lunes, 11 de abril de 2011

Religión y sexo

(Esta entrada está dirigida a creyentes, pero más dirigida a quienes habiendo creído, se enojaron con la Iglesia por temas referentes a lo sexual. Sé de antemano, además, que no voy a dejar contento a nadie. Los creyentes, dirán que soy laxo en mis afirmaciones. Los no creyentes, que no les interesa o que más allá de los argumentos, no encuentran motivos para regresar a la casa del Padre. No me importa. Voy a intentar darle una vuelta de tuerca al tema y proponer una mirada novedosa. Aclaro también que hablo desde la fe. Una fe que pretende ser pensada, profundizada, asumida y, constantemente, reelegida. Esta entrada pretende continuar y profundizar en otros cruces entre estos dos temas tan interesantes -religión y sexo-. Por último, pido disculpas porque este texto es demasiado largo para ser una entrada en un blog y demasiado corto para ser una reflexión filosófica completamente argumentada).

Mujeres, quizás sería recomendable que se salteen la lectura de este tercer párrafo. Varones, hagamos un ejercicio de imaginación, aunque quizás deba ser de memoria. "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra".

Año 1998 (aunque podría ser cualquier año). Confesionario del colegio (aunque podría ser cualquier confesionario de cualquier colegio confesional). Entra un estudiante, en la flor de la pubertad, con ese bigotito característico de los chicos, ese que no es bigote pero sí una sombra de pelo tupida y desprolija. Por una injusticia de la naturaleza, pareciera que el cuerpo no se pone todavía de acuerdo a la hora de crecer, dándole a este joven (aunque podría ser cualquiera de su edad) la sensación de que sus brazos son demasiado largos para ese cuerpo todavía amorfo, a medio camino entre niño y adolescente y que todavía no termina de reconocer, motivo por el cual se siente torpe y se choca con todo. El Padre "X" (podría ser cualquier sacerdote) lo recibe amistosamente, intercambian las formalidades típicas (¿cómo estás? ¿tus cosas bien?, etc.) y el chico deja de sonreír forzadamente, relajando el contorno de la mejilla izquierda, que remarcaba una de la inflamaciones rojas y purulentas que son signo del acné. El Padre toma la iniciativa: "bueno, no tenemos mucho tiempo porque parece que hoy se quiere confesar todo el colegio". El puber todavía lo mira con cierta timidez. Vino a confesarse pensando sólo en una cosa, pero los nervios le jugaron una mala pasada: había una forma elegante de pedirle perdón a Dios por este pecado, una que es un mandamiento (lamentablemente, nunca los había aprendido bien y tampoco sabía qué lugar ocupaba en la numeración divina...), pero no la podía recordar. No había caso. Empieza relatando una mentira a mamá y una pelea en casa. Excusas. Lo único que le molesta a la hora de ir a Misa es lo otro. El Padre nota que algo sospechoso está sucediendo. Fue testigo de la misma escena centenares, quizás miles de veces. Es que sí, casi todos los púberes se reconcilian por lo mismo. Lo trata de ayudar, y con una honestidad brutal, sólo posible en quien ha escuchado lo mismo una y otra vez, sólo capaz en quien ya no espera otra cosa y se anestesió ante una abrumadora realidad, con un tono vulgar que sorprende y descoloca, pregunta: "¿cuántas?" (corrijo, no podría haber sido cualquier sacerdote...). No debe ser fácil ser el confesor de un colegio de varones. Podría ser un universo desafiante y siempre novedoso (para muchos lo es), pero se convirtió en una tarea fordiana y repetitiva hasta el hartazgo. Casi un castigo (para muchos lo es). El joven lo mira. Está sonrojado. No esperaba tanta sinceridad, pero menos esperaba tanta brutalidad. Se le escapa una risita nerviosa mientras hace cálculos. "Incontables", debería responder. Pero no puede decir eso. Se le viene un número a la cabeza, pero habría que dividirlo por tres, o por cuatro (si es con coma, va para abajo). "¿Me perdonará Dios si hago un descuento?". Prefiere una mentira piadosa: "no sé, algunas veces". Y el Padre se apiada, no hace más preguntas incómodas y le da la absolución.

La escena no sólo se repite con los estudiantes que lo siguen, sino que, para este puber en particular (aunque podría ser para cualquier puber), se repite, en un rito casi neurótico de falta y reconciliación, durante varios de los años en los que transcurre su educación secundaria.

No tengo una estadística certera ni realicé ninguna investigación. Estoy al tanto de que muchas veces las ciencias son anti-intuitivas (de ahí el atractivo de libros como freakonomics y otros afines, que tienden a mostrar la falsedad de intuiciones o asociaciones entre conceptos que son socialmente aceptadas, pero que no son sostenibles bajo los parámetros de estudio de una ciencia, que suele demostrar que lo que todo el mundo cree es lo opuesto a lo que en la realidad sucede). No sé si el hecho de haberme formado en un colegio de varones y de haber trabajado muchos años en otro colegio de varones puede llevarme a la falacia de hacer una generalización apresurada, sobredimensionando un aspecto que es verdadero para ese universo (el de los colegios de varones) y no universal. Soy consciente de todas estas limitaciones. Sin embargo, tengo una intuición y quiero escribir sobre ella.

Mucha gente abandona la fe por cuestiones relativas a la sexualidad.

(Repito. Estoy seguro de que el proceso de abandono de la fe forma parte de un proceso mucho más complejo e intrincado, donde interactúan muchas otras variables, choques de ideas, sentimientos y pensamientos. Pero creo que tengo un buen punto desde el cual podemos empezar a trabajar).

Y agrego, de todos los motivos para alejarse de la fe, ese en particular, me parece de los menos valederos para tomar la decisión de abandonar una religión...

Empecemos. No sé bien porqué (valdría la pena pensar y estudiar un poco el asunto) se redujo, en el imaginario popular, el mensaje de amor de la religión cristiana a un conjunto de preceptos normativos referentes casi exclusivamente a la sexualidad. Pareciera que el único motivo por el cual el Creador del universo, todopoderoso y absoluto se abajó y se hizo hombre, encarnándose para ser uno con nosotros, fue para darnos una lección respecto a la forma como debemos vivir nuestra sexualidad. (Mmmmm algo me hace ruido).

Lo más curioso es que esta fe preocupada sólo por la cama es una imagen que muchas veces tenemos los mismos creyentes. No soy sacerdote, pero algunos que conozco me comentan que la gran mayoría de las veces por las cuales la gente se acerca al confesionario, están relacionadas con la sexualidad.

Qué lástima.

Porque el amor tiene muchos campos de aplicación, no sólo el del sexo. Es tanto más... No conozco a nadie que haya dejado de ir a Misa o de comulgar por alguno de los siguientes motivos: mentir; copiarse en una prueba; burlarse con crueldad de alguien; no ofrecerse de voluntario para algún apostolado (claro, la omisión también es una falta de amor); faltarle el respeto a alguno de sus padres, hermanos, docentes, empleados o a la empleada doméstica; ser irresponsable, vago, maleducado; no pagar un tren, un colectivo o un impuesto; hablar mal de alguien, difamarlo; ser egoísta, ser soberbio (que es el padre de todos los pecados y la cabeza de los pecados capitales o, valga la redundancia, el pecado capital de los pecados capitales), comer de más en una comida, envidiar, devolver una patada en un partido de fútbol con dudosa intencionalidad y con riesgo cierto de lastimar al adversario, pisar malintencionadamente a un adversario en un partido de rugby... Y podría enumerar millones de otros pensamientos, palabras, obras y omisiones con las que vivimos cada día sin que eso nos incomode mucho. Pero si un puber "comete actos impuros" pasa inmediatamente a la casta de los intocables (dejemos, por el momento, cualquier chiste fácil de lado). Es un ser impuro, malo, oscuro, que rompió de cuajo su amistad con Dios. No puede recibir a Cristo sacramentado. Si un adolescente, en una de sus aventuras nocturnas, conquista provisoriamente a una mujer, y la besa, cae en la misma bolsa, como si ese beso fuera el mismísimo beso de Judas. Si un novio, amando sinceramente a su novia, proyectando un futuro juntos, la ama pecaminosamente, está condenado al fuego eterno.

Algo anda mal. Alguien puso demasiado el foco en algunas cosas y dejo demasiado de lado otras.

Acá -para tranquilidad de los creyentes y escándalo de los no creyentes- defino mi postura. En el otro extremo del ring estarían quienes defienden que la "liberación sexual" trajo más beneficios que perjuicios para las personas. Letras como las de "Religión y sexo" de Ska-P son lo contrario a cualquier ideal de vida, desde mi perspectiva, sano. Porque me resulta innegable que hay un vínculo intrínseco entre sexo, compromiso, encuentro y amor. Para mí la sexualidad no es un deporte ni tienen sentido expresiones como: "Disfruta de la vida y a follar que son dos días y que nadie te reprima, rebelión contra la hipocresía". En positivo: coincido en gran medida con muchos de los puntos propuestos por grupos como el Grupo Sólido, cada vez más mediáticamente vigente. Creo que el amor y la sexualidad están íntimamente relacionados y que efectivamente hay formas de vivir la sexualidad que están mucho más cerca del amor que otras. Me parece que la enseñanza propuesta por la Iglesia tiene aciertos fundamentales y es, en líneas generales, bastante sana. Pero... Una cosa es definir un conjunto de ideales normativos, otra es condenar a todo aquel que no se adecua perfectamente al plan ideal. Me parece que no todos los itinerarios de vida son iguales. No todas las búsquedas son rectilíneas. No todas las decisiones que tomamos son siempre acertadas. Es más, no se puede hacer todo bien, es una cuestión de constitución metafísica. Somos falibles.

Y parece que lo entendemos con sobrada laxitud para todos los ejemplos que puse anteriormente. Pero no lo incorporamos para nada relacionado con lo sexual. En la juventud, salvo la gente que hace serios exámenes de conciencia, prácticamente nadie se reconcilia por alguno de los motivos antes citados. Y que nadie se reconcilie o se confiese (de ahora en más, léase como sinónimos) significa que a nadie le importa un bledo o que nadie tiene mucha conciencia del orden jerárquico de las cosas... La sexualidad es importante y es una forma fortísima de canalización del amor. Una. De muchas. La sexualidad también es una caja de resonancia de muchos estados afectivos. Estados afectivos que en determinadas épocas están alterados. Y la cosa ya no es tan transparente y tan clara como suponíamos. Porque parece que muchos estados afectivos que no comprendo ni termino de discernir intervienen directamente en la forma como siento la pulsión sexual. La sexualidad es ciega y pujante. La sexualidad es un fenómeno complejo, de difícil análisis, nunca simple, nunca claro, donde se enmarañan los sentimientos, las pasiones, la voluntad, los miedos, el dolor, las expectativas, los mandatos, la historia personal... Sin embargo, son "los pecados de la carne" aquellos que más rápidamente estamos dispuestos a condenar. Porque yo conozco muchas mujeres que, en su juventud, fueron un poco mentirosas. Otras tantas que fueron irrespetuosas o maleducadas. Conozco chicas que eran agrandadísimas. Y de todas estas no se acuerda nadie, porque las únicas estigmatizadas fueron aquellas que se "hicieron la fama" y no se fueron a la cama precisamente a dormir...

Por esto, no me animo a ser tajante en la condena de conductas sexuales que no vivan el amor de manera ideal. Lejos de un canto al libertinaje, creo que tanta prédica obsesionada con lo sexual, artificialmente culpógena, termina por alejar más que por reconciliar. Es duro decirlo. No pretendo (y espero que nunca pase) que la Iglesia diga "que cada uno haga lo que quiera" porque me parece lógico (y buenísimo) que proponga una postura que está en sintonía con el mandamiento del Amor. Nos propone un ideal y un camino. Pero, intentado ser fiel a ese mandamiento amoroso, tengo que decir que me parece que estamos sobre-actuando. En vez de exaltar los beneficios de ese camino, condenamos los "desvíos" de las otras vías, desatendiendo el hecho de que muchas veces los itinerarios personales de la gente tienen curvas y contracurvas. Y no estamos acá para ser jueces de nadie. Cuando la Iglesia habla sobre la moral a aplicar en la sociedad, enuncia principios generales que después hace falta aplicar en cada momento, lugar y persona, atendiendo a las circunstancias específicas que rodean a cada caso particular. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo respecto a la moral sexual individual? Si cada uno es único. Sigamos educando en una sexualidad integral. Pero consideremos a aquellos que, por cualquiera sean sus motivos, no son, desde esta perspectiva, "continentes". Sino dejamos a la mitad de la gente afuera. Y lo peor es que los dejamos afuera. Y católico es universal. No una secta para los elegidos, los santos, los perfectos, los sanos, los puros, los buenos... Es una religión para todos, como quiera que sean o puedan ser. Respecto a quienes dieron un portazo o disimuladamente se fueron, probablemente lo hicieron porque no soportaron seguir siendo presos de algo que no podían (muchos, probablemente, ni siquiera querían) cambiar y fueron o quisieron ser coherentes.

Quienes abandonaron la fe, se rebelaron a seguir luchando con una naturaleza indómita, no amiga de una castidad perfecta. No se enojaron porque no podían ser siempre sinceros, tranquilos de ánimo, alegres, correctos, piadosos, responsables, trabajadores, generosos, magnánimos, perseverantes... Se enojaron porque no podían ser castos. Y se enojaron porque, desde la fe, les dijimos que eso era lo peor que podían ser, impuros. Y quizás, eso fue un acto de soberbia. Porque nadie es perfecto. Y, seamos, por fin, totalmente sinceros, nadie es absolutamente puro. De hecho, es probable que muchos de los que se fueron ni siquiera consideren que lo que estaban haciendo estaba mal. Y puedo decir sin dudar que seguro no estaba tan mal como les habían dicho que estaba. Porque la verdad es que no era tan importante. Era una faceta más de la fe y del amor, de muchísimas. En todo caso, no les supimos mostrar el valor que tiene lo que la Iglesia propone y fuimos demasiado duros para condenar cualquiera otra opción que no sea aquella cuyo sentido no les terminamos de explicar. Y no pasa nada si nos "equivocamos". En el fondo, no pasa nada.

Los sacramentos son signos eficaces de la presencia y el amor de Dios. O sea, la confesión -reconciliación-, es un re-encuentro con Dios. Es algo groso. Es encontrarse con Dios. Es poner el peso del corazón al descubierto -y perdonarte- y ser perdonado. Sin embargo, ese puber que grafiqué al comienzo de esta entrada, no hace más que martirizarse por algo que difícilmente pueda cambiar en los años de la adolescencia y que va a terminar por rebelarlo completamente. Al final, nos olvidamos que lo que le da sentido a la vida del hombre es el amor. Es cuánto sirvió al prójimo. La da sentido hacerse chico y ayudar a los demás. No creo que en la puerta del cielo la pregunta sea: ¿cuántas veces fuiste a Misa, cuántas minas te apretaste, cuántas veces tuviste pensamientos non sanctos? Sino, ¿cuánto amaste? ¿Fuiste feliz? ¿Ayudaste a otros a ser mejores? ¿Le hiciste brillar la mirada a la gente que estaba alrededor tuyo? ¿Sabías que fuiste a un colegio caro, que tuviste unas relaciones sociales zarpadas, que tuviste una vida llena de salud y alegrías para poder darte mejor a los demás? ¿Te diste a los demás? ¿Serviste a alguien? ¿Ayudaste a los millones de tipos que te puse en el camino y que te necesitaron en palabras, gestos, respeto, plata, promoción, escucha?

La sexualidad es importante. El amor tiene que ver con la sexualidad. No lo niego, lo afirmo claramente. Pero el amor también tiene que ver con millones de otras cosas de las que nunca hablamos. Entonces algo anda mal y está patas para arriba.

Porque el amor es comprensivo. Es tan paciente que todo lo espera. Soporta cualquier cosa. El amor sabe que cuando era niño, pensaba y razonaba y actuaba y sentía y deseaba como un niño. Y esto, que todos escuchamos cincuenta mil veces en la carta a los Corintos, podríamos adaptarlo, diciendo que el amor también sabe que cuando era un puber actuaba, sentía, deseaba y razonaba como un puber (pero no, a ellos no los podemos esperar. Con ellos no podemos ser tan comprensivos. Y la nuestra es la Iglesia del amor). Quienes se fueron, entre otras cosas, ignoraron que Dios siempre está. Sin importarle mucho cómo seamos. Está presente, preocupado, incluso más que nosotros, por nuestra felicidad. Siempre está. Y seguir estando es saberse querido y es un recordatorio que te vuelve a ubicar en tu lugar: el de criatura, falible pero siempre, incondicionalmente -sí, sin condiciones-, amada.

Fallamos en el mensaje. Y en vez de poner el foco en el amor, en ese amor que es comprensivo, tolerante, paciente, perseverante, inclusivo, re contra alegre, lo pusimos en la falta, en la falla, en lo que no hicimos "perfecto" (como si Dios pretendiera que, negando su propia creación, fuéramos más de lo que podemos llegar a ser), en lo que no alcanzó. Y la gente que con buenísimas intenciones no "cumplió" con el arduo parámetro de perfección, se sintió excluida. "Esto no es para mí". Y se fue. Se fueron. Nuestros amigos y nuestros hermanos en la fe. Se fueron porque no pudieron pagar la cuota del club. Y no los convencimos de que en realidad no había que pagar ninguna cuota. Simplemente los dejamos ir. Orgullosos de que nosotros sí podíamos seguir cumpliendo con el precepto dominical y con la cuota (¿podíamos? Esa es otra cuestión...). Y no les llegamos a explicar que según un santazo como San Agustín, la Iglesia es santa y puta. Son sus palabras, no las mías. Santa por Dios, prostituta porque está conformada por muchos hombres, pecadores. Pecadores como yo. Yo soy un pecador. Y yo soy Iglesia. Y no me quiero ir por ser imperfecto, ni por no siempre cumplir, ni porque me enojen muchas cosas que me rebelan o me duelen. Porque conocí, no con la cabeza, sino de otra manera, ese amor. Ese amor sin condiciones y perfecto. Esa, sólo esa, es mi fe. Y los que se fueron no lo pudieron experimentar. Y quizás fue culpa nuestra...

Lo que se nos propone, si se profundiza, es muy valioso. Pero no vale la pena abandonar una religión como la católica sólo por el hecho de no poder "cumplir" con algún precepto en particular. De hecho, nadie es perfecto y nadie abandona la fe por no cumplir otros preceptos. Sobredimensionamos, al punto de darle una atención hiperbólica, un aspecto importante de la vida humana, como la sexualidad, en detrimento de otros aspectos importantes de la vida humana que también se deben vincular al amor.

Yo creo que si hubiésemos sido tan comprensivos con quienes no fueron castos como lo somos con quienes no son ................ (ponga la virtud que más le guste), las cosas serían diferentes. Para todos. Y nuestra fe tendría mejor fama (y más fieles). Es una lástima que de lo que mas se hable cuando mencionamos a la Iglesia en una reunión, es de sexo. Cuando hay tantas otras cosas que la Iglesia hace muy bien, con entrega y generosidad. Probablemente pocos sepan que la entidad que más enfermos de sida cuida en el mundo es la Iglesia (más del 25% están bajo su cuidado. En África, el 50% son asistidos por ella. Sin ir más lejos que al pueblo de Benavidez, te encontrás con Betania, una casa de las misioneras de la caridad donde cuidan a enfermos terminales que sufren esta enfermedad). Pero nosotros nos enojamos y nos quedamos discutiendo sobre cuestiones como el uso del preservativo, las relaciones prematrimoniales y la masturbación.

Y es una lástima. Porque la fe es tanto más. Tantísimo más.



Para "terminar" con un poco de humor y distender el ambiente: 





viernes, 1 de abril de 2011

El comienzo de la vida y el aborto

Estoy en contra del aborto. Y no lo negocio. Les explico porqué.

Para llegar a esta posición -quienes me conocen, lo saben- evalué críticamente todas las posturas y opiniones, tanto a favor como en contra. En algún momento, mientras estas ideas debatían fervientemente en mi cabeza y en mi corazón, llegué al punto de entender porqué este tema moviliza tanto y con tanta pasión a todos los que lo tratan. El motivo que encuentro es que todos defienden un valor que consideran irrenunciable: unos, la vida; los otros, la libertad. Los primeros, están convencidos de que ese que se aborta es un niño por nacer, cuya única diferencia con el nacido es la que le dan el tiempo, el desarrollo y la nutrición. Se distingue un niño por nacer de uno recién nacido como se distinguen un adolescente y un adulto: tiempo, desarrollo y nutrición. Son igualmente personas e igualmente humanos. Los segundos, ponen en duda el ser personal de ese por nacer y defienden a rajatabla la libertad de esa mujer, que tiene el derecho a poder elegir sobre su propia corporeidad. Al no gestar una persona, lo que lleva dentro es una parte más de sí y está autorizada a disponer de su propio cuerpo como mejor le plazca. Por esto, me parece que el centro del debate se tiene que enfocar en si hay o no vida desde la concepción. Si esto pudiera definirse, la cosa sería simple. Si hay vida, no puede ser lícito el aborto, nunca. Si no hay vida, se trata de una operación moralmente lícita de pies a cabeza, sin importar mucho el motivo que empuje a una persona a abortar o las circunstancias específicas que rodean cada caso particular (violación, minoridad, discapacidad de la embarazada, etc.).

La cuestión es que nadie sabe bien desde cuándo hay vida. Hay quienes dicen que desde la concepción el óvulo fecundado ya tiene la cadena completa de ADN, gracias a la cual ya es posible, incluso en esa instancia, determinar cómo es ese niño por nacer al que sólo le faltan, de nuevo, tiempo, desarrollo y nutrición. Por el otro lado, hay quienes afirman que no hay vida hasta los 14 días, hasta que el óvulo se implanta, hasta los tres meses y así. Para agregar confusión al asunto, el máximo exponente de la tradición cristiana, Santo Tomás de Aquino, sostenía que la materia se va informando progresivamente, por lo que no hay vida humana desde la concepción. Umberto Eco, especialista en el Doctor Angélico, disfruta especialmente de citar este "horror" del Aquinate.

De nada sirve, para justificar mi posición, que relate la vida del Dr. Nathanson, el mayor promotor de la legalización del aborto en los Estados Unidos, quien más tarde en su vida, para demostrar que el feto no sufría al realizarse un aborto, filmó una de estas operaciones. Este video se conoce con el título de "el grito silencioso" y fue el que lo llevó a dar un giro copernicano en su posición sobre el tema, para convertirse en uno de los más férreos opositores de la práctica. Después admitió que para ser más persuasivos a la hora de proponer el tema, los promotores del aborto inflaban los datos sobre embarazos adolescentes, abortos clandestinos, mortandad materna relacionada al aborto, etc. (Es curioso que los promotores del aborto en Argentina digan que se practican 500.000 abortos ilegales por año. En diez años, desde el último censo, eso sería equivalente a 5.000.000 de personas. Lo llamativo es que desde el último censo nuestra población aumentó solamente 4.000.000 de personas, contando inmigración: pasamos de 36 a 40 millones. De esto se desprende, entonces, que en nuestro país se abortan más chicos de los que nacen... Algo huele muy mal con estos números. De todas maneras, de nada sirve que les diga que se repite la estrategia que se usó en los ´60 y ´70 en Estados Unidos, basadas en la mentira y no, como decía el General, citando al Estagirita, "en la única verdad que es la realidad"). De nada sirve que les recuerde que de todas las facultades de la UBA que se manifestaron a favor del aborto el año pasado, la única que lo hizo en contra fue la de Medicina. Tampoco hablemos de los daños psicológicos que sufren las personas que abortan, ni de las posibilidades de esterilidad que las diversas operaciones acarrean. Y no hablemos de estas cosas porque no convencen a nadie y porque no hablan del tema central y del que depende todo el debate, que es, ¿cuándo empieza la vida?

Los argumentos a favor tampoco toman en cuenta este tema, privilegiando otras cuestiones, como los derechos de la madre, la inoportunidad de un embarazo y de una vida en determinadas circunstancias y en casos específicos, etc.

Podemos discutir por siempre sobre cuándo empieza la vida. Siempre habrá científicos dispuestos a "demostrar" que la vida empieza (o no) en la concepción (o no), según los intereses que defiendan (o no). Incluso suponiendo que existe un científico cuyo único interés es el de conocer la verdad por la verdad misma (quiero pensar que sí existen), como el trigo y la cizaña crecen juntos, la voz de este "científico sincero" sería una más dentro del universo de discusiones, voces, gritos y posturas (todas científicamente demostradas, claro -aunque contradictorias-) que existen sobre el tema. En otras palabras, probablemente esta sea una discusión eterna porque hoy no existen los medios técnicos que acallen toda posibilidad de disenso y que causan, por tanto, que por el momento no sepamos si hay o no vida desde la concepción. Como no podemos esperar eternamente porque la cuestión apremia, ¿qué hacemos?

De todos los argumentos que escuché a favor y en contra, hay uno que me sigue pareciendo, por lejos, el más persuasivo y es "mi caballito de batalla" en este tipo de intercambios de ideas. Me limito a reproducir ese razonamiento.

Quienes cazan se rigen por un principio general según el cual no disparan hasta tener la certeza de que aquello a lo cual apuntan es la presa que están buscando y no otra cosa. Es que claro, se puede tratar de un animal cuya caza esté prohibida o, peor, de un ser humano. Los cazadores lo saben: no se dispara hasta tener la presa en la mira y hasta estar seguro de que la presa es aquello que vinieron a buscar y no otra cosa. La vida humana merece que tengamos este tipo de consideraciones porque es infinitamente valiosa. No podemos actuar de manera tan imprudente que optemos por disparar sin saber si eso que movió un matorral es un animal o un niño. Sería no sólo imprudente, sino también sumamente negligente (y otras cosas peores quizás también). Análogamente, no podemos legalizar el aborto si tenemos la fundada duda de si hay o no vida desde la concepción. En caso de que no la haya, quizás compliquemos algunas circunstancias sociales para algunas familias en particular. En caso de que sí haya, estaríamos cometiendo un genocidio ("qué exagerado". No, en España, sólo en el 2008, se practicaron más de 115.000 abortos. Si hay vida desde la concepción, cuadriplica el número de personas que se deben asesinar para que la matanza se considere un genocidio. En diez años la tasa de aborto creció un 115%, por lo que queda claro que cuando una práctica se legaliza, voluntaria o involuntariamente, se la promueve).

Como no sabemos, no disparemos. No podemos disparar... Ni siquiera cuando las circunstancias específicas de un caso en particular nos partan el alma. Todas las vidas humanas son valiosas.

El riesgo de asesinar un ser humano nos debe llevar a tomarnos la cuestión con la seriedad que el tema merece. No podemos legalizarlo "y después ver", porque corremos el riesgo de llevarnos por delante la vida de miles de personas.

Si alguien tiene un mejor argumento, que lo presente. Pero que no apele a fotos de bebés ensangrentados y descuartizados (cosa que considero de muy mal gusto) ni solamente a los derechos de la madre (cosa que considero ofensivamente simplista). Hablemos de la vida y de si hay o no vida en el que se gesta en el seno materno.

Por último, soy de los que están en contra del aborto, pero a favor de la promoción integral de la mujer. No me gustan esas posturas según las cuales se tiene un interés heroico por defender la vida del niño por nacer pero una indiferencia hiriente por la madre que, en muy difíciles circunstancias (por su nivel de ingresos, por su edad, por las circunstancias que rodean su embarazo en particular, porque tiene que abandonar sus estudios, etc.), tiene a su bebé. La sociedad tiene que acompañar y defender la maternidad. En vez de luchar "contra el aborto", yo lucharía "a favor de la promoción de las mujeres que luchan por tener a sus hijos". ¿Cómo? Con lo más simple: ayudándolas con una línea de pañales baratos, con incentivos económicos para las embarazadas y madres de sectores marginales, con acompañamiento terapéutico para las familias cuyo embarazo es consecuencia de una violación, etc. Hay mil cosas por hacer en este campo. Habría que trasladar esas ganas de defender la vida a una mirada más integral, donde se promocione la vida en su conjunto y no se obligue, simplemente, a traer un niño a un mundo "invivible". No nos olvidemos que ese niño no sólo tiene el derecho a la vida, sino a una vida digna. Hay que trabajar también por eso. Sería genial y un signo de una sociedad madura ver trabajar a todos en pos de este proyecto: a quienes están a favor y a quienes están en contra del aborto. Porque si tanto nos interesan los derechos, el de la vida, el de la libertad o el que sea, empecemos por los derechos de quienes tenemos al lado en situación de riesgo.