lunes, 20 de octubre de 2014

La asombrosa inocencia de la cicuta

Cuando Sócrates es, injustamente, condenado por el delito de "corrupción de la juventud y negación de los dioses" es obligado a elegir entre el exilio (el escape) y beber la cicuta. El exilio, para el griego antiguo, era peor que la misma muerte, ya que la polis y la vida en común eran la única forma de existencia verdaderamente humana. Afuera sólo podían vivir las bestias y los dioses, o sea, seres ontológicamente superiores o inferiores, pero nunca un ser humano. Sócrates, enfrentado al falso dilema, rechaza el plan de escape ideado por sus seguidores y elige lo único que podría haber escogido: la muerte por envenenamiento.

Más allá de la historia, relatada en la Apología de Sócrates, de Platón, es llamativo lo inofensiva que parece la planta de la cicuta en relación al dolor que provoca. Sócrates debe haber sufrido intensamente. La raíz de la cicuta causa fuertes malestares estomacales, vértigo y un intenso dolor de cabeza, similar al de una migraña. Básicamente, te duele todo. La temperatura corporal desciende y se paralizan algunas partes del cuerpo. De hecho, Sócrates caminó con algunos amigos hasta que la parálisis le impidió seguir andando. Me imagino el pánico que cualquiera podría sentir bajo esos efectos. En ese estado de intensa vulnerabilidad pueden pasar diferentes cosas. La respiración se puede acelerar o deprimir, hasta causar la asfixia. La destrucción muscular puede causar una insuficiencia renal o las convulsiones pueden llegar a ser tan violentas que terminan con la vida de la persona. Lo más cruel de la cicuta es que no afecta el estado de conciencia. Uno está siempre despierto y lúcido. Sabe que está muriendo. Sócrates no muere sin antes hacer referencia a una promesa que había hecho ante un dios, llamado Esculapio: "acuérdate de comprar un gallo para Esculapio" - dijo, antes de morir. Más allá del virtuosismo heroico que implica pensar en saldar una deuda en ese momento, estaba completamente despierto. Ante tales potenciales síntomas, la naturaleza debería ser más evidente. Antes de googlear una imagen de la cicuta, imagínela. ¿Cómo debería ser una planta cuya infusión causa una muerte tan atróz? Se supone que estamos preparados para captar el peligro, alertarnos y huir ante lo que se presume que pone en riesgo nuestra integridad y nuestra vida. Así, al ver una serpiente, una fiera o un enemigo, se "hiela la sangre", o más bien lo contrario, entramos en calor, el corazón bombea sangre con fuerza y preparamos el cuerpo para la huida o para el combate. Es algo natural, simplemente sucede. No lo elegimos. Tenemos un instinto de supervivencia que nos capacita para reaccionar así. Pero, lamentablemente, no podemos percibir el peligro de todas las cosas. Esa planta silvestre, tan supuestamente inofensiva, esconde una muerte dolorosísima frente a la cual no tenemos escapatoria alguna. La serpiente muchas veces tiene colores intensos, lo mismo que los animales marinos. Las arañas, en general, nos causan cierto resquemor. Pero las plantas son diferentes. No avisan, traicionan. Distinguir una planta venenosa de una comestible muchas veces es complejo y confuso. Y, en la diferencia, radica la supervivencia o la muerte. Algo de esto sufrió Christopher McCandless en la historia que llevó el título de "Into the Wild", en el cine. La cicuta no tiene flores ni frutos con colores intensos ni fosforescentes. Todo lo contrario, sus flores blancas son estéticamente bellas. Su forma se asemeja a la de cualquier plantín que uno podría ver germinar en el patio de una casa de familia. No tiene espinas ni nada que alerte sobre el veneno que lleva adentro. No sólo no parece mala, parece inofensiva y para un ojo no entrenado, como el mío, podría pasar por perejil, tranquilamente. Hay una desproporción inconmensurable entre su aparente inocencia y los síntomas que causa su infusión.

Las apariencias, engañan. El refrán popular es signo de que no estoy descubriendo nada nuevo. Aunque sí algo que nos rebela. Por eso nos indigna descubrir que esa enfermera gordita y joven era, en realidad, una asesina en serie metódica y paciente, un ángel de la muerte. Que detrás de ese chico que "era tranquilo y buen vecino", se escondía un delincuente feroz, un asesino o un abusador. Nos indigna el envoltorio, justamente porque no avisa. Esa ama de casa vulnerable e insegura, que tenía tantos amantes como productos de limpieza; el tartamudo golpeador; o la diferencia entre algún político en campaña y en el poder. Nos embelesaron, nos sedujeron, nos convencieron de su aparente inocencia. Y, como la cicuta, escondieron un veneno que paraliza y asfixia. Las apariencias, engañan. A veces, los mayores dolores se esconden en los disfraces más amorosos. A veces, detrás de esa apariencia temible y agresiva, se esconde un corazón frágil y necesitado de cariño y afecto. Todo esto, en un mundo que hace culto a la banalidad de la imagen. ¡Qué difícil!

Como decía el Principito, en una frase genial que resume todo, (muchas veces): "lo esencial es invisible a los ojos". Todo lo demás, el "para los demás", es polvo que se diluye en el soplo de la intrascendencia.

La Cicuta

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