viernes, 8 de noviembre de 2013

Wali, el afgano

Nunca había conocido a nadie de Afganistán.

Wali, compañero de un curso en el que participé hace poco en la India, es afgano. 

Se llama Wali. Su sólo nombre me remitió a "Buscando a Wally" y a un profesor de Historia un tanto temperamental, pero muy trabajador, que tuvimos en la secundaria. Se llamaba Javier y odiaba que, secretamente pero a viva voz, en una actitud típicamente adolescente, lo denomináramos así. Era un buen profesor. Y realmente era muy parecido al personaje de los libros infantiles. 

Pero Wali, el afgano, era muy diferente a Wally, el profesor. Si bien nunca había conocido a nadie de Afganistán, me tocó compartir no sólo cuatro semanas en las que estuvimos en la misma aula, sino también 13 días en los que fuimos compañeros de cuarto durante un viaje de estudios e inmersión cultural. 

Rara vez tengo algún problema con nadie. Contadas veces sentí eso que llaman "cuestión de piel" o una antipatía natural y espontánea por alguna persona. Esas cosas no me pasan prácticamente nunca. Todo lo contrario, suelo pensar, quizás ingenuamente, demasiado bien de la gente, me abro con facilidad y disfruto de crear y compartir climas de confianza e intimidad. Sin embargo, admito que Wali no hubiese sido mi primera opción si hubiese podido elegir a mi compañero de cuarto para un viaje por la India. Y no, Dejan, de Serbia, es un tipo muy gracioso y con quien compartimos una mirada similar del mundo. Shamim, de Bangladesh, es un académico interesante y objetivo. Dawa, de Bhutan, es un personaje único, de un país misterioso. Solomon, de Nigeria, es una especie de expositor de TEDx, apasionado y profundo. Yusef, un asesor del presidente de Etiopía. No, Wali definitivamente no era mi primera opción. Pero resultó ser, como siempre sucede en estas situaciones, una sorpresa inesperada. 

Wali tiene 25 años y vivió dos guerras civiles, un régimen totalitario, una invasión, más guerra y, hoy, el acecho del terrorismo porque su gobierno es débil y no controla la totalidad del país. Por las grandes plantaciones de opio, el narcotráfico disfrazado de terrorismo y disfrazado de colaboración con los yanquis, también es una realidad y un peligro latente. Recordemos que, además, Afganistán es un país pobre, sin acceso al mar, rodeado de vecinos como Irán, Paquistán y varios otros que terminan en "stán". Definitivamente, sólo eso, lo hace un tipo interesante. Vive en Kabul, la ciudad capital, junto con sus padres y sus diez hermanos, cinco varones y cinco mujeres. Tanto su sueldo como el de su hermano son para toda la familia, cosa común entre los musulmanes afganos. Empezar a explicar cómo viven es muy difícil, porque todo es diferente y, entonces, no sé ni por dónde empezar.

Las mujeres.
Una de las cosas que más me impresionó es que Wali nunca había hablado con una mujer ajena a la familia hasta que salió de su país, por primera vez, hace un par de años. Los afganos no tienen novias. Los padres de Wali van a buscar a una buena mujer, de una buena familia, con una buena dote, con buena fama y sin ningún manchón en el historial y van a arreglar, con los padres de la chica, cuándo se van a casar y las condiciones generales del matrimonio. Wali va a conocer a su mujer el día de su casamiento. "Vas a tener sexo en la primera cita, mirá que liberales que resultaron ser Uds. los musulmanes" - le dije a Wali en algún momento. Sonríe y se le escapa una risa tímida. Es como un niño con un puesto muy importante en su gobierno, pero un niño al fin. Es inocente y transparente.

La fe.
Wali reza todos los días, cinco veces por día. Se levanta unos minutos antes de que amanezca y hace la oración de la mañana con los primeros rayos del sol. Son las cinco de la mañana y entre la almohada y mis párpados, veo una sombra que se arrodilla, pone la frente en tierra, se para, levanta los brazos y murmura. Y así por un rato, todas las mañanas, las medias mañanas, después del almuerzo, a media tarde y al atardecer. O algo así. Me lo explicó, porque con Wali hablamos mucho de todos los temas de los que no hay que hablar con alguien si no te querés pelear, especialmente de religión y de política. Tiene una brújula para saber hacia donde rezar, siempre mirando a la Meca, en Arabia Saudita. No vive su compromiso religioso con pesadez, sino con alegría y tranquilidad, como si se apoyara en los rituales y costumbres musulmanas. Una vez me acompañó a Misa. Misa en India merece un capítulo aparte, pero volvió meditativo y, después de reflexionar, me dijo: "no somos tan diferentes; un solo Dios. Somos hermanos". No es que hablara como Yoda, de la Guerra de la Galaxias, pero su inglés no era perfecto. Desde ese momento, me trató como a un hermano.

La guerra.
"¿Qué pensás de los yanquis, Wali? ¿Cómo eran los talibanes? ¿Te molesta que te pregunte sobre estos temas?". No le molesta, para nada. Los talibanes eran mucho peor que los invasores, claramente. No había libertad, me dice, muy seguro. Apedreaban a las mujeres, que no podían salir solas de las casa, ni siquiera en una urgencia o emergencia. No había televisión ni igualdad de género, ni libertad de expresión, ni de culto, ni de nada. Al menos ahora pueden decir lo que quieren y lo que piensan. La sociedad sigue siendo conservadora, tradicional y apegada a las creencias religiosas. Pero lo elijen, no se los impone un gobierno.

Hombres de la mano.
Las parejas en Afganistán no andan de la mano. Eso está, socialmente, mal visto. Los hombres musulmanes, al igual que los indios, los nigerianos y los amigos de otros varios países asiáticos y africanos, van de la mano, o con los brazos en jarra entrecruzados, como señal de amistad. "In my country, that is a sign of more than friendship between men" - le dije, mientras Dejan, de Serbia, coincidía eufórico. Habiendo conocido la costumbre en algún otro viaje, no me escandalizaba que Wali, o Solomon, me tomaran de la mano mientras me contaban algo sobre sus países. Lo entendí como lo que era, un signo de amistad y de confianza, carente de todo tipo de tensión sexual. Sin embargo, desde que le hice ese comentario, Wali ya no quiso tomarme de la mano. Era muy tradicional, pero era capaz de salirse de las estructuras y costumbres, para respetar las mías, que eran diferentes.

Nunca había conocido a nadie de Afganistán. Pero conocer a alguien de ahí me ayudó a repensar y a mirar desde afuera muchas de mis costumbres y tradiciones. Explicar todo te obliga a escuchar tus explicaciones. Y escucharlas, a replantearlas. Es una experiencia recomendable y enriquecedora.

Finalmente, el viaje terminó. "Santi, my brother, it has been very nice to meet you, have a safe trip back to your country. You are welcomed to my house anytime". Y con un fuerte abrazo, signo universal entre todas las culturas, nos deseamos un feliz retorno a nuestros disimiles hogares con la esperanza, no muy cierta, pero esperanza al fin, de, algún día, volver a encontrarnos.





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