viernes, 9 de noviembre de 2012

Del circo de la realidad a la construcción del sí




Obelisco (Cdad de Buenos Aires), 8/11/2012

"En el circo de la realidad, 
solo hay reflejos de la realidad, 
se desinforma de la realidad, 
todo se compra, en realidad. 

Hay una verso de la realidad,
que no es verso ni es realidad, 
un guiñapo de la realidad, 
apenas".

Pedro Guerra



Pregunta filosófica si las hay. ¿Qué es "la realidad"? Y teorías, créanme, hay muchas. Y de los más variadas. Que es una construcción social, impuesta o consensuada. Que no la podemos conocer. Que no hay "realidad" ahí afuera (afuera de la mente de quien conoce). Que somos todos parte de un sueño divino. Que la realidad "es producida" por quienes tienen el poder para imponerla, y dominar, a los otros. Que está ahí, dada, y que algo de ella podemos captar con nuestros sentidos y nuestra inteligencia. 

¿Entonces? ¿Qué es la realidad? 

El debate filosófico ya lleva 2.500 años, por lo que supondrán que no pretendo resolver la cuestión en estas poquitas líneas. Pero la pregunta filosófica me lanza a mi realidad concreta: hic et nunc; aquí y ahora; Argentina, 9N. ¿Qué es la realidad? 

El primer problema es que la palabra "realidad" se puede entender de muchas maneras. Es cierto que la realidad es una. Sin embargo, las interpretaciones sobre lo que pasa, pueden ser muchas. Los hechos son siempre los mismos, pero muchas veces, las personas los entienden de maneras diferentes. Si esto nos pasa cuando chocamos con el auto en alguna esquina, al entreverar argumentos y puntos de vista con puteadas, ¿Qué nos queda para entender algo como el 8N? 

¿Qué pasó ayer? ¿Quién está interpretando mejor la realidad? El hecho es que se manifestaron cientos de miles de personas en diferentes puntos del país. Hasta acá, vamos bien. (Quizás alguno diga, ya interpretando, que no eran cientos de miles, sino solo cientos o miles, y que no eran personas, sino gorilas, pero bueno, parto de la base de que nunca se puede conformar a todos, menos a los que tienen miradas -interpretaciones- tan creativas de la realidad). 

En general, los hombres podemos conocer los hechos, des-cubrirlos, de-velarlos (quitarles el velo que impide verlos frente a frente, mover aquello que los cubre para poder conocerlos, tal cual son) y por eso solemos ponernos de acuerdo sobre muchas cosas: porque vemos lo mismo. Sin embargo, no siempre es así. Y resulta que vivimos en una sociedad de medios de comunicación, donde todos presentan una mirada de la realidad. Y lo mejor, esta mirada tiene intencionalidad, por lo que no solo se muestra lo que "yo veo", sino lo que "yo quiero mostrar". Pucha, como nos vamos alejando de los hechos. 

Un párrafo para los filósofos: cuando llegó la televisión, hubo quienes temieron que los medios de comunicación se convirtieran en un gran 1984, bajando línea mediante un Gran Hermano totalitario, que uniformara las mentes de los tele-videntes para hacerlas una sola. Desde esta perspectiva, hay quienes tienen miedo a que pocos controlen muchos medios. Sin embargo, me parece que Vattimo la vió mejor cuando dijo que los medios de comunicación, lejos de unificar las mentalidades, iban a fragmentarlas, presentando miles de nuevas voces e identidades que complejizaran la realidad, a tal punto que nadie supiera bien qué es.  Él lo lleva un poquito más, diciendo que se aliviana el ser, para que acaezca el nihilismo. Salvo esta última parte, a mí me parece que hoy estamos más de este lado que del otro. 

Volviendo al 8N, ¿qué pasó? El hecho, más o menos, quedo presentado arriba. Pero interpretaciones hubo muchas. Que era un grupo de golpistas. Ciudadanos sin representación. Marcha organizada políticamente por la oposición y por Clarín. Ciudadanos auto.convocados. El pueblo ("si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?"). Los anti K/cipayos. Grupos de ultraderecha. Gente bien vestida. La clase media. Los argentinos que trabajan para mantener un modelo agrietado y agonizante. Los que marchan por la paz. Gente de bien que ya está cansada. 

Y ante tamaña confusión, donde todos me muestran una realidad intencionada, ¿a quién creerle? En este contexto, ¿podemos pretender conocer la realidad que nos presentan los medios? Personalmente, intento escuchar diferentes voces, para así poder hacerme una mirada más completa de lo que me quieren mostrar y tener más elementos de juicio. Pero no siempre se puede hacer eso. Y, además, una cosa sería ver "diferentes interpretaciones intencionadas", otra muy diferente es que detrás de cada medio haya un grupo de poder al que no le importa la verdad, sino el poder. Donde lo que importa, en el fondo, es imponer una visión del mundo, un paradigma, un relato, una construcción simbólica, lo que sea. Una idea, ver las imágenes (que también se presentan intencionadamente) sin escuchar las interpretaciones. Otra, quizás un poco mejor: cuando lo que va a pasar todavía no pasó, si tenés la posibilidad de ir a verlo con tus propios ojos, de caminarlo, de recorrerlo, de hablar con la gente, de sentir el clima, hacelo. Al menos vas a tener una mirada personal del asunto, una interpretación con menos ruido y más luz. Por eso Pedro Guerra habla del circo de la realidad... Un circo, donde hay puestas en escenas, donde las cosas se compran, se negocian y se consensúan atrás del escenario y donde nosotros, los espectadores, los que alimentamos este circo, somos un poco engañados (y no hay mentira más efectiva que la que está mezclada con la verdad). 

Y el tema todavía tiene millones de aristas sin revisar, pero me interesa profundizar en una más. Es fácil que te malinterpreten cuando sos parte de un movimiento donde el que se queja por la inflación y el cepo cambiario está al lado del que perdió un familiar en Once o el que fue víctima de la inseguridad. El que pide que se respete a las Fuerzas Armadas camina con quien no quiere que toquen a la Justicia y el que está en contra de las mentiras del Indec golpea una cacerola con los que se hartaron de la corrupción. Está bueno que haya lugar para todos. Pero habría menos posibilidades de "ser interpretados" si el movimiento no fuera "contra ............" (llene a piacere: la Re-Re, Oyarbide, la corrupción, el avasallamiento de las libertades individuales, etc.) y pasara a ser "a favor de..........". Más que nada, porque estar "en contra", estar indignados, enojados, hartos, es una posición que limita. Estar a favor nos mueve desde el deseo de construir, de ser, de estar mejor, de progresar, de crear. Y ese impulso, además de mucho más difícil de malinterpretar, es sostenible en el tiempo y, por lejos, un movimiento más creativo, sano y constructivo. 

Ojalá que, todos, como sociedad, como Argentina, caminemos desde el circo de la realidad, a la construcción del sí. Ojalá. Para eso, vamos a tener que comprometernos, ser astutos (para que no nos vendan buzones), ser creativos, seguir proponiendo, ser generosos y seguir poniendo la otra mejilla, seguir laburando y, aunque suene a frase de alguien más, estar unidos, y organizados. 






lunes, 3 de septiembre de 2012

La última carta

Se fue la abuela. Y qué rápido pasó. La noticia me puso inmensamente triste. El sentimiento de soledad, de pesadez, de amargura, tocó la puerta, y se instaló por un rato. Duele y confunde corroborar la irrefutabilidad de la desaparición. Ya no está. Se fue. 

Después de haber vivido un año con ella, me había copado el corazón. Okupa afectiva, usurpó todo. Y si bien no tengo remordimientos, porque le dije que la quería cada vez que nos vimos, porque fui siempre cariñoso, porque hablamos, compartimos comidas, la cuidé y me dejé mimar, sí me duele no haberme podido despedir en una buena charla. Hasta la muerte anunciada nos golpea y nos deja pasmados. Nunca terminamos de estar del todo preparados para la ausencia. 

No voy a hacer una catarsis. Este no es el espacio, ni este teclado el medio para hacerlo. Los abrazos y las miradas están afuera. Sí, quizás, pueda resignificar la pérdida, tratar de empezar ese trabajo que es llenarla de sentido. Es lo único que nos queda ante el vacío y el dolor, llenar la ausencia de sentido, evitar que el dolor sea causa de más dolor y tratar, como cada uno pueda, de crecer. 

Hace un año hice un ejercicio. Pensaba "¿Cómo me gustaría ser recordado?" Y la verdad es que me gustaría que me recuerden como una persona feliz. Ojo, no me quiero morir. Tengo la ambición de hacer muchas cosas todavía. Muchísimas. De hecho, vivo ilusionado, proyectando y trabajando, apostando a la vida, convencido de que los cambios dependen de la voluntad firme y del esfuerzo. Quiero aportarle un granito de arena al país. Para eso sigo estudiando. Quiero ser "muy bueno", en lo que sea que haga, para poder dar lo mejor. Siempre tengo propuestas para la vida. Nunca nos aburrimos. Pero entiendo que no todo depende de mí. Y que la muerte, aunque indeseable, es caprichosa. Y que puede venir. Sí. 

Ese ejercicio era una carta. La carta que le hubiese escrito a todos, si se me acabara la vida. La carta no es más que un ejercicio. Estoy lejos de poder entender lo que significa el vértigo de ya no estar. Sin embargo, aunque no lo entienda del todo, no quiero dejar de decirles esto, que es lo que me hubiese gustado que sepan si no me podía despedir, en una buena charla. Te cagué muerte. Porque me podrás sorprender, pero "hombre prevenido, vale por dos". No dejo de decirle a nadie lo que le quiero decirle. Ahí va ese experimento: 



Queridos todos,

                           Hoy, por fin, ya no tengo miedo.

Es doloroso. En su momento me enojé y lo consideré injusto. No me quiero morir. Supongo que casi nadie se quiere morir. Pero nadie, absolutamente nadie, puede evitar la muerte. Porque, aunque cueste decirlo, todos vamos a morir. Hoy me toca a mí. Y por fin puedo aceptarlo en paz.

Se trata de dejar de ser esto que soy y pasar a vivir en el recuerdo de quienes me amaron y en los hábitos que haya podido inculcar en los jóvenes que eduqué. Y esto, lejos de ser poca cosa, fue lo que llenó mi vida de sentido, energía, alegría y esperanza. Esto y Dios, claro. Uds. saben que siempre fui un tipo creyente. 

Puede que algunos de ustedes piensen que como ya no me van a ver, yo no voy a estar. Se amargan pensando en que me voy “para siempre”. Eso no es cierto, yo siempre voy a estar. En aromas, en canciones, en recuerdos, en paisajes, en lágrimas -al principio por el dolor de mi partida, pero después, de a poco, lágrimas que se empiezan a mezclar con la risa de alguna anécdota graciosa. Y al final, lágrimas de alegría, por haber tenido la oportunidad de poder compartir un pedacito de vida juntos-. Y voy a estar, sobre todo, porque tengo la certeza inamovible de que la muerte no tiene la última palabra. Es un paso, una puerta, un atardecer, un otoño invernal, una transición. Las imágenes son miles pero van todas a lo mismo: la vida sigue. Para mí y también para ustedes. Sí, para ustedes especialmente, recuerden esas palabras cuando estén tristes, “la vida sigue”. Yo creo que quien muere no muere. Tengo tanta certeza de eso que nunca lo puse en duda. El mundo y la vida serian tan cósmica y universalmente injustos si eso fuera de otra manera. Y con este tiempo contado que tuve en el mundo pude hacer lo que quise. Pero como creo que esta vida no corta todo mi ser, estoy seguro de que todo lo que hice y hago, lo hago para la eternidad. Y así las cosas tienen otro gustito. Y esta seguridad, lejos de encadenarme, me libera de la manera más radical.

El miedo paraliza y corta las posibilidades de crecer. Por suerte yo ya no tengo miedo. Ustedes tampoco lo tengan. No les voy a pedir que se alegren, pero tengan la esperanza de que voy a estar bien y, aunque les moleste escucharlo, sepan que, a pesar (pero también a causa) del dolor, van a crecer.

No se puede vivir la vida pensando obsesivamente en la muerte. Pero tampoco se puede vivir la vida como si la muerte nunca fuera a llegar. No somos omnipotentes ni eternos. Nos vamos a morir. Y no hay nada de malo en eso.

Lo importante es qué hacemos, qué hicimos en realidad, con todo este tiempo “injustamente” recibido y regalado que tuvimos en el mundo. Y pueden enojarse por mi partida o por la suya propia, pero nunca se olviden que viví estos años felizmente. Felizmente no quiere decir sin dolor. Quiere decir, justamente, feliz. Y por lo único que me podría llegar a enojar (si es que algo me enoja allá a donde voy) es por el hecho de que me recuerden enojados o sin sonreír. No se olviden que hay motivos para la amargura, pero muchos más motivos para la esperanza.

Soy joven. Y si la muerte es un misterio doloroso, la muerte joven parece un misterio doloroso e injusto. Admito que durante un tiempo lo viví así, pero con el discurrir de los meses y después de aguzar la mirada, en un silencio un poco contemplativo, descubrí algo que me hizo vivir la muerte de otra manera. Todos saben que yendo a casa hay un boulevard. No sé quién habrá sido el paisajista que decidió plantar esos árboles ahí, pero definitivamente no era un gran paisajista. Faltando un mes para el otoño, esos árboles, cuyo nombre nunca supe, ya están absolutamente pelados. No les queda una sola hoja. Mientras que los demás árboles y plantas gozan de una salud verdísima y frondosa, nuestros árboles del boulevard ya se rindieron frente a la estación que se aproxima. Pasados el otoño y el invierno, esperamos ansiosamente la resurrección. Sin embargo, nuestros árboles del boulevard no florecen rápido. Recién para fines de Octubre alguna hojita empieza a vencer la timidez y toma la iniciativa que recrea el ciclo de la vida. Caminando por donde vivo, aprendí que hay un sinfín de verdes y matices. En el fondo, devele un misterio singular, que es que, en nuestro parecido, no somos todos iguales y, sobre todo, no todos tenemos los mismos tiempos. Quizás yo no hubiera podido resistir el florecer eterno que tiene el pino, que termina por nunca ser mirado ni valorado, como le pasa a tantos ancianos hoy, en nuestra sociedad tan negada al dolor. Quizás esa hubiera sido una peor muerte para mí. Cada cual tiene su ciclo, su ritmo y su tiempo. Y créanme que este tiempo fue más que suficiente para poder florecer y dar vida. Puede que mi verdoso esplendor sea corto a criterio de otros, pero fue suficiente para mí. Y yo estoy agradecido y contento –y más que contento, feliz- frente a la posibilidad de haber podido crecer junto a ustedes. Sin saber mucho de botánica, puedo afirmar que fui feliz junto a la fuerza de roble de papá y a las raíces que hacen tierra como el ombú, de mamá. Que mis hermanos, con la simpleza no siempre valorada del pasto, estuvieron siempre, siempre, a pesar de toda complicación estacional, al lado mío. Me siento agradecido de la alegría del palo borracho que me transmitieron mis amigos. Y la vida me regaló una orquídea, la flor más valiosa y de más difícil acceso, que fue quien adornó mi torpeza y disimulo mis límites, Guadalupe.

El dolor se va a ir, va a pasar porque es humo, es vano y, cuando menos lo notemos, va a desaparecer. Para mí y para ustedes. Lo malo es siempre temporal y pasajero, pero mi agradecimiento a cada uno de quienes estuvo conmigo en esta vida tan linda, es eterno. Gracias por haber compartido su vida conmigo. Realmente me hicieron muy feliz. Los quiero y los voy a seguir queriendo, siempre. Y si algo les deseo, sobre todas las cosas, es muchísima paz y la capacidad de, aunque duela, desprenderse del deseo que los ata a querer que fuera eterno. Déjenme ir, en paz.

Los espero y los quiero, hasta luego,

Santi

martes, 26 de junio de 2012

La primera es gratis


En la Argentina, en este momento, se debaten diferentes proyectos de ley que tratan el tema del consumo de drogas. 

¿Legalizamos? ¿Despenalizamos? ¿Dejamos de sancionar? ¿Son todas las opciones la misma cosa?

Buen hábito de filósofos, aclaremos qué entendemos por cada cosa así podemos discutir tranquilos y sobre lo mismo. Entiendo que legalizar, despenalizar y dejar de sancionar no son la misma cosa. Legalizar quiere decir que las drogas pasan a ser parte del mercado igual que los yogures, el mate y la carne picada; desde su producción hasta su distribución y venta serían legales. Pienso que sería un disparate absolutamente insostenible, porque en nuestra economía de mercado, a mayor oferta, menores precios: lo que es igual a consumo masivo garantizado; que como consecuencia apareja un gasto público desorbitante, entre otras varias consecuencias sociales. Por suerte, ningún proyecto propuso eso, lo que habla bastante bien de nuestros legisladores. Hay quienes piensan que un mercado fuertemente regulado y con impuestos muy altos puede ser una buena respuesta, pero ¿dejar en manos del Estado la producción de marihuana (ni hablar de las demás drogas)? ¡Qué miedo! Quizás funcione en Uruguay, pero en Argentina... Despenalizar es modificar la legislación para que el consumo personal de droga no sea pasible de una sanción penal (descriminalizar): algunos de los proyectos están enmarcados en esta visión. Por último, dejar de sancionar, sería la propuesta por la cual el consumidor/adicto no es pasible de ningún tipo de sanción, ni penal ni administrativa ni de ningún otro orden; algunos proyectos están en esta línea. Nota: en general, los proyectos no hablan de marihuana, sino de "droga". 

Personalmente, estoy en contra de cualquiera de las tres alternativas anteriores, pero si me viera obligado a elegir, lo menos malo me parece la despenalización. De todas maneras, si bien el prohibicionismo es una política ineficaz, sigue dejando en claro que el Estado tiene una posición al respecto, desfavoreciendo el consumo al sostener que no es algo bueno ni a nivel personal ni social. Yo creo que el Estado no es una cosa impersonal que debe, solamente, garantizar los derechos básicos y dejar que cada uno haga lo que se le canta en el ámbito personal (atenti quienes piensan esto para fundamentar el consumo y después putean al liberalismo...). Sí pienso que el Estado tiene un rol educativo para la ciudadanía y lo que "aprueba o desaprueba", tiene una función pedagógica. Lo legal se afianza en la sociedad. De hecho, nota del otro día de uno de los diarios de la Corpo, desde el "caso Arriola" (fallo de la Suprema Corte que no penaliza el consumo), en la Ciudad los jóvenes aumentaron el consumo un 17%. El mensaje no puede ser nunca que se favorece el consumo, porque eso acerca a mucha gente a la droga. El otro presupuesto desde donde escribo es que la droga no es igual al alcohol o a las drogas de uso corriente para tratar enfermedades. Hay literatura para mostrar que la marihuana, por ejemplo, es menos dañina que un vaso de Cindor y literatura en la otra vereda que dice que te deja esquizofrénico. No sé dónde está la verdad, pero sí sé que forma parte del género amplio de las drogas, que es un canal de entrada hacia las demás porque practicamente nadie empieza consumiendo otra droga cuando se inicia en ese camino y que dejarla es más difícil que dejar los cigarrillos, porque el nivel de adicción que provoca es mayor. Para mí, eso es suficiente como para distinguirla. Abierto al debate. Aclaración: pongo el ejemplo de la marihuana porque la amplia aceptación social que tiene y por ser considerada la más "blanda" de todas. Los proyectos, en general, no distinguen, y cuando hablan de despenalización, la ley corre igual para el paco, la marihuana, la cocaína, etc. 

Habiendo aclarado los presupuestos desde donde escribo... Pensemos. En el fondo, todos los argumentos que escuché en el debate sobre las drogas, suponen una posición ética determinada que, voluntaria o involuntariamente, no blanquean. No hace falta ser un gran filósofo para poder señalar en qué paradigma se apoya cada postura, pero sí es importante que cada uno de nosotros piense desde dónde quiere pensar la realidad, en términos de "bueno y malo", de bondad o maldad moral. 

- En primer lugar, hay quienes dicen que al legalizar el consumo de droga y dejar de lado el prohibicionismo (que busca el utópico ideal de alcanzar una "sociedad sin drogas"), va a atentar contra los narcotraficantes y los grandes carteles y que, paralelamente, se le puede fijar altos impuestos al nuevo mercado, garantizando el tratamiento de los adictos. Esto en ética se llama consecuencialismo moral. En el fondo puedo decidir si algo es "bueno o malo", por las consecuencias que se desprenden de esa decisión. Legalizar es bueno porque va a haber menos mafias y narcotraficantes, que es algo malo. Es una variante más del famoso principio maquiavélico que sostiene que el fin puede hacer justos los medios, cualesquiera sean. Esta afirmación es parte de la ética utilitarista, que determina la bondad o maldad de algo, según la utilidad (o no) que tengan sus consecuencias. 

- "El consumo es personal y no le jode la vida a nadie. Todo ciudadano puede hacer lo que quiera con su vida". Mmmm, sí, pero hasta ahí. No creo que exista una sola acción que no sea social. Ni una. Hasta el acto más enroscado en la propia subjetividad, como la masturbación, te remite siempre, al menos a nivel de pensamiento, a un otro (o "a una otra", al menos). El consumo no es "personal" porque va a causar mayor gasto público, por ejemplo, al atender las enfermedades y males asociados a cada droga en particular. Y más plata en salud, quiere decir menos plata en... Lamentablemente es un trade off porque los recursos del Estado son limitados. ¿Un vicio personal para justificar menos plata en Educación? Quiero ver quién pelea esa batalla. La ética de fondo es la individualista, la que sostiene que los actos son de y para el individuo que actúa, nada más. Si este fuera el principio, nadie podría obligar a los motoqueros a usar casco, por ejemplo, y entre otros muchos más.

- "Hay que despenalizar porque no hay que criminalizar al adicto, que es un enfermo". Es un argumento muy fuerte, con el cual estoy en cierta medida de acuerdo. Pero aclaremos, despenalizar no es dejar de sancionar. Es dejar de sancionar penalmente, nada más. No quiere decir que el adicto no siga siendo una persona enferma, que necesita ayuda, necesita Estado, necesita salud, presencia, atención, tratamiento, seguimiento: básicamente, necesita guita de todos para superar su adicción. Por sobre todo, banquémonos decir que consideramos al drogadependiente una persona enferma. Sino es una canto a la hipocresía. Separo "consumo social" de adicción. Pero aclaro que me parecen muy border. Conozco varios casos de personas que saben mantenerse equilibrados en la cornisa, pero el principio prudencial se descascara bastante en muchas otras oportunidades. Cada uno sabrá dónde está parado. Una pregunta, esta vez práctica a la vez que ética, que vale la pena hacerse, es si el Estado tiene hoy los recursos suficientes para recibir a las personas con problemas de consumo. Si la respuesta es negativa, tenemos al progresismo gobernando para Palermo... Quizás haya sido por eso que a Vicky Donda le fue muy bien con la clase media y media alta, cuando veddetizó la campaña y llenó la Ciudad de afiches de su foto y un cartel que dice que se quiere portar mal (y después nos quejamos de la instrumentalización de la sexualidad y de mujer, ¡empecemos por casa chicas!). Si se descriminaliza el consumo pero no se le dan al adictos otras posibilidades para que se recupere, se lo está condenando. ¿Esto es progresismo? Ah la pipetuá... Y el muerto lo terminan agarrando, para variar, las organizaciones sociales y, principalmente, la Iglesia. Aunque a más de uno le moleste, es así. 


Cartel para promocionar la candidatura de la legisladora Victoria Donda, en 2011. 
- Para terminar, me parece que falta una propuesta que surja de una ética más personalista. Una que tenga en cuenta que todos los actos del hombre están cargados de un sentido ético profundo, que lo acercan al o lo alejan del perfeccionamiento de sus potencialidades y capacidades. Quizás si lo viéramos así, la droga, lejos de parecer un elemento inofensivo, sería un obstáculo para el desarrollo más pleno de una persona. Qué se yo, por lo menos así lo veo yo.

Dejo "n" temas sin tratar porque me parece un tema muy interesante y del que todos tendrán algo para decir. 

martes, 21 de febrero de 2012

Decime Google

"El que avisa, no traiciona". Estoy pesadamente filosófico. Bienvenidos a la mente de un filósofo.

Soy de la primera camada que egresó del secundario con esa modalidad que a los argentinos nos duró unos años, importada de España (donde también había fracasado), a la que le pusimos Polimodal.

Para el Polimodal, ya a los quince años podías elegir una especificación general sobre la cual quisieras enfocar los últimos tres años del secundario. En el colegio había tres posibilidades de especificación: en ciencias económicas, en ciencias exactas o en ciencias humanas.

Quizás sea un accidente estadístico, quizás no. Pero repasando las caras de la foto de todos los compañeros con quienes compartí los últimos tres años de Polimodal, veo la diversidad, enorme, de elecciones de vida/profesiones/caminos/viajes/etc. de todos los que elegimos estar "en C", en Humanas.

Y muchos caminos quiere decir muchas búsquedas. Parece que todos estábamos buscando algo. Evidentemente, buscando algo distinto: un camino particular. Respondiendo a una vocación específica, única, personal. Después de todo "vocación" viene de vocare, que en latín significa llamado. Y los llamados pueden ser colectivos o particulares, pero es siempre uno el que decide responder o no a eso, personalmente, desde sí mismo. Pero, más allá de la diversidad y de las diferencias, desde profesionales hasta axiológicas, ¿buscamos realmente cosas distintas? ¿qué estamos buscando?

Creo que la única forma de "ser en el mundo", es la de buscar. Incansablemente, respondiendo a ese deseo interior por saber, por vivir, por ser. (Yo avisé que estaba muy filosófico...). Que no quiere decir que considere que hay cosas que son de una determinada manera y no de otra. Simplemente, describo un estado interior frente al mundo. El mundo no me alcanza.

Personalmente, nada me satisfizo de manera definitiva, nunca. Incluso aquellas verdades que considero inamovibles. Necesito más. No me colman, no me aquietan, no me alcanzan. Vale preguntarme, a mí mismo, entonces, ¿sos feliz? Y sobre todo, ¿qué es la felicidad? Quizás tenga que ver con la quietud del alma y con estar en paz. Contemplando, extasiado, lo perfecto. Estar quieto es no buscar, es estar bien en dónde estás. Entonces, aunque suene horrible, yo no soy feliz, no del todo. No absolutamente. Y creo que nunca lo voy a ser. Voy a un clásico, a un cráneo enorme, Aristóteles en la Ética, que escribió para su hijo: "la felicidad es ciertamente una cosa definitiva, perfecta y que se basta a sí misma, puesto que es el fin de todos los actos posibles del hombre". Me hago cargo, no siento esto. "Dirijo mi vida hacia", que no es lo mismo que "estar". Que no quiere decir que no esté contento, razonablemente satisfecho, muchas veces tranquilo. Es otra cosa que está picando ahí, más adentro.

Me vuelven esos recuerdos del Camino de Santiago, del peregrinar, del sentirme la imagen viva de una vida que camina, que busca, que no encuentra por más que avanza, que sigue, que sufre, que se alegra, que celebra, que llora, que extraña, que pierde compañeros, que encuentra nuevos, que se cuestiona todo, varias veces.

Y alguno quizás, ya escandalizado, se pregunte por Dios. San Agustín, otro gigante, lo decía así: "Nos has hecho Señor, para Tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí". Pero mi conocimiento de Dios y mi encuentro personal con Él también están atados a mi propia finitud, a la limitación de mi capacidad cognitiva y afectiva. Lo conozco y quiero desde mi humanidad, falible, chiquita e incapaz de conocer lo inasible. En otras palabras, por eso soy tan religioso, porque mi búsqueda nunca se agota, necesito más. Tal como si quisiera escudriñar cada rincón de un galpón enorme con la sola luz de un fósforo. El misterio es demasiado grande como para que pueda entenderlo, jamás. Y como esa visión que me da el fósforo, particular y concreta, no me alcanza, sigo buscando esa quietud, esa paz, eso que decidí llamar felicidad. Por lo que dice San Agustín, quizás no lo encuentre de este lado y tenga que esperar, porque el encuentro verdadero se da después del gran salto. Definitivamente, habrá que esperar. Y seguir. Buscando. Siempre.

Lo bueno, me parece, es que no estoy solo. A Bono le pasa lo mismo. Chupate esa mandarina. Aunque creo que somos muchos, muchos más que dos...