martes, 20 de enero de 2015

El silencio de la verdad

"Sólo sé que no sé nada", más que una máxima socrática, es la descripción más fidedigna del sentimiento de todos los argentinos desde el domingo a medianoche. Alberto Nisman, el fiscal que hace sólo unos días había acusado a la Presidente, al Canciller, a un diputado nacional y a dos referentes sociales ligados al poder, de encubrir a los culpables del mayor atentado que sufrió la Argentina en su historia, murió en circunstancias que generan dudas en la opinión pública. Nisman ya no está: fue silenciado para siempre.

Cuando las instituciones no hablan, cuando no hay respuestas claras a interrogantes fuertes, cuando un manto de sospecha, complicidad o encubrimiento rodea los acontecimientos, cuando un tufo a injusticia se apropia de la opinión de las personas, y cuando no aparece de manera evidente y clara la obviedad de la verdad, no saber es el sentimiento más cabal. Y cuando no se sabe, empiezan las opiniones y las interpretaciones. Hay ruido.

En general, lo que sucede es que la muerte causa estupor, dolor, sorpresa y recogimiento. Causa silencio. Frente a la inamovilidad incuestionable de la ausencia, callamos. Respetamos. Nos recogemos en la quietud. Silenciamos las broncas, bajamos la guardia, escuchamos, pensamos, acompañamos o lloramos. No hacía falta ser radical para respetar la muerte de Alfonsín ni kirchnerista para bajar la guardia cuando falleció Néstor Kirchner. Es natural reaccionar así.

Pero cuando en vez de chocarnos con la irrefutabilidad de una verdad evidente como la muerte, reina la incertidumbre, esa ausencia se convierte en todo lo contrario: en frustración, en debate, en movilización, en bronca, en hermenéutica, en caos. Frente a la duda, búsqueda de respuestas. Frente a la ausencia de respuestas, la exigencia de que aparezcan los responsables y aquieten nuestros reclamos. Un poco como el Lunes en Argentina, donde estallaron las interpretaciones, los medios, las redes sociales y las calles.

La sociedad no va a acallar su frustración, salvo que se de una respuesta cierta y verdadera. De la misma manera que no calla aún frente a la injusticia irresuelta del atentado a la AMIA ni, yendo más atrás, al destino de muchos compatriotas que siguen sin aparecer. No puede haber quietud, paz, justicia ni silencio, allí donde no hay verdad. Mentir, o interpretar facciosamente (no veo la diferencia con mucha claridad), lejos de aplacar, rebela y enoja.

Nisman fue silenciado, quizás, porque poseía evidencias que iban a deshabilitar el debate, que eran tan ciertas y evidentes que no iban a posibilitar interpretaciones disímiles. Nisman fue silenciado y nos dejó a todos más lejos de la verdad y, por tanto, más lejos de la paz, la justicia y la quietud del silencio. 

Seguiremos inmersos en el ruido de las interpretaciones hasta que no se muestre qué es lo que pasó. Otra vez, somos espectadores de un teatro cuyos protagonistas hablan una lengua desconocida y cuya interpretación final nos es esquiva. Ojalá algún día conozcamos la verdad. Sólo así vamos a poder silenciar la pasión y Nisman va a descansar, finalmente, en paz.

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