Se fue la abuela. Y qué rápido pasó. La noticia me puso inmensamente triste. El sentimiento de soledad, de pesadez, de amargura, tocó la puerta, y se instaló por un rato. Duele y confunde corroborar la irrefutabilidad de la desaparición. Ya no está. Se fue.
Después de haber vivido un año con ella, me había copado el corazón. Okupa afectiva, usurpó todo. Y si bien no tengo remordimientos, porque le dije que la quería cada vez que nos vimos, porque fui siempre cariñoso, porque hablamos, compartimos comidas, la cuidé y me dejé mimar, sí me duele no haberme podido despedir en una buena charla. Hasta la muerte anunciada nos golpea y nos deja pasmados. Nunca terminamos de estar del todo preparados para la ausencia.
No voy a hacer una catarsis. Este no es el espacio, ni este teclado el medio para hacerlo. Los abrazos y las miradas están afuera. Sí, quizás, pueda resignificar la pérdida, tratar de empezar ese trabajo que es llenarla de sentido. Es lo único que nos queda ante el vacío y el dolor, llenar la ausencia de sentido, evitar que el dolor sea causa de más dolor y tratar, como cada uno pueda, de crecer.
Hace un año hice un ejercicio. Pensaba "¿Cómo me gustaría ser recordado?" Y la verdad es que me gustaría que me recuerden como una persona feliz. Ojo, no me quiero morir. Tengo la ambición de hacer muchas cosas todavía. Muchísimas. De hecho, vivo ilusionado, proyectando y trabajando, apostando a la vida, convencido de que los cambios dependen de la voluntad firme y del esfuerzo. Quiero aportarle un granito de arena al país. Para eso sigo estudiando. Quiero ser "muy bueno", en lo que sea que haga, para poder dar lo mejor. Siempre tengo propuestas para la vida. Nunca nos aburrimos. Pero entiendo que no todo depende de mí. Y que la muerte, aunque indeseable, es caprichosa. Y que puede venir. Sí.
Ese ejercicio era una carta. La carta que le hubiese escrito a todos, si se me acabara la vida. La carta no es más que un ejercicio. Estoy lejos de poder entender lo que significa el vértigo de ya no estar. Sin embargo, aunque no lo entienda del todo, no quiero dejar de decirles esto, que es lo que me hubiese gustado que sepan si no me podía despedir, en una buena charla. Te cagué muerte. Porque me podrás sorprender, pero "hombre prevenido, vale por dos". No dejo de decirle a nadie lo que le quiero decirle. Ahí va ese experimento:
Después de haber vivido un año con ella, me había copado el corazón. Okupa afectiva, usurpó todo. Y si bien no tengo remordimientos, porque le dije que la quería cada vez que nos vimos, porque fui siempre cariñoso, porque hablamos, compartimos comidas, la cuidé y me dejé mimar, sí me duele no haberme podido despedir en una buena charla. Hasta la muerte anunciada nos golpea y nos deja pasmados. Nunca terminamos de estar del todo preparados para la ausencia.
No voy a hacer una catarsis. Este no es el espacio, ni este teclado el medio para hacerlo. Los abrazos y las miradas están afuera. Sí, quizás, pueda resignificar la pérdida, tratar de empezar ese trabajo que es llenarla de sentido. Es lo único que nos queda ante el vacío y el dolor, llenar la ausencia de sentido, evitar que el dolor sea causa de más dolor y tratar, como cada uno pueda, de crecer.
Hace un año hice un ejercicio. Pensaba "¿Cómo me gustaría ser recordado?" Y la verdad es que me gustaría que me recuerden como una persona feliz. Ojo, no me quiero morir. Tengo la ambición de hacer muchas cosas todavía. Muchísimas. De hecho, vivo ilusionado, proyectando y trabajando, apostando a la vida, convencido de que los cambios dependen de la voluntad firme y del esfuerzo. Quiero aportarle un granito de arena al país. Para eso sigo estudiando. Quiero ser "muy bueno", en lo que sea que haga, para poder dar lo mejor. Siempre tengo propuestas para la vida. Nunca nos aburrimos. Pero entiendo que no todo depende de mí. Y que la muerte, aunque indeseable, es caprichosa. Y que puede venir. Sí.
Ese ejercicio era una carta. La carta que le hubiese escrito a todos, si se me acabara la vida. La carta no es más que un ejercicio. Estoy lejos de poder entender lo que significa el vértigo de ya no estar. Sin embargo, aunque no lo entienda del todo, no quiero dejar de decirles esto, que es lo que me hubiese gustado que sepan si no me podía despedir, en una buena charla. Te cagué muerte. Porque me podrás sorprender, pero "hombre prevenido, vale por dos". No dejo de decirle a nadie lo que le quiero decirle. Ahí va ese experimento:
Queridos todos,
Hoy, por fin, ya no tengo miedo.
Es doloroso. En su momento me enojé y lo
consideré injusto. No me quiero morir. Supongo que casi nadie se quiere morir.
Pero nadie, absolutamente nadie, puede evitar la muerte. Porque, aunque cueste decirlo,
todos vamos a morir. Hoy me toca a mí. Y por fin puedo aceptarlo en paz.
Se trata de dejar de ser
esto que soy y pasar a vivir en el recuerdo de quienes me amaron y en los
hábitos que haya podido inculcar en los jóvenes que eduqué. Y esto, lejos de
ser poca cosa, fue lo que llenó mi vida de sentido, energía, alegría y
esperanza. Esto y Dios, claro. Uds. saben que siempre fui un tipo creyente.
Puede
que algunos de ustedes piensen que como ya no me van a ver, yo no voy a estar. Se
amargan pensando en que me voy “para siempre”. Eso no es cierto, yo siempre voy
a estar. En aromas, en canciones, en recuerdos, en paisajes, en lágrimas -al
principio por el dolor de mi partida, pero después, de a poco, lágrimas que se
empiezan a mezclar con la risa de alguna anécdota graciosa. Y al final,
lágrimas de alegría, por haber tenido la oportunidad de poder compartir un
pedacito de vida juntos-. Y voy a estar, sobre todo, porque tengo la certeza
inamovible de que la muerte no tiene la última palabra. Es un paso, una puerta,
un atardecer, un otoño invernal, una transición. Las imágenes son miles pero
van todas a lo mismo: la vida sigue. Para mí y también para ustedes. Sí, para
ustedes especialmente, recuerden esas palabras cuando estén tristes, “la vida
sigue”. Yo creo que
quien muere no muere. Tengo tanta certeza de eso que nunca lo puse en duda. El
mundo y la vida serian tan cósmica y universalmente injustos si eso fuera de
otra manera. Y con este tiempo contado que tuve en el mundo pude hacer lo que
quise. Pero como creo que esta vida no corta todo mi ser, estoy seguro de que
todo lo que hice y hago, lo hago para la eternidad. Y así las cosas tienen otro
gustito. Y esta seguridad, lejos de encadenarme, me libera de la manera más
radical.
El
miedo paraliza y corta las posibilidades de crecer. Por suerte yo ya no tengo miedo.
Ustedes tampoco lo tengan. No les voy a pedir que se alegren, pero tengan la
esperanza de que voy a estar bien y, aunque les moleste escucharlo, sepan que,
a pesar (pero también a causa) del dolor, van a crecer.
No
se puede vivir la vida pensando obsesivamente en la muerte. Pero tampoco se
puede vivir la vida como si la muerte nunca fuera a llegar. No somos
omnipotentes ni eternos. Nos vamos a morir. Y no hay nada de malo en eso.
Lo
importante es qué hacemos, qué hicimos en realidad, con todo este tiempo “injustamente”
recibido y regalado que tuvimos en el mundo. Y pueden enojarse por mi partida o
por la suya propia, pero nunca se olviden que viví estos años felizmente. Felizmente no quiere decir sin dolor. Quiere decir,
justamente, feliz. Y por lo único que me podría llegar a enojar (si es que algo
me enoja allá a donde voy) es por el hecho de que me recuerden enojados o sin
sonreír. No se olviden que hay motivos para la amargura, pero muchos más motivos
para la esperanza.
Soy
joven. Y si la muerte es un misterio doloroso, la muerte joven parece un
misterio doloroso e injusto. Admito que durante un tiempo lo viví así, pero con
el discurrir de los meses y después de aguzar la mirada, en un silencio un poco
contemplativo, descubrí algo que me hizo vivir la muerte de otra manera. Todos
saben que yendo a casa hay un boulevard.
No sé quién habrá sido el paisajista que decidió plantar esos árboles ahí, pero
definitivamente no era un gran paisajista. Faltando un mes para el otoño, esos
árboles, cuyo nombre nunca supe, ya están absolutamente pelados. No les queda
una sola hoja. Mientras que los demás árboles y plantas gozan de una salud
verdísima y frondosa, nuestros árboles del boulevard
ya se rindieron frente a la estación que se aproxima. Pasados el otoño y el
invierno, esperamos ansiosamente la resurrección. Sin embargo, nuestros árboles
del boulevard no florecen rápido.
Recién para fines de Octubre alguna hojita empieza a vencer la timidez y toma
la iniciativa que recrea el ciclo de la vida. Caminando por donde vivo, aprendí
que hay un sinfín de verdes y matices. En el fondo, devele un misterio
singular, que es que, en nuestro parecido, no somos todos iguales y, sobre
todo, no todos tenemos los mismos tiempos. Quizás yo no hubiera podido resistir
el florecer eterno que tiene el pino, que termina por nunca ser mirado ni
valorado, como le pasa a tantos ancianos hoy, en nuestra sociedad tan negada al
dolor. Quizás esa hubiera sido una peor muerte para mí. Cada cual tiene su
ciclo, su ritmo y su tiempo. Y créanme que este tiempo fue más que suficiente
para poder florecer y dar vida. Puede que mi verdoso esplendor sea corto a
criterio de otros, pero fue suficiente para mí. Y yo estoy agradecido y
contento –y más que contento, feliz- frente a la posibilidad de haber podido
crecer junto a ustedes. Sin saber mucho de botánica, puedo afirmar que fui
feliz junto a la fuerza de roble de papá y a las raíces que hacen tierra como
el ombú, de mamá. Que mis hermanos, con la simpleza no siempre valorada del
pasto, estuvieron siempre, siempre, a pesar de toda complicación estacional, al
lado mío. Me siento agradecido de la alegría del palo borracho que me
transmitieron mis amigos. Y la vida me regaló una orquídea, la flor más valiosa
y de más difícil acceso, que fue quien adornó mi torpeza y disimulo mis límites,
Guadalupe.
El
dolor se va a ir, va a pasar porque es humo, es vano y, cuando menos lo
notemos, va a desaparecer. Para mí y para ustedes. Lo malo es siempre temporal y
pasajero, pero mi agradecimiento a cada uno de quienes estuvo conmigo en esta
vida tan linda, es eterno. Gracias por haber compartido su vida conmigo. Realmente
me hicieron muy feliz. Los quiero y los voy a seguir queriendo, siempre. Y si
algo les deseo, sobre todas las cosas, es muchísima paz y la capacidad de,
aunque duela, desprenderse del deseo que los ata a querer que fuera eterno. Déjenme
ir, en paz.
Los
espero y los quiero, hasta luego,
Santi
Soy joven. Y si la muerte es un misterio doloroso, la muerte joven parece un misterio doloroso e injusto..... no hace mucho descucbri el dolor, la angustia y la tristeza de despedir al contemporaneo, al amigo. En ese momento la muerte joven parecia tal cual lo decis lo màs injusto de esta humanidad. Curar la herida costo pero entendi que fue bueno verlo caminar por este mundo y descubrir que uno no supera las perdidas solo aprende a convivir con ellas. Oso querido me emocionaste divinas tus palabras
ResponderEliminarQué linda carta, Santi!! Ojalá pueda tener el mismo temple cuando sea mi hora... Lamento mucho lo de tu abuela, aunque me alegra saber que hayas podido compartir tanto tiempo y amor con ella.
ResponderEliminarUn abrazo enorme, amigo filósofo!!