lunes, 18 de febrero de 2013

Por una meritocracia inclusiva y humana

Muchos hemos escuchado, en diferentes ámbitos, alguna de las siguientes frases: 

"Al que madruga, Dios lo ayuda".

Con un poco más de rima: "Alcanza quien no se cansa".

"No hay rosas sin espinas" en los ambientes religiosos. 

Los que alguna vez fueron a la NASA o estudiaron latín quizás hayan escuchado: "Ad astra, per aspera" (hacia el cielo/los astros, mediante/a través de lo aspero/el esfuerzo)

Algunas más contemporáneas, como "el único lugar donde el éxito aparece antes que el trabajo/sacrificio es en el diccionario". 

Pero el concepto es viejo, ya Sófocles, allá unos cuantos siglos antes de la venida de Dios, encarnado en humilde carpintero, decía algo así como que el éxito de una empresa depende del esfuerzo que se le pone. Aristóteles hablaba de hábitos y varias escuelas filosóficas desde entonces nos invitan a tomar un camino donde nos esforcemos por lograr nuestras metas. 

En el fondo, el mensaje de muchos de estos lugares comunes, refranes populares, adagios y resabios de cultura antigua hecha cultura actual es que hay una conexión intrínseca entre el esfuerzo y los buenos resultados. Me parece que, en líneas generales, el principio es poco problemático. Sí, dependés de la suerte, quizás te sacás el gordo de Navidad, por ahí te esforzaste mucho pero no lograste lo que te proponías. Hay excepciones. Miles. Pero, en general, creo que muchos estaríamos dispuestos a afirmar que la conexión es clara. 

Ayer salió una nota en la sección de Enfoques del diario La Nación (cuya lectura recomiendo) planteando que la meritocracia, como sistema de incentivo para el máximo desarrollo de una persona, está en crisis.

Quiero escribir sobre este tema. 

Pareciera que en este debate hubiera un trade off: o bien aceptamos una competencia donde los mejores alcanzan los puestos para las élites y los restantes se acomodan (si pueden) en los puestos que quedan, o bien trabajamos por la inclusión, el modelo por el cual todos, a pesar de sus muchas diferencias, obtienen un puesto determinado y nadie es excluido. 

Pateo el tablero en la primera jugada: nunca lo plantearía así. Me parece que no hay necesidad de optar entre la una y la otra, como si, en términos lógicos, se tratara de una disyunción exclusiva. Yo creo que, en Educación, puede haber un modelo inclusivo y, a la vez, meritocrático 

Fácil decirlo, pero, ¿cómo? 

En el fondo, cualquier sistema social tiene que ser, fundamentalmente, justo. Si lo miramos como un trade off, ninguna de las dos opciones logra alcanzar la Justicia por sí misma. Al menos a mí, me parece igualmente injusto dejar a mucha gente excluida del sistema porque no se amolda a las exigentes variables que se les imponen, como dejar a mucha gente desarrollada "por la mitad" (no al máximo), en pos de que todos puedan alcanzar un nivel relativamente similar de desarrollo. Además, esta inclusión no se da, porque cuando el sector público normaliza, igualando un poco para abajo, la gente que puede, que busca "lo mejor" para sus hijos, migra al sector privado, donde se les exige "en la medida de sus capacidades", profundizando así la desigualdad de oportunidades. La solución no está en elegir entre la una y la otra, sino en combinar. Veamos cómo. 

La meritocracia absoluta, para poder justificarse (o sea, ser un sistema considerado "justo") surge de un presupuesto que es erróneo: que es que todos tienen las mismas oportunidades. Si no las tuvieran, la meritocracia, tal como sugiere uno de los entrevistados en la nota, "es una ideología que justifica moralmente que haya algunos que tienen mejores puestos y responsabiliza a los más débiles de sus malos resultados". Yo agregaría, es una manera mediante la cual los poderosos mantienen el poder de manera institucional. No parece muy justo. Si bien es mejor que la portación de apellido o de billetera, está lejos de ser un sistema deseable per se

Sin embargo, la inclusión por la inclusión misma, tampoco es una gran solución. ¿Qué sentido hay en que personas con diferentes capacidades compartan exactamente los mismos contenidos durante una clase? El alumno interesado y trabajador y el vago e irresponsable; el que lee las lecciones y estudia y el que habla sin cesar y se comporta inadecuadamente; el que entiende rápidamente y se aburre de los ritmos lentos de sus compañeros y los lentos compañeros que ni siquiera alcanzan el nivel más simple a pesar de sus esfuerzos... ¿Nivelamos para abajo, así todos alcanzan el mismo nivel y nadie es excluido? Es un riego grande, más cuando los educandos llegan con falencias (casi existenciales) a muchas escuelas hoy en día. Nivelar al nivel al que todos puedan avanzar de igual manera, quiere decir, en términos concretos, que haya alumnos que aprendan a leer en cuarto, quinto y hasta sexto grado. Creánme, lo vi. Y en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico de un país bastante desarrollado, a pesar de nosotros, sus ciudadanos. Separar "por nivel" es una peor idea, porque los peores alumnos andan mucho mejor cuando se los pone a trabajar con los mejores, no cuando se los aísla en un grupo de pares, que presentan iguales dificultades para el aprendizaje. En Educación estas cosas ya están estudiadas. 

En ninguna de las dos alternativas se le da a los alumnos lo justo, lo que les corresponde. Ahora bien, también es cierto que las personas nunca van a ser absolutamente iguales (por suerte), sino que todos somos diferentes y, esas diferencias, pueden ser a la vez motivo de conflicto como de enriquecimiento mutuo, dependiendo de cómo las llevemos, qué actitudes tengamos y qué tan diferentes seamos. Estas diferencias van a marcar, de una u otra forma, cualquier proceso competitivo que embarquemos. Por eso, lo primero que hay que hacer, es igualar. Porque por más que tengamos diferencias fundamentales: un cierto carácter y temperamento, una determinada familia, una herencia cultural, una red de contactos sociales, la posibilidad de viajar, etc. se puede trabajar para igualar a las personas sacando lo mejor de cada una. Trabajar por la igualdad de oportunidades es el leitmotiv (si el arte me presta el término) de la política. Los políticos tienen que trabajar para igualar oportunidades. Porque la única meritocracia posible es aquella que nace de oportunidades, sino iguales, al menos análogas. Más que echarle la culpa a la meritocracia, se la echaría a la política. La meritocracia se convierte en un sistema muy injusto si la política no iguala oportunidades. Políticos, al banquillo. Háganse cargo. 

Pero no sólo ellos. (me tomé la libertad de modificar este párrafo de la entrada, a raíz de un consejo de mi amigo Martín Grassi. Gracias Martín). Sin citar ejemplos específicos, ni temas de actualidad, cosa que puede enervar las pasiones de los menos templados, preguntémonos si todos los grupos sociales están dispuestos a cambiar el statu quo. ¿Los están las élites? ¿Están dispuestas a dejar lugar a una competencia meritocrática real? ¿Lo está la oposición? ¿Los grupos económicos? ¿Los docentes, que tendrán que redoblar sus esfuerzos en las zonas de mayor marginalidad? ¿La sociedad, que verá cómo muchos recursos se ponen al servicio de los que, objetivamente, menos aportan en términos reales al presupuesto del país o de un distrito en particular? Son preguntas que nos tenemos que hacer, porque igualar oportunidades es deber de la política, pero también del resto de la sociedad. 

Algunas ideas que se me ocurren para igualar oportunidades (en, por ejemplo, la Ciudad de Buenos Aires) serían: asignar presupuestos exclusivos, y abultados, a los barrios más pobres de la ciudad. Darles prioridad en los servicios fundamentales. Apostar a que haya mayor seguridad, iluminación, asfaltado, mejor transporte y más espacios de recreación públicos. Pagarle mejor a los docentes que trabajan en los barrios más carenciados. Universalizar el acceso a la educación inicial, para que exista oferta para todos lo niños desde los 45 días en adelante. Dar bonos para alimentación, después de todo, somos lo que comemos. Erradicar las villas: dando títulos de propiedad y construyendo vivienda social. Hay miles más. Con todo esto, no se les da "más", sino que se los iguala. Y eso, por más que haga ruido, es el deber de todo político. De izquierda, de derecha, de arriba y de abajo. 

Igualar las oportunidades, cosa que nos va a tomar un tiempo, pero tampoco décadas y generaciones, siempre que haya voluntad política y apoyo popular, es, en mi opinión, requisito sine qua non de la meritocracia. 

Una vez igualadas... El mejor sistema de incentivos es la meritocracia. Y pregúntenle a los economistas si les quedan dudas, pero solemos manejarnos en muchos ámbitos por incentivos. Eso no nos hace malos ni interesados, nos hace humanos. Hace sólo dos días, en un asado, un amigo me decía: "si te vas a sacar un diez sin estudiar, ¿para qué estudiar?". Y tiene razón. Ningún niño ni adolescente va a estudiar porque si estudia el conjunto de sus compañeros se van a beneficiar por su mayor inteligencia. Lo va a hacer para evitar la mala nota, que le significa un reto y volver a estudiar en una época de calor y descanso. O lo va a hacer para alcanzar una meta personal. Conozco mucha gente que se queja por el mal servicio del Estado. Bueno, dejenme decirles que es el sistema menos meritocrático de la sociedad argentina. Es un ámbito donde se auto-seleccionaron las personas que sienten mayor aversión al riesgo (esas que prefieren un trabajo estable a uno donde pueden crecer si se esfuerzan más). Una vez que sos empleado de la planta permanente, el inicio de un sumario es un riesgo excepcionalmente bajo, fruto de una negligencia casi malintencionada. O sea, es imposible que te echen. Todas estas características "invitan" al poco esfuerzo. Donde dice "sacarse un diez" debería decir "cobrar": "si voy a cobrar sin esforzarme, ¿para qué esforzarme?". El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. 

Conscientes de las consecuencias de la ausencia de meritocracia, está claro que es preferible el esfuerzo a la igualación. Después de todo, en el caso de una emergencia, ¿preferiría ser atendido por el mejor médico de guardia o por aquel que, por una cuestión de cupo (supongamos que es parte de una minoría étnica) obtuvo su título universitario? Me parece a mí que la solución hubiese sido darle iguales oportunidades a todos y después hacerlos competir. 

En fin. Me parece que es un debate que tiene muchas aristas, pero que sería bueno, para el debate y para la sociedad, que lo discutiéramos sin ropajes ideológicos, con mucha honestidad intelectual y a cara lavada. 

Un último punto, me parece que la meritocracia está en crisis porque las instituciones fueron gobernadas por las élites que mejores logros intelectuales alcanzaron. Desde el humanismo, sin embargo, hace más o menos 2000 años que se insiste en la idea de que no somos sólo intelectuales, sino también afectivos, sociales, sexuados, entre varias otras características. Si tomáramos nota de estas otras características, podríamos apuntar a una meritocracia más humana y menos intelectualista, demasiado atenta a los resultados de pruebas estandarizadas y que perdió de foco a las personas a las que evalúa. Personas que cuando bajan el lápiz, antes de que sus exámenes sean corregidos por una máquina, son líderes de un grupito de amigos, hacen deporte y trabajan en equipo, ayudan en un comedor, son buenas personas, están pasando un mal momento afectivo por la pérdida de un abuelo, tocan la guitarra, y, básicamente, enriquecen las otras muchas facetas que conforman su persona. Ojalá la meritocracia sea inclusiva y, sobre todo, más humana, atendiendo el desarrollo pleno del hombre y no sólo de su cerebro. 

La nota de La Nación es muy buena y concluye en una posición interesante y con la que estoy en parte de acuerdo: el sistema puede mantenerse, siempre que se le de la oportunidad de integrarse a quienes no alcanzan los méritos suficientes para ocupar una posición de élite. Estoy seguro que si son incluidos desde el principio y se busca un desarrollo más integral, van a ser poquísimos quienes estén en esa situación. Todos aquellos que, por cualquier tipo de limitación o incapacidad quedaran fuera de este sistema, deben ser incluidos solidariamente. Una sociedad inclusiva y justa sólo lo es cuando todos sus miembros, más allá de su condición, encuentran un lugar. Como homenaje a un grande, cierro con una de sus frases, "por lo menos, así lo veo yo". 

1 comentario:

  1. Una reflexión serena y detallista. Coincido con la idea de que hay que trabajar por la igualdad de oportunidades. Es estricta justicia, aunque esté lejisimos de ocurrir. Es un norte.
    Quizás habría que apuntar tambien a la búsqueda de la excelencia por si misma independientemente de que sea un instrumento para alcanzar más poder. Sino todo huele a exceso de instrumentalización. ¿No?

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