martes, 11 de noviembre de 2014

Los desafíos de la innovación

"Levanten la mano aquellos que comen carne" - pidió Rob Nail, uno de los fundadores de Singularity University, al grupo de personas que colmaban el auditorio Buenos Aires, en el complejo BA Design, la semana pasada durante el Festival de Innovación Social (FIIS). Quizás había algún vegetariano a quien no distinguí, cuyas manos permanecieron estáticas, pero la multitud levantó la mano (algunos, incluso, las dos). Quedó claro que "comer carne" es parte de la identidad del "ser argentino". Ante esa respuesta, el conferencista retrucó: "¿cuántos de Uds. comerían carne cultivada en un laboratorio?" Esta vez, casi todos acompañaron al ignoto vegetariano en su quietud: sólo se levantaron unas poquitas manos.

Hay algo que incomoda al pensar en comer carne cultivada en un laboratorio. Suena a que está mal. Es cacofónico. Hace ruido. Desarmoniza. No es natural. No cuadra. La carne viene de la vaca y ojalá que la vaca venga del campo y no de uno de estos feed lots que están de moda ahora. Así es como son las cosas. Punto. ¿Qué necesidad de cultivar carne en un laboratorio? Y la justificación, que deslumbra por su lógica tanto como espanta la idea de comer carne artificial, es evidente: a medida que las condiciones de vida de millones de personas mejoran en el mundo, la demanda de carne aumenta y la producción de carne es demasiado ineficiente en el uso de recursos naturales como para incrementarse en la misma proporción al aumento poblacional. O sea, se usa demasiada agua para que nos llegue el bife al plato. Además, los animales suelen ser alimentados con granos, que también podrían ser consumidos por personas, y cuya elaboración requiere el uso de más agua y de pesticidas y demás químicos. En fin, parece que con los métodos que usamos hasta ahora, un kilo de carne nos sale muy caro en términos de recursos naturales. Y frente a un problema ambiental y social: innovación.

Parto desde el supuesto, que como buen supuesto es, a mi entender, obvio, de que el mundo cada vez requiere más la capacidad de pensar distinto, de cuestionar las reglas y de proponer soluciones novedosas. Pensar desde otro lado. Pensar de nuevo. Al mazo y volver a repartir: olvidarnos de los supuestos. Acordarnos de los supuestos y cuestionarlos. Jugar a cambiar. Imaginar. Romper lo obvio. Proponer cosas diferentes y nuevas: innovar.
La técnica, la disponibilidad de información y la tecnología, con su avance exponencial, hacen que podamos soñar con cosas que antes eran imposibles. Se nos abre un mundo de posibilidades prácticamente ilimitadas. Y frente a un mundo que es pura incertidumbre, porque todas las reglas pueden cambiar radicalmente en un tiempo relativamente corto, ¿qué hacer? Por ejemplo, formar a un médico toma una década. Este año, tal como cuenta Kenneth Cukier, gracias a la enorme disponibilidad de información que existe, cargaron en una computadora los datos de miles de biopsias, para que la computadora, mediante un proceso de aprendizaje automatizado, identificara y luego predijera qué porcentaje de las células de diferentes biopsias eran cancerosas y qué porcentaje no. La computadora pudo descubrir los doce signos que predicen si en una biopsia de células (de mama) hay, de hecho, cáncer. Lo increíble fue que la literatura médica sólo conocía nueve. Identificó tres nuevos patrones de la enfermedad, sobre los 9 ya conocidos hasta ahora. O sea que lo hizo mejor que nosotros en todos los sentidos. Hay una desproporción entre los diez años de formación de un médico y una máquina que aprende sola y que en un tiempo tan corto supera la inteligencia colectiva de gente máximamente formada en una ciencia. Frente a un mundo que cambia así, de nuevo, ¿qué hacer? ¿Qué criterios usar para tomar decisiones importantes, como por ejemplo, qué estudiar?

Quizás parezca inverosímil, o imposible. O algo que van a ver nuestros nietos, pero no nuestra generación. Los cambios suelen ser más lentos. ¿Cómo una máquina va a hacer mi trabajo, que requiere de un elemento distintivamente humano? Y pienso que quizás, antes de la revolución industrial, había gente que pensaba que era imposible que su oficio fuera reemplazado, de manera infinitamente más eficiente, por una máquina. Actividades llenas de sentido y estrictamente nuestras, como la jornada de trabajo en el telar o el cansancio del agricultor. ¿Cómo puede una máquina reemplazar al hombre? Pero pasó. Ya pasó. Y así como pasó para los oficios manuales, quizás nos toque ahora a nosotros, los profesionales, sufrir las consecuencias del avance tecnológico, en la forma de robots y máquinas que pueden hacer las cosas mejor que nosotros. Es casi seguro que no vayan a reemplazar completa y absolutamente, pero sí a cambiar las reglas del juego de manera radical.

Frente al avance irrefrenable de esta onda tecnológica, como decía Schumpeter, se va a dar un proceso de destrucción creativa, que consiste en que muchas profesiones van a desaparecer o a disminuir enormemente su demanda, para que surjan profesiones nuevas. Lo mismo le pasó, algún día, al que revelaba rollos de fotos o al que arreglaba ruedas de carretas. La vida tiene movimiento...
 
Predecir cuáles van a ser, por ejemplo, esas profesiones del futuro, es complejo. Nadie sabe a ciencia cierta si esas proyecciones van a ser realidades, ni en cuánto tiempo. El mundo va a cambiar y eso es inevitable. Pero más allá de eso, quizás sea una oportunidad para emprender la vuelta a aquellas cosas que son, en el fondo, lo más alto de la producción cultural del hombre; aquellas que son inasibles, tienen un dejo de misterio y nos abren a lo más hondo y verdaderamente humano de nuestra existencia. Si una máquina va a hacer las cosas técnicas mejor que nosotros, perfecto, que lo haga. A nosotros nos quedan las maravillas del arte, la poesía, la música, la filosofía y tantas otras cosas que, dicho mal y pronto, no sirven para nada. En el buen sentido: no están al servicio de nada útil. Las hacemos por amor. La hacemos porque nos elevan. Las hacemos por que sí. Las hacemos porque, quizás, nos acerquen a ese infinito que tanto anhelamos. En esos contextos no competimos, disfrutamos en conjunto. Admiramos. Nos regocijamos en los bienes que los demás nos proporcionan. Nos encandila la belleza de una obra o de un poema. Una reflexión nos invita a meditar y cuestionarnos. Descansamos en esa melodía que nos interpela. Es, en mi opinión, una forma superior de sociedad y de convivencia, no atada a pasar por arriba del otro, sino a colaborar.

Un futuro híper tecnológico, pero alejado de estas cosas, tiene gusto a poco, es vacío, y por tanto, triste y alienante. Y, además, es insostenible, porque innovar requiere de las potencias más inherentemente humanas: la inteligencia, la creatividad, el amor, la libertad. Potencias que se desarrollan con mayor dinamismo, riqueza y vigor en contacto con el bien, la verdad y la belleza.

martes, 21 de octubre de 2014

La cultura de Showmatch

Por un rato, no discutamos de política. Porque, claro, todos estamos de acuerdo con que la declaración de Marcelo Tinelli como personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires es una movida política. Al igual que lo es la presentación del proyecto de la diputada nacional del FPV, Mayra Mendoza, para declarar como "Día del Músico" el natalicio del Flaco Spinetta. Siempre hay olor a tufo y sospechas de apropiación en estas propuestas. Tampoco quiero pensar, en este momento, si hacer estas declaraciones es una buena o una mala jugada política, ni teorizar sobre si está moralmente bien o mal usar al poder legislativo para fomentar alianzas con productores televisivos. Por un rato, sólo un rato, no discutamos de política.

La noticia es esa: Marcelo Tinelli fue declarado "Personalidad destacada de la Cultura". No prendí la tele, ni hizo falta. La gente en la calle y en el colectivo; los amigos en los grupos de WhatsApp; los compañeros de trabajo... Todos opinamos sobre si Marcelo Tinelli es o no es una personalidad destacada de la Cultura. Por eso no quiero discutir de política. Discutamos qué es la cultura, que, en el fondo, es el quid de la cuestión. Poniéndonos de acuerdo respecto a lo que cada uno entiende por cultura, nos ponemos de acuerdo en la consideración de Marcelo Tinelli como persona destacada en ese ámbito.

Entonces, ¿qué es la cultura? Y la pregunta es imposible, porque existen una multitud de posibles respuestas. La cosmovisión clásica habla de cultivar. El concepto muta su significado ya que pasa de ser un término agrario a denominar el cultivo de las habilidades intelectuales y volitivas, el orden de las pasiones y los sentimientos. Así, la cultura se vinculó a ciertas prácticas artísticas, que se dan sólo en determinados contextos. La música clásica es cultura. Saber de Historia es tener cultura. Poseer conocimientos generales de muchos ámbitos institucionalizados del saber, es tener cultura general. La cultura está en el teatro (Colón), en las bibliotecas y en los museos. Y esta es una concepción absolutamente válida de la cultura. Pero no es la única. Yo me siento más cómodo entendiendo la cultura así mas que como grafiti. Pero para algunas personas los grafitis son cultura... ¿Entonces? Se empieza a complicar el asunto. Algunos sociólogos afirman que la cultura de las élites es la que se institucionalizó y que el acceso a las mismas está restringido por las barreras de entrada que sólo pueden sortearse con la billetera. En otras palabras, la cultura es para algunos pocos porque es cara y exclusiva (que es lo mismo que excluyente). Sin embargo, al margen de esas manifestaciones culturales para las élites, existe otra cultura. Una cultura popular. La cultura de las masas. La cultura de la calle, del barrio, de la gente. Así, ir a la cancha de Boca es un acontecimiento cultural. Igual que la cumbia villera, inserta en el espectro más amplio de la cultura villera. Los conjuntos de prácticas, saberes, tradiciones y costumbres "comunes" pasan a ser comprendidos como la cultura de un lugar. Ya no hay algunas manifestaciones que son culturales y otras que no. Así, la música, toda, es cultura. Desde la clásica al hiphopero que improvisa por cadena nacional o el niñito de 6 años practicando "sí-la-sol-bizcochitos-calentitos" con su flauta dulce. Personalmente, me siento más cómodo entendiendo la cultura como el cultivo del alma y como el desarrollo de habilidades que me permiten desarrollar juicio crítico y pensar. Desde esa perspectiva, Marcelo Tinelli me parece un antihéroe cultural. Su programa, las veces en que lo he visto, no me ayudó a pensar ni a desarrollar un juicio crítico respecto a nada, ni a ordenar mis pasiones (diría que al revés) ni a cultivar mi espíritu, en general. Su show, además, muchas veces ayudó a propagar una imagen misógina de la mujer, sesgada, compartimentada, que no comparto y que me parece que le hace mal a la sociedad (¿y a la cultura?). Hace un programa divertido y es un genio del rating; es un empresario exitosísimo; le da trabajo y visibilidad a muchas personas (a veces a miembros de minorías muy marginadas y excluidas). Me saco el sombrero si estamos destacando alguna de esas cosas. Pero no me parece una personalidad destacada de la Cultura porque, para mí, la cultura es otra cosa.


Dependiendo de dónde nos paremos, vamos a poder determinar si Marcelo Tinelli es (o no) una personalidad destacada de la Cultura. Estaría bueno que empezáramos por acá.

Sólo después se puede hacer el análisis político. De todos los posibles análisis, me enfoco en el de la coherencia. Lo que me molesta un poco sobre este tema es la incoherencia. La incoherencia de todos que denuncio en forma de preguntas: ¿por qué se sanciona a los grafiteros del subte pero se declara a Tinelli como personalidad destacada de la Cultura? ¿No son, acaso, dos manifestaciones igualmente válidas (aunque de muy disímil penetración y alcance) de la cultura popular? En uno se daña la propiedad pública y... ¿en el otro? ¿Qué se daña? ¿Qué es más irreparable? Dentro del paradigma de la cultura popular, ¿quién es el juez de la cultura que dictamina lo que es y lo que no es cultura? ¿Por qué el hiphop en cadena nacional es cultura pero las mismas voces que defendían eso critican esta designación? ¿Por qué Página 12 saca notas criticando este premio, cuando en muchos otros casos hace una defensa de un concepto de cultura mucho más amplio? ¿Por qué somos tan hipócritas?

Al final, como en todo, los simples espectadores de este espectáculo, no logramos ver nunca ni el tapiz terminado ni los nudos caóticos que le dan forma y lo explican. Nos tocó sentarnos del lado equivocado. Del lado de afuera. Nos excluyeron de la comprensión cabal de todas estas cosas. Lamentablemente, los hilos se tejen fuera de nuestra vista, para un espectador que no somos nosotros.

lunes, 20 de octubre de 2014

La asombrosa inocencia de la cicuta

Cuando Sócrates es, injustamente, condenado por el delito de "corrupción de la juventud y negación de los dioses" es obligado a elegir entre el exilio (el escape) y beber la cicuta. El exilio, para el griego antiguo, era peor que la misma muerte, ya que la polis y la vida en común eran la única forma de existencia verdaderamente humana. Afuera sólo podían vivir las bestias y los dioses, o sea, seres ontológicamente superiores o inferiores, pero nunca un ser humano. Sócrates, enfrentado al falso dilema, rechaza el plan de escape ideado por sus seguidores y elige lo único que podría haber escogido: la muerte por envenenamiento.

Más allá de la historia, relatada en la Apología de Sócrates, de Platón, es llamativo lo inofensiva que parece la planta de la cicuta en relación al dolor que provoca. Sócrates debe haber sufrido intensamente. La raíz de la cicuta causa fuertes malestares estomacales, vértigo y un intenso dolor de cabeza, similar al de una migraña. Básicamente, te duele todo. La temperatura corporal desciende y se paralizan algunas partes del cuerpo. De hecho, Sócrates caminó con algunos amigos hasta que la parálisis le impidió seguir andando. Me imagino el pánico que cualquiera podría sentir bajo esos efectos. En ese estado de intensa vulnerabilidad pueden pasar diferentes cosas. La respiración se puede acelerar o deprimir, hasta causar la asfixia. La destrucción muscular puede causar una insuficiencia renal o las convulsiones pueden llegar a ser tan violentas que terminan con la vida de la persona. Lo más cruel de la cicuta es que no afecta el estado de conciencia. Uno está siempre despierto y lúcido. Sabe que está muriendo. Sócrates no muere sin antes hacer referencia a una promesa que había hecho ante un dios, llamado Esculapio: "acuérdate de comprar un gallo para Esculapio" - dijo, antes de morir. Más allá del virtuosismo heroico que implica pensar en saldar una deuda en ese momento, estaba completamente despierto. Ante tales potenciales síntomas, la naturaleza debería ser más evidente. Antes de googlear una imagen de la cicuta, imagínela. ¿Cómo debería ser una planta cuya infusión causa una muerte tan atróz? Se supone que estamos preparados para captar el peligro, alertarnos y huir ante lo que se presume que pone en riesgo nuestra integridad y nuestra vida. Así, al ver una serpiente, una fiera o un enemigo, se "hiela la sangre", o más bien lo contrario, entramos en calor, el corazón bombea sangre con fuerza y preparamos el cuerpo para la huida o para el combate. Es algo natural, simplemente sucede. No lo elegimos. Tenemos un instinto de supervivencia que nos capacita para reaccionar así. Pero, lamentablemente, no podemos percibir el peligro de todas las cosas. Esa planta silvestre, tan supuestamente inofensiva, esconde una muerte dolorosísima frente a la cual no tenemos escapatoria alguna. La serpiente muchas veces tiene colores intensos, lo mismo que los animales marinos. Las arañas, en general, nos causan cierto resquemor. Pero las plantas son diferentes. No avisan, traicionan. Distinguir una planta venenosa de una comestible muchas veces es complejo y confuso. Y, en la diferencia, radica la supervivencia o la muerte. Algo de esto sufrió Christopher McCandless en la historia que llevó el título de "Into the Wild", en el cine. La cicuta no tiene flores ni frutos con colores intensos ni fosforescentes. Todo lo contrario, sus flores blancas son estéticamente bellas. Su forma se asemeja a la de cualquier plantín que uno podría ver germinar en el patio de una casa de familia. No tiene espinas ni nada que alerte sobre el veneno que lleva adentro. No sólo no parece mala, parece inofensiva y para un ojo no entrenado, como el mío, podría pasar por perejil, tranquilamente. Hay una desproporción inconmensurable entre su aparente inocencia y los síntomas que causa su infusión.

Las apariencias, engañan. El refrán popular es signo de que no estoy descubriendo nada nuevo. Aunque sí algo que nos rebela. Por eso nos indigna descubrir que esa enfermera gordita y joven era, en realidad, una asesina en serie metódica y paciente, un ángel de la muerte. Que detrás de ese chico que "era tranquilo y buen vecino", se escondía un delincuente feroz, un asesino o un abusador. Nos indigna el envoltorio, justamente porque no avisa. Esa ama de casa vulnerable e insegura, que tenía tantos amantes como productos de limpieza; el tartamudo golpeador; o la diferencia entre algún político en campaña y en el poder. Nos embelesaron, nos sedujeron, nos convencieron de su aparente inocencia. Y, como la cicuta, escondieron un veneno que paraliza y asfixia. Las apariencias, engañan. A veces, los mayores dolores se esconden en los disfraces más amorosos. A veces, detrás de esa apariencia temible y agresiva, se esconde un corazón frágil y necesitado de cariño y afecto. Todo esto, en un mundo que hace culto a la banalidad de la imagen. ¡Qué difícil!

Como decía el Principito, en una frase genial que resume todo, (muchas veces): "lo esencial es invisible a los ojos". Todo lo demás, el "para los demás", es polvo que se diluye en el soplo de la intrascendencia.

La Cicuta

viernes, 12 de septiembre de 2014

La inclusión no puede ser pan para hoy y hambre para mañana

Empecemos por explicitar tres obviedades que no voy a discutir. 

Obviedad número uno. Si hablamos de inclusión es porque hay excluidos. Gente que está en el margen, marginalizada, no en el centro, que no es parte, no participa, no tiene las mismas oportunidades, está afuera.

Obviedad número dos. Una sociedad inclusiva o una sociedad que quiere fomentar la inclusión (educativa/pedagógica/social/etc.) tiene el mandato (¿ético? ¿legal? ¿político? ¿todos?) de asegurar que todos aquellos que están al margen pasen a ser beneficiarios de los mismos derechos, oportunidades y obligaciones que el resto.

Obviedad número tres. Una parte de incluir es retener. Conformada por dos cosas obvias: primero, si no podés retener, no incluís. Segundo, la retención es una parte, no el todo. No alcanza con retener para incluir.

Estas son las premisas. Lo que nos debemos es un debate respecto a qué es la inclusión, cómo se logra y qué implica.

Lo primero que, en mi opinión, no es incluir, es igualar las oportunidades bajando la vara. Hay dos formas de promoción social o de lograr que las personas superen la pobreza: o mejoran sus indicadores sociales o cambiamos la definición de pobreza por una que sea más laxa. Lo mismo pasa con la educación: o los marginalizados y excluidos alcanzan el nivel que se espera de un alumno medio de un grado determinado, o le pedimos al alumno medio de un grado determinado cada vez menos conocimientos, habilidades y actitudes así todos pueden llegar a ese nivel. La forma de lograr esta inclusión "por definición" o "de escritorio" es romper los termómetros: si no quiero que haya pobreza, que no haya INDEC. Si no quiero que haya mala educación o una educación excluyente, bajo el nivel. Los números nos van a dar bien de cualquier manera. El problema es la realidad. La gente no va a vivir mejor ni va a estar mejor incluida y educada por más que las cifras sean increíbles. Es un cuento. Incluir es hacer participar de las mismas oportunidades, pero eso supone que se va a promocionar a quienes estaban afuera, no que se va a brindar algo peor para todos.

Si para incluir bajo el nivel de la escuela primaria, cuando los alumnos "incluidos" lleguen a la secundaria, la tasa de abandono va a ser muy alta, porque se les va a empezar a pedir que rindan con otro nivel de exigencia (hoy, dos de cada cuatro alumnos que empiezan la secundaria, la dejan). La mentalidad "de inclusión de escritorio" puede llevarnos, entonces, a bajar el nivel de la escuela secundaria para que nadie sea excluido (de los que terminan, sólo uno entiende lo que lee). Probablemente, cuando los alumnos de la secundaria inclusiva lleguen a la universidad, no cuenten con los conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para encarar la vida universitaria. Si pasan el filtro del ingreso, ¿hasta dónde pueden llegar y cuánto van a tardar? La tentación, quizás, sea una universidad inclusiva, que baje los estándares académicos, así todos pueden tener un título universitario. La pregunta, que a veces con ironía escucho entre educadores, es: "cuando estés enfermo, ¿querés que te atienda un médico que hizo la universidad inclusiva o querés a un tipo que se quemó las pestañas y tiene todos los conocimientos necesarios para tratar tu enfermedad?". El supuesto es que la inclusión y la calidad no van de la mano. Entonces la inclusión es pan para hoy y hambre para mañana. Los chicos van a terminar una escuela secundaria que nadie va a valorar. Esta, quizás, sea una de las razones por las que la escuela pública viene perdiendo alumnado, que migra hacia la privada, a pesar de la inversión record en educación y de todas las políticas de inclusión educativa vigentes. Si la percepción social de la escuela es que baja el nivel para que nadie quede afuera, entonces no se valora. No quiero una educación así para mi hijo. Quiero darle lo mejor. Y lo mejor es inclusión y calidad. Si me paran frente a la disyunción exclusiva y tengo que elegir, y si además tengo los medios, lo mando a la privada. La razón no es ideológica. Es un tema de incentivos. Si me das algo gratis, pero malo, prefiero lo que me exija mayor esfuerzo, pero que valga la pena. Aunque suene mal, sea cruel y duela decirlo, estamos haciendo una escuela a donde van a parar todos aquellos que no tienen otra alternativa. En vez de ser una escuela inclusiva, es una escuela para excluidos. Incluir supone dar las mismas oportunidades, no simplemente retener. Los chicos tienen que permanecer en la escuela, obvio... y aprender, también obvio. Sino, es un cuento.

Entonces, la primera conclusión es que inclusión sin calidad no es inclusión, es otra cosa. Una escuela que no enseña no es escuela, es otra cosa.

Incluir es hacer partícipe de las mismas oportunidades. Dar las mismas herramientas. Des-marginalizar, hacer parte. Si no das las herramientas, no incluís. Hay que dar algo bueno. Que valga la pena. Que cueste. La meritocracia sin igualdad es un sistema perverso para que las élites mantengan su estatus de élites. Por eso hay que darle mucho a los excluidos, así igualamos oportunidades. Pero una vez adentro, hay que exigir parejo y alto. Tenemos con qué. Se puede. Es una decisión política que nadie quiere tomar, quizás por antipática. Implica evaluar la labor de los docentes, implica tener una base de datos organizada con la información de todos los alumnos y seguir los casos en que los chicos no estén yendo a la escuela (porque la educación es un derecho fundamental), implica poner más plata en educación para re-legitimizar la carrera docente, para que las escuelas sean lugares dignos, para que haya equipos pedagógicos y de apoyo para los alumnos. Y digo que es una decisión política porque con el plan Conectar Igualdad, las bases de datos ya existen; la evaluación docente no es cara, ni muy compleja, pero supone vencer prejuicios y temores entre los docentes; supone ver cómo estamos invirtiendo los recursos, porque venimos poniendo un porcentaje alto de PBI en educación: hay que ver cómo y en dónde.

Por supuesto que hay que incluir. Pero incluir no es bajar la vara, es subirla. Es dar algo de calidad y que suponga un esfuerzo. Y si hay quienes no pueden dar ese esfuerzo, porque en sus realidades y contextos ese esfuerzo es demasiado, hay que apoyarlos especialmente. Lo que no hay que hacer, es caer en la tentación, políticamente más sencilla, económicamente más accesible y socialmente menos costosa de bajar el nivel de todos así quienes no llegan hoy, pueden hacerlo. No les hacemos un bien. Todo lo contrario, los estamos estafando y nos hacemos un mal a todos. Inclusión sin calidad no es inclusión: es pan para hoy y hambre para mañana. La verdadera inclusión implica la calidad de aquello que se brinda.

Ojalá que estos criterios sean los que rijan la vida social del país para pensar en políticas de inclusión educativa en el futuro. De eso depende nuestra capacidad para mejorarle la vida de manera real a miles de chicos que hoy viven al margen, incluso si van a una escuela que no los forma adecuadamente para el futuro.

jueves, 21 de agosto de 2014

Debates sobre el deseo, sus límites y las identidades.

Debate 1, sobre las fronteras entre deseo y naturaleza. 

¿Quién define (pone límites, contorna, delimita) lo que somos como seres humanos? ¿Es el deseo? ¿Somos lo que queremos ser o hay una limitación esencial, dada por nuestra naturaleza, nuestras circunstancias o nuestra historia? En otras palabras, ¿qué define lo que somos? ¿Nuestro deseo o nuestra naturaleza?

El debate, en la historia de las ideas, está abierto y es muy rico. Como en todo (buen) debate, hay grandes argumentos en ambos lados de la biblioteca. Apasionante.

Prendo la tele. Intenso debate. Sin querer queriendo, hace unos días, Jorge Lanata, un reconocido periodista argentino, se metió de lleno en la discusión al opinar sobre Flor de la V, una transexual argentina, cuando afirmó: "vos decís que uno es lo que se siente; si yo vengo y te digo que yo soy Napoleón y te exijo que digas que nací en Córcega, y digo que soy el emperador de Francia, ¿vos me tratás como tal?". La afirmación que presupone el periodista es que uno no es lo que "se siente ser". Uno es lo que es. El límite del deseo es la naturaleza. Hay algo dado que imposibilita la acción transformadora del deseo. El deseo tiene límites: lo que somos, varón o mujer. Uno podría cambiar su apariencia, actuar "como", incluso operarse, pero seguiría siendo lo que es: varón o mujer.

La respuesta fue una denuncia por discriminación y la condena de los dichos en todos los medios. En vez de un debate, condena. Una pena.

En el medio de la pelea se metió la teoría del género, que, como buena teoría, es una teoría. Aunque para algunos es una verdad irrefutable y revelada que se tiene que defender con un fundamentalismo descarnado. Y se colaron las posiciones que liquidan el diálogo y, sobre todo, la oportunidad de pensar en nada. La corrección política, de nuevo, fue el policía que nos prohíbe un debate rico sobre un tema, al menos, discutible. Sacándole el nombre y apellido, sigue vigente la pregunta sobre las fronteras entre la naturaleza y el deseo. Por un lado, soy lo que quiero ser, soy el artífice y responsable de lo que soy, mi propio co-creador, el que toma las decisiones sobre mi destino; es innegable. Por el otro, no puedo ser todo lo que querría porque tengo muchos límites: mis propias limitaciones psicológicas, mi incapacidad para llevar adelante esos deseos, mi historia, mis circunstancias, mi falta de voluntad o, incluso, límites morales (no puedo hacer todo lo que querría) o físicos (desearía volar, pero no puedo: es un ejemplo tonto, pero claro). ¿Dónde radica, entonces, la frontera entre deseo y naturaleza? ¿Quién pone el límite? ¿Qué o quién me define como ser humano? El debate está abierto. Es una lástima que aparezcan los fundamentalismos negadores que no le suman nada de riqueza a toda la discusión, sino todo lo contrario, ya que funcionan como el silenciamiento de todo lo políticamente incorrecto: "después de la ley de igualdad de género, esas preguntas son ilegales". Preguntas ilegales. El colmo de la cuestión. Si hacerme preguntas es ilegal, vivo en una sociedad horrible. Quizás artificialmente no discriminadora, pero no por ello no-violenta y abierta. Eso que ni siquiera estoy tomando partido ni justificando una posición: estoy presentando un debate.


Debate 2.

Vuelvo a prender la tele y escucho a Alex Freyre, que fue uno de los promotores del matrimonio igualitario (o matrimonio gay, así me corro de la batalla linguistica), opinando sobre el tema del primer debate: "la libertad de expresión tiene que tener límites, al igual que la libertad de culto [...] tu catecismo enseña que los gays se van al infierno; habría que revisar algunas posturas ilegales de tu catecismo". Epa. Acá me alarmé. Esta idea es peligrosa. Para todos. Limitar las libertades individuales... Raro. Ya no sólo no puedo decir lo que quiero sino que tampoco puedo creer lo que quiero creer. Insisto, es peligroso. Más allá de que el catecismo de la Iglesia católica no dice eso, ni cerca: ¿quién pone los límites a la libertad de expresión y a la libertad de culto? ¿Con qué criterio? Hace una semana me preguntaba lo mismo en otra entrada del blog: ¿cuáles son los límites de la corrección política?

Construimos una sociedad con reglas que supuestamente son tan amplias que permiten que todos puedan vivir su identidad de manera plena. La intención está buenísima. Pero parece que para que todos puedan vivir su identidad de manera plena, tenemos que negar un poco de cada una de nuestras identidades: vos no podés creer lo que crees, ni vos decir lo que decís, ni vos vivir como vivís. Pero, ¿cómo? ¿no estábamos creando una sociedad con reglas tan amplias que nos permitieran a todos vivir nuestra identidad de manera plena? Entonces se plantea una disyunción exclusiva entre afirmar mi verdad y respetar la tuya. Es como si le pidiéramos a las religiones que no afirmaran la divinidad de su Dios, porque eso ofende a los que lo conciben de otra manera. Y quizás eso es lo que fundamenta la prohibición del velo islámico en algunos países europeos o la obligación de tapar los crucifijos. El ejemplo bobo y extremo es futbolero: es como si le pidiéramos a los hinchas de Boca que ya no usen la camiseta de su club, porque eso puede resultarle ofensivo a los fanáticos de otros clubes. El ejemplo es bobo y extremo, pero si no está claro cuál es el límite, quizás esa afirmación de tu identidad, a la larga y con el tiempo, le resulte violenta a alguien. Por eso, quizás, el problema está al principio: la afirmación de tu identidad (de tus creencias, de tus ideas, de tus principios, de tus posturas) no puede ser nunca discriminatoria. Y si para el Islam la homosexualidad no es natural, ¿qué hacemos? ¿Dónde está el límite? ¿Quién lo pone y quién lo determina? ¿Quién lo juzga? ¿No tengo derecho a pensar que el Islam está equivocado, que el matrimonio igualitario está bien (o mal) o que los hinchas de River son gallinas (o genios)? Si la sociedad es realmente abierta, ¿tengo que limitar la libertad de expresión y de culto? ¿Por qué? Personalmente, el afán de limitarlas para evitar la discriminación me suena a la misma justificación que la guerra preventiva. Y en ambos casos está injustificada. 

Tenemos que tener tanto cuidado de que las mayorías no le impongan sus criterios, formas de vida y posturas a las minorías como de que la protección de las minorías no se convierta en imposición y negación de las mayorías. Yo no quiero renunciar a mi identidad porque a vos te molestan mis creencias. Yo no te puedo pedir que vos renuncies a tu identidad porque a mí me molestan tus creencias. Esa es la base para una sociedad abierta, tolerante e inclusiva. Lo otro, es germen de totalitarismo y abuso. Hay que estar alertas para poder construir, entre todos, un lugar vivible donde todos tengamos lugar y alejarnos de ideas que promueven el control de un grupo sobre el pensamiento y la vida de los demás sectores de ls sociedad.

jueves, 7 de agosto de 2014

Los límites de la corrección política

¿Cuántas son las personas desaparecidas durante el último gobierno militar? ¿Criticar la desproporcionada defensa del Estado de Israel es ser antisemita? ¿Hacer una generalización sobre un aspecto positivo de una colectividad es discriminatorio? ¿Ser caballero es ser sexista? 

La corrección política tiene sentido: evita que, a nivel discursivo, se propongan o refuercen ideas que son discriminatorias y que atentan contra el bienestar de diversas minorías. Hay cosas que no se tienen que decir para no ofender a los demás. Algunos lo llaman respeto; otros, justicia y deber; y otros, una condición para la igualdad y la democracia. Pero nadie lo pone en duda. No hace falta nombrar la nacionalidad de una persona que delinque, sea, por ejemplo, un ladrón o un sicario; ni el sexo de un/a empleado/a para definir un ascenso; ni la condición sexual del maestro de música; ni la fe que profesa un Estado para cuestionar su política exterior.

El problema surge cuando la corrección política nos impide ver las cosas con claridad y no nos deja pensar. Es un asiento cómodo desde el cual acortamos distancias a la hora de razonar y, así, abrimos la puerta a la manipulación, la mentira o la falsedad. El problema está en que la corrección política se vuelva un obstáculo para la verdad. Cuando eso pasa, las cosas "que no se pueden decir" pasan a ser cosas que no se pueden tener en consideración, nunca.

Hoy es un escándalo decir que no hubo 30.000 desaparecidos en la última dictadura militar. Pero, ¿y si es la verdad? El verdadero homenaje debería ser recordar a todas las víctimas, con nombre y apellido, y las circunstancias reales de su muerte. Si el relato épico y simbólico nos aleja de la realidad, es fábula o propaganda. Pero decir esto, hoy, es imposible, al punto de que mucha gente quizás se sienta ofendida o preparada para atacar verbalmente a cualquiera que pudiera proponer tal idea. Es una traba al pensamiento. Son 30.000 y punto. Fin de la cuestión. O aparece la chicana culpógena: "es lamentable reducir la dimensión de la tragedia argentina a un problema contable", dice Eduardo Luis Duhalde. Es cierto que lo es. Pero la verdadera justicia se apoya, necesariamente, en la verdad. La corrección política, entonces, puede ser un impedimento para la justicia y, por tanto, para el perdón y la paz.

¿Cuáles son los límites de la corrección política? ¿A partir de cuándo el lícito ponerla en duda? Y, sobre todo, ¿para qué sirve si no se transforma, también, la realidad?

Trabajando en el Ministerio, hablando con rectoras y directoras, escuché, en más de una oportunidad, que las mujeres de Bolivia son conocidas por el enorme sacrificio que muestran en relación a sus estudios y que su rendimiento está sobre la media. Me pregunto qué pasaría si se identificara a, por ejemplo, los varones de Paraguay o de la provincia de Buenos Aires como aquellos con peor rendimiento. ¿Eso es discriminar o es señalar un dato de la realidad? Sería políticamente incorrecto decirlo, pero contar con esa información es clave a la hora de pensar una política pública en educación que incluya a esas personas. ¿Entonces...? ¿Qué hacemos?

En el fondo, seguramente coincidiremos al pensar que queremos una sociedad decente, que respete a los demás y sea conciente del poder que tienen las palabras. En ese contexto, no todo puede ser dicho, de cualquier manera. Pero si hablamos de un marco normativo por el cual algunas palabras o frases son "buenas" y otras "malas", suponemos un enfoque ético. Al haber muchos enfoques éticos y desacuerdos respecto a las cosas que la sociedad considera "buenas" y "malas", estaríamos estableciendo a alguien como juez de la cultura, que determine cuáles pueden ser dichas y cuáles no. ¿Quién es ese juez que establece qué se puede decir y qué no? ¿Quién lo puso ahí? Y, de nuevo, ¿cuáles son sus límites? No puedo dejar de pensar en Lubertino, que presidió el INADI, y su idea de que las palabras no tienen que tener género, proponiendo la renuncia del uso de la "a" y la "o", por la "x": "Estxn todxs invitadxs a la presentación de mi nuevo libro" ("nuevx librx" quizás en una versión más extrema), por ejemplo. ¿Cómo se juzga cuál es el extremo en una posición si no tengo criterios objetivos?

Resulta evidente que muchas veces el preferible callar y otras conviene expresarse con atención y empatía, y que la corrección política sería una forma de prudencia que busca el respeto por la identidad del otro. Sin embargo, nos debemos un debate respecto a sus límites porque, si no los establecemos con claridad, se nos puede imponer una forma de pensamiento, que supone una postura ética y que estaríamos obligados a aceptar acríticamente. El peligro es una sociedad empobrecida, que persigue a quien vea las cosas de distinta manera y que silencia toda transgresión de un orden que nadie se encargó de justificar ni delimitar. Esta, señores, es una de las batallas en la guerra de la cultura.

martes, 29 de julio de 2014

Es mi culpa, María

María no encuentra trabajo. Es una buena profesional, tiene calificaciones notables y experiencia, pero no supera ninguna búsqueda de Google, ni siquiera del empleador más desprevenido. Está marcada.

A María le da vergüenza ir a comer a la casa de los padres de su nuevo novio. Vive con miedo. Piensa que ya saben. Por más que es muy linda, es buena, es trabajadora, es familiera, es responsable, ya no se siente libre. Hace tiempo que está más paranoica: no le pasa sólo con sus "suegros", en realidad va por la calle y piensa que todos saben.

María cerró LinkedIn, Twitter, Instagram, Facebook y hasta Pinterest y Spotify. Ya no le gustan las redes sociales. Sigue usando WhatsApp, y listo.

María llora. María sufre. María está frustrada. Le pesa un sentimiento de impureza, de sentirse sucia, de haber sido usada. Muchísimo.

¿Qué hizo María?

María tuvo un novio. Alguien en quien confiaba. Alguien a quien quería y con quien se proyectaba. María le creyó. Eso hizo María: creer, confiar, ceder, no sopesar las potenciales consecuencias de esa acción particular. Y es lógico que no las hubiera evaluado fría y racionalmente: era su novio. Era divertido. Era por él. Era una vez.

Y un día a María la llama una amiga. "Te tengo que contar algo". Sonaba preocupada. María la esperó con un mate y unas galletitas. Porque María, además, es una buena amiga.

Y ahí estaba María, desnuda, mirando la cámara, practicando sexo oral. Todo registrado en un vídeo que reproducía el celular de su amiga. Se lo habían mandado a su novio, los de fútbol. Y a ellos, los de la facu. Y a ellos, los del club. Nadie en el club, ni en la facu, ni casi nadie en el equipo de fútbol, la conocía a María. Y lo íntimo se hizo público. Y lo que acontece en un marco de confianza se convierte en instrumento de venganza y vejación.

Ya no importa si María es una buena profesional, con notables calificaciones y experiencia, si es linda, es buena, es trabajadora, es familiera, es responsable, es buena amiga: ahora, es la puta de María. La puta que hace lo mismo que hacen todas sus amigas con sus parejas, ya sean sus novios u ocasionales, pero que no fueron filmadas. La puta que está en los celulares de media Ciudad de Buenos Aires, mirada por un malón de hombres (y mujeres). María es juzgada y evaluada por esos dos minutos de vídeo. Qué bien que lo hacés, María. Todo el ser de una persona reducido a un adjetivo calificativo, o a un sustantivo que es una profesión que María no ejerce y nunca quisiera ejercer: puta. Y cuando la condena no es tan tajante, el prejuicio de todas maneras se impone de una forma indirecta: "ojalá mi novia (claro, ella no lo hace o no lo hace así porque no es una puta) fuera como esta mina". Es lo mismo. María es una puta, nos guste o no nos guste admitirlo. 

Y lo que María sufre es una forma de acoso. Una forma perversa de acoso. Antes los acosadores necesitaban ser constantes, incisivos, siempre presentes. Ahora ni siquiera. Es un click. Y nunca más. Y antes los acosadores podían ser acusados de acosadores. Ahora ni siquiera. Hicieron un uso indebido de una imagen personalísima. Nada. Humo. Paja. Y la historia, sin castigos, sólo está condenada al eterno retorno, a la repetición incesante, a nunca terminar.

Y María es Josefina, Stefania, Lourdes, Juan, Santiago, Roberto, Victoria, Ezequiel. María es mujer y es varón. María puede ser cualquiera. Ni siquiera tenés que darte cuenta de que te están filmando. Claro, no lo habías pensado así: podés ser vos. Puede ser un ex-novio enojado y vengativo, como puede ser una pareja ocasional que te filmó sin que te des cuenta, o un vecino voyerista que se metió en la intimidad de tu matrimonio bien conformado. Puede ser de muchas maneras pero a vos no te pidieron permiso, autorización ni consentimiento para que le manden esas imágenes a nadie, ni a todos. Ni siquiera te avisaron. Y eso está mal. Siempre.

Y la culpa es de María. "Que se joda por boluda"; "ella eligió filmarse"; "son los riesgos de filmarse"; "con todos los casos que ya hubo, si se filtra un vídeo así, es tu culpa". En tu culpa, María. No de tu ex-novio, el que destruyó los códigos más básicos. Ese al que todos le conocemos el pito, pero que nunca da la cara. O del hacker que se bajó ese vídeo de su celular cuando tu ex lo llevó, realmente sin mala intención, a arreglar al Servicio Técnico de su cuadra. O de los amigos de tu ex-novio o de los amigos del hacker, que enseguida se lo reenviaron a todos sus contactos. O de los contactos. O de los contactos de los contactos. O mi culpa, que también recibí ese vídeo. Y lo vi. Porque no nos olvidemos: María es muy linda. Tampoco es culpa de un marco legal laxo o amplio o confuso o malo, donde el acosador puede acosar. Es culpa de María. Es su culpa. Que se joda. Lo más loco es que a pesar de que todos nos apropiamos de una parte de María al cosificarla y hacerla objeto, podemos ponerla ahí afuera y dejarla sola. Es tu culpa, María.

No te preocupes, María. Quizás puedas ser vedette. O quizás puedas salir del radar por un tiempo y dejar que pase agua bajo el puente. En unos meses o en unos años ya nadie se va a acordar. Bueno, quizás Google. Pero tranqui, la familia de tu nuevo novio va a entender, por más que te parezca humillante. Tu futuro empleador quizás no se de cuenta. Quizás. Quizás sí, ni idea. Por ahí podés abrir una nueva cuenta de Facebook, después de todo ¿quién no tiene Facebook, hoy? Y tener sólo algunos amigos, como para saber en qué andan, pero no te expongas mucho. Ya no tenés el control. Y eso, María, no es tu culpa. Es cruel, es triste y, por sobre todo, es injusto. El control lo tengo yo. Porque ese vídeo está en mi teléfono, ahora. Y en el de media Ciudad de Buenos Aires. Está en el teléfono de hombres y mujeres que pueden decidir borrarlo. Pueden no compartirlo. Pueden no abrirlo. Pueden decir basta.

No creo que pase eso, María. Y te pido perdón. Por mí y por los demás. Ya lo borré, no lo reenvié. Pero lo vi. Y el daño ya está hecho. Sólo dejame decirte que esto no es tu culpa. Que lo que hiciste no está mal. Que no sos una puta. Algún día nos daremos cuenta de que sos una persona que, una vez, fue filmada practicando sexo oral; y que esas imágenes se desparramaron sin tu consentimiento. Y vamos a recapacitar: eso no dice nada acerca de tu capacidad profesional, de tu bondad personal ni tu calidad humana, de tu idoneidad para ejercer cargos públicos, de tu honor, de la forma como te educaron, ni de nada. Aunque hayas accedido libremente, aunque tengas una videoteca entera de vídeos porno caseros, vos sos una víctima. Porque nadie te preguntó si esas imágenes podían ser viralizadas. Nadie te avisó. Nadie te preguntó si podíamos juzgarte, sin conocerte, sólo por dos minutos de tu vida. Fueron dos minutos descontextualizados que alguien usó para lastimarte porque pensó que era divertido. Y no fue divertido. Y esos dos minutos virtuales en mi celular, se transformaron en un montón de tiempo que cargaste una mochila pesada en la realidad.

Por eso, la culpa, María, es mía.

Imagen de una nota de The Economist titulada Misery merchants, sobre lo que se denomina "revenge porn" o la publicación de contenido explícito sin el consentimiento del protagonista de las imágenes.

lunes, 21 de julio de 2014

Una idea para buscar la paz en Israel y Palestina

Tirarle misiles a poblaciones civiles está mal. Secuestrar chicos y matarlos, está mal. Tener que correr a un refugio porque de un segundo a otro podés estallar por el aire y morir o ser gravemente herido, está mal. Vivir con miedo está mal.

Hay cosas que están mal. No hay que ser un experto en Medio Oriente para saberlas: es sentido común. Están mal.

Vivir desplazado del lugar donde naciste está mal. Que bombardeen tu ciudad y maten a tus conocidos, a razón de 40 por cada uno de los que muere en el otro lado, está mal. Que no puedas circular libremente, ni que dejen entrar a personas de otros lugares a tus tierras, está mal. Vivir con miedo está mal.

No hay que ser un eximio moralista, ni un líder religioso, para saber estas cosas: es sentido común. Están mal.

Hay chicos que se mueren. Legítima defensa y grados de responsabilidad: un debate estéril.
Creo en la existencia de un derecho a la legítima defensa. Eso existe para justificar que yo me pueda defender cuando alguien quiere matarme. Yo no quiero lastimar al otro, sino que quiero defender mi vida. Si el otro no atacara, yo no lo lastimaría, bajo ningún concepto. Ante su ataque y ante la inevitabilidad del daño que me puede causar, actúo y me defiendo. Lo mismo se puede aplicar para entender las relaciones entre países. Si un país te ataca, tenés derecho a defenderte. Primero, me parece, se tienen que agotar las vías diplomáticas y tenés que intentar todo lo que esté en tus manos para evitar una guerra. A nivel filosófico y jurídico hay toda una serie de "reglas" que se tienen que dar para considerar que una guerra es "justa". Es loco que una guerra esté justificada, pero es así. Hay guerras justas y guerras injustas. Hay gente que se defiende con legitimidad y gente que ataca sin legitimidad. Hay gente que ocupa con legitimidad y gente que ocupa y usurpa sin legitimidad. Hay proporcionalidad entre los daños sufridos y los daños infringidos, y hay desproporcionalidad. Hay cuidado por las poblaciones civiles, y hay ausencia de cuidado. Hay un montón de cosas en este mundo, tan loco. Y hay chicos que se mueren, de los dos lados. Hay chicos que se mueren. Y no hay reglas que alcancen si hay chicos que se mueren. Esto está mal. Punto.

Para determinar el grado de responsabilidad de las partes en un conflicto determinado, las variables a considerar son algunas de las anteriores. Pero eso no importa. Importa, pero no para buscar las fuentes de solución del conflicto. Importa para saber quién tuvo la culpa. En el caso del conflicto entre el Estado de Israel y Hamas, para decir: "la culpa de estas muertes es de...". Nada más. ¿Y mañana? Seguimos teniendo el mismo problema. 

No sé de quién es la culpa, ni quiero discutir el origen histórico de la situación. Hay chicos que se mueren. Chicos, de verdad, que no tienen ni 4, 5, ni 10 años. Niños. Qué mundo injusto, por Dios.

Una guerra tonta, eterna, por un pedazo de desierto. Esa podría ser una posible definición del conflicto entre el Estado de Israel y Hamas. No tiene nada que ver con la religión, sino con el fundamentalismo, presente de los dos lados, como en casi todo conflicto. No hay religiones, ni movimientos políticos, ni ideologías que sean ajenas al fenómeno. El problema no son las ideas; son las personas que las encarnan. Hay judíos fundamentalistas, católicos fundamentalistas, musulmanes fundamentalistas, hindúes fundamentalistas, budistas fundamentalistas, liberales fundamentalistas, comunistas fundamentalistas, homosexuales fundamentalistas, nacionalistas fundamentalistas, y, básicamente, fundamentalistas para toda forma de pensamiento y sobre toda postura, sobre cualquier tema. También hay judíos, católicos, musulmanes, hindúes, budistas, liberales, comunistas, homosexuales y nacionalistas tolerantes, dispuestos a aceptar que hay gente que es diferente, que piensa, vive y siente diferente a ellos mismos. Cualquier definición donde la culpa es de un grupo por abrazar una identidad determinada me parece simplista. Lamentablemente, cuántas veces escuchamos: "es culpa de ellos porque son... (judíos, católicos, musulmanes, hindúes, budistas, liberales, comunistas, homosexuales, nacionalistas, etc.)". La guerra no es culpa de nadie por ser judío o musulmán. Hay judíos y musulmanes extraordinarios (me voy al medioevo y cito a uno de cada, así no despierto pasiones bobas: Maimónides y Avicena) y judíos y musulmanes desdeñables y de cuarta. El problema no son las ideas, sino las personas que las encarnan. Así que, por todo lo dicho, no me voy a meter en las causas del conflicto. No porque no sean importantes. Son muy importantes para la paz. Pero me parece que hoy no están dadas las condiciones fundamentales para un diálogo fructífero sobre este tema. Hay temas sobre los que es mejor hablar cuando todos podemos entendernos. Lamentablemente, hay musulmanes radicalizados, extremistas y violentos, dispuestos a justificar cualquier acción en contra de sus oponentes; y hay judíos radicalizados, extremistas y violentos, dispuestos a justificar cualquier acción en contra de sus oponentes. Mala combinación.

¿Por qué Israel se equivoca?
Mi teoría, sin ninguna demostración más que el sentido común, es que Israel erra brutalmente en su estrategia y en la forma como maneja el conflicto. Aunque sea descarnadamente cruel, creo que su política es accidental e involuntariamente funcional al fortalecimiento de los radicales a quienes se opone y contra quienes lucha. Israel tiene derecho a existir como un país pero no tiene interés en generar las condiciones de paz duradera que implica toda convivencia.

Nunca un Estado y un grupo pueden estar igualados. Menos aún si ese grupo (de terroristas, de fundamentalistas/extremistas, de personas equivocadas, de héroes, llámenlos como quieran), haciendo uso de la lección número 1 del Manuel de la Guerra de Guerrillas, se escuda en población civil inocente. No podés llevar adelante una guerra convencional, con enemigos no convencionales. No alcanza con decir que las muertes civiles son "daños colaterales". Se mueren niños. Quizás la guerra, Israel, no sea la mejor respuesta para las agresiones que sufrís. No reconocen tu Estado y son terroristas (Hamas, no los palestinos en general). Es cierto. Pero te lo dice un argentino que desde que tiene conciencia escucha sobre algo que se denomina: "la teoría de los dos demonios". El Estado y los grupos agresores, si no son un Estado, no son lo mismo. No se trata de un complot antisemita internacional, es sentido común. "¿Debe Israel aguantar que una banda de terroristas ataquen a su población civil con misiles, mientras posee los medios para evitar esas masacres injustas?" - podría preguntar cualquier interlocutor. No. No debe. Debe pensar y poner en práctica otras alternativas que no sean causa de futuros conflictos.

También erra Israel, en mi opinión, al controlar el acceso terrestre, el espacio aereo y marítimo en la Franja de Gaza y, paralelamente, permitir que la población, en parte refugiados, viva en condiciones de indignidad incompatibles con la naturaleza humana. La Franja de Gaza, con 40 kilómetros de acceso al Mar, con varios kilómetros de frontera con Egipto, con otros tantos de frontera con Israel, reproduce las condiciones de pobreza de un país aislado e inaccesible. Se denomina "landlock" a los países que no tienen acceso al mar y, por tanto, al comercio que ese acceso brinda. En general son países mucho más pobres que los que tienen acceso, que son mayoría en el mundo. Palestina sería una especie de isla, sin acceso al mundo, donde la gente está sumida en condiciones de vida, a veces, alienantes. No sé quién tiene la culpa, pero si vivieras así, ¿no estarías enojado? "¿Debe Israel levantar el bloqueo y permitir que los extremistas tengan acceso a armas de mayor calibre y peligrosidad, disponibles en muchos países de la región que no reconocen al Estado de Israel como tal?". No. No todavía. O no debiera permitir, simultáneamente, un bloqueo y que existan esas condiciones de vida.

Una posible solución
El Estado de Israel provee una forma de vida con estándares europeos, en un territorio que hace 60 años estaba tan mal como el resto del Medio Oriente. Israel tiene una alta productividad científica, un PBI extraordinario, altos indicadores sociales y un excelente índice de desarrollo humano. La gente en Israel es libre de hacer miles de cosas. Hace unos años, estando en Tel Aviv, después de haber conocido algunos países árabes, me chocó ver a una persona corriendo en sunga por la rambla. Me chocó verla por el contexto. La gente en Israel realmente tiene otro chip, totalmente occidental, y puede hacer lo que quiera. Se dan las condiciones y los marcos para que cada uno elija el modo de vida que prefiere. Eso, ad intra. Pero me extraña que no pueda buscar políticas externas amigables para garantizar ese marco institucional.

Mi propuesta, entonces, tan inverosímil como práctica; tan impensada como distinta, es que Israel le brinde a todos los ciudadanos palestinos las mismas condiciones de vida que le provee a los ciudadanos israelitas. En vez de ofensivas terrestres, hospitales; en vez de acciones armadas, escuelas; en vez de represalias, infraestructura. Si pudieron hacerlo en gran parte del territorio que poseen, en menos de 60 años, a pesar de un par de grandes guerras, ¿por qué no lo pueden hacer en la Franja de Gaza? ¿Qué pueblo, en su sano juicio, le daría protección a un grupo de extremistas que atacan a quien me brinda la posibilidad de educarme, de una buena salud, de recrearme, de tener acceso a Internet, a buenas rutas, a generar un negocio exitoso, etc.? Un desarrollo integral, verdadero, humano. ¿Poner la otra mejilla? No, la motivación es estrictamente egoísta. Al hacerlo, se reducen los incentivos a la violencia. Generar desarrollo, igualdad, riqueza e inclusión. Serían mejores vecinos, más educados, menos heridos, ajenos a luchas ideológicas que los alienen de esas posibilidades. Una Palestina potente, educada y, verdaderamente, libre. Llena de posibilidades. Que cada misil que cae en territorio israelí redoble el compromiso en la promoción de las condiciones de vida de las personas palestinas. Esa es, para mí, la única solución definitiva al conflicto.

Entre pares, entre pueblos educados y hermanados, es posible la superación de los demás conflictos y los acuerdos en tornos a los límites y contornos de los territorios. Hasta ese momento, Dios quiera que me equivoque, El que Es, Dios Trino y Alá, una paz duradera y cierta me parecería sólo posible por directa intercesión de la mano del Todopoderoso o, en otras palabras, un milagro.

martes, 15 de julio de 2014

Lio Messi y la distancia entre Mesías y chivo expiatorio: una analogía sobre el ser argentino

Lo admito, sé poquísimo de fútbol. Sin embargo, en el fútbol se repite un mecanismo que descubro en otros ámbitos de la cultura y el pensamiento.  Y de eso sí que me animo a hablar. Nuestro problema, argentinos, es el rol que le damos a las personas como individuos.

Vayamos, por sólo un párrafo, a la historia del pensamiento: René Girard, que es un pensador, dice que en el mundo todos los hombres se quieren imitar unos a otros. También dice que, al hacerlo, quieren poseer lo que es del otro y, por tanto, surge inevitablemente la violencia. La violencia es algo inherente a la naturaleza humana y a su afán de tener lo que es de los demás. Resumidísimo, este impulso imitativo es lo que hace que las sociedades se mantengan unidas y es, a la vez, el germen de su destrucción. La única salida de esta situación de eterno conflicto y potencial destrucción es el sacrificio de un chivo expiatorio: una víctima que, en su sacrificio, evita que las partes se masacren entre sí. Con el tiempo, este chivo expiatorio es investido con atributos sagrados que lo convierten en objeto de culto. Girard desarrolla esta teoría para hablar de la religión y de la violencia inherente a las religiones naturales, que sacrificaban animales o, a veces, seres humanos, a una supuesta deidad que así lo reclamaba. En fin. Volvamos a la cancha.

La figura del chivo expiatorio asume miles de formas en la cultura, tanto ilustrada como popular. Hoy se entiende como tomar a una persona y adjudicarle la entera y absoluta responsabilidad por un mal que nos aqueja. Su sacrificio simbólico es una manera de lavar la culpa por ese mal. Algunos ejemplos: María Julia como única corrupta condenada del menemismo; el colorado que se me cruzó y me trajo mala suerte; el pecho frío de Messi que no corrió en la final del mundo; y así. Uno y único responsable de una tragedia inconmensurable. El culpable. No importa si fue 4 años seguidos el mejor jugador del mundo; si es el capitán de la selección; si renunció a estar parado en la cancha en el lugar que lo ayuda a ser su mejor versión de sí mismo en pos del esquema táctico del equipo; si se moría de ganas de ganar la copa y había sido, en buena parte, uno de las causas de que Argentina estuviera en la final. "Yo lo vi por la tele, en esa jugada que enfocó Fútbol para Todos: Messi no corrió. Pecho frío, no lo siente. Si hubiera corrido, ganábamos. En Barcelona lo ganaba. No sabe ni el himno. Si no corre, que se vaya". Y así. Así funciona el mecanismo del chivo expiatorio. Expiamos las culpas de todos y el dolor que no comprendemos, matando al inocente. En este caso, injusticia doble: no sólo al que no tiene la culpa, sino a uno que había dejado el alma para que las cosas fueran como nosotros queríamos. Necesitamos echarle la culpa a alguien. Y el problema, compatriotas, es que buscamos siempre adjudicarle la responsabilidad de las cosas a los individuos.

Lo curioso, o en realidad, lo más coherente y lógico, es que nos pasa lo mismo cuando el fin no es el de expiar una culpa, sino el de alimentar una esperanza. Cuando estamos en un pozo, en medio de la desesperación, cuando no sabemos para dónde disparar, ni cómo solucionar un problema: cuando estamos en crisis, de nuevo, lo mismo. Le adjudicamos a una persona la carga de salvarnos. En el Antiguo Testamento, el único que podía expiar la culpa del pecado original, liberando al pueblo judío de la esclavitud, era el Salvador que mandara Dios: el Mesías. Era Él y sólo Él el único y absoluto responsable capaz de superar esa situación que tanta aflicción causaba. Y lo loco es que, volviendo al ejemplo de Messi, él también fue mesías. Paradójicamente, hasta había banderas en el Mundial que jugaban con las figuras del Papa, D10S (Maradona "deificado" y como objeto de culto cuasi-sagrado) y el MESSIas. El Pueblo elegido: el pueblo argentino. De nuevo, la carga del triunfo recayó sobre uno sólo. Por eso Maradona ganó el Mundial del ´86. Lo ganó él. Sólo. Es Dios.

El problema es que salvo en temas de fe, y en algunas circunstancias muy específicas de campos determinados, las culpas y los procesos exitosos nunca dependen entera y solamente de una persona. No funciona así. Hay instituciones, reglas de juego, organizaciones, leyes, equipos, movimientos, sectores, partidos, modas... Hay procesos que exceden los deseos y la voluntad individual. No hay lugar ni para mesías ni para chivos expiatorios, porque los logros y los fracasos nunca dependen de una sóla individualidad, sino del conjunto. Y esta realidad le es ajena a nuestra cultura. Quizás lo podemos entender racionalmente, pero reiteramos el comportamiento, el juicio y la forma de ver el mundo, de manera obsesiva. Lo tenemos inserto en la cabeza.  

Yo no sé cómo será en otros países, pero acá, en Argentina, no nos enamoran mucho las ideas, ni las organizaciones, ni los movimientos o las modas. Acá, nos mueven las personas. Primero la persona, después el movimiento, el partido, el equipo o la organización. Así, en política, no hay peronismo sin el General, ni macrismo sin Mauricio ni kirchnerismo sin Néstor. Siempre hay un fundador. Una persona, un individuo: el mesías. O el chivo expiatorio. Pasa en política, pasa en deportes, pasa en casi todos los ámbitos de la cultura. No sé quién nos metió estas ideas en la cabeza, pero son un disparate. Simplemente, no son ciertas. Definitivamente, no son sanas. Nos va a costar mucho crecer como pueblo si seguimos pensando que los cambios y los procesos exitosos dependen de súper héroes, de enviados divinos y de gente tocada por la varita mágica.

Los cambios dependen de nosotros, como conjunto, unidos por un ideal, mancomunados, organizados, comprometidos, constantes, trabajadores. Los éxitos dependen de la continuidad de los ciclos, de las ideas directrices que trascienden a las personas e, incluso, a los partidos políticos y a los sectores. La Patria grande se construye sobre pueblos, no sobre individuos.

Pobre Lio, que lleva sobre sus hombros la carga de ser el Mesías. Y que si no actúa como un semidiós, pasa a ser, en un mecanismo perverso, el chivo expiatorio. Pobre Lío, pero, sobre todo, pobres nosotros, que seguimos pensando así después de tantas tristes experiencias históricas.


lunes, 14 de julio de 2014

Fue todo un sueño

Obnubilado significa "con una nube delante". Algo que no permite ver más allá y que, por tanto, crea estupor o confusión. Y sí, hoy no podía amanecer de otra manera que así, con esta niebla que obnubila, que no te deja ver nada, que te acorta la vista y la deja impotente, miope, incapaz de reconocer la naturaleza inasible de lo que está detrás.

Un día de mierda.

No podíamos amanecer de otra manera. Tenía que ser así. La confusión interna de no saber si todo esto se trató de un sueño. Cayó el telón: se terminó la comedia. ¿Era todo teatro?

Yo quería creer. Todavía quiero, como el enamorado que no asume el límite de lo que ama. Quería creer en ese país donde nos mancomunamos todos. Donde gritamos "Argentina" y se nos pone la piel de gallina. Donde el de al lado es mi hermano, es mi prójimo, es mi patria. No es un enemigo, ¿quién nos convenció de eso? Enemiga es la viveza; es la corrupción; es la enemistad en las familias. Pero se acabó la ficción. Se terminó el Mundial y no ganamos. Somos segundos. Y el genio maligno nos metió en la cabeza que el segundo es el primer perdedor, que es "#allin or nothing", y no se cuántas pavadas más.

Y en el embelesamiento, encandilados por la ilusión de una alegría que anhelamos, nos olvidamos que nuestros hermanos, esos con los que nos abrazamos a gritar un gol aún sin conocernos, tuvieron el agua hasta el pecho en una de las provincias más pobres del país. Y nos distrajimos. Cambiamos de canal. Estaba bien, no podíamos permitir que nada nos quitara esa esperanza.

Por eso despertar duele tanto. Por eso ver a los hijos de nuestro suelo corromper el ritual de la celebración nos decepciona y nos frustra. El sueño se acabó y no fue más que eso: un anhelo, el deseo profundo de ser mejores. De ser distintos. Y se acabó. Nos despertamos tan repentinamente cuando mezclados con las familias y los cochecitos, con colores de la bandera y los cánticos, cuando el corazón era uno con el pueblo, algunos rompieron todo. No se rompió la Av. 9 de Julio, ni el Metrobús, ni la vereda, ni la propiedad privada. Se nos rompió la ilusión de soñar con un país diferente. Nos despertamos de golpe, exaltados, aturdidos, anhelando volver atrás, al sueño que nos cobijaba y que nos había hecho sonreír en la oscuridad. Se acabó la épica. Se acabó el relato. Es lunes.

El segundo lugar en el Mundial de Fútbol fue un tremendo logro deportivo del que nos tenemos que sentir orgullosos y agradecidos. Nos emocionó el corazón, la garra, la capacidad de cambiar ante la adversidad, la unidad del grupo, el trabajo, la humildad. Argentinos que nos representan con humildad. ¡Qué orgullo! Pero un Mundial de Fútbol es eso: un Mundial de Fútbol. Es una tautología, sí. Pero vale la pena aclararlo. Tener otra estrella arriba del escudo de la AFA no nos hace mejores ni peores. Tener una AFA honesta, sí.

Fue todo un sueño. Ahora, al despertar, queda en nosotros poner en ese lugar los verdaderos valores que nos vuelvan a unir hacia el Bien Común. Ya no para el fútbol, sino para las cosas más altas. Qué lindo fue ver gustar nuestra canción, nuestros colores, nuestros símbolos. Fue un sueño tan intenso.

El desafío ahora, despiertos, es seguir soñando. Elegir soñar. Y trabajar. Y pensar. Y vivir. Y sentir una patria que nos queme, especialmente en la adversidad. Se murió la ilusión de ser campeones del mundo, pero que no se apague la esperanza de poder ser mejores. Es lunes. El peor día de la semana, pero el mejor día para empezar proyectos. Es un gran día para despertarse. Para saber que ese, con quien nos dejamos de hablar porque pensamos distinto, siente igual que nosotros. Y quiere a nuestro país tanto como nosotros. Al menos el sueño nos dejó eso. Sabernos todos hermanados atrás de lo mismo. Somos capaces de eso. Y eso, que no es poca cosa, es el corazón y la semilla de una sociedad alta y sana. Ser capaces de tirar para el mismo lado, a pesar de las divergencias, en fraternidad.

Ayer nos dolieron las imágenes de la televisión mostrando a algunos grupos de personas rompiendo lo que es de todos. Lo hacían con la remera de Argentina. Qué ironía, ¿no?  Pero quizás, sólo quizás, hayan estado ahí para ayudarnos a despertar. Para dejar de boludear y para poner el foco y el corazón en lo que importa. El fútbol es lindísimo y ganar nos habría llenado el corazón durante un tiempo. Pero si nos aleja del compromiso real es un opio que nos adormece y nos hace sentir bien, pero que tiñe las cadenas y no nos permite ver la realidad. Fue todo un lindísimo sueño. Y siempre después de la niebla, sale el sol. Ahora, despiertos, queda el desafío de tomar lo mejor de ese anhelo y hacerlo real. Sabemos que juntos, realmente juntos, podemos. Y así, con mucha alegría y realmente esperanzado, puedo decir: ¡qué lindo que es soñar!



lunes, 30 de junio de 2014

Nunca Mac o McGracias, esa es la cuestión

"Esa pregunta no tiene nada que ver con el tema de esta charla" - afirmó, con autoridad, una de las conferenciantes.

Sentí un poco calor. Bastante en realidad. No necesitaba verme a mí mismo para percibirme ruborizado. Rubor que era la manifestación observable de un poco de vergüenza y de un poco de enojo. El resto era impotencia y la tensión que me invitaba a detener el impulso irrefrenable de retrucar. Ganó el superyo, me contuve. Categórica. Esa fue la respuesta que recibí ante un auditorio de 500 personas, en su gran mayoría abogados, en Diciembre del 2012, en Uruguay, durante unas Jornadas sobre Propiedad Intelectual. Tengo que admitir que el resto de la respuesta fue relativamente buena, aunque la afirmación del comienzo hubiera sido una mentira; porque claro, como toda buena mentira, la afirmación era en parte cierta, pero en parte no.

Las denominaciones en inglés son omnipresentes cuando un tema se pone de moda en el mundo empresario. Nuestra charla era sobre Greenwashing, que es la acción por la cual las empresas buscan el mejor posicionamiento de sus marcas dando la imagen de ser amigables con el medio ambiente, pero sin serlo realmente. Es marketing; espuma. El verdadero y único fin no es el de ser ambientalmente responsables sino el de maximizar sus ganancias. Durante la conferencia, deberíamos haber escuchado qué es lo que hacen algunas empresas para posicionar sus marcas haciendo un uso indebido de una supuesta política "verde". Sin embargo, en la charla, una empleada de Arcos Dorados nos ponía al tanto de las muchas iniciativas que la empresa llevaba adelante en lo referente al cuidado ambiental y a la política de sustentabilidad de la empresa, en general. Y más allá de que era irónico que los expositores en parte estuvieran haciendo un poco lo que venían a denunciar, la verdad que las cosas que contaban eran muy interesantes. Aplaudo toda iniciativa que reduzca el consumo innecesario de energía, que colabore para incluir socialmente a los excluidos y que convierta a una corporación en un actor que beneficie a la comunidad con quien interactúa. Pero el tema, justamente, es este último. ¿Puede McDonald´s convertirse en un actor que beneficie a la comunidad con quien interactúa (en este caso, dado el alcance, a todo el mundo)? ¿Puede McDonald´s beneficiar al mundo? ¿Puede hacerlo sin cambiar el corazón de su negocio? ¿Lo hace hoy en día? ¿Ayudó a mejorar el mundo o a empeorarlo? Cuántas preguntas...

McDonald´s es un blanco fácil. Tiene mala prensa, a pesar de los muchos esfuerzos de la empresa por mostrarse jovial, cercana y, sobre todo, familiar. Podría escribir varias entradas sobre aspectos de esta corporación que son controvertidos. De hecho, se han escrito libros enteros denunciando aspectos ilegítimos de esta cadena de restaurantes en particular. Cito un sólo ejemplo, que me parece uno de los más radicales en su crítica: Fast Food Nation, de Eric Schlosser. Pero no quiero hablar de las cosas "obvias" por dos motivos. Primero, porque mi esfuerzo continuo en este espacio fue tener la intención de tratar de salir de lugares comunes a la hora de pensar todo tipo de temas. Y lo obvio sería decir que en McDonald´s:
1) la garantía del pleno ejercicio de los "derechos laborales" es dudosa (porque en USA hacen lobby para que los sub-18 tengan un salario mínimo inferior al resto de los trabajadores y los salarios de la cadena, para el crew, son magros; porque no favorecen la sindicalización de sus empleados, entre otras);
2) la calidad de sus alimentos, a nivel de salud en general -por los repetidos brotes de escherichia coli, en todo el mundo, relacionados con esta cadena y muchas otras de comida rápida- es cuestionable;
3) apuntan sus publicidades a los más chicos, que legalmente son menores de edad y, psicológicamente, no están preparados para tener un juicio crítico respecto al bombardeo que reciben (pensemos, además, en los colores de la cadena, en el payaso Ronald, la "m" dorada, visible desde cualquier lado, los juguetes de la Cajita Feliz, los juegos en el interior del restaurante y una larga lista de etcéteras);
4) le han vendido productos no vegetarianos (cocinaron, durante décadas, sus papas fritas con una mezcla de aceite animal y vegetal) a comunidades hindúes, para quienes las vacas son sagradas;
5) compraron carne en mataderos donde los animales eran tratados de manera cruel y, en casos, incluso salvaje;
6) denunciaron civilmente a personas de todo el mundo por hablar mal de sus productos.


 La lista podría proseguir todavía bastante, pero me parece que ya cumple con la función de ilustrar que "hablar de lo obvio" sería hacer referencia a todas estas cosas y a varias más. El segundo motivo por el cual no quiero hablar de "lo obvio", es porque, afortunadamente, los que tenemos la última palabra somos nosotros, los clientes. Y McDonald´s lo sabe. Es por eso que muchas de las denuncias que se le hacen, en algún momento, se convierten en un cambio corporativo. O un intento al menos. Que hay greenwashing, no me caben dudas, pero no puedo decir que es una empresa que no escucha. Quizás sea ese uno de los motivos por el cual tiene 70 millones de clientes en todo el mundo, todos los días. Impresionante. Se nota que algo los entiende, y los escucha. Entonces, mi segundo motivo es que yo no quiero hacer una crítica para que la empresa cambie un aspecto particular, sino que me quiero plantear si es o no buena para nosotros, sus clientes. Me consta que es muy buena con sus empleados de nivel gerencial y directivo, quienes tienen amplias oportunidades de crecimiento, en un espacio de trabajo muy amigable, cosa de por sí ponderable y a destacar.

El problema, justamente, somos nosotros, los clientes. De todo el mundo.

Clientes de McDonald´s y de todas las cadenas de comida rápida, en general. Hablo de McDonald´s porque esos son los beneficios, y las cargas, de ser el número uno. Y son también las consecuencias de responderle de manera inapropiada a un tipo que tiene un blog. En algún lugar en el medio de esas dos posibilidades está el motivo por el cual hablo de Mc, aunque me refiero a todas en general.

El mejor argumento que se me ocurre (atentos a la originalidad) es que el corazón del negocio de las cadenas de "comida rápida", es, justamente, la comida. Ojo, y de nuevo, no dudo de que una multinacional puede colaborar a elevar los estándares de sus proveedores, lo que, indirectamente, beneficia a otros posibles compradores, externalizando positivamente sobre la sociedad en su conjunto. También entiendo que el buen clima laboral es, de por sí, algo que afecta de manera positiva en la sociedad, porque los empleados contentos generan buen clima. Ni niego que las políticas de Responsabilidad Social de una empresa sean dignas de ser imitadas. Estoy seguro de que hay otras maneras en que una corporación, en general, puede ser un actor relevante y positivo para la comunidad en donde está ubicado. No le pierdo la fe a las corporaciones, como no le pierdo la fe a ningún otro poder: lo entiendo como un servicio. Volviendo, el problema es la comida. Y no me imagino un McDonald´s sin comida. No me imagino un McDonald´s sin comida de McDonald´s y ese, justamente, es el mayor impedimento que, en mi opinión, obstaculiza la posibilidad de que la empresa se convierta en un actor que beneficie a la comunidad con quien convive. De más está decir, ni un Wendy´s sin comida de Wendy´s, Burger King sin comida de Burger King, y así.

Hoy, la obesidad es un gran problema global. Y las causas son miles. No es culpa, sólo, de esta empresa, ni sólo, de la comida rápida en general. El mundo cambió un montón en poco tiempo: simplificando el cambio a nivel sociológico diría que ya no nos movemos tanto y las madres hoy trabajan al igual que los padres. Como ambos trabajan, el consumo de comidas rápidas creció exponencialmente desde los años ´50. Es lógico. Los cónyuges llegan muertos de cansancio y al abrir la puerta de su casa hay dos o tres críos a los que alimentar. El restaurante significa un problema menos: ahorro de tiempo "a un buen precio" (aunque hoy, en nuestro país, entre 50 y 70 pesos por una comida no es exactamente "una ganga"). En otros países, sin embargo, hay un covarianza bastante evidente entre bajos recursos y problemas de calidad en la nutrición. Más allá de si lo elegimos o no, porque, de hecho, lo elegimos, ¿nos hace bien? Y toda esta entrada, cuyo hilo perdí en alguna ocasión se resume a esa pregunta: si el negocio de una empresa es darnos una comida que, en líneas generales, no es muy nutritiva y, sumada a nuestro actual modo de vida (más sedentario) nos está inflando como a un sapo, ¿nos hace bien?

Como ejemplo, cito esta nota que se publicó hace un tiempo en un diario y que muestra las calorías de los menúes más vendidos en MC y Burger: http://www.lanacion.com.ar/1558873-las-hamburguesas-mas-vendidas-contadas-por-sus-calorias

Al fin y al cabo, nuestra visión va a estar condicionada por cómo entendamos lo que es una empresa. ¿Qué es una empresa y cuál es su finalidad? Si es solamente una organización cuyo único fin es maximizar ganancias, la respuesta a si un producto nos hace bien o no, es irrelevante. Ahora, si la entendemos como una organización, donde uno de sus fines -uno, no el único- es ser eficiente para maximizar sus ganancias, pero a la vez armoniza ese objetivo con otros... y, la cosa se complica. Yo entiendo que la empresa, como todo actor de una sociedad, tiene responsabilidades que exceden lo estrictamente fiscal y las obligaciones que tienen por ley. Entiendo a toda institución, que sea digna de ser considerada como tal, de esa manera. Sí, hay que pagar los impuestos y cumplir la ley, pero, al menos para mí, no alcanza con que seas muy copado en relación a la RSE si nos estás dando algo que nos hace mal. Para mí, no alcanza. Tu core business está lastimándonos. Lo mismo le cabe a las tabacaleras, aunque a ellas no les importa parecer lindas, ni familiares. Es como que te dicen: "mirá, yo te enveneno si usás mis productos de manera sostenida, pero doy la cara; no me importa otra cosa que ganar plata, a costa de tu salud; si te va, comprá, sino no". No te engatuzan ni te dan una imagen tierna ni familiar. ¿Por qué? Porque nosotros, sus clientes (y los familiares de sus clientes) las frenamos. Sólo por eso. Quizás haya llegado la hora de ponerle un freno a las cadenas de comida rápida. El hecho de que haya "menúes saludables" es todo una confesión de parte: los otros no lo eran. No tenemos que probarlo, ellos mismos nos lo dijeron.

Y la crítica central a esta postura es: ¿Por qué hablamos de las cadenas de restaurantes de comida rápida y no de quienes venden alcohol o sobre los casinos? Ellos también desarrollan un negocio cuyos resultados, a nivel social, traen que parte de la gente se enferme. Es cierto. Es una buena crítica. Y, quizás esta crítica también haya que dirigirsela a ellos, ¿por qué no? De hecho, hasta hace no tanto, la industria del juego estaba más regulada. No sería mala idea pensar en limitar su alcance y en cargarla con más impuestos con cuya renta tratar a los ludópatas. Lo que me rebela un poco más de McDonald´s es que la comida es una necesidad fundamental, mientras que el alcohol y el juego, no. Además, dirigen su publicidad a los más chicos, a los que no se pueden defender. Sí, es un tema complejo que, personalmente, no termino de cerrar. ¿Dónde está el límite para esta crítica? ¿Qué hacemos con las galletitas dulces, que también colaboran a expandir la obesidad y son consumidas, en gran medida, por menores? ¿Y con los cereales que tienen dos kilos de azucar? ¿Le cabe la misma crítica a Mondelez? ¿O es un tema de gradación y somos los clientes los únicos y absolutos responsables de lo que comemos y, por tanto, de lo que nos pasa? ¿Pueden vendernos cualquier cosa y depende enteramente de nosotros? ¿O hay límites? Si los hay, ¿quién los pone y con qué criterio? No sé. Por eso este blog se llama "Pampa y la Vía" y la idea es encontrar, entre más de uno, las respuestas. O, al menos, animarnos a hacernos las preguntas juntos. Quizás las respuestas estén lejos de las posiciones extremas y haya que construirlas entre todos. Quizás la libertad del hombre no esté sólo en si decide comer o no, sino en presionar a sus gobiernos para que regule algunas actividades y la provisión de determinados bienes y servicios. Lo que sí sé es que esta indecisión y este no saber es el lugar donde se resguardan las corporaciones que, mientras nosotros reflexionamos sobre los límites entre la libertad individual, la RSE y el bien común, siguen dándonos un menú que tiene más de la mitad de las calorías que deberíamos ingerir en un día entero.

Quizás sean los vicios personales, al final, los responsables del mal social. Quizás. Pero quizás, sólo quizás, la responsabilidad de los males sociales esté en los individuos, que forman parte de la sociedad, y también de las empresas, que también forman parte de la sociedad. Algo que ver tendrán. Me parece.


Mi intervención y posterior pregunta, en aquel Congreso, había sido la siguiente (ahora un poco mejor formulada, gracias a la posibilidad de poder escribirla y a la ausencia de nervios): "Según lo que Ud. presenta, la sustentabilidad, tal como lo entiende la empresa, y con quien estoy de acuerdo, está enfocada no sólo en el cuidado ambiental, sino en el cuidado de la comunidad y el well being de todas las personas. Sin embargo, el core business de la empresa es la venta de comida con altos contenidos calóricos, de grasas y de azúcar, lo que, probablemente, esté de alguna forma vinculado -que no quiere decir que sea la única responsable o la causa principal- con la pandemia de la obesidad, siendo este uno de los mayores problemas que enfrenta todo el mundo. McDonald´s es la cadena de comida rápida más grande del mundo y un actor privilegiado del mercado. ¿Cuáles son las políticas activas de la empresa para colaborar en la lucha contra esta enfermedad?".