martes, 15 de julio de 2014

Lio Messi y la distancia entre Mesías y chivo expiatorio: una analogía sobre el ser argentino

Lo admito, sé poquísimo de fútbol. Sin embargo, en el fútbol se repite un mecanismo que descubro en otros ámbitos de la cultura y el pensamiento.  Y de eso sí que me animo a hablar. Nuestro problema, argentinos, es el rol que le damos a las personas como individuos.

Vayamos, por sólo un párrafo, a la historia del pensamiento: René Girard, que es un pensador, dice que en el mundo todos los hombres se quieren imitar unos a otros. También dice que, al hacerlo, quieren poseer lo que es del otro y, por tanto, surge inevitablemente la violencia. La violencia es algo inherente a la naturaleza humana y a su afán de tener lo que es de los demás. Resumidísimo, este impulso imitativo es lo que hace que las sociedades se mantengan unidas y es, a la vez, el germen de su destrucción. La única salida de esta situación de eterno conflicto y potencial destrucción es el sacrificio de un chivo expiatorio: una víctima que, en su sacrificio, evita que las partes se masacren entre sí. Con el tiempo, este chivo expiatorio es investido con atributos sagrados que lo convierten en objeto de culto. Girard desarrolla esta teoría para hablar de la religión y de la violencia inherente a las religiones naturales, que sacrificaban animales o, a veces, seres humanos, a una supuesta deidad que así lo reclamaba. En fin. Volvamos a la cancha.

La figura del chivo expiatorio asume miles de formas en la cultura, tanto ilustrada como popular. Hoy se entiende como tomar a una persona y adjudicarle la entera y absoluta responsabilidad por un mal que nos aqueja. Su sacrificio simbólico es una manera de lavar la culpa por ese mal. Algunos ejemplos: María Julia como única corrupta condenada del menemismo; el colorado que se me cruzó y me trajo mala suerte; el pecho frío de Messi que no corrió en la final del mundo; y así. Uno y único responsable de una tragedia inconmensurable. El culpable. No importa si fue 4 años seguidos el mejor jugador del mundo; si es el capitán de la selección; si renunció a estar parado en la cancha en el lugar que lo ayuda a ser su mejor versión de sí mismo en pos del esquema táctico del equipo; si se moría de ganas de ganar la copa y había sido, en buena parte, uno de las causas de que Argentina estuviera en la final. "Yo lo vi por la tele, en esa jugada que enfocó Fútbol para Todos: Messi no corrió. Pecho frío, no lo siente. Si hubiera corrido, ganábamos. En Barcelona lo ganaba. No sabe ni el himno. Si no corre, que se vaya". Y así. Así funciona el mecanismo del chivo expiatorio. Expiamos las culpas de todos y el dolor que no comprendemos, matando al inocente. En este caso, injusticia doble: no sólo al que no tiene la culpa, sino a uno que había dejado el alma para que las cosas fueran como nosotros queríamos. Necesitamos echarle la culpa a alguien. Y el problema, compatriotas, es que buscamos siempre adjudicarle la responsabilidad de las cosas a los individuos.

Lo curioso, o en realidad, lo más coherente y lógico, es que nos pasa lo mismo cuando el fin no es el de expiar una culpa, sino el de alimentar una esperanza. Cuando estamos en un pozo, en medio de la desesperación, cuando no sabemos para dónde disparar, ni cómo solucionar un problema: cuando estamos en crisis, de nuevo, lo mismo. Le adjudicamos a una persona la carga de salvarnos. En el Antiguo Testamento, el único que podía expiar la culpa del pecado original, liberando al pueblo judío de la esclavitud, era el Salvador que mandara Dios: el Mesías. Era Él y sólo Él el único y absoluto responsable capaz de superar esa situación que tanta aflicción causaba. Y lo loco es que, volviendo al ejemplo de Messi, él también fue mesías. Paradójicamente, hasta había banderas en el Mundial que jugaban con las figuras del Papa, D10S (Maradona "deificado" y como objeto de culto cuasi-sagrado) y el MESSIas. El Pueblo elegido: el pueblo argentino. De nuevo, la carga del triunfo recayó sobre uno sólo. Por eso Maradona ganó el Mundial del ´86. Lo ganó él. Sólo. Es Dios.

El problema es que salvo en temas de fe, y en algunas circunstancias muy específicas de campos determinados, las culpas y los procesos exitosos nunca dependen entera y solamente de una persona. No funciona así. Hay instituciones, reglas de juego, organizaciones, leyes, equipos, movimientos, sectores, partidos, modas... Hay procesos que exceden los deseos y la voluntad individual. No hay lugar ni para mesías ni para chivos expiatorios, porque los logros y los fracasos nunca dependen de una sóla individualidad, sino del conjunto. Y esta realidad le es ajena a nuestra cultura. Quizás lo podemos entender racionalmente, pero reiteramos el comportamiento, el juicio y la forma de ver el mundo, de manera obsesiva. Lo tenemos inserto en la cabeza.  

Yo no sé cómo será en otros países, pero acá, en Argentina, no nos enamoran mucho las ideas, ni las organizaciones, ni los movimientos o las modas. Acá, nos mueven las personas. Primero la persona, después el movimiento, el partido, el equipo o la organización. Así, en política, no hay peronismo sin el General, ni macrismo sin Mauricio ni kirchnerismo sin Néstor. Siempre hay un fundador. Una persona, un individuo: el mesías. O el chivo expiatorio. Pasa en política, pasa en deportes, pasa en casi todos los ámbitos de la cultura. No sé quién nos metió estas ideas en la cabeza, pero son un disparate. Simplemente, no son ciertas. Definitivamente, no son sanas. Nos va a costar mucho crecer como pueblo si seguimos pensando que los cambios y los procesos exitosos dependen de súper héroes, de enviados divinos y de gente tocada por la varita mágica.

Los cambios dependen de nosotros, como conjunto, unidos por un ideal, mancomunados, organizados, comprometidos, constantes, trabajadores. Los éxitos dependen de la continuidad de los ciclos, de las ideas directrices que trascienden a las personas e, incluso, a los partidos políticos y a los sectores. La Patria grande se construye sobre pueblos, no sobre individuos.

Pobre Lio, que lleva sobre sus hombros la carga de ser el Mesías. Y que si no actúa como un semidiós, pasa a ser, en un mecanismo perverso, el chivo expiatorio. Pobre Lío, pero, sobre todo, pobres nosotros, que seguimos pensando así después de tantas tristes experiencias históricas.


1 comentario:

  1. Muy bueno, Oso. Confieso (aunque ya lo sabés) ser de los que no puede evitar en caliente atribuir responsabilidades al chivo expiatorio en el esquema del que hablás. En frío, en seguida me doy cuenta de lo grave de eso. Queremos que alguien nos "salve" y, cuando -como todo ser humano-, vemos sus limitaciones (limitaciones éstas que creíamos, esperábamos no existan, porque deificamos esas figuras), los convertimos en chivos expiatorios. Creo yo que este mecanismo es la cultura patológica que tenemos determinadas sociedades de diluir nuestra propia responsabilidad (individual y como grupo) en nuestro devenir. Queremos que venga alguien y nos salve. Encontramos un mesías. Creemos en su solución. Cuando "fracasa" (¿de qué fracaso hablamos? salimos segundos del mundo y habiendo podido salir campeones tranquilamente, luego de 28 años de no conseguirlo), le atribuimos a ese mesías toda la responsabilidad y lo convertimos -como bien decís- en chivo. El mecanismo se repite: problema, mesías o emblema, solución, fracaso y chivo. Nos pasa en la sociedad, en la política y en la economía. Marxismo, Videla, reorganización nacional, desaparecidos, juicio y castigo. Hiperinflación, Cavallo/Menem, convertibilidad, fuga de capitales y crisis de 2001, juicio. Es lo que pasa ahora con el mundial: 28 años sin salir campeones, Messi, el sueño de ser campeones, salir segundos, Messi no corre. Lamentablemente, cuando nos casamos con un mecanismo de estos, nos olvidamos de ver las cosas objetivamente, de distribuir responsabilidades justamente, de entender los verdaderos problemas, y una y otra vez volvemos a caer en los mismos excesos. Ojalá alguna vez nos demos cuenta de que este mecanismo no es el adecuado para crecer como sociedad y asumir nuestras propias responsabilidades, y ojalá -si es que nos damos cuenta- lo apliquemos a cosas más importantes que el fútbol.

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