni el tapiz terminado ni los nudos caóticos que le dan forma y lo explican. Nos tocó sentarnos del lado equivocado. Del lado de afuera. Nos excluyeron de la comprensión cabal de todas estas cosas. Lamentablemente, los hilos se tejen fuera de nuestra vista, para un espectador que no somos nosotros.

lunes, 20 de octubre de 2014

La asombrosa inocencia de la cicuta

Cuando Sócrates es, injustamente, condenado por el delito de "corrupción de la juventud y negación de los dioses" es obligado a elegir entre el exilio (el escape) y beber la cicuta. El exilio, para el griego antiguo, era peor que la misma muerte, ya que la polis y la vida en común eran la única forma de existencia verdaderamente humana. Afuera sólo podían vivir las bestias y los dioses, o sea, seres ontológicamente superiores o inferiores, pero nunca un ser humano. Sócrates, enfrentado al falso dilema, rechaza el plan de escape ideado por sus seguidores y elige lo único que podría haber escogido: la muerte por envenenamiento.

Más allá de la historia, relatada en la Apología de Sócrates, de Platón, es llamativo lo inofensiva que parece la planta de la cicuta en relación al dolor que provoca. Sócrates debe haber sufrido intensamente. La raíz de la cicuta causa fuertes malestares estomacales, vértigo y un intenso dolor de cabeza, similar al de una migraña. Básicamente, te duele todo. La temperatura corporal desciende y se paralizan algunas partes del cuerpo. De hecho, Sócrates caminó con algunos amigos hasta que la parálisis le impidió seguir andando. Me imagino el pánico que cualquiera podría sentir bajo esos efectos. En ese estado de intensa vulnerabilidad pueden pasar diferentes cosas. La respiración se puede acelerar o deprimir, hasta causar la asfixia. La destrucción muscular puede causar una insuficiencia renal o las convulsiones pueden llegar a ser tan violentas que terminan con la vida de la persona. Lo más cruel de la cicuta es que no afecta el estado de conciencia. Uno está siempre despierto y lúcido. Sabe que está muriendo. Sócrates no muere sin antes hacer referencia a una promesa que había hecho ante un dios, llamado Esculapio: "acuérdate de comprar un gallo para Esculapio" - dijo, antes de morir. Más allá del virtuosismo heroico que implica pensar en saldar una deuda en ese momento, estaba completamente despierto. Ante tales potenciales síntomas, la naturaleza debería ser más evidente. Antes de googlear una imagen de la cicuta, imagínela. ¿Cómo debería ser una planta cuya infusión causa una muerte tan atróz? Se supone que estamos preparados para captar el peligro, alertarnos y huir ante lo que se presume que pone en riesgo nuestra integridad y nuestra vida. Así, al ver una serpiente, una fiera o un enemigo, se "hiela la sangre", o más bien lo contrario, entramos en calor, el corazón bombea sangre con fuerza y preparamos el cuerpo para la huida o para el combate. Es algo natural, simplemente sucede. No lo elegimos. Tenemos un instinto de supervivencia que nos capacita para reaccionar así. Pero, lamentablemente, no podemos percibir el peligro de todas las cosas. Esa planta silvestre, tan supuestamente inofensiva, esconde una muerte dolorosísima frente a la cual no tenemos escapatoria alguna. La serpiente muchas veces tiene colores intensos, lo mismo que los animales marinos. Las arañas, en general, nos causan cierto resquemor. Pero las plantas son diferentes. No avisan, traicionan. Distinguir una planta venenosa de una comestible muchas veces es complejo y confuso. Y, en la diferencia, radica la supervivencia o la muerte. Algo de esto sufrió Christopher McCandless en la historia que llevó el título de "Into the Wild", en el cine. La cicuta no tiene flores ni frutos con colores intensos ni fosforescentes. Todo lo contrario, sus flores blancas son estéticamente bellas. Su forma se asemeja a la de cualquier plantín que uno podría ver germinar en el patio de una casa de familia. No tiene espinas ni nada que alerte sobre el veneno que lleva adentro. No sólo no parece mala, parece inofensiva y para un ojo no entrenado, como el mío, podría pasar por perejil, tranquilamente. Hay una desproporción inconmensurable entre su aparente inocencia y los síntomas que causa su infusión.

Las apariencias, engañan. El refrán popular es signo de que no estoy descubriendo nada nuevo. Aunque sí algo que nos rebela. Por eso nos indigna descubrir que esa enfermera gordita y joven era, en realidad, una asesina en serie metódica y paciente, un ángel de la muerte. Que detrás de ese chico que "era tranquilo y buen vecino", se escondía un delincuente feroz, un asesino o un abusador. Nos indigna el envoltorio, justamente porque no avisa. Esa ama de casa vulnerable e insegura, que tenía tantos amantes como productos de limpieza; el tartamudo golpeador; o la diferencia entre algún político en campaña y en el poder. Nos embelesaron, nos sedujeron, nos convencieron de su aparente inocencia. Y, como la cicuta, escondieron un veneno que paraliza y asfixia. Las apariencias, engañan. A veces, los mayores dolores se esconden en los disfraces más amorosos. A veces, detrás de esa apariencia temible y agresiva, se esconde un corazón frágil y necesitado de cariño y afecto. Todo esto, en un mundo que hace culto a la banalidad de la imagen. ¡Qué difícil!

Como decía el Principito, en una frase genial que resume todo, (muchas veces): "lo esencial es invisible a los ojos". Todo lo demás, el "para los demás", es polvo que se diluye en el soplo de la intrascendencia.

La Cicuta