viernes, 7 de agosto de 2015

#YoLoVotoaMM

Dicen que el voto es una decisión eminentemente emocional y que la mayoría decide su voto en función de un impulso, de una tendencia sentimental o de un gusto irracional. Por eso, no me extraña que la política gestual haya ganado el centro del ring en estas elecciones: esa de los gestos, la que no dice nada, la que no propone, la que no aclara, la que no explica, la que no duele. Y es lógico que, ante la ausencia de ideas, se ataque a las personas y se ensucie la campaña. Sino... ¿de qué hablar? La crítica no es para nadie en particular y para todos en general. No para todos los políticos, sino para todos nosotros, compatriotas. Somos nosotros los que nos dejamos embelesar con un relato que no existe o nos nucleamos en la forma de un "anti" que no es nada propositivo, pero si es oposición y contrariedad. Y como nadie dice nada, tenemos que adivinar, suponer, mirar las gestiones de los principales candidatos y comparar, especulando cuál podría llegar a ser el curso de acción que podríamos extrapolar para la gestión que se viene. Es triste, pero es así.

El domingo son las PASO y no podemos discutir ideas. El domingo descartamos candidatos y no sabemos a ciencia cierta qué los diferencia a unos de los otros. O sí. En realidad, la afirmación es temeraria: algunas cosas sabemos. Y este post se trata de eso, de lo que sí sabemos y de los argumentos que encuentro para elegir, positivamente, por una de esas opciones. Me rebelo ante la idea de votar "por cariño", rehusando a pensar mi voto. Y como un acto de rebeldía complementario, me rebelo ante la campaña de la no-propuesta y aquí presento mi esfuerzo por explicar(me) los motivos de mi decisión.

Pareciera que la decisión principal está presentada en forma de dilema:  ¿continuidad o cambio? Y lo digo porque mientras el oficialismo se presenta como garante de un modelo al que hay que hacerle "reparaciones" menores, los dos frentes opositores con mayor proyección en las encuestas hacen foco en el cambio: uno se denomina "Cambiemos" y el eslogan de uno de los candidatos del otro frente es: "el cambio justo". Después podremos discutir si hablan de un cambio moderado, un cambio extremo manteniendo "lo bueno", etc. Pero la disyuntiva es evidente. Continuidad o cambio. 

¿Desde dónde partimos? Desde la realidad. Hay cosas del actual gobierno nacional que me gustan (mucho). Y entiendo que haya un tercio de la población que vea en el kirchnerismo a la mejor opción. Y tomo un ejemplo hipotético e imaginado. Me pongo en los zapatos de un laburante de clase media baja, de los muchísimos que hay en el conurbano bonaerense, donde la imagen de Cristina es imbatible, y empatizo con él, lo entiendo. Sus padres tienen una jubilación; incluso su madre, que fue ama de casa toda la vida. Sí, podría ser más alta, pero algo tienen. Su hermana cobra la Asignación Universal (AUH) y su hijo tiene una laptop del plan Conectar Igualdad. Su hermano menor, un plan Prog.R.Es.Ar, y él mismo consiguió un crédito del Pro.Cre.Ar para refaccionar su vivienda. Quizás su hermano se anote para estudiar en la Universidad de La Matanza. No será Harvard, pero está cerca de su casa, es gratis y tiene buena oferta. Tiene un trabajo en blanco y, el día que sacó su DNI, tardó 20 minutos y le llegó a su casa en una semana. No entiende de importaciones y exportaciones, pero sabe que la fábrica tomó gente porque hubo mucho consumo -aunque, en realidad, hace ya unos años que no toman a nadie nuevo-. El año pasado, se compró una televisión enorme, con HD y vio el Mundial mejor que nunca. La terminó de pagar el mes pasado, gracias a las 12 cuotas subsidiadas por el Estado. Su hijo no se imagina lo que era juntar monedas para el colectivo porque tiene la SUBE. Todos los años van a Tecnópolis y el stand que más les gusta es el de los dinosaurios gigantes. Usa transporte público subsidiado, paga prácticamente nada de luz y gas, de nuevo por los importantes subsidios que reciben esos servicios de parte del Gobierno Nacional. Pareciera que todas las políticas están dirigidas hacia él y a su grupo familiar. Es un trabajador honesto, que no va a ningún acto político y al que no sobornan "ni con un chori ni con un plan". Es libre de esas ataduras y de esas simplificaciones. Sinceramente, cree que este es un gobierno que, por fin, pensó en gente como él. No hubo ajustes, no hubo presiones, no hubo despidos masivos, no fajaron a los trabajadores, no hubo reducciones en las jubilaciones... No se come el relato. Sabe que eso es verso para generar mística. Tiene mucho más calle que yo (y que vos, lector), así que no pienso subestimarlo. Es cierto que cuando la escucha a Cristina despotricar contra los Estados Unidos o contra el FMI, un poco se alegra y sonríe. Es que por las recetas mágicas de esos tipos, quedamos como quedamos.

Una aclaración: entre entender o empatizar y estar de acuerdo, hay un trecho. Yo no coincido con su mirada, pero la respeto. Desde su perspectiva, lo que él ve, es absolutamente válido. Sólo entendiéndonos entre nosotros vamos a saltar la grieta y, ojalá, construir puentes de diálogo y respeto. Quizás por sentirse en el centro de una política que lo tuvo en cuenta minimice las otras muchas cosas de este gobierno que son desastrosas. Realmente desastrosas. En un país sin diferencias étnicas ni religiosas, nos dividen las ideas. Esas que no debatimos porque están ausentes en la oferta electoral. Pero que alcanzan para hacernos parte de una tribu enemiga, radicalmente superior y diferente. Desde ahí, difícil tarea nos aguarda. La lógica maniquea que impuso este gobierno se instaló en la cultura. Y eso es, por lejos, lo peor que nos pudo haber hecho. Perdimos la capacidad de ver los grises. Daltónicos, sólo vemos blancos y negros, tuyos o nuestros. Amigos o enemigos. Ese mismo trabajador sufre la inseguridad mucho más que yo, vecino de Coghlan. Una inseguridad que mata porque el control lo tomó la droga. Y en esa espiral de violencia, hasta perdimos la capacidad de indignación, que no es otra cosa que reaccionar ante el tratamiento indigno de un semejante: nos blindamos. Nada rompe el tejido social más que la desconfianza. Ni los countries ni las rejas: las actitudes. Ni siquiera podés ayudar a una señora mayor en la calle por miedo a que te toque y te drogue con la burundanga. Todos contra todos. No mires, no discutas, no grites, no te pelees y, por sobre todo, no te metas. Porque mirá si hablás y... Si te metés, y... Si reaccionás, y... Vivir con miedo. Esa no es una buena vida. Y esa es la vida de ese trabajador, y la mía. Y este gobierno nacional, que ha hecho cosas que a mí me gustan, generó condiciones para que vivamos con miedo de todo y con miedo de todos. Y yo no quiero vivir más así.

No es "sólo" la inseguridad o la cultura de la confrontación: es la sensación de impotencia frente al reclamo justo. Los oídos ensordecidos por el grito militante, ajenos a las necesidades de un pueblo que clama por justicia y paz. Justicia que tiene que garantizar un poder independiente, al que no hay que manosear con manejos turbios y facciosos. Al que tampoco hay que perseguir ni asesinar. Injusticia que se vuelve impunidad cuando los culpables se lavan las manos con la sangre de gente que fallece viajando a su trabajo. Quizás algún familiar de ese trabajador con quien empatizo haya estado en el tren 3772, chapa 16, del Sarmiento aquella mañana (que, lamentablemente, "no fue un día del fin de semana") en que los frenos no frenaron y se murieron más de 50 personas y quedaron mutiladas otras tantas, en la estación de Once. Y los culpables, sin condena. Y los que debían controlar, enriquecidos ilícitamente. Y esa es una historia de las miles donde la última palabra la tienen los que roban y los que matan por omisión. Por eso decimos que la corrupción mata. No es un eslogan, es un hecho: la gente se murió aplastada. Así de feo mata. Y nos equivocamos si pensamos que hay un "estado ausente". Todo lo contrario, quizás esté demasiado presente: es una presencia perversa y mafiosa del estado. Es el estado el que se encarga de estructurar los negocios de las mafias y del crimen organizado. Son las fuerzas de seguridad y los organismos de control los que pasan a cobrar por los talleres clandestinos, los puteríos y las cocinas de los narcos para hacer caja, enriquecer funcionarios y para solventar los gastos de las campañas (sucias). Me lo han dicho esas mismas víctimas: todas las semanas pasaba la policía a cobrar. En otro nivel, lo mismo sucedió con quienes debían controlar a los ferroviarios... Y lo mismo sucede en otros tantos ámbitos de nuestro país con los órganos de control y con las licitaciones, por tomar esos casos. Y eso es muy injusto. La corrupción se sistematizó y yo no quiero más ese país de la impunidad y del dolor.

Y más allá de la corrupción asesina y de la impunidad que avasalla la república (o sea, la división de poderes y la justicia), me duele la pobreza de tantas personas y, sobre todo, de tantos chiquitos, que son la mayoría de esos pobres. Porque la corrupción no sólo mata, sino que, para colmo, es tremendamente injusta e ineficiente para adjudicar recursos. Y lo triste es que así como antes desaparecieron personas y hasta se "secuestraron los goles", hoy invisibilizan a los más vulnerables. ¿No es, acaso, perverso? ¿Cómo se aborda un problema que no existe? La negación implica, necesariamente, el mantenimiento de una situación. Si niego el problema nunca lo voy a solucionar. Así, la pobreza avanza y engulle a un porcentaje cada vez mayor de personas. La inflación se come sus ingresos. Primero los suyos. La inflación, al igual que una fiera de las que viven salvajemente en las selvas, devora primero a los más débiles. Y, ¿cuál es la inflación? De nuevo, ese número también lo hemos negado...

El doble discurso caló profundo en el hueso de la Patria. Al punto de que nos imaginamos una patria grande que involucre a toda América Latina, pero nos llevamos mal hasta con los uruguayos, que no pueden estar más hermanados a nosotros y ser tan parecidos en tantas cosas. Y mientras todos los países de la región se alían y buscan negociar en conjunto, nosotros denostamos los compromisos asumidos (Mercosur), nos encerramos y hacemos alianzas cuestionables con los actores más nefastos del mundo, como Venezuela e Irán. Y podría escribir otros tantos párrafos explicando qué cosas no quiero que continúen. Pero con estas es suficiente. Definitivamente, y sin siquiera entrar a mirar la no-gestión de la Provincia de Buenos Aires, Scioli no es una opción para mí. Comentario aparte: quizás sea mi propia limitación la que me impida imaginarme a un gobernante fuerte, honesto y eficiente en aquel que ha vivido arrodillado. ¿Cómo se pone de pie quien está acostumbrado a obedecer estoicamente?

Entonces... me queda el cambio.

El cambio justo es un buen eslogan, pero que representa a un candidato que no me interpela. Es un candidato que fue parte de este gobierno y cuyo itinerario político es tan cambiante que ya no sé que pensar cuando habla de un cambio "justo". De la UCeDé al peronismo, sin escalas. Menemista. De ahí, kirchnerista. Después, anti-kirchnerista, para volverse, por fin, massista. Qué complicado. ¿Cuáles son los principios y los ideales de este hombre, sino las ansias de poder, desde el espacio que mejor le convenga? No me parece ilegítimo, a priori, ser un servidor público durante dos gestiones de partidos diferentes. Uno puede construir desde los consensos y los puntos de encuentro. Pero cuatro cambios en quince años me parece demasiado, más cuando dos de ellos implican pasar de una tesis a la antítesis. ¿Qué es el cambio justo para alguien que de kirchnerista se vuelve un crítico acérrimo? ¿Cuál es la justa medida del cambio? En ese caso, fue bastante radical. La gestión de Massa en Tigre se pareció a la de tantos barones del conurbano, que mezclaron la publicidad del partido que gobernaban con la del partido del que eran parte... Un ejemplo: los carteles de +cloacas o +calles usaban el mismo signo "más" (+) que los carteles partidarios que identificaban su apellido "+A" o "Massa". Lo común, lo propio, todo mezclado. Massa fue incapaz de mantener a su tropa mancomunada y sufrió una fuerte dispersión, en un espacio nuevo de menos de seis meses. Es cierto que conviven, en su Frente, personas de diferentes proveniencias, como Adrián Pérez (de la Coalición Cívica, y un ex pollo de Carrio), Facundo Moyano (el hijo de don Hugo que quiere hacer su propio camino y que ya no quiere ser reconocido como hijo de don Hugo) y barones fuertes del conurbano, entre otros. Es un espacio plural. Pero acéfalo. Y no me garantiza la tan temida gobernabilidad, por más que se considere "peronista". Una a favor: Es el espacio que más propuestas hizo. Quizás no sean realistas o no dependan del poder ejecutivo, pero, al menos, dijo lo que pretendía hacer. Punto a favor.

¿Y qué decir del frente Cambiemos? De las tres opciones, la mejor me parece la de Mauricio Macri. Sanz y Lucas Llach hicieron el esfuerzo de proponer políticas públicas. La suya es una campaña de propuestas. Un oasis en el medio de está aburridísima campaña gestual... Y si bien me simpatizan, el radicalismo no me representa. Lilita Carrio me parece una persona valiosa pero que no creo que sea capaz de gestión. En última instancia, no creo que ninguno de lo dos sean capaces de ganar la interna del frente. Me queda, entonces Mauricio Macri. Quienes me conocen saben que no soy un fanático irracional. Quizás en muchos ámbitos políticos no esté bien visto hacer críticas del espacio del que uno participa. Yo no lo concibo de otra manera. No me imagino en un espacio donde rija la obediencia debida o, como le gusta decir a Gustavo Vera, el código de Omertá. Mi familia de origen es muy linda, pero no es perfecta; mi matrimonio es bárbaro, pero lejos de ser perfecto; mis amistades son entrañables, pero no son, de nuevo, perfectas. Nadie es perfecto. Por tanto, ningún espacio político es perfecto. Y, justamente por eso, puedo observar las imperfecciones y los errores grotescos o garrafales. Soy libre de hacerlo desde el saber que se construye desde la crítica y se mejora desde la aceptación de lo que falta.

Así, ni el PRO ni Mauricio Macri son perfectos. Su gestión tuvo aciertos y errores. Y, de la misma manera como comencé destacando (sólo algunas de las) cosas que me gustaron del gobierno kirchnerista, enumero (sólo algunas de) aquellas que no me agradaron de la gestión (o de su ausencia) en la Ciudad de Buenos Aires. En la Ciudad hay un problema estructural con la vivienda. El acceso a la vivienda está denegado para un número importante de personas y las políticas públicas hicieron nada (o muy poco) para solucionar este flagelo. Cientos de miles de personas alquilan, mientras que otros tantos viven en asentamientos. El acceso al crédito hipotecario está plagado de obstáculos, reduciendo la oferta a sectores altamente vulnerables (con topes de crédito tan bajos que no deben existir viviendas en la ciudad que tengan precios tan bajos) o a sectores de alto poder adquisitivo. La clase media, bien gracias. Si bien se urbanizaron el barrio INTA (ex villa 19), Los Piletones y el Barrio Pirelli, a la vez que se relocalizaron algunas familias que vivían en el camino de sirga del Riachuelo, la urbanización de las villas y la escrituración de las viviendas son aún grandes deudas pendientes. Sí, es el gobierno que más urbanizó en seis décadas, pero no alcanza. El nivel de gasto en publicidad es desmesuradamente alto y, definitivamente, una cosa es promover cambios culturales o de conducta (lo que, necesariamente, implica informar) a través de publicidades y otra es aparecer personalmente explicando las medidas. No me queda clara cuál es la postura del partido en temas centrales para mí, como el del aborto, por ejemplo. Por último, no me gusta que las mismas empresas ganen siempre las licitaciones. No me consta algo ilegal ni ilegítimo, pero me incomoda explicar(me) los motivos para que eso suceda. Intuitivamente, me hace ruido.

Como en todo en la vida, a pesar de las cosas que me incomodan y no me gustan, encuentro que M. Macri es la mejor opción, y no por descarte, sino porque positivamente demostró que es un buen gobernante. Fue capaz de proponer ideas disruptivas a problemas de difícil solución, como el de la movilidad, proponiendo un plan para la Movilidad Sustentable, que implicaba cambiar el paradigma y volcarse del auto hacia el transporte público, la bicicleta y la peatonalización. A pesar de que nadie, ni propios ni ajenos, lo vieron con buenos ojos, el tiempo le dio la razón. El Metrobús redujo los tiempos de viaje enormemente y las bicicletas son cada vez más usadas. Y lejos de ser una gestión de lo superficial, de los globos y las bicicletas, se metió de lleno en el tema de la educación, construyendo escuelas, principalmente en el sur más pobre, garantizando el acceso universal a sala de 4 y casi universal (alrededor del 90%) a sala de 3. Mientras que a nivel nacional la gente sigue volcándose hacia la escuela privada, la tendencia en la ciudad es inversa: la gente vuelve a la escuela pública. ¿Por qué? Porque de las más de 500 escuelas con riesgos edilicios graves que recibió el PRO en 2007, después de arreglar todo, se pasó a un sistema de gestión y detección temprana de los problemas edilicios, para evitar que esto vuelva a suceder, nunca. Y el foco está puesto en el desafío de la calidad, la enseñanza de nuevos idiomas y la natividad digital de los alumnos. Ser honesto consigo mismo implica evaluarse para conocer los límites y, desde allí, mejorar. Eso es coraje, humildad y honestidad. Saber que no estamos bien, reconocerlo y poner los medios necesarios para cambiarlo. Ojalá se hubiera hecho esto, y mucho antes, a nivel nacional, cuando los resultados de los exámenes de PISA (y otros) no paran de darnos cada vez peor. Es largo, pero lo que más destacó está resumido acá: se modernizó totalmente al SAME, se mudó la sede del gobierno a Parque Patricios, se implementó una política de distritos para favorecer el desarrollo económico de los barrios a partir de sus fortalezas, se implementaron medidas de gobierno abierto, se estimula el emprendedorismo, se trabajó hacia la transparencia de los planes sociales, se inauguró una policía totalmente nueva y se ejecutaron obras hidráulicas importantísimas para evitar el problema de las inundaciones. Es una de las gestiones más potentes que tuvo la Ciudad, innegablemente. Gobernó siempre sin mayorías absolutas, lo que obligó al espacio a ceder, negociar y debatir. Nadie se creyó dueño de una verdad absoluta, fomentando así la capacidad de escucha.

Mi experiencia me mostró que, en este partido, prima el sentido común. Que las decisiones se piensan y se debaten. No hay monarcas ni nobleza. Tampoco hay miedo. Por eso, no tengo miedo de que si gana Macri, borre todas las cosas buenas que reconozco que hizo el kirchnerismo. Priman el sentido común y la intención de hacer las cosas bien y para el bien de nuestro pueblo. Sin dudas, se va a mantener la AUH, aunque probablemente se mejore en su implementación. Lo mismo con muchos planes. Eso quizás no le guste a los punteros, pero ese es otro cantar. La discusión sobre privatización y estatización es una discusión estéril: lo que importa es la eficiencia con la que se gestionan esas organizaciones. Me da lo mismo si Aerolíneas Argentinas es o no estatal, siempre y cuando se maneje con honestidad, eficiencia y sentido social. Eso lo puede hacer un privado tan bien como el estado. La discusión tiene que pasar por el rol que asuma el estado: si la aerolínea es estatal, tiene que gestionarla bien; si es privada, tiene que controlar. Así de simple.

No le tengo miedo al cambio porque estoy seguro de que lo que va a cambiar son las cosas que dañan mi país, como el autoritarismo y la vanagloria. Por eso me ilusiona la idea de cambiar. Tuvimos doce (para trece) años de gobierno kirchnerista y, hoy, las cosas no están muy bien en varios sentidos. Tuvieron su oportunidad, durante tres gestiones consecutivas. ¿Qué pueden hacer en una cuarta que no hayan intentado hasta ahora? ¿Qué ideas nuevas, qué novedades, qué oportunidades? Como el jugador que está en el calor del partido, nadie quiere dejar la cancha, pero somos nosotros los que empezamos a percibir que el triunfo depende de hacer los cambios necesarios a tiempo. El partido se juega en la cancha de la Historia. Sinceramente, creo que hacen falta equipos y no liderazgos caudillescos ni heroicos. Creo que hace falta apertura para nuevas ideas y nuevas maneras de hacer las cosas. Creo que hace falta transparencia en las cuentas públicas y mucho orden. Que hay que generar confianza y atraer inversiones que generen trabajo. Y creo que el PRO es el más capaz de hacer esas cosas.

Hay muchas cosas más para destacar de la gestión del FPV en los últimos 12 años, como para criticar de la gestión del PRO en los últimos ocho. Sin embargo, estoy convencido de que es el momento para girar, para cambiar -conservando los aciertos-. La humildad pasa por reconocer lo que el otro ha hecho mejor. El compromiso es mantener lo bueno. Esa lógica me gusta. Me parece más humana, más abierta al diálogo y, por fin, infinitamente más democrática.

Ayer no llegué a compartir la foto de Mauricio Macri para el cierre de campaña, ni el #YoLoVotoaMM. Pero me parece que, con esto, alcanza.