miércoles, 21 de enero de 2015

Contra la Jihad, Filosofía

Fides et Ratio, una carta Encíclica escrita por Juan Pablo II en el ´98, comienza afirmando que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Fe y razón son, por lo tanto, no sólo inseparables, sino complementarias. Esta premisa, que parece muy alejada de la realidad social y política actual, tiene tremendas implicancias para la vida en común y la forma de entender las relaciones con los otros en los ámbitos religiosos. 

Para la teología católica la fe supone (y eleva) la razón y es lícito interrogarse respecto a la racionalidad de la fe. Dios nos dio la razón y es, análogamente y en cierta medida (la medida de nuestra capacidad, dada por nuestra naturaleza), inteligible. Si bien Dios es infinitamente más, en toda categoría, que cualquier conceptualización racional, podemos captar algo de ese misterio prácticamente inasible: se puede conocer algo de Dios racionalmente. La fe, por tanto, no es un dominio ajeno a la razón ni es algo irracional. Considerando estas afirmaciones, la escolástica cristiana, cuyo mayor exponente es Santo Tomás de Aquino, tendió puentes entre la filosofía clásica griega, la tradición cristiana y el mensaje bíblico. Gracias a esta "helenización" de la fe, el cristianismo descubrió que no actuar racionalmente (según nuestra naturaleza, con prudencia, con justicia, etc.) es contrario a Dios, por citar las palabras de Benedicto XVI en el (en mi opinión, injustamente) denostado discurso del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona en el 2006. 

Si bien la escolástica tardía debilitó la síntesis entre fe y razón lograda por sus predecesores, los gérmenes de este pensamiento ya estaban presentes, en general, en la tradición cristiana. Más tiempo le tomo al cristianismo hacer carne estas ideas en su obrar concreto y mundano. Por este motivo, porque una cosa es saber y otra cosa es hacer, Juan Pablo II pidió perdón en el año 2000 por muchos errores históricos de la Iglesia. La Iglesia, una institución conformada por hombres, muchas veces había tenido comportamientos que suponían un "anti-testimonio" y eran, francamente, contrarios a la razón y a cualquier principio ético universal o religioso. 

¿Qué tiene que ver esto con la relación entre fe y violencia? Una de las raíces de la violencia religiosa (no la única) está en el fideísmo que excluye a la razón. Si la fe es un ámbito irracional, la conversión y el obrar en general en cuestiones religiosas, quedan exentos del análisis racional, que no debe entenderse ni reducirse solamente a racional-científico. Todo es justificable en nombre de la fe, incluso la violencia. Obrar "irracionalmente", transgrediendo los límites de la razón, queda justificado y explicado desde una mirada que el no creyente no puede comprender. El fideísmo que acepta la ultra-trascendencia de la divinidad, lleva en sí los gérmenes de la intolerancia y la incomprensión, de la hermenéutica literal de los textos sagrados y de la aceptación muda y acrítica de los mandatos religiosos. Y esto, en los tiempos postmodernos, choca grandemente con la forma de vida de las sociedades occidentales.

Algunas ramas del Islam podrían explicarse a la luz de estos conceptos. La aceptación acrítica y la "incuestionabilidad" absoluta de los mandatos heredados, la interpretación literal de algunos pasajes del Corán, la intolerancia hacia quienes piensan, creen, sienten y viven de manera diferente a la propia y, finalmente, la violencia irracional justificada en pos de un ideal superior que no puede ser comprendido con la sola luz de nuestra razón. Obrar irracionalmente no es contrario a la fe para estas ramas del Islam. Y justamente allí aparece una oportunidad para el mundo musulmán, hacia la construcción de una paz duradera en el largo plazo: la filosofía. Nuestras armas: las palabras y los conceptos, los razonamientos de la lógica y el debate. Contrapuesto a un universo de verdades impuestas, la paradoja, la incertidumbre de la doxa y la pluralidad de las opiniones. Y que se entienda, no es la crítica furibunda de una filosofía que permanece ajena al misterio religioso, sino la estructuración conceptual armoniosa de la filosofía, al servicio de la interpretación más fiel del mandato religioso.

Las mismas armas se deben utilizar no sólo para el islamismo, sino para diversas corrientes del cristianismo no católico que poseen la misma aversión a la disquisición filosófica y a la helenización de la fe y se apoyan en un fideísmo extremo que excluye a la razón de su identidad religiosa. Quizás así, no sólo logremos un mundo más tolerante religiosamente, sino también más civilizado, en el sentido clásico del término.

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