lunes, 11 de marzo de 2013

Las aventuras de la diferencia

(Le robé el título a Vattimo, aclaro)

Cerrás los ojos, aunque las luces de neón intermitentes y los leds se cuelan, invasivos, hasta dentro de tus propios párpados, iluminando la intimidad más propia, la que te da estar con vos mismo, en esa supuesta "absoluta oscuridad". La marea humana se hace sentir en la forma de rozamientos, vapores y de la percepción de movimiento alrededor. El suelo vibra al ritmo de los bajos, mientras escuchás algo que te dijeron que es koreano, que dice así como "Upa Gangnam Style". Podés estar en Buenos Aires, en un boliche de moda, para chicos de clase alta. O en Rosario. O en Salta... O en Lima, o en New York, o en Bangkok, o en Bucarest, San Petersburgo, Bali, Ciudad del Cabo o, quizás, en Sydney. Sobre la universalización de la cultura o sobre cómo, a pesar de ser distintos, nos queremos parecer cada vez más.

Hace unas semanas, volviendo de un viaje con Guada, nos quedamos varados por un día en Japón. "Bueno, aprovechemos para ver un poco de qué se trata este país" - le propuse a la flaca, quien accedió sonriente. Nos pusimos toda la ropa que teníamos porque hacía bastante frío y fuimos a dar una vuelta por Narita, vestidos como momias. Nuestro hotel tenía un servicio de colectivo que conectaba nuestro edificio con un centro comercial y hacia allá fuimos. No teníamos mucho tiempo para comer ya que el último bus del día terminaba su recorrido en nuestro hotel y pasaba por el shopping en sólo 45 minutos. "¿Qué te parece si comemos sushi?" - propuse, entusiasmado. Es que ir a Japón y no comer sushi es como irte de la Pampa sin un buen asado. "Obvio, vamos". Rápidamente buscamos un lugar donde vendieran sushi. Al entrar, como era esperable, todo estaba, literalmente, en japonés, motivo por el cual no entendíamos nada, ni siquiera los números (cosa peligrosa cuando uno se sienta a comer en un lugar que no conoce). La moza no hablaba inglés, menos español. Además de no entender el menú ni poder comunicarnos con la moza, el restaurante era, al menos para nosotros, novedoso: el sushiman estaba en el centro de un cubículo de unos 30 metros cuadrados; rodeándolo, como si se tratara de una barra, estaban "las mesas", que todas miraban hacia el chef. Alrededor del cubículo, una pequeña cinta transportaba piezas de sushi, en platos de diferentes colores. Guada me miro fijamente y me dijo con autoridad: "tenemos que pedir, comer y pagar en menos de 40 minutos y no sabemos pedir, cómo comer ni cuánto va a salir". Tenía tres veces razón y, como suele pasar en nuestra relación en circunstancias como estas me limité a tener la última palabra "tenés razón". Prosiguió: "hay un Subway en la puerta donde nos dejó el ómnibus, si querés nos podemos comer un sandwich y después nos queda tiempo para dar una vuelta". Era una buena idea. Y eso fue lo que hicimos.

Y lo curioso es eso. Que estás es Japón, o en la India, o en España, o en Camboya, o en Perú, o en Costa Rica, o en Brasil, o en Egipto, y comemos lo mismo... Y eso me hace un poco de ruido. Porque en Japón, en la India, en España, en Camboya, en Perú, en Costa Rica, en Brasil y en Egipto tienen comidas locales, que seguramente sean todas muy ricas, o, al menos, diferentes a las propias. Comidas que serán parte de una tradición, que fue recibida por alguna generación, hecha lección de cocina. Pero cuando viajamos, en vez de descubrir ese aspecto de la cultura, nos lo perdemos por ir a "lo conocido". No por brutos, sino porque nuestro cerebro, que es vago, siempre prefiere lo que menos energía le consume: si es posible, no pensar. La homogeneización de las culturas se puede dar de diferentes maneras, pero cuando hay una que se impone sobre la otra, hasta que la hace desaparecer, a eso, en Sociología, se lo llama "aculturación". No hace falta que se de por medios violentos. No digo que haya pasado esto, pero sí me parece que está pasando, un poquito sin que nos demos cuenta. Y me parece que está pasando cuando veo que los restaurantes se parecen cada vez más, en todos lados. Cuando veo que los cafetines, de esos que quedan por Microcentro, donde si vas muchas veces seguidas el mozo te saluda y te llama por el nombre, o te dice "Dr.", le ceden su lugar a Starbucks, donde sólo saben mi nombre porque está anotado en un vaso descartable. Y seguramente a muchos esto les haga ruido. "Son las leyes del mercado"; "es lo que la gente elige"; "es el progreso"; "es la que hay". Sin embargo, es algo que a mí no me gusta. Sí, los mercados son globales y el alcance de las marcas es universal. La gente, de hecho (y yo me incluyo: me encantan el Big Mac y el frapucchino de dulce de leche), elige esas marcas globales en desmedro de los emprendimientos locales. No digo que haya que subsidiar negocios privados deficitarios ni castigar a los emprendedores que ponen una franquicia de alguna cadena de comida rápida internacional. Simplemente señalo algo que no me gusta, aunque yo sea, incoherentemente, a la vez, parte del problema y de la solución. No sé cómo resolverlo, simplemente sé que me incomoda y que no quiero imaginarme un mundo donde todos perdemos parte de nuestra identidad cultural para abrazar un ideal "global", encarnado por una marca que hace comida de dudosa calidad nutricional. Me gusta más un mundo donde estás en Egipto y pedís algo apuntando al menú, ese que no entendés, o directamente a lo que parece más apetecible en un charanguito por ahí, sin saber bien qué es, y te dejás sorprender. En un mundo donde en Turquía probás las famosas "delicias turcas", que de deliciosas tienen sólo el nombre. Donde estás en España y te vas de tapas y pinchos, o sentís la hospitalidad "pura vida" de un buen manjar costarricense.  Donde hay comidas regionales y gourmets locales. Nunca me voy a olvidar de las "hamburgruesas" de Charly, que era un tipo con una parrilla chulengo en Máncora, en Perú. Y fíjense, ¡estoy hablando de un tipo que hacía hamburguesas en un, entonces pueblo, hoy ciudad, frente al mar! No soy un talibán, simplemente celebro lo local, que me parece más auténtico, y autóctono, a la hora de conocer un lugar cualquiera. Esta crítica le va a parecer, a muchos, inaceptable. Al menos, difícil de comprender, o una postura con la cual no se siente, siquiera, empatía. Admito que soy un exponente un poco particular de la centro derecha.

Y si solo fuera la comida... Pero no.

Es la ropa. Es la forma de divertirnos. La manera como nos comunicamos. Los mandatos que tenemos: ufff, los mandatos. Y se va dando la unificación de los criterios estéticos y, quizás más llamativo todavía, de los parámetros antropométricos, de "las medidas perfectas", como si las mujeres de Indonesia, de Sudán, de Brasil y de Ucrania fueran si quiera parecidas.

Y de repente ya no sé distinguir con tanta facilidad entre una mujer joven, una adolescente agrandada o una señora no tan grande.  Es que usan todas... lo mismo. En todos lados. Todas se quieren ver igual aunque sean diferentes.

Es lógico que al estar más cerca, producto del proceso de globalización, influyamos más sobre los demás. Es lógico. Pero no sé si me gusta, aunque no sepa bien qué proponer ni cómo llevarlo a cabo. Después de todo, cualquier idea es, en algún momento, incipiente, inmadura y verde.

Y no, tampoco es cuestión de romper todo, como los movimientos anti-globalización. Tampoco es cuestión de extremar lo local, al punto de detestar lo foráneo. Ni que hablar de los grupos terroristas, que ven en el diferente a alguien peligroso, que merece perder la vida, simplemente por el hecho de tener una proveniencia distinta a la propia. Qué locura. Pero tampoco es cuestión de abrazar acríticamente tradiciones tan ajenas como Halloween, que nada tienen que ver con nosotros. Nada. ¿Será que hace falta encontrar, como en todo, un prudente justo medio? ¿Y si en el camino se nos pierden algunas cosas que no recuperamos? Qué miedo. Quizás mientras le encontramos la vuelta seguimos comiendo una comida que nos cambia no solo el cuerpo, sino también la forma de ver las cosas, y mientras se nos pierdan algunos lugares tradicionales de la Ciudad. Quizás. Y sería una pena.

No todo lo extraño es malo. De la misma manera en que no todo lo extraño es bueno. El problema, al menos para mí, es la falta de crítica, es copiar por copiar, es ser universalmente iguales. Después de todo, casi todas las cosas que tenemos fueron gracias a la generosidad del desarrollo de otros. En términos culturales, Argentina, ese crisol de razas, se nutrió de lo más particular de los locales y los europeos. Y ahora lo sigue haciendo al seguir recibiendo a muchos latinoamericanos, que de a poco van mostrándonos otras muchas formas de ser que son igualmente válidas a las propias y de las que aprendemos, en un marco de apertura y respeto.

Una idea, no ajena a potenciales críticas, incluso propias, es argentinizar o, en términos más globales, localizar, hacer local, todas las cosas. Y que los call centers, el marketing, el delivery y muchas otras cosas que ya nos acostumbramos a decir en otra lengua, se digan en castellano, no de Castilla, sino de Argentina, ese que dice "che, vos, boludo, mercadeo, entrega a domicilio y centros de llamado". Es una idea. Qué se yo.

No sé cuál es la solución. Es más, ni siquiera sé si este es un problema. O si es la descripción de un movimiento sociológico inevitable. Después de todo, nuestra cultura seguramente haya cambiado horrores si la comparamos con hace cien, doscientos y trescientos años. Casi repitiendo a Heráclito parece que todo cambia, fluye, se mueve y nada permanece... O quizás esta reflexión sea una simplificación del torbellino que deviene hecho mundo global y del que simplemente capto esta intuición: "cuidá lo propio". Y esta es la mejor manera en que pude hacer palabras algo tan imposible de expresar como una intuición, ese saber sin razones, pero que a nivel subjetivo es enteramente cierto de todas maneras. Es que lo que realmente me rebela es saber que las diferencias, bien llevadas, están buenísimas. Y son una aventura más interesante y enriquecedora que la homogeneización de lo distinto. Pensar en un mundo de iguales me aburre mucho. Muchísimo. Me parece, incluso, que sería un mundo que hace mucho el ridículo.

Abro al diálogo. Después de todo estar en Pampa y la Vía es un poco esto, saber que no sé nada. Quizás, entre todos, podamos parir alguna verdad. Y divertirnos en el camino. Quién sabe. Tienen la palabra.



2 comentarios:

  1. Querido Santi,

    En Pampa y la Via ahi es donde empieza todo...

    Me podras pasar por este medio si no es problema tu mail que te quiero escribir.

    Te mando un fuerte abrazo.

    FONCHI

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  2. Obvio Fonchi, cómo estás? Mi mail es santiagosena@hotmail.com
    Un abrazo grande!
    Oso

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