viernes, 7 de agosto de 2015

#YoLoVotoaMM

Dicen que el voto es una decisión eminentemente emocional y que la mayoría decide su voto en función de un impulso, de una tendencia sentimental o de un gusto irracional. Por eso, no me extraña que la política gestual haya ganado el centro del ring en estas elecciones: esa de los gestos, la que no dice nada, la que no propone, la que no aclara, la que no explica, la que no duele. Y es lógico que, ante la ausencia de ideas, se ataque a las personas y se ensucie la campaña. Sino... ¿de qué hablar? La crítica no es para nadie en particular y para todos en general. No para todos los políticos, sino para todos nosotros, compatriotas. Somos nosotros los que nos dejamos embelesar con un relato que no existe o nos nucleamos en la forma de un "anti" que no es nada propositivo, pero si es oposición y contrariedad. Y como nadie dice nada, tenemos que adivinar, suponer, mirar las gestiones de los principales candidatos y comparar, especulando cuál podría llegar a ser el curso de acción que podríamos extrapolar para la gestión que se viene. Es triste, pero es así.

El domingo son las PASO y no podemos discutir ideas. El domingo descartamos candidatos y no sabemos a ciencia cierta qué los diferencia a unos de los otros. O sí. En realidad, la afirmación es temeraria: algunas cosas sabemos. Y este post se trata de eso, de lo que sí sabemos y de los argumentos que encuentro para elegir, positivamente, por una de esas opciones. Me rebelo ante la idea de votar "por cariño", rehusando a pensar mi voto. Y como un acto de rebeldía complementario, me rebelo ante la campaña de la no-propuesta y aquí presento mi esfuerzo por explicar(me) los motivos de mi decisión.

Pareciera que la decisión principal está presentada en forma de dilema:  ¿continuidad o cambio? Y lo digo porque mientras el oficialismo se presenta como garante de un modelo al que hay que hacerle "reparaciones" menores, los dos frentes opositores con mayor proyección en las encuestas hacen foco en el cambio: uno se denomina "Cambiemos" y el eslogan de uno de los candidatos del otro frente es: "el cambio justo". Después podremos discutir si hablan de un cambio moderado, un cambio extremo manteniendo "lo bueno", etc. Pero la disyuntiva es evidente. Continuidad o cambio. 

¿Desde dónde partimos? Desde la realidad. Hay cosas del actual gobierno nacional que me gustan (mucho). Y entiendo que haya un tercio de la población que vea en el kirchnerismo a la mejor opción. Y tomo un ejemplo hipotético e imaginado. Me pongo en los zapatos de un laburante de clase media baja, de los muchísimos que hay en el conurbano bonaerense, donde la imagen de Cristina es imbatible, y empatizo con él, lo entiendo. Sus padres tienen una jubilación; incluso su madre, que fue ama de casa toda la vida. Sí, podría ser más alta, pero algo tienen. Su hermana cobra la Asignación Universal (AUH) y su hijo tiene una laptop del plan Conectar Igualdad. Su hermano menor, un plan Prog.R.Es.Ar, y él mismo consiguió un crédito del Pro.Cre.Ar para refaccionar su vivienda. Quizás su hermano se anote para estudiar en la Universidad de La Matanza. No será Harvard, pero está cerca de su casa, es gratis y tiene buena oferta. Tiene un trabajo en blanco y, el día que sacó su DNI, tardó 20 minutos y le llegó a su casa en una semana. No entiende de importaciones y exportaciones, pero sabe que la fábrica tomó gente porque hubo mucho consumo -aunque, en realidad, hace ya unos años que no toman a nadie nuevo-. El año pasado, se compró una televisión enorme, con HD y vio el Mundial mejor que nunca. La terminó de pagar el mes pasado, gracias a las 12 cuotas subsidiadas por el Estado. Su hijo no se imagina lo que era juntar monedas para el colectivo porque tiene la SUBE. Todos los años van a Tecnópolis y el stand que más les gusta es el de los dinosaurios gigantes. Usa transporte público subsidiado, paga prácticamente nada de luz y gas, de nuevo por los importantes subsidios que reciben esos servicios de parte del Gobierno Nacional. Pareciera que todas las políticas están dirigidas hacia él y a su grupo familiar. Es un trabajador honesto, que no va a ningún acto político y al que no sobornan "ni con un chori ni con un plan". Es libre de esas ataduras y de esas simplificaciones. Sinceramente, cree que este es un gobierno que, por fin, pensó en gente como él. No hubo ajustes, no hubo presiones, no hubo despidos masivos, no fajaron a los trabajadores, no hubo reducciones en las jubilaciones... No se come el relato. Sabe que eso es verso para generar mística. Tiene mucho más calle que yo (y que vos, lector), así que no pienso subestimarlo. Es cierto que cuando la escucha a Cristina despotricar contra los Estados Unidos o contra el FMI, un poco se alegra y sonríe. Es que por las recetas mágicas de esos tipos, quedamos como quedamos.

Una aclaración: entre entender o empatizar y estar de acuerdo, hay un trecho. Yo no coincido con su mirada, pero la respeto. Desde su perspectiva, lo que él ve, es absolutamente válido. Sólo entendiéndonos entre nosotros vamos a saltar la grieta y, ojalá, construir puentes de diálogo y respeto. Quizás por sentirse en el centro de una política que lo tuvo en cuenta minimice las otras muchas cosas de este gobierno que son desastrosas. Realmente desastrosas. En un país sin diferencias étnicas ni religiosas, nos dividen las ideas. Esas que no debatimos porque están ausentes en la oferta electoral. Pero que alcanzan para hacernos parte de una tribu enemiga, radicalmente superior y diferente. Desde ahí, difícil tarea nos aguarda. La lógica maniquea que impuso este gobierno se instaló en la cultura. Y eso es, por lejos, lo peor que nos pudo haber hecho. Perdimos la capacidad de ver los grises. Daltónicos, sólo vemos blancos y negros, tuyos o nuestros. Amigos o enemigos. Ese mismo trabajador sufre la inseguridad mucho más que yo, vecino de Coghlan. Una inseguridad que mata porque el control lo tomó la droga. Y en esa espiral de violencia, hasta perdimos la capacidad de indignación, que no es otra cosa que reaccionar ante el tratamiento indigno de un semejante: nos blindamos. Nada rompe el tejido social más que la desconfianza. Ni los countries ni las rejas: las actitudes. Ni siquiera podés ayudar a una señora mayor en la calle por miedo a que te toque y te drogue con la burundanga. Todos contra todos. No mires, no discutas, no grites, no te pelees y, por sobre todo, no te metas. Porque mirá si hablás y... Si te metés, y... Si reaccionás, y... Vivir con miedo. Esa no es una buena vida. Y esa es la vida de ese trabajador, y la mía. Y este gobierno nacional, que ha hecho cosas que a mí me gustan, generó condiciones para que vivamos con miedo de todo y con miedo de todos. Y yo no quiero vivir más así.

No es "sólo" la inseguridad o la cultura de la confrontación: es la sensación de impotencia frente al reclamo justo. Los oídos ensordecidos por el grito militante, ajenos a las necesidades de un pueblo que clama por justicia y paz. Justicia que tiene que garantizar un poder independiente, al que no hay que manosear con manejos turbios y facciosos. Al que tampoco hay que perseguir ni asesinar. Injusticia que se vuelve impunidad cuando los culpables se lavan las manos con la sangre de gente que fallece viajando a su trabajo. Quizás algún familiar de ese trabajador con quien empatizo haya estado en el tren 3772, chapa 16, del Sarmiento aquella mañana (que, lamentablemente, "no fue un día del fin de semana") en que los frenos no frenaron y se murieron más de 50 personas y quedaron mutiladas otras tantas, en la estación de Once. Y los culpables, sin condena. Y los que debían controlar, enriquecidos ilícitamente. Y esa es una historia de las miles donde la última palabra la tienen los que roban y los que matan por omisión. Por eso decimos que la corrupción mata. No es un eslogan, es un hecho: la gente se murió aplastada. Así de feo mata. Y nos equivocamos si pensamos que hay un "estado ausente". Todo lo contrario, quizás esté demasiado presente: es una presencia perversa y mafiosa del estado. Es el estado el que se encarga de estructurar los negocios de las mafias y del crimen organizado. Son las fuerzas de seguridad y los organismos de control los que pasan a cobrar por los talleres clandestinos, los puteríos y las cocinas de los narcos para hacer caja, enriquecer funcionarios y para solventar los gastos de las campañas (sucias). Me lo han dicho esas mismas víctimas: todas las semanas pasaba la policía a cobrar. En otro nivel, lo mismo sucedió con quienes debían controlar a los ferroviarios... Y lo mismo sucede en otros tantos ámbitos de nuestro país con los órganos de control y con las licitaciones, por tomar esos casos. Y eso es muy injusto. La corrupción se sistematizó y yo no quiero más ese país de la impunidad y del dolor.

Y más allá de la corrupción asesina y de la impunidad que avasalla la república (o sea, la división de poderes y la justicia), me duele la pobreza de tantas personas y, sobre todo, de tantos chiquitos, que son la mayoría de esos pobres. Porque la corrupción no sólo mata, sino que, para colmo, es tremendamente injusta e ineficiente para adjudicar recursos. Y lo triste es que así como antes desaparecieron personas y hasta se "secuestraron los goles", hoy invisibilizan a los más vulnerables. ¿No es, acaso, perverso? ¿Cómo se aborda un problema que no existe? La negación implica, necesariamente, el mantenimiento de una situación. Si niego el problema nunca lo voy a solucionar. Así, la pobreza avanza y engulle a un porcentaje cada vez mayor de personas. La inflación se come sus ingresos. Primero los suyos. La inflación, al igual que una fiera de las que viven salvajemente en las selvas, devora primero a los más débiles. Y, ¿cuál es la inflación? De nuevo, ese número también lo hemos negado...

El doble discurso caló profundo en el hueso de la Patria. Al punto de que nos imaginamos una patria grande que involucre a toda América Latina, pero nos llevamos mal hasta con los uruguayos, que no pueden estar más hermanados a nosotros y ser tan parecidos en tantas cosas. Y mientras todos los países de la región se alían y buscan negociar en conjunto, nosotros denostamos los compromisos asumidos (Mercosur), nos encerramos y hacemos alianzas cuestionables con los actores más nefastos del mundo, como Venezuela e Irán. Y podría escribir otros tantos párrafos explicando qué cosas no quiero que continúen. Pero con estas es suficiente. Definitivamente, y sin siquiera entrar a mirar la no-gestión de la Provincia de Buenos Aires, Scioli no es una opción para mí. Comentario aparte: quizás sea mi propia limitación la que me impida imaginarme a un gobernante fuerte, honesto y eficiente en aquel que ha vivido arrodillado. ¿Cómo se pone de pie quien está acostumbrado a obedecer estoicamente?

Entonces... me queda el cambio.

El cambio justo es un buen eslogan, pero que representa a un candidato que no me interpela. Es un candidato que fue parte de este gobierno y cuyo itinerario político es tan cambiante que ya no sé que pensar cuando habla de un cambio "justo". De la UCeDé al peronismo, sin escalas. Menemista. De ahí, kirchnerista. Después, anti-kirchnerista, para volverse, por fin, massista. Qué complicado. ¿Cuáles son los principios y los ideales de este hombre, sino las ansias de poder, desde el espacio que mejor le convenga? No me parece ilegítimo, a priori, ser un servidor público durante dos gestiones de partidos diferentes. Uno puede construir desde los consensos y los puntos de encuentro. Pero cuatro cambios en quince años me parece demasiado, más cuando dos de ellos implican pasar de una tesis a la antítesis. ¿Qué es el cambio justo para alguien que de kirchnerista se vuelve un crítico acérrimo? ¿Cuál es la justa medida del cambio? En ese caso, fue bastante radical. La gestión de Massa en Tigre se pareció a la de tantos barones del conurbano, que mezclaron la publicidad del partido que gobernaban con la del partido del que eran parte... Un ejemplo: los carteles de +cloacas o +calles usaban el mismo signo "más" (+) que los carteles partidarios que identificaban su apellido "+A" o "Massa". Lo común, lo propio, todo mezclado. Massa fue incapaz de mantener a su tropa mancomunada y sufrió una fuerte dispersión, en un espacio nuevo de menos de seis meses. Es cierto que conviven, en su Frente, personas de diferentes proveniencias, como Adrián Pérez (de la Coalición Cívica, y un ex pollo de Carrio), Facundo Moyano (el hijo de don Hugo que quiere hacer su propio camino y que ya no quiere ser reconocido como hijo de don Hugo) y barones fuertes del conurbano, entre otros. Es un espacio plural. Pero acéfalo. Y no me garantiza la tan temida gobernabilidad, por más que se considere "peronista". Una a favor: Es el espacio que más propuestas hizo. Quizás no sean realistas o no dependan del poder ejecutivo, pero, al menos, dijo lo que pretendía hacer. Punto a favor.

¿Y qué decir del frente Cambiemos? De las tres opciones, la mejor me parece la de Mauricio Macri. Sanz y Lucas Llach hicieron el esfuerzo de proponer políticas públicas. La suya es una campaña de propuestas. Un oasis en el medio de está aburridísima campaña gestual... Y si bien me simpatizan, el radicalismo no me representa. Lilita Carrio me parece una persona valiosa pero que no creo que sea capaz de gestión. En última instancia, no creo que ninguno de lo dos sean capaces de ganar la interna del frente. Me queda, entonces Mauricio Macri. Quienes me conocen saben que no soy un fanático irracional. Quizás en muchos ámbitos políticos no esté bien visto hacer críticas del espacio del que uno participa. Yo no lo concibo de otra manera. No me imagino en un espacio donde rija la obediencia debida o, como le gusta decir a Gustavo Vera, el código de Omertá. Mi familia de origen es muy linda, pero no es perfecta; mi matrimonio es bárbaro, pero lejos de ser perfecto; mis amistades son entrañables, pero no son, de nuevo, perfectas. Nadie es perfecto. Por tanto, ningún espacio político es perfecto. Y, justamente por eso, puedo observar las imperfecciones y los errores grotescos o garrafales. Soy libre de hacerlo desde el saber que se construye desde la crítica y se mejora desde la aceptación de lo que falta.

Así, ni el PRO ni Mauricio Macri son perfectos. Su gestión tuvo aciertos y errores. Y, de la misma manera como comencé destacando (sólo algunas de las) cosas que me gustaron del gobierno kirchnerista, enumero (sólo algunas de) aquellas que no me agradaron de la gestión (o de su ausencia) en la Ciudad de Buenos Aires. En la Ciudad hay un problema estructural con la vivienda. El acceso a la vivienda está denegado para un número importante de personas y las políticas públicas hicieron nada (o muy poco) para solucionar este flagelo. Cientos de miles de personas alquilan, mientras que otros tantos viven en asentamientos. El acceso al crédito hipotecario está plagado de obstáculos, reduciendo la oferta a sectores altamente vulnerables (con topes de crédito tan bajos que no deben existir viviendas en la ciudad que tengan precios tan bajos) o a sectores de alto poder adquisitivo. La clase media, bien gracias. Si bien se urbanizaron el barrio INTA (ex villa 19), Los Piletones y el Barrio Pirelli, a la vez que se relocalizaron algunas familias que vivían en el camino de sirga del Riachuelo, la urbanización de las villas y la escrituración de las viviendas son aún grandes deudas pendientes. Sí, es el gobierno que más urbanizó en seis décadas, pero no alcanza. El nivel de gasto en publicidad es desmesuradamente alto y, definitivamente, una cosa es promover cambios culturales o de conducta (lo que, necesariamente, implica informar) a través de publicidades y otra es aparecer personalmente explicando las medidas. No me queda clara cuál es la postura del partido en temas centrales para mí, como el del aborto, por ejemplo. Por último, no me gusta que las mismas empresas ganen siempre las licitaciones. No me consta algo ilegal ni ilegítimo, pero me incomoda explicar(me) los motivos para que eso suceda. Intuitivamente, me hace ruido.

Como en todo en la vida, a pesar de las cosas que me incomodan y no me gustan, encuentro que M. Macri es la mejor opción, y no por descarte, sino porque positivamente demostró que es un buen gobernante. Fue capaz de proponer ideas disruptivas a problemas de difícil solución, como el de la movilidad, proponiendo un plan para la Movilidad Sustentable, que implicaba cambiar el paradigma y volcarse del auto hacia el transporte público, la bicicleta y la peatonalización. A pesar de que nadie, ni propios ni ajenos, lo vieron con buenos ojos, el tiempo le dio la razón. El Metrobús redujo los tiempos de viaje enormemente y las bicicletas son cada vez más usadas. Y lejos de ser una gestión de lo superficial, de los globos y las bicicletas, se metió de lleno en el tema de la educación, construyendo escuelas, principalmente en el sur más pobre, garantizando el acceso universal a sala de 4 y casi universal (alrededor del 90%) a sala de 3. Mientras que a nivel nacional la gente sigue volcándose hacia la escuela privada, la tendencia en la ciudad es inversa: la gente vuelve a la escuela pública. ¿Por qué? Porque de las más de 500 escuelas con riesgos edilicios graves que recibió el PRO en 2007, después de arreglar todo, se pasó a un sistema de gestión y detección temprana de los problemas edilicios, para evitar que esto vuelva a suceder, nunca. Y el foco está puesto en el desafío de la calidad, la enseñanza de nuevos idiomas y la natividad digital de los alumnos. Ser honesto consigo mismo implica evaluarse para conocer los límites y, desde allí, mejorar. Eso es coraje, humildad y honestidad. Saber que no estamos bien, reconocerlo y poner los medios necesarios para cambiarlo. Ojalá se hubiera hecho esto, y mucho antes, a nivel nacional, cuando los resultados de los exámenes de PISA (y otros) no paran de darnos cada vez peor. Es largo, pero lo que más destacó está resumido acá: se modernizó totalmente al SAME, se mudó la sede del gobierno a Parque Patricios, se implementó una política de distritos para favorecer el desarrollo económico de los barrios a partir de sus fortalezas, se implementaron medidas de gobierno abierto, se estimula el emprendedorismo, se trabajó hacia la transparencia de los planes sociales, se inauguró una policía totalmente nueva y se ejecutaron obras hidráulicas importantísimas para evitar el problema de las inundaciones. Es una de las gestiones más potentes que tuvo la Ciudad, innegablemente. Gobernó siempre sin mayorías absolutas, lo que obligó al espacio a ceder, negociar y debatir. Nadie se creyó dueño de una verdad absoluta, fomentando así la capacidad de escucha.

Mi experiencia me mostró que, en este partido, prima el sentido común. Que las decisiones se piensan y se debaten. No hay monarcas ni nobleza. Tampoco hay miedo. Por eso, no tengo miedo de que si gana Macri, borre todas las cosas buenas que reconozco que hizo el kirchnerismo. Priman el sentido común y la intención de hacer las cosas bien y para el bien de nuestro pueblo. Sin dudas, se va a mantener la AUH, aunque probablemente se mejore en su implementación. Lo mismo con muchos planes. Eso quizás no le guste a los punteros, pero ese es otro cantar. La discusión sobre privatización y estatización es una discusión estéril: lo que importa es la eficiencia con la que se gestionan esas organizaciones. Me da lo mismo si Aerolíneas Argentinas es o no estatal, siempre y cuando se maneje con honestidad, eficiencia y sentido social. Eso lo puede hacer un privado tan bien como el estado. La discusión tiene que pasar por el rol que asuma el estado: si la aerolínea es estatal, tiene que gestionarla bien; si es privada, tiene que controlar. Así de simple.

No le tengo miedo al cambio porque estoy seguro de que lo que va a cambiar son las cosas que dañan mi país, como el autoritarismo y la vanagloria. Por eso me ilusiona la idea de cambiar. Tuvimos doce (para trece) años de gobierno kirchnerista y, hoy, las cosas no están muy bien en varios sentidos. Tuvieron su oportunidad, durante tres gestiones consecutivas. ¿Qué pueden hacer en una cuarta que no hayan intentado hasta ahora? ¿Qué ideas nuevas, qué novedades, qué oportunidades? Como el jugador que está en el calor del partido, nadie quiere dejar la cancha, pero somos nosotros los que empezamos a percibir que el triunfo depende de hacer los cambios necesarios a tiempo. El partido se juega en la cancha de la Historia. Sinceramente, creo que hacen falta equipos y no liderazgos caudillescos ni heroicos. Creo que hace falta apertura para nuevas ideas y nuevas maneras de hacer las cosas. Creo que hace falta transparencia en las cuentas públicas y mucho orden. Que hay que generar confianza y atraer inversiones que generen trabajo. Y creo que el PRO es el más capaz de hacer esas cosas.

Hay muchas cosas más para destacar de la gestión del FPV en los últimos 12 años, como para criticar de la gestión del PRO en los últimos ocho. Sin embargo, estoy convencido de que es el momento para girar, para cambiar -conservando los aciertos-. La humildad pasa por reconocer lo que el otro ha hecho mejor. El compromiso es mantener lo bueno. Esa lógica me gusta. Me parece más humana, más abierta al diálogo y, por fin, infinitamente más democrática.

Ayer no llegué a compartir la foto de Mauricio Macri para el cierre de campaña, ni el #YoLoVotoaMM. Pero me parece que, con esto, alcanza.




sábado, 21 de marzo de 2015

Sin celular

Nunca me imaginé que en una situación límite, como la de un asalto a mano armada, alguien me pudiera hacer una pregunta tan profunda y conmovedora:

- ¿Cuánto vale tu vida?

Como es imposible interpretar sin contexto, resumo: estaba sentado en el auto intentando sacar plata de un bolsillo demasiado hondo mientras Guadalupe, un poco nerviosa, pensaba que enviudaba a menos de una semana de empezar a llevar anillo. Salió un billete de diez. No me pensaba morir mirando a Manuel Belgrano. "¿Acaso vale diez mangos? Dale o te cago a tiros". Si hubiese salido un billete de 50, con la cara de Sarmiento, qué se yo, al menos hubiese sido un final más poético para un educador...

Estaba extrañamente calmo. No me volví loco, ni tuve miedo. No lloré, ni reaccioné. No nada. Me concentré en obedecer. Ascéptico, frío e indiferente. ¿Resignado? ¿Inconsciente? Me frustró más el vacio institucional y policial; las jurisdicciones arbitrarias que inhabilitan a un oficial a cruzar una vía; la incapacidad de respuesta inmediata, que el hecho en sí. Me puso más nervioso el intento posterior de Guadalupe de controlar una situación incontrolable que el haber sido despojado de algo propio. Más allá de los sentimientos, la pregunta sigue estando ahí, aquí, ahora: ¿Cuánto vale mi vida? ¿Cuánto vale la tuya? Qué buena pregunta.

No se trata de cuantificar porque si me diera por resultado un número, calculado en función de un montón de variables económicas, sinceramente me daría lo mismo a nivel subjetivo. Es cualitativo el asunto porque la respuesta es existencial: ¿cuánto significa? ¿Cuánto la valoro? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cómo mido, yo, ese valor?

No tuve la suerte de ver mi vida como en una película que pasa en segundos. Lo mío es siempre más trabajoso. Después de cenar acaecieron los recuerdos y el instinto inconciente que me llevó a mirar mails viejos: desde el 2003 en adelante. En el 2006 un speed con vodka salía 8 pesos. Ocho pesos... Por eso no hay que cuantificar la respuesta, o sino me dan la respuesta en dólares, viejo.

Y el viaje virtual, de casi cuatro horas, no fue nostalgia. Fue un lento transitar hacia la gratitud. Hacia descubrir que la vida me malcría. Que la viví BIEN porque la viví querido, lleno de proyectos, posibilidades y alegrías. Que los malos momentos, mirados desde acá, pierden toda vigencia. Que el dinamismo que sigue convocando es el del perdón. Y recién ahí, sólo ahí, lloré. Y no de miedo.

No sé cuánto vale mi vida, pero el servicio que me brindaste sin intención, caco de Belgrano, armado y nervioso, es francamente impagable. Por eso, a vos también te agradezco. Tu pregunta me valió mucho más que un celular y 300 pesos (de 2015).

¡Salud!

PD: no intenten ubicarme en el celular...

jueves, 22 de enero de 2015

Carta abierta a CFK (sobre la muerte del fiscal Nisman)



Excelentísima y no muy estimada Presidente, Cristina Fernández de Kirchner. Considerando que es Ud. una asidua usuaria de las redes sociales, he decidido enviarle este ¿breve? (el uso de los signos lo copio de Ud.) texto con algunas impresiones personales y críticas constructivas. 

Hay un viejo dicho que se le atribuye a Groucho Marx, pero que parece que es original de M. Twain, que dice que es preferible quedarse callado y parecer estúpido, que hablar y despejar toda duda. Yo no sé quién la asesora, si es que Ud. necesita ser asesorada en cuestiones de imagen (imagen personal que, nobleza obliga, hasta hace unos días seguía siendo muy buena para un sector considerable de la población), pero la están asesorando, francamente, mal. O quizás, como insinúa Graciela F. Meijide, está siendo Ud. asesorada por los enemigos (o, más grave aún, por H. Timerman); cosa que no me parecería ilógica considerando la cantidad de amigos, que luego fueron sus enemigos, que volvieron a ser sus amigos nuevamente, con quienes finalmente se terminó de enemistar, que ha tenido a lo largo de su vida pública. Qué se le v´hacer, son los vaivenes de quien ve la política de manera maniquea. En fin, debe ser difícil vivir aislada en el poder sin saber en quién confiar ni a quién creerle. Créame que la compadezco.

Volviendo, digo que la están asesorando mal, en mi humilde opinión, porque criticable o no criticable, Ud. y su marido esquivaron bultos importantes durante sus años de presidencia en la soledad del sur (las tragedias de Cromagnon y de Once, por citar dos que fueron y siguen siendo particularmente dolorosas). Cuando la sociedad reclamaba estadistas que aportaran seguridad y paz, simplemente desaparecían ante la inmensidad de estos problemas y la cara la ponía otro. No tenían que hacer malabares imposibles, como Scioli. Simplemente no estaban. Y la verdad que mal no les fue. 

Sin embargo, algo cambió. Después de ser acusada por el fiscal que investiga la causa de la AMIA hace 10 años (fiscal que puso su marido durante su presidencia, ¿se tratará, acaso, de uno de esos agraciados/desgraciados que cayó en la dialéctica de amistad/enemistad? Quién sabe... no es fácil preguntarle ahora a un suicida/no-suicida) de dirigir el encubrimiento de los culpables del mayor atentado de la historia argentina y de que este fiscal falleciera, en circunstancias "dudosas", el día anterior a presentar las pruebas ante los legisladores y representantes del Pueblo de esta Nación, ha optado Ud. por hablarnos, a todos, a través de Facebook y Twitter. Citándola, permítame decirle que pensé -aunque lo hice en español, pero prefiero la cita original ya que, como explica en su carta respecto al inglés, la economía de vocabulario tiene sus ventajas-: "Oh my God, it´s too much!" Pensé eso por el medio que Ud. eligió para hablarle al Pueblo argentino: necesitábamos, idealmente, una conferencia de prensa, pero nos conformábamos con una cadena nacional. Su carta no era tan larga, como explicó Aníbal Fernández, como para que la usara. Recuerdo con mucho cariño la cadena de 3 horas, muy didáctica por cierto, cuando nos explicó el afano de Papel Prensa por parte de los medios hegemónicos durante la dictadura. Esos sí que eran chorros y se quedaron con lo ajeno SIN hacer uso de la circular 1050 del Banco Central ni de otros mecanismos institucionales de los dictadores genocidas. Ante todo, ¡Verdad, Memoria y Justicia! El medio, en el fondo, es un medio. El problema mayor se presentó cuando leí la carta... Y más complejo me resultó todo cuando leí la segunda carta, publicada hoy. Groucho Marx, o Mark Twain, tenían razón: a veces es preferible el silencio. Dice Ud. que la denuncia del fiscal llegó a sus manos al mismo tiempo que al resto de los argentinos y que eso es un saludable signo democrático. Sin dudas, pero más saludable hubiese sido que el fiscal viviera para hacer su presentación ante el Poder Legislativo. Bueno... ¡no nos quedemos con los detalles! Es imposible satisfacer a todos. 

Lamentablemente, como dijo la fiscal Fein, no había rastros de pólvora en las manos de Nisman. Y hay que admitir que es raro dejar una lista de supermercado para el Lunes, cuando uno el Lunes planea estar muerto. Ni hablar de pedir prestada un arma cuando se es dueño de otras dos, una de mayor calibre -a veces el tamaño sí importa-, o de enviar fotos de escritorios cargados de resaltadores y textos, signo de la preparación de una presentación que no se tiene planeado hacer. Coincido con Ud. y me sumo a su convencimiento (el de 80% de los argentinos desde el principio -que serían algo así como todos los habitantes de nuestro suelo, exceptuando a los funcionarios públicos y empleados estatales, dentro de los cuales cuento a periodistas, comentadores de internet profesionales y a Alex Freyre, que no sé bien cómo catalogar y sería una mezcla de mal gusto de todo lo anterior): no se trató de un suicidio. "El suicidio no es suicidio" podría, tranquilamente, ser una máxima hegeliana o una estrofa del Indio Solari, un poco más Nac&Pop. El punto, Sra., es que Ud. era la primera acusada de encubrir a un régimen semidictatorial y un tanto teocrático por un atentado terrorista... Y el muerto que la acusaba no se suicidó. Qué problemón. Quizás, digo, sería bueno que su próxima carta (si ya usó Facebook y Twitter, la podríamos divulgar por Instagram o por Pinterest), nos explique a todos, con sumo detalle, porqué Ud. no tiene nada que ver. Y que aporte todas las pruebas necesarias para su efectiva defensa. Los datos de exportaciones, etc. no sirven de mucho porque el fiscal alcanzó a explicar, con sus últimos suspiros, que el pacto había caído en desgracia porque somos tan ineficientes que necesitamos ayuda hasta para delinquir. Lamentablemente, recae sobre Ud. un manto de tremenda sospecha. No alcanza con tratar de embarrar la cancha "involucrando" al PRO (vía Moscariello) o al multimedios Clarín (ya sea por sus tapas en el diario homónimo o por las actividades comerciales de algún directivo ignoto): hay que hacerse cargo. Ya que está en ese plan y como Ud. bien dice: "los socios comerciales, a diferencia de la familia, sí se eligen", sería apropiado que hiciera algunas aclaraciones en ese sentido... Insisto, no sé quién la asesoró, pero ¡Ud. se mete sola en cada una! ¿Será aplicable, también en Argentina, eso que se escucha en las películas del imperio: "todo lo que diga puede y será usado en su contra en los tribunales"? Esperemos que no... Sino, no se preocupe, está Burlando. Perdón por la familiaridad, Burlando es un abogado, no la cagada de risa que se están pegando del pueblo hace años. 

Aprendo de los mejores, por eso, al igual que en su carta, gusto de ir mencionando temas que no tienen nada que ver y dando consejos que nadie me pidió... Vuelvo al asunto de este fiscal presuntamente suicidado/asesinado. El hecho de que el Secretario de Seguridad, máximo responsable -de hecho, porque nadie sabe quién se sienta en el sillón de Ministro en ese ámbito- de la seguridad del fiscal, haya entrado al departamento antes que la jueza, no hace más que multiplicar nuestras dudas. No ahondemos en el organigrama, pero ¿los sectores acusados son los mismos que los que se suponía que debían proteger al fiscal? La lista de irregularidades es demasiado extensa como para enumerar cada cuestión en esta carta. Pero sabe de lo que le hablo. Hay mucho para aclarar. Ahora que ya dio la cara, mi no muy estimada Sra. Presidente de mi sí muy querida y estimada Patria, lamentablemente va a tener que aclarar todo; garantizar la investigación a fondo (o "a full", como prefiera), tanto de las acusaciones de Nisman como de su dudosa muerte; habilitar el juicio de los iraníes prófugos; romper relaciones con el país de los asesinos (especialmente ahora que ya no necesitamos con tanta urgencia el petróleo, que nos faltaba a causa de la no-inversión que siguió a la aplicación de políticas de subsidio y energéticas incorrectas, durante la gestión de su esposo); crear comisiones de investigación; pedir el desafuero de todos aquellos que no pueden ser juzgados por estas cosas; entre muchas otras cosas que sus ¿buenos? asesores deberían recomendarle para demostrarle a todo el mundo, al Pueblo argentino (único y verdadero soberano) y sobre todo, a Ud. misma, que vivimos en una república y que lo nuestro es una democracia en serio. 

No la aburro más con esta carta, Dra., porque la apremian responsabilidades mayúsculas y no quiero que pierda tiempo leyendo una carta en Facebook. Aprovecho para desearle un muy feliz 2015, que, como vemos, ¡arrancó con todo! Atentamente,

Santiago A. Sena

miércoles, 21 de enero de 2015

Contra la Jihad, Filosofía

Fides et Ratio, una carta Encíclica escrita por Juan Pablo II en el ´98, comienza afirmando que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Fe y razón son, por lo tanto, no sólo inseparables, sino complementarias. Esta premisa, que parece muy alejada de la realidad social y política actual, tiene tremendas implicancias para la vida en común y la forma de entender las relaciones con los otros en los ámbitos religiosos. 

Para la teología católica la fe supone (y eleva) la razón y es lícito interrogarse respecto a la racionalidad de la fe. Dios nos dio la razón y es, análogamente y en cierta medida (la medida de nuestra capacidad, dada por nuestra naturaleza), inteligible. Si bien Dios es infinitamente más, en toda categoría, que cualquier conceptualización racional, podemos captar algo de ese misterio prácticamente inasible: se puede conocer algo de Dios racionalmente. La fe, por tanto, no es un dominio ajeno a la razón ni es algo irracional. Considerando estas afirmaciones, la escolástica cristiana, cuyo mayor exponente es Santo Tomás de Aquino, tendió puentes entre la filosofía clásica griega, la tradición cristiana y el mensaje bíblico. Gracias a esta "helenización" de la fe, el cristianismo descubrió que no actuar racionalmente (según nuestra naturaleza, con prudencia, con justicia, etc.) es contrario a Dios, por citar las palabras de Benedicto XVI en el (en mi opinión, injustamente) denostado discurso del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona en el 2006. 

Si bien la escolástica tardía debilitó la síntesis entre fe y razón lograda por sus predecesores, los gérmenes de este pensamiento ya estaban presentes, en general, en la tradición cristiana. Más tiempo le tomo al cristianismo hacer carne estas ideas en su obrar concreto y mundano. Por este motivo, porque una cosa es saber y otra cosa es hacer, Juan Pablo II pidió perdón en el año 2000 por muchos errores históricos de la Iglesia. La Iglesia, una institución conformada por hombres, muchas veces había tenido comportamientos que suponían un "anti-testimonio" y eran, francamente, contrarios a la razón y a cualquier principio ético universal o religioso. 

¿Qué tiene que ver esto con la relación entre fe y violencia? Una de las raíces de la violencia religiosa (no la única) está en el fideísmo que excluye a la razón. Si la fe es un ámbito irracional, la conversión y el obrar en general en cuestiones religiosas, quedan exentos del análisis racional, que no debe entenderse ni reducirse solamente a racional-científico. Todo es justificable en nombre de la fe, incluso la violencia. Obrar "irracionalmente", transgrediendo los límites de la razón, queda justificado y explicado desde una mirada que el no creyente no puede comprender. El fideísmo que acepta la ultra-trascendencia de la divinidad, lleva en sí los gérmenes de la intolerancia y la incomprensión, de la hermenéutica literal de los textos sagrados y de la aceptación muda y acrítica de los mandatos religiosos. Y esto, en los tiempos postmodernos, choca grandemente con la forma de vida de las sociedades occidentales.

Algunas ramas del Islam podrían explicarse a la luz de estos conceptos. La aceptación acrítica y la "incuestionabilidad" absoluta de los mandatos heredados, la interpretación literal de algunos pasajes del Corán, la intolerancia hacia quienes piensan, creen, sienten y viven de manera diferente a la propia y, finalmente, la violencia irracional justificada en pos de un ideal superior que no puede ser comprendido con la sola luz de nuestra razón. Obrar irracionalmente no es contrario a la fe para estas ramas del Islam. Y justamente allí aparece una oportunidad para el mundo musulmán, hacia la construcción de una paz duradera en el largo plazo: la filosofía. Nuestras armas: las palabras y los conceptos, los razonamientos de la lógica y el debate. Contrapuesto a un universo de verdades impuestas, la paradoja, la incertidumbre de la doxa y la pluralidad de las opiniones. Y que se entienda, no es la crítica furibunda de una filosofía que permanece ajena al misterio religioso, sino la estructuración conceptual armoniosa de la filosofía, al servicio de la interpretación más fiel del mandato religioso.

Las mismas armas se deben utilizar no sólo para el islamismo, sino para diversas corrientes del cristianismo no católico que poseen la misma aversión a la disquisición filosófica y a la helenización de la fe y se apoyan en un fideísmo extremo que excluye a la razón de su identidad religiosa. Quizás así, no sólo logremos un mundo más tolerante religiosamente, sino también más civilizado, en el sentido clásico del término.

martes, 20 de enero de 2015

El silencio de la verdad

"Sólo sé que no sé nada", más que una máxima socrática, es la descripción más fidedigna del sentimiento de todos los argentinos desde el domingo a medianoche. Alberto Nisman, el fiscal que hace sólo unos días había acusado a la Presidente, al Canciller, a un diputado nacional y a dos referentes sociales ligados al poder, de encubrir a los culpables del mayor atentado que sufrió la Argentina en su historia, murió en circunstancias que generan dudas en la opinión pública. Nisman ya no está: fue silenciado para siempre.

Cuando las instituciones no hablan, cuando no hay respuestas claras a interrogantes fuertes, cuando un manto de sospecha, complicidad o encubrimiento rodea los acontecimientos, cuando un tufo a injusticia se apropia de la opinión de las personas, y cuando no aparece de manera evidente y clara la obviedad de la verdad, no saber es el sentimiento más cabal. Y cuando no se sabe, empiezan las opiniones y las interpretaciones. Hay ruido.

En general, lo que sucede es que la muerte causa estupor, dolor, sorpresa y recogimiento. Causa silencio. Frente a la inamovilidad incuestionable de la ausencia, callamos. Respetamos. Nos recogemos en la quietud. Silenciamos las broncas, bajamos la guardia, escuchamos, pensamos, acompañamos o lloramos. No hacía falta ser radical para respetar la muerte de Alfonsín ni kirchnerista para bajar la guardia cuando falleció Néstor Kirchner. Es natural reaccionar así.

Pero cuando en vez de chocarnos con la irrefutabilidad de una verdad evidente como la muerte, reina la incertidumbre, esa ausencia se convierte en todo lo contrario: en frustración, en debate, en movilización, en bronca, en hermenéutica, en caos. Frente a la duda, búsqueda de respuestas. Frente a la ausencia de respuestas, la exigencia de que aparezcan los responsables y aquieten nuestros reclamos. Un poco como el Lunes en Argentina, donde estallaron las interpretaciones, los medios, las redes sociales y las calles.

La sociedad no va a acallar su frustración, salvo que se de una respuesta cierta y verdadera. De la misma manera que no calla aún frente a la injusticia irresuelta del atentado a la AMIA ni, yendo más atrás, al destino de muchos compatriotas que siguen sin aparecer. No puede haber quietud, paz, justicia ni silencio, allí donde no hay verdad. Mentir, o interpretar facciosamente (no veo la diferencia con mucha claridad), lejos de aplacar, rebela y enoja.

Nisman fue silenciado, quizás, porque poseía evidencias que iban a deshabilitar el debate, que eran tan ciertas y evidentes que no iban a posibilitar interpretaciones disímiles. Nisman fue silenciado y nos dejó a todos más lejos de la verdad y, por tanto, más lejos de la paz, la justicia y la quietud del silencio. 

Seguiremos inmersos en el ruido de las interpretaciones hasta que no se muestre qué es lo que pasó. Otra vez, somos espectadores de un teatro cuyos protagonistas hablan una lengua desconocida y cuya interpretación final nos es esquiva. Ojalá algún día conozcamos la verdad. Sólo así vamos a poder silenciar la pasión y Nisman va a descansar, finalmente, en paz.

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Cómo convivir con el Islam?

¿Es posible convivir democráticamente con quien no comparte los fundamentos de la democracia?
¿Cómo se juega un juego donde los participantes usan diferentes reglas, simultáneamente?
¿Hay valores esencialmente democráticos que excluyen de la democracia a las personas que no comulgan con ellos? ¿Se debe renunciar a la propia identidad para alcanzar un parámetro de vida en común y consensuado? ¿O se debe afirmar la identidad de cada uno como a cada uno le plazca y exigirle a los demás que la respeten y toleren?

En concreto, en un país democrático, abierto, igualitario: ¿cómo se gestionan las identidades individuales y colectivas? ¿Debe el islámico debilitar su identidad para adaptarla a la forma de vida de un país europeo? ¿Debe el cristiano negar algunos de sus dogmas para evitar el choque con algunas formas de vida contemporáneas? ¿Debe el judío entender que algunas de sus costumbres son, a la vista de los ojos del hombre postmoderno, anticuadas e, incluso, "mutilantes"? ¿Debe el occidental laico, escéptico, crítico, o lo que fuere, dejar de ser irónico respecto a las creencias de los demás y limitar su libertad de expresión? ¿O debemos, todos, aceptar que cada uno tiene su forma de vida específica y respetarla? ¿Eso incluye respetar lo que consideramos insostenible, como la desigualdad entre hombres y mujeres, en nombre de una forma de vida diferente a la propia? Y si eso es inaceptable, ¿cómo convivimos con quien piensa diferente? Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Imponemos nuestros valores? ¿Toleramos la intolerancia? ¿Cuál es el límite? ¿Imponer nuestros valores no implica dejar de ser lo que somos? Y, sobre todo, ¿cuáles son nuestros valores? Ni siquiera pudimos ponernos de acuerdo respecto a eso. La libertad como bien absoluto termina por imponerle a todas las identidades un debilitamiento de lo propio en función de un consenso común. La libertad como bien absoluto es, además, una identidad determinada que se camufló de exigencia universal para la convivencia, pero no deja de ser eso: una identidad más, entre otras. No es una conditio sine qua non para la vida en común. Es una postura ideológica fundada filosóficamente en el relativismo. Llamemos a las cosas por su nombre, sino, no nos vamos a entender nunca.

Mientras tanto, un par de asesinos mataron a doce personas, quizás trece, de una revista francesa que era punzantemente irónica y políticamente provocativa. Los mataron por las cosas que publicaron. Los mataron por pensar como fueron educados para pensar y expresarlo con libertad. Los mataron por jugar dentro de los marcos y límites de la democracia. Quizás los mataron por ser occidentales, si es que estas cosas definen lo que somos. "Vengaron al profeta", si es que el profeta, acaso, hubiese querido ser vengado, pero esa es otra cuestión. Chocaron dos paradigmas, dos cosmovisiones, dos formas diametralmente diferentes de entender, sentir y vivir en el mundo. ¿Pueden, acaso, convivir? ¿Cómo?

En el contexto de estos acontecimientos, la respuesta a todos estos interrogantes es urgente. Y necesaria.

En mi opinión, el problema no son las ideas, sino las personas. Existen católicos, judíos, islámicos, escépticos occidentales, hinchas de Boca, homosexuales, zurdos y fachos tolerantes, inclusivos y abiertos; y también existen personas con esas mismas creencias y formas de vida que son intolerantes y violentos. La solución a los problemas de convivencia no pasa por negar las identidades particulares, sino por educar afectivamente a las personas.

Construyendo sobre esa roca, quizás se haga realidad la afirmación según la cual el amor es más fuerte que el odio. 

"El amor es más fuerte que el odio"

martes, 11 de noviembre de 2014

Los desafíos de la innovación

"Levanten la mano aquellos que comen carne" - pidió Rob Nail, uno de los fundadores de Singularity University, al grupo de personas que colmaban el auditorio Buenos Aires, en el complejo BA Design, la semana pasada durante el Festival de Innovación Social (FIIS). Quizás había algún vegetariano a quien no distinguí, cuyas manos permanecieron estáticas, pero la multitud levantó la mano (algunos, incluso, las dos). Quedó claro que "comer carne" es parte de la identidad del "ser argentino". Ante esa respuesta, el conferencista retrucó: "¿cuántos de Uds. comerían carne cultivada en un laboratorio?" Esta vez, casi todos acompañaron al ignoto vegetariano en su quietud: sólo se levantaron unas poquitas manos.

Hay algo que incomoda al pensar en comer carne cultivada en un laboratorio. Suena a que está mal. Es cacofónico. Hace ruido. Desarmoniza. No es natural. No cuadra. La carne viene de la vaca y ojalá que la vaca venga del campo y no de uno de estos feed lots que están de moda ahora. Así es como son las cosas. Punto. ¿Qué necesidad de cultivar carne en un laboratorio? Y la justificación, que deslumbra por su lógica tanto como espanta la idea de comer carne artificial, es evidente: a medida que las condiciones de vida de millones de personas mejoran en el mundo, la demanda de carne aumenta y la producción de carne es demasiado ineficiente en el uso de recursos naturales como para incrementarse en la misma proporción al aumento poblacional. O sea, se usa demasiada agua para que nos llegue el bife al plato. Además, los animales suelen ser alimentados con granos, que también podrían ser consumidos por personas, y cuya elaboración requiere el uso de más agua y de pesticidas y demás químicos. En fin, parece que con los métodos que usamos hasta ahora, un kilo de carne nos sale muy caro en términos de recursos naturales. Y frente a un problema ambiental y social: innovación.

Parto desde el supuesto, que como buen supuesto es, a mi entender, obvio, de que el mundo cada vez requiere más la capacidad de pensar distinto, de cuestionar las reglas y de proponer soluciones novedosas. Pensar desde otro lado. Pensar de nuevo. Al mazo y volver a repartir: olvidarnos de los supuestos. Acordarnos de los supuestos y cuestionarlos. Jugar a cambiar. Imaginar. Romper lo obvio. Proponer cosas diferentes y nuevas: innovar.
La técnica, la disponibilidad de información y la tecnología, con su avance exponencial, hacen que podamos soñar con cosas que antes eran imposibles. Se nos abre un mundo de posibilidades prácticamente ilimitadas. Y frente a un mundo que es pura incertidumbre, porque todas las reglas pueden cambiar radicalmente en un tiempo relativamente corto, ¿qué hacer? Por ejemplo, formar a un médico toma una década. Este año, tal como cuenta Kenneth Cukier, gracias a la enorme disponibilidad de información que existe, cargaron en una computadora los datos de miles de biopsias, para que la computadora, mediante un proceso de aprendizaje automatizado, identificara y luego predijera qué porcentaje de las células de diferentes biopsias eran cancerosas y qué porcentaje no. La computadora pudo descubrir los doce signos que predicen si en una biopsia de células (de mama) hay, de hecho, cáncer. Lo increíble fue que la literatura médica sólo conocía nueve. Identificó tres nuevos patrones de la enfermedad, sobre los 9 ya conocidos hasta ahora. O sea que lo hizo mejor que nosotros en todos los sentidos. Hay una desproporción entre los diez años de formación de un médico y una máquina que aprende sola y que en un tiempo tan corto supera la inteligencia colectiva de gente máximamente formada en una ciencia. Frente a un mundo que cambia así, de nuevo, ¿qué hacer? ¿Qué criterios usar para tomar decisiones importantes, como por ejemplo, qué estudiar?

Quizás parezca inverosímil, o imposible. O algo que van a ver nuestros nietos, pero no nuestra generación. Los cambios suelen ser más lentos. ¿Cómo una máquina va a hacer mi trabajo, que requiere de un elemento distintivamente humano? Y pienso que quizás, antes de la revolución industrial, había gente que pensaba que era imposible que su oficio fuera reemplazado, de manera infinitamente más eficiente, por una máquina. Actividades llenas de sentido y estrictamente nuestras, como la jornada de trabajo en el telar o el cansancio del agricultor. ¿Cómo puede una máquina reemplazar al hombre? Pero pasó. Ya pasó. Y así como pasó para los oficios manuales, quizás nos toque ahora a nosotros, los profesionales, sufrir las consecuencias del avance tecnológico, en la forma de robots y máquinas que pueden hacer las cosas mejor que nosotros. Es casi seguro que no vayan a reemplazar completa y absolutamente, pero sí a cambiar las reglas del juego de manera radical.

Frente al avance irrefrenable de esta onda tecnológica, como decía Schumpeter, se va a dar un proceso de destrucción creativa, que consiste en que muchas profesiones van a desaparecer o a disminuir enormemente su demanda, para que surjan profesiones nuevas. Lo mismo le pasó, algún día, al que revelaba rollos de fotos o al que arreglaba ruedas de carretas. La vida tiene movimiento...
 
Predecir cuáles van a ser, por ejemplo, esas profesiones del futuro, es complejo. Nadie sabe a ciencia cierta si esas proyecciones van a ser realidades, ni en cuánto tiempo. El mundo va a cambiar y eso es inevitable. Pero más allá de eso, quizás sea una oportunidad para emprender la vuelta a aquellas cosas que son, en el fondo, lo más alto de la producción cultural del hombre; aquellas que son inasibles, tienen un dejo de misterio y nos abren a lo más hondo y verdaderamente humano de nuestra existencia. Si una máquina va a hacer las cosas técnicas mejor que nosotros, perfecto, que lo haga. A nosotros nos quedan las maravillas del arte, la poesía, la música, la filosofía y tantas otras cosas que, dicho mal y pronto, no sirven para nada. En el buen sentido: no están al servicio de nada útil. Las hacemos por amor. La hacemos porque nos elevan. Las hacemos por que sí. Las hacemos porque, quizás, nos acerquen a ese infinito que tanto anhelamos. En esos contextos no competimos, disfrutamos en conjunto. Admiramos. Nos regocijamos en los bienes que los demás nos proporcionan. Nos encandila la belleza de una obra o de un poema. Una reflexión nos invita a meditar y cuestionarnos. Descansamos en esa melodía que nos interpela. Es, en mi opinión, una forma superior de sociedad y de convivencia, no atada a pasar por arriba del otro, sino a colaborar.

Un futuro híper tecnológico, pero alejado de estas cosas, tiene gusto a poco, es vacío, y por tanto, triste y alienante. Y, además, es insostenible, porque innovar requiere de las potencias más inherentemente humanas: la inteligencia, la creatividad, el amor, la libertad. Potencias que se desarrollan con mayor dinamismo, riqueza y vigor en contacto con el bien, la verdad y la belleza.