domingo, 22 de mayo de 2011

Historias de mil vidas (o de una)

(Abro el juego en forma de narración literaria porque me imagino que puede abrir más al diálogo que un ensayo argumentativo. Es un experimento y es un relato polémico -que busca provocar-. Veremos qué sale)

Escena uno.

Las villas son barrios que surgen en la marginalidad: fuera del marco legal de la propiedad y la meritocracia. Son la necesidad de un pueblo hecha caseríos. Son las ilusiones de otros pueblos hechas gueto. Hay excepciones, pero como regla general, surgen en los terrenos que nadie recuerda, esos que nadie quiere ni cuida. No es casualidad que en esos lugares abandonados se concrete el sueño de poder vivir mejor: nadie más quería ir ahí.

Zona liberada. En la villa el pasillo no es del barrio, tiene dueño. Los nombres cambian, pero la estructura es invariable. Porque la sociedad no se metió en la villa: no hay servicios, no hay asfalto, no hay derechos. Tampoco hay seguridad. Por eso la seguridad es un derecho del más fuerte, que en general suele ser el que más tiene. Y, hoy, los que más tienen, son los narcos.

- "No te conozco gato, salí del pasillo".

Crimen organizado le llaman. Y qué buena definición, es una organización de criminales, organizados para delinquir, para dominar, para avisar si hay alguien raro, para apretar, para vender, para protegerse, para matar. La droga "garpa". Por eso, el poder es de ellos.


Escena dos.

Francisca es del norte. No terminó el secundario y tiene una hija de 3 años. Se subió a esa combi porque le habían dicho que la iban a llevar a trabajar como personal doméstico en alguna casa de clase media de Capital Federal. Nunca llegó. Con ella viajaban otras tres chicas, dos de ellas menores y de Paraguay. La tercera, santiagueña y estrenando los veinte. Vivieron en un cuarto sin ventanas, con poca comida, solas. Fueron violadas y amenazadas. "Te podés ir cuando quieras, pero si te vas, nos llevamos a la nena" - le dijeron. Y es increíble lo que el amor de una madre puede llegar a soportar por el bien de los hijos.

Cuando estuvieron "listas", empezaron a laburar. Primero la calle. Hasta que su dueño descubrió que Francisca podía bailar. Moviéndose torpemente ensayaron algunos movimientos que habían visto por la televisión en Showmatch; y Francisca, la más naturalmente habilidosa de las cuatro, empezó a trabajar en el local.

Las condiciones mejoraron un poco y la gente que entraba allí no era como la paria de la calle. No la volvieron a golpear y hasta se hizo amiga de los muchachos que cuidaban la puerta. Nunca pensó en escaparse y mientras siguieran entrando borrachos al local, ella comía y podía incluso mandar unos pesos a la provincia norteña.


Escena tres.

Los chicos destapan otra cerveza mientras festejan que se acabó la cursada para siempre. "Tres finales más y díganme licenciado" - grita uno desde el fondo. En esta casa inmensa los chicos pueden gritar, reír a las carcajadas y celebrar porque nadie los escucha. Cantan canciones, cuentan las mismas historias que contaron una y otra vez y disfrutan de la compañía de los otros.

- "Se acabó la cerveza, no hay fernet y ya nos tomamos dos vinos de la bodega del viejo. No da seguir sacando ¿qué hacemos?" - pregunta el dueño de casa.
- "Bueno, yo tengo un purrete loco, ¿alguien quiere?" - pregunta el cuasi licenciado.

Ovasión y aplausos. La algarabía del humo místico sólo se ve opacada por la cara incómoda del botón de siempre. "Dale boludo, no pasa nada. Cada uno hace lo que quiere y además no le hacemos mal a nadie, no jodas, la estamos pasando bien". La afirmación, terminante, silencia toda posibilidad ulterior de discusión.


Escena cuatro.

- "Ue ue ue ue, si nos organizamos, cogemos toooodos" - grita jocosamente desde el auto la banda de amigos. En realidad es sólo un cántico, ninguno tiene intención cierta de infidelidad.

Con la música al máximo estacionan y se acercan a la entrada del "local bailable". La entrada son 20 pesos por persona pero para el show hay que juntar 300 mangos más. "Son 400 entre todos, un vuelto, dale ratas" - afirma el fundraiser de la causa. (Exactamente el monto del "vuelto" que Francisca llega a mandar, a fin de mes, a una de esas provincias del noreste, que podría ser cualquiera, rompiéndose, literalmente, el culo. Pero esa es otra escena. Volvamos).

Entran, más griterío y risotadas.

- "¿Cómo puede haber gente en contra de los puter boludooo? Es un servicio social esto, ya me olvidé todo lo bajonero de la semana, cómo me cagué de risa, por favor". Reflexiona el dueño del auto mientras la banda vuelve. Vieron un show, se rieron, al final nadie siquiera se acercó al escenario: la habían pasado bien sin hacerle mal a nadie. Misión cumplida.


Última escena.

 Los hermanos se levantan a almorzar. Uno había hecho "prebo" en casa, el otro había salido con los amigos. El asado está listo. Mientras papá llena la parrillita de achuras y matambre de cerdo, mamá lee el diario, indignada.

- "Este país da para cualquier cosa. Otra vez encontraron droga en la villa. Yo no entiendo, si todos saben que está ahí, ¿por qué nadie hace nada? No sé cómo hacen para sobrevivir estos tipos. ¿Quién consume tanta droga? Ellos no la compran, si son pobres... Y, ¿esta noticia? Trata de personas. ¡Trata de personas! Es el colmo, las traen del norte o de Paraguay y las obligan a prostituirse... Parece que vivimos en la época de Jesús. Un horror".

Los chicos la miran de reojo, semi dormidos, afectados por la noche anterior y la falta de sueño. "La verdad que sí vieja, este país se está yendo al caño, es un desastre. Es culpa de los políticos, la policía corrupta, los "drogones", los vagos del plan trabajar..."

- "Cambiemos de tema" - propone sabiamente la madre, que sabe que si su marido empieza a opinar, los borbotones de insultos al sistema van a impedir cualquier posibilidad de diálogo familiar. "Cuentenmé, ¿qué hicieron ayer? Bueno, vos ya sé, se divirtieron anoche eh ¡unas risas! ¿Vos que hiciste?"

- "Nada vieja, dimos unas vueltas con los chicos y a dormir. Hoy tengo que estudiar para el posgrado".

- "Ay, si hubiera más chicos como ustedes, las cosas serían muy diferentes" - sentencia finalmente mamá, inflamada de un orgullo sin límites por su prole.

Papá interrumpe la charla al grito de "a comeeeer".


FIN.