jueves, 11 de abril de 2013

La impotencia quejosa

"Es el momento para irse". "El país no da para más: esto explota". "Está todo mal, vamos para atrás". "Argentina no cambia más, hay miles de oportunidades mejores en otros lugares".

"No cambia más". En boca de un tipo de 30 años esa afirmación me estremece. No cambia más. ¿Está todo tan mal? Y si lo está, ¿realmente las cosas no pueden cambiar? Cuántos lugares comunes. ¿Por qué seremos tan pesimistas y quejosos, los argentinos? Sí, los mismos que en el exterior parecemos pedantes y soberbios, acusados de sentirnos superiores, mejores, en una mirada eurocéntrica: europeos, o vaya uno a saber qué.

Curiosamente, desde esa mirada, las cosas pueden cambiar en determinada dirección: sólo para peor. Pero pareciera que mejorarlas es una tarea tan titánica como inasible: más allá del alcance de cualquier posibilidad, no vale la pena el intento. Todo está perdido. Somos impotentes: no tenemos el poder de cambiar nada.

¿Vas a luchar contra los políticos? Son todos ladrones. ¿Y la Policía? Corrupta. ¿Las mafias? Están por todas partes. La inseguridad es omnipresente; la droga, un cáncer terminal que nos tiene moribundos; y la educación es un desastre, cada vez peor. Todo peor. Los sindicatos son nidos de ratas a los que les interesa su propio poder corporativo y no la representación justa de los trabajadores. ¿La gente? La gente ya no quiere trabajar, son todos vagos. Y cuando la mitad que trabaja se de cuenta de que lo hace sólo para mantener a la otra mitad, a la de los vagos, ahí vamos a ver qué pasa, ahí, vamos a ver... Se perdió hasta la moral. Todo anda mal: el transporte público, la salud, los servicios. Qué desastre.

Cambiar este país es imposible. Va a tomar generaciones, quizás siglos. Perdimos la oportunidad. Pasó el tren. No hay chance de que las cosas sean diferentes.

Me agoto sólo de escribirlo.

A veces me siento un tanto frustrado ante tanta frustración. Quizás estuve siempre entre los más ingenuos y, por tanto, fui y sigo siendo, siempre, un optimista empedernido... "Eso no es mirar la realidad", me han dicho. Puede ser. Pero verla toda negra, tampoco. Y sobre todo, sentirse absolutamente incapaz de cualquier cambio. Eso tampoco es mirar la realidad.

Dejemos de repetirnos y de convencernos de estas cosas. Los políticos no son todos ladrones, ni cerca. Puede que sean un poco maquiavélicos y pragmáticos, algunos no lo suficientemente preparados para sus cargos y otros totalmente ineptos, seguramente muchos piensen diferente y sostengan otras miradas del mundo que uno, pero ladrones... Ni los policías, corruptos. Muchos dan su vida en cumplimiento del deber, todos los días, luchando contra la inseguridad, esa que es grave pero que no es tan grave como en otros países a los que vamos de vacaciones porque "nuestras playas son horribles"... La droga es una porquería, estamos de acuerdo. Toda la droga eh, no seamos caretas. Y es cierto que los resultados de las pruebas internacionales de educación, como Pisa, nos dan cada vez peor, pero se explica, al menos en parte, porque seguimos pagando las consecuencias de una crisis terrible como la del 2001... Y sí, lo malo de las crisis no es que los ahorristas hayamos perdido nuestros dólares (porque la moneda nacional, claro, es una porquería desvalorizada), sino que nos quedan en el camino una o dos generaciones que ya no pueden ser educadas, que trabajan desde chicos, que no comieron suficiente, que son excluidas: en el fondo, generaciones que debemos proteger porque son nuestras. No es cierto que haya una mitad que trabaja y una que no. Hay mucha gente excluida y hay planes para incluirla. Podemos debatir sobre su eficacia, sobre su efectividad, sobre si logran lo que se proponen o si empeoran las condiciones de vida de la gente al quitarles la iniciativa y la capacidad de labrar su propia vida. Si es que eso es así. Podemos discutir. Pero no podemos seguir condenando. Ni mintiéndonos.

Si nos seguimos repitiendo que todo está mal, que nada va a cambiar y que nuestro país ya no vale la pena, nos mentimos a nosotros mismos. Esas cosas no son ciertas. Preferimos esa zona de confort, por más que sea negativa, como quien mantiene una relación masoquista porque no se anima al riesgo que implica saltar al vacío de la soledad. Preferimos tener esas malas ideas a no saber qué pensar o cómo hacer para pensar en positivo ni en qué medios poner en juego para alcanzar los fines que consideramos buenos. Preferimos pensar mal antes que elegir hacer algo, por chiquito que sea, para revertir lo que nos molesta. Hay veces en las que la queja es algo positivo y necesario: nos ayuda a reconocer una situación que nos molesta e incomoda. La queja no es esencialmente mala, pero si nos paraliza, es autodestrucción disfrazada de catarsis. Es convencernos de que no somos nada, de que no podemos cambiar nada, de que todo va a seguir igual, o peor.

Hay un montón de pequeñas acciones que hacen que nuestra realidad, de a poco, cambie. Cada uno de nosotros es actor de este circo, que es la realidad. Y como es una función improvisada, cada cual elige qué rol interpretar. Un ejemplo, si no te gusta que la Ciudad esté llena de papeles ofreciendo "servicios" de prostitución: arrancalos. No pasa nada. Arrancalos. Yo lo hago. La gente debe pensar que soy un degenerado insaciable que necesita el teléfono de innumerables prostitutas y que despilfarra sus escasos ahorros en placeres mundanos para disipados. Que piensen lo que quieran. Mi razonamiento, tan tercamente básico como simple es: estoy en contra de la trata y las mujeres son explotadas en prostíbulos. Esos mismos que se publicitan en cartelitos de papel pegados con boligoma en los semáforos. No pienso ser cómplice. Es una acción insignificante; sí. Una forma de tranquilizar la conciencia; quizás. Una falta de respeto a las verdaderas luchas, como la de Marita Verón; no creo. Es una acción chiquita, pero mía. Es un grano de arena. ¿Cuántos chicos se deben dedicar a pegar esos cartelitos en la Ciudad? ¿Unos 20? Seamos pesimistas, digamos que son 100. Sin embargo, en el más conservador de los cálculos, 300.000 personas deben ir a trabajar, cada día, a Microcentro. Me imagino a cada una sacando papelitos y sonrío, ahora, imaginándome a los pegadores profesionales, con el mismo sentimiento que Sísifo, al ver que su trabajosa tarea fue en vano. Depende de nosotros. Puede ser que sea una pavada... ¿Es una pavada? Mmmmm, no lo creo.

Hace poquito se inundó Moldes, que es la forma cariñosa de denominar nuestra casa... Se discutió sobre la ausencia de obras, sobre los créditos, las trabas para actuar, la política, los subsidios y los vecinos indignados. Pero no se dijo nada sobre los vecinos negligentes, esos que veo, siempre, sacar la basura en horarios y días erróneos, durante los paros de recolectores, las alertas meteorológicas y hasta durante algunas tormentas muy fuertes. Ellos también son responsables. Todos somos responsables. Por eso, todos podemos hacer una diferencia. Si funciona para un lado, también funciona para el otro. Se puede. Pequeñas acciones. Personales. Mías. Tuyas. No somos impotentes.

No soy un santo. Ni cerca. Sin embargo, no pierdo la esperanza: puedo ser mejor. El mundo puede ser mejor. Y el mundo está compuesto de muchas cosas muy chiquititas e insignificantes. Como "el mundo" nos queda muy grande, nunca empezamos ni por lo más chico. La tarea es tan descomunal que nos apichona. Yo no puedo cambiar el mundo, sólo. Quizás sí, quizás no. Hubo gente que lo cambió, sola. Yo creo que cada persona influye y puede cambiarlo. Y bueno, frente a grandes problemas, acciones colectivas. Imaginación popular. Pueblo hecho acción. Si no tiráramos la basura en la calle, no habría basura en la calle. Se puede cambiar. Depende de mí, de vos, de cualquiera. Sólo entre todos alcanzamos los bienes comunes: por eso son comunes. La limpieza en las calles. La paz en la sociedad. El respeto como norma. Con que uno ensucie, la calle ya no está limpia; si uno solo es violento, la sociedad ya no vive en paz ni en un marco de respeto. Mirémonos a la cara y demos el salto, el pequeño salto mortal. Volvamos a creer en el de al lado. Todo pasa por ahí, por volver a confiar. A abrir el corazón. A ser una sociedad y no una yuxtaposición de individuos egoístas y temerosos.

Elijo confiar en vos. Porque quiero otra sociedad. Estoy convencido de que juntos podemos hacer la diferencia. Solo dando ese paso, tomando esa decisión, podemos ser diferentes. Estoy seguro de que las cosas no están tan mal como nos las imaginamos. Que algún día habrá que luchar contra nichos de poder anquilosados en estructuras estatales, corporativas, culturales y sociales, sin dudas, de eso se trata la política. A no tener tanto miedo. 

Quizás, sólo quizás, si nos proponemos pensar así, algún día podamos vivir en un país mejor. 

Parece un discurso político. Quizás lo sea. ¿O acaso no todo es "político", parte de la polis, común, público, de todos? Ideas... Simplemente ideas que me caminan la cabeza en un momento de frustración. Frustración que no paraliza, todo lo contrario, me llena de iniciativa, entusiasmo y compromiso. Fundamentalmente, porque mis acciones cuentan. No soy impotente. 

Ni siquiera frente a la naturaleza, poderosamente caprichosa, somos totalmente impotentes. Podemos elegir, siempre. Es una cuestión de miradas, de cómo mirar, de cómo elijo mirar. Estoy seguro de que la solución está en cada uno, en re-descubrirnos capaces, visibles, poderosos, potentes, unidos. Optimista empedernido. Quizás. Pero no es un mundo que me imagino (you could say I´m a dreamer...) sino que anhelo y por el que vivo. Y, and I´m not the only one...

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