viernes, 1 de marzo de 2013

Mis amigos, los filósofos

La primera vez que festejé mi cumpleaños habiendo comenzado el tiempo universitario, invité a toda la gente con quien compartía algún ámbito de mi vida: allí estaban "los del colegio", "los de rugby", "los de la facu", "los de la misión", etc. Uno de mis amigos del colegio, de esos de "toda la vida", con quien había compartido no sólo el aula, sino también miles de entrenamientos y partidos, y con quien había hecho algunos viajes, me preguntó: "tus amigos de la facu, ¿vienen de trabajar?". Mis otros amigos "del colegio" estallaron en una sinfonía disarmónica de carcajadas estridentes. Era sábado. Se reían de la forma como se vestían, siempre tan formales, mis amigos los filósofos.

Lejos de cualquier estereotipo, en la Facultad de Filosofía descubrí gente tremendamente disciplinada y estudiosa; responsable y laboriosa. ¿Dónde están los hippies que se preguntan sobre el sentido de la vida? Esos quizás se pusieron un bar en la playa y, no niego, pueden ser excelentes filósofos. Sin embargo, si Uds. vieran el compromiso con la Verdad de los que deciden estudiar Filosofía, que no es otra cosa que hacerse esas preguntas y buscarles respuesta, sistemáticamente, quedarían anonadados y gratamente sorprendidos. A mí me pasó. Es fascinante.

No mucha gente conoce a algún filósofo... Es que si somos muy optimistas, cada año se recibirán, aproximadamente, unos 250 filósofos profesionales. Mi cálculo: no debemos ser muchos más que 20.000 en todo el país, por lo que si tomamos 40.000.000 como el número total de argentinos, somos uno de cada dos mil, o el 0,0005% de la población. Poquitos.

Bueno, es lógico, es una profesión que, evaluada en relación a su utilidad, no sirve para nada. Pobre Guadalupe, quien ahora descubre que su padre (una especie de MacGyver argento, capaz de arreglar un auto con una cortaplumas mientras hace un asado de achuras y chequea que los caños del baño estén destapados) es poseedor de todas las características de las que carece su novio, quien, para colmo, es filósofo. No ingeniero, carpintero, plomero, electricista, chef, organizador de eventos ni, acaso, barrendero... Qué desastre. Así que mientras el filósofo, concentrado en las cosas más elevadas, reflexiona, quizás leyendo, quizás mirando una pared, la pobre Guadalupe se escandaliza del polvo que mis ojos no perciben (aunque mis plantas a veces lo denuncian), de las lámparitas que siguen sin ser cambiadas (causando una ausencia de luz que empeora notablemente mi visión) y la comida que debe ser, encima, cocinada. Estas cosas distraen al filósofo. Pero salgamos de los casos particulares para volver a la Filosofía y a mis amigos. "¿Cómo que no sirve para nada?" - dirá quien valora algún texto que lo hizo reflexionar, escandalizado. Es que no, no sirve para nada. Fue una de las primeras lecciones en la materia más introductoria de primer año, su nombre lo dice todo: Introducción a la Filosofía. Y allí, estupefactos, escuchábamos al mismísimo decano de la Facultad de Filosofía y Letras afirmar, con absoluta seguridad: "La Filosofía no sirve para nada; y digo esto porque la Filosofía no está al servicio de ningún fin práctico, no es un medio útil, no sirve a otro: no sirve para nada porque no tiene utilidad práctica". Cinco años de carrera estudiando latín, griego, materias que por suerte están en cuarto año, que es el tiempo que te toma aprender a pronunciarlas, como Gnoseología, y todo eso para nada. ¡Buena decisión! Nadie más feliz que el padre de un alumno de primer año de Filosofía...

Como hay muy poquitos filósofos y es muy probable que mucha gente no conozca, siquiera, a uno, déjenme contarles cómo son y cómo es tener muchos amigos filósofos. Mis amigos, los filósofos, eligieron estudiar una carrera que no sirve para nada. Eso solo ya los hace personas bastante interesantes. Porque en un mundo donde la mayoría de las cosas son interesadas, donde tenemos una mentalidad especulativa, economicista, que intenta racionalizar los medios para ponerlos al servicio de los fines que alguien pretenda alcanzar, acá tenemos a diez personas que funcionan mal. Diez personas, sí, esos pocos son mis compañeros de Filosofía.

Haciendo mejor las cuentas, quizás seamos menos de 250 por año, pero bueno, seamos optimistas. No sólo estudiaron una carrera que no sirve para nada, sino que además, la gran mayoría, estudió idiomas, para poder leer, en su lengua original, a los más diversos autores: italiano, inglés, alemán, francés. Algunos leen en latín de corrido, ¡y entienden! Cosa asombrosa la Filosofía. En algún momento dije que decidirse por esta carrera es como estar muy enamorado de la más fea del barrio: es un hueso duro de roer, pero cuánto se hace querer, es fortísimo. Los filósofos, antes que nada, son tipos enamorados. Por eso, quizás, se los vea siempre tan distraídos.

Una reunión de amigos es algo apasionante. Es escuchar los mismos cuentos miles de veces, reírnos como la primera vez con cada uno, mientras el narrador designado le agrega algún nuevo color, probablemente inventado, a la vieja historia que nutre nuestra amistad. Y mientras tomamos un fernet, o una cerveza, nos reímos ruidosamente, gritamos y repetimos los viejos rituales que inventamos (y heredamos) hace ya casi quince años de juntarnos a comer asados. Obviamente también es discutir, airadamente, sobre política, sobre religión, sobre deportes, sobre negocios, sobre trabajo, sobre nosotros mismos. Es compartir las alegrías y los dolores. Es un ámbito de incondicionalidad respetuosa, donde conocemos los límites, pero a veces nos animamos a traspasarlos para medir las reacciones de los otros. Es saberse querido y valorado, más allá de los abismos hermenéuticos y de las posiciones irreconciliables. Una reunión de amigos es algo realmente apasionante.

Las reuniones de filósofos son parecidas, pero distintas. No son tan apasionadas. Allí todos se escuchan, siempre. No se grita tanto. Se discuten ideas y no se critica a la personas que las sostienen. Eso es algo notable e incomparable. Todos saben lo que es una falacia ad hominen, por lo que nunca, en diez años de amistad, escuché una referencia negativa sobre alguien, aunque sí muchas críticas -en el sentido de "juicios para discernir un tema"- de la opinión de alguien. Es un ámbito de absoluta tolerancia y de un pluralismo que no conoce ni la ciudad más cosmopolita. Es que así fueron entrenados: tratan con respeto ideas tan delirantes que ni los hippies del Bolsón, en el más fuerte de sus "viajes", podrían llegar a imaginar: que somos ideas divinas, que todo es material, que el alma está encarcelada en el cuerpo, que estamos hechos de elementos primigenios que se unen o separan según son informados por el Amor o el Odio... En fin, se han acostumbrado a escuchar, y a respetar, a todos. Si en una reunión cualquiera existen unas diez opiniones e ideas, en una reunión de filósofos esos números se multiplican exponencialmente. Todos piensan sus respuestas y hablan desde sus lecturas y experiencias. No son tan impulsivos como el resto de nosotros. Se discuten autores. No se habla tanto de negocios ni de fútbol. Las cosas que pasan en la actualidad se leen a través de conceptos macro que ordenan el pensamiento: maniqueísmo, funcionalismo, biologicismo, entre otros muchos "ismos", que nunca son, por ejemplo, como "turismo". No son más inteligentes, pero sí mucho más dedicados y enfocados: aman estudiar. Yo, que siempre estuve entre los más brutos de mis pares filosóficos, aprendo mucho estando con ellos.

No puedo dejar de darle una respuesta a la típica pregunta: "cuando terminan la carrera, ¿qué hacen los filósofos?" Mi opinión es que son muy creativos. O un poco caraduras. Es que conozco muchos filósofos que se dedican a la docencia y a la investigación, pero los hay también estudiando MBAs, dirigiendo empresas, en el Estado, siendo líderes sociales, en el mundo del periodismo, en el seminario, músicos (sí, como si no les hubiera alcanzado con equivocarse una vez de carrera), entre, créanme, varias otras salidas laborales. Conocí uno que trabajaba en un banco: me sigue pareciendo un caso increíble. Para ser tan pocos son muy creativos, definitivamente. Y lo más curioso es que son humildes: atrévase a llamar "filósofo" a un filósofo y la respuesta, irremediablemente, será: "bueno, intentando, soy estudiante/profesor/licenciado/doctor en Filosofía, pero filósofo, como quien dice, Filósofo, no". Entonces, mientras los abogados se hacen llamar doctores, sin nunca haber hecho mérito para tal distinción académica, acá tenemos a los filósofos, negando su condición, por sentir que el título, a pesar de todos sus esfuerzos, les queda grande. Qué bichos raros. Si bien han estudiado mucha lógica caen en una contradicción evidente, que es, por un lado, afirmar que todos somos filósofos, porque todos, irremediablemente, nos preguntamos por aquellas razones últimas de las cosas y buscamos darle una respuesta personal a esos interrogantes, y, por el otro, sentir que sólo los grandes filósofos que entraron al Panteón de la Historia de la Filosofía, son filósofos.

Pero bueno, estas líneas, quizás algunas exageradas, quizás no todas aplicables a todos los filósofos argentinos o a sus grupos de filósofos amigos, sí describen mi manera de percibir, conocer y querer a mis amigos, los filósofos, con quienes tengo la dicha de poder seguir caminando, y pensando, este peregrinar que es la vida. Y para que no los imaginen de una manera más bizarra de lo que ya los representé en estas pocas líneas, les presento, finalmente, a mi grupo de amigos, enamorados de la Verdad:

















6 comentarios:

  1. Jajaja ¡Muy bueno Santi! Lo leí con mucho placer.¡Me encantó la foto! ¡Hace tanto que no los veo a algunos de ustedes!
    Un abrazo a todos y a seguir siendo tan creativos
    Alguno de ellos además de músico pinta para arquitecto (me contó un pajarito)

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  2. Las reuniones de filósofos son parecidas, pero distintas. No son tan apasionadas. Allí todos se escuchan, siempre. No se grita tanto. Se discuten ideas y no se critica a la personas que las sostienen. Eso es algo notable e incomparable. Todos saben lo que es una falacia ad hominen, por lo que nunca, en diez años de amistad, escuché una referencia negativa sobre alguien, aunque sí muchas críticas -en el sentido de "juicios para discernir un tema"- de la opinión de alguien. Es un ámbito de absoluta tolerancia y de un pluralismo que no conoce ni la ciudad más cosmopolita. Es que así fueron entrenados: tratan con respeto ideas tan delirantes que ni los hippies del Bolsón, en el más fuerte de sus "viajes", podrían llegar a imaginar: que somos ideas divinas, que todo es material, que el alma está encarcelada en el cuerpo, que estamos hechos de elementos primigenios que se unen o separan según son informados por el Amor o el Odio... En fin, se han acostumbrado a escuchar, y a respetar, a todos. Si en una reunión cualquiera existen unas diez opiniones e ideas, en una reunión de filósofos esos números se multiplican exponencialmente. Todos piensan sus respuestas y hablan desde sus lecturas y experiencias. No son tan impulsivos como el resto de nosotros. Se discuten autores. No se habla tanto de negocios ni de fútbol. Las cosas que pasan en la actualidad se leen a través de conceptos macro que ordenan el pensamiento: maniqueísmo, funcionalismo, biologicismo, entre otros muchos "ismos", que nunca son, por ejemplo, como "turismo". No son más inteligentes, pero sí mucho más dedicados y enfocados: aman estudiar. Yo, que siempre estuve entre los más brutos de mis pares filosóficos, aprendo mucho estando con ellos.

    ME ENCANTO MUY BUENO. ESTA PARTE ME LLEGO MAS.

    MAX HUNICKEN

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  3. Excelente!!! Gracias por iluminar amigo y filosofo!

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  4. Gracias, Oso!!

    Me siento muy identificado...

    Un abrazo

    El Tano

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  5. Querido Santi,

    En Pampa y la Via ahi es donde empieza todo...

    Me podras pasar por este medio si no es problema tu mail que te quiero escribir.

    Te mando un fuertisimo abrazo.

    FONCHI

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  6. Linda descripción! Igualmente, creo que habría que cerrar la carrera.

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