martes, 29 de julio de 2014

Es mi culpa, María

María no encuentra trabajo. Es una buena profesional, tiene calificaciones notables y experiencia, pero no supera ninguna búsqueda de Google, ni siquiera del empleador más desprevenido. Está marcada.

A María le da vergüenza ir a comer a la casa de los padres de su nuevo novio. Vive con miedo. Piensa que ya saben. Por más que es muy linda, es buena, es trabajadora, es familiera, es responsable, ya no se siente libre. Hace tiempo que está más paranoica: no le pasa sólo con sus "suegros", en realidad va por la calle y piensa que todos saben.

María cerró LinkedIn, Twitter, Instagram, Facebook y hasta Pinterest y Spotify. Ya no le gustan las redes sociales. Sigue usando WhatsApp, y listo.

María llora. María sufre. María está frustrada. Le pesa un sentimiento de impureza, de sentirse sucia, de haber sido usada. Muchísimo.

¿Qué hizo María?

María tuvo un novio. Alguien en quien confiaba. Alguien a quien quería y con quien se proyectaba. María le creyó. Eso hizo María: creer, confiar, ceder, no sopesar las potenciales consecuencias de esa acción particular. Y es lógico que no las hubiera evaluado fría y racionalmente: era su novio. Era divertido. Era por él. Era una vez.

Y un día a María la llama una amiga. "Te tengo que contar algo". Sonaba preocupada. María la esperó con un mate y unas galletitas. Porque María, además, es una buena amiga.

Y ahí estaba María, desnuda, mirando la cámara, practicando sexo oral. Todo registrado en un vídeo que reproducía el celular de su amiga. Se lo habían mandado a su novio, los de fútbol. Y a ellos, los de la facu. Y a ellos, los del club. Nadie en el club, ni en la facu, ni casi nadie en el equipo de fútbol, la conocía a María. Y lo íntimo se hizo público. Y lo que acontece en un marco de confianza se convierte en instrumento de venganza y vejación.

Ya no importa si María es una buena profesional, con notables calificaciones y experiencia, si es linda, es buena, es trabajadora, es familiera, es responsable, es buena amiga: ahora, es la puta de María. La puta que hace lo mismo que hacen todas sus amigas con sus parejas, ya sean sus novios u ocasionales, pero que no fueron filmadas. La puta que está en los celulares de media Ciudad de Buenos Aires, mirada por un malón de hombres (y mujeres). María es juzgada y evaluada por esos dos minutos de vídeo. Qué bien que lo hacés, María. Todo el ser de una persona reducido a un adjetivo calificativo, o a un sustantivo que es una profesión que María no ejerce y nunca quisiera ejercer: puta. Y cuando la condena no es tan tajante, el prejuicio de todas maneras se impone de una forma indirecta: "ojalá mi novia (claro, ella no lo hace o no lo hace así porque no es una puta) fuera como esta mina". Es lo mismo. María es una puta, nos guste o no nos guste admitirlo. 

Y lo que María sufre es una forma de acoso. Una forma perversa de acoso. Antes los acosadores necesitaban ser constantes, incisivos, siempre presentes. Ahora ni siquiera. Es un click. Y nunca más. Y antes los acosadores podían ser acusados de acosadores. Ahora ni siquiera. Hicieron un uso indebido de una imagen personalísima. Nada. Humo. Paja. Y la historia, sin castigos, sólo está condenada al eterno retorno, a la repetición incesante, a nunca terminar.

Y María es Josefina, Stefania, Lourdes, Juan, Santiago, Roberto, Victoria, Ezequiel. María es mujer y es varón. María puede ser cualquiera. Ni siquiera tenés que darte cuenta de que te están filmando. Claro, no lo habías pensado así: podés ser vos. Puede ser un ex-novio enojado y vengativo, como puede ser una pareja ocasional que te filmó sin que te des cuenta, o un vecino voyerista que se metió en la intimidad de tu matrimonio bien conformado. Puede ser de muchas maneras pero a vos no te pidieron permiso, autorización ni consentimiento para que le manden esas imágenes a nadie, ni a todos. Ni siquiera te avisaron. Y eso está mal. Siempre.

Y la culpa es de María. "Que se joda por boluda"; "ella eligió filmarse"; "son los riesgos de filmarse"; "con todos los casos que ya hubo, si se filtra un vídeo así, es tu culpa". En tu culpa, María. No de tu ex-novio, el que destruyó los códigos más básicos. Ese al que todos le conocemos el pito, pero que nunca da la cara. O del hacker que se bajó ese vídeo de su celular cuando tu ex lo llevó, realmente sin mala intención, a arreglar al Servicio Técnico de su cuadra. O de los amigos de tu ex-novio o de los amigos del hacker, que enseguida se lo reenviaron a todos sus contactos. O de los contactos. O de los contactos de los contactos. O mi culpa, que también recibí ese vídeo. Y lo vi. Porque no nos olvidemos: María es muy linda. Tampoco es culpa de un marco legal laxo o amplio o confuso o malo, donde el acosador puede acosar. Es culpa de María. Es su culpa. Que se joda. Lo más loco es que a pesar de que todos nos apropiamos de una parte de María al cosificarla y hacerla objeto, podemos ponerla ahí afuera y dejarla sola. Es tu culpa, María.

No te preocupes, María. Quizás puedas ser vedette. O quizás puedas salir del radar por un tiempo y dejar que pase agua bajo el puente. En unos meses o en unos años ya nadie se va a acordar. Bueno, quizás Google. Pero tranqui, la familia de tu nuevo novio va a entender, por más que te parezca humillante. Tu futuro empleador quizás no se de cuenta. Quizás. Quizás sí, ni idea. Por ahí podés abrir una nueva cuenta de Facebook, después de todo ¿quién no tiene Facebook, hoy? Y tener sólo algunos amigos, como para saber en qué andan, pero no te expongas mucho. Ya no tenés el control. Y eso, María, no es tu culpa. Es cruel, es triste y, por sobre todo, es injusto. El control lo tengo yo. Porque ese vídeo está en mi teléfono, ahora. Y en el de media Ciudad de Buenos Aires. Está en el teléfono de hombres y mujeres que pueden decidir borrarlo. Pueden no compartirlo. Pueden no abrirlo. Pueden decir basta.

No creo que pase eso, María. Y te pido perdón. Por mí y por los demás. Ya lo borré, no lo reenvié. Pero lo vi. Y el daño ya está hecho. Sólo dejame decirte que esto no es tu culpa. Que lo que hiciste no está mal. Que no sos una puta. Algún día nos daremos cuenta de que sos una persona que, una vez, fue filmada practicando sexo oral; y que esas imágenes se desparramaron sin tu consentimiento. Y vamos a recapacitar: eso no dice nada acerca de tu capacidad profesional, de tu bondad personal ni tu calidad humana, de tu idoneidad para ejercer cargos públicos, de tu honor, de la forma como te educaron, ni de nada. Aunque hayas accedido libremente, aunque tengas una videoteca entera de vídeos porno caseros, vos sos una víctima. Porque nadie te preguntó si esas imágenes podían ser viralizadas. Nadie te avisó. Nadie te preguntó si podíamos juzgarte, sin conocerte, sólo por dos minutos de tu vida. Fueron dos minutos descontextualizados que alguien usó para lastimarte porque pensó que era divertido. Y no fue divertido. Y esos dos minutos virtuales en mi celular, se transformaron en un montón de tiempo que cargaste una mochila pesada en la realidad.

Por eso, la culpa, María, es mía.

Imagen de una nota de The Economist titulada Misery merchants, sobre lo que se denomina "revenge porn" o la publicación de contenido explícito sin el consentimiento del protagonista de las imágenes.

lunes, 21 de julio de 2014

Una idea para buscar la paz en Israel y Palestina

Tirarle misiles a poblaciones civiles está mal. Secuestrar chicos y matarlos, está mal. Tener que correr a un refugio porque de un segundo a otro podés estallar por el aire y morir o ser gravemente herido, está mal. Vivir con miedo está mal.

Hay cosas que están mal. No hay que ser un experto en Medio Oriente para saberlas: es sentido común. Están mal.

Vivir desplazado del lugar donde naciste está mal. Que bombardeen tu ciudad y maten a tus conocidos, a razón de 40 por cada uno de los que muere en el otro lado, está mal. Que no puedas circular libremente, ni que dejen entrar a personas de otros lugares a tus tierras, está mal. Vivir con miedo está mal.

No hay que ser un eximio moralista, ni un líder religioso, para saber estas cosas: es sentido común. Están mal.

Hay chicos que se mueren. Legítima defensa y grados de responsabilidad: un debate estéril.
Creo en la existencia de un derecho a la legítima defensa. Eso existe para justificar que yo me pueda defender cuando alguien quiere matarme. Yo no quiero lastimar al otro, sino que quiero defender mi vida. Si el otro no atacara, yo no lo lastimaría, bajo ningún concepto. Ante su ataque y ante la inevitabilidad del daño que me puede causar, actúo y me defiendo. Lo mismo se puede aplicar para entender las relaciones entre países. Si un país te ataca, tenés derecho a defenderte. Primero, me parece, se tienen que agotar las vías diplomáticas y tenés que intentar todo lo que esté en tus manos para evitar una guerra. A nivel filosófico y jurídico hay toda una serie de "reglas" que se tienen que dar para considerar que una guerra es "justa". Es loco que una guerra esté justificada, pero es así. Hay guerras justas y guerras injustas. Hay gente que se defiende con legitimidad y gente que ataca sin legitimidad. Hay gente que ocupa con legitimidad y gente que ocupa y usurpa sin legitimidad. Hay proporcionalidad entre los daños sufridos y los daños infringidos, y hay desproporcionalidad. Hay cuidado por las poblaciones civiles, y hay ausencia de cuidado. Hay un montón de cosas en este mundo, tan loco. Y hay chicos que se mueren, de los dos lados. Hay chicos que se mueren. Y no hay reglas que alcancen si hay chicos que se mueren. Esto está mal. Punto.

Para determinar el grado de responsabilidad de las partes en un conflicto determinado, las variables a considerar son algunas de las anteriores. Pero eso no importa. Importa, pero no para buscar las fuentes de solución del conflicto. Importa para saber quién tuvo la culpa. En el caso del conflicto entre el Estado de Israel y Hamas, para decir: "la culpa de estas muertes es de...". Nada más. ¿Y mañana? Seguimos teniendo el mismo problema. 

No sé de quién es la culpa, ni quiero discutir el origen histórico de la situación. Hay chicos que se mueren. Chicos, de verdad, que no tienen ni 4, 5, ni 10 años. Niños. Qué mundo injusto, por Dios.

Una guerra tonta, eterna, por un pedazo de desierto. Esa podría ser una posible definición del conflicto entre el Estado de Israel y Hamas. No tiene nada que ver con la religión, sino con el fundamentalismo, presente de los dos lados, como en casi todo conflicto. No hay religiones, ni movimientos políticos, ni ideologías que sean ajenas al fenómeno. El problema no son las ideas; son las personas que las encarnan. Hay judíos fundamentalistas, católicos fundamentalistas, musulmanes fundamentalistas, hindúes fundamentalistas, budistas fundamentalistas, liberales fundamentalistas, comunistas fundamentalistas, homosexuales fundamentalistas, nacionalistas fundamentalistas, y, básicamente, fundamentalistas para toda forma de pensamiento y sobre toda postura, sobre cualquier tema. También hay judíos, católicos, musulmanes, hindúes, budistas, liberales, comunistas, homosexuales y nacionalistas tolerantes, dispuestos a aceptar que hay gente que es diferente, que piensa, vive y siente diferente a ellos mismos. Cualquier definición donde la culpa es de un grupo por abrazar una identidad determinada me parece simplista. Lamentablemente, cuántas veces escuchamos: "es culpa de ellos porque son... (judíos, católicos, musulmanes, hindúes, budistas, liberales, comunistas, homosexuales, nacionalistas, etc.)". La guerra no es culpa de nadie por ser judío o musulmán. Hay judíos y musulmanes extraordinarios (me voy al medioevo y cito a uno de cada, así no despierto pasiones bobas: Maimónides y Avicena) y judíos y musulmanes desdeñables y de cuarta. El problema no son las ideas, sino las personas que las encarnan. Así que, por todo lo dicho, no me voy a meter en las causas del conflicto. No porque no sean importantes. Son muy importantes para la paz. Pero me parece que hoy no están dadas las condiciones fundamentales para un diálogo fructífero sobre este tema. Hay temas sobre los que es mejor hablar cuando todos podemos entendernos. Lamentablemente, hay musulmanes radicalizados, extremistas y violentos, dispuestos a justificar cualquier acción en contra de sus oponentes; y hay judíos radicalizados, extremistas y violentos, dispuestos a justificar cualquier acción en contra de sus oponentes. Mala combinación.

¿Por qué Israel se equivoca?
Mi teoría, sin ninguna demostración más que el sentido común, es que Israel erra brutalmente en su estrategia y en la forma como maneja el conflicto. Aunque sea descarnadamente cruel, creo que su política es accidental e involuntariamente funcional al fortalecimiento de los radicales a quienes se opone y contra quienes lucha. Israel tiene derecho a existir como un país pero no tiene interés en generar las condiciones de paz duradera que implica toda convivencia.

Nunca un Estado y un grupo pueden estar igualados. Menos aún si ese grupo (de terroristas, de fundamentalistas/extremistas, de personas equivocadas, de héroes, llámenlos como quieran), haciendo uso de la lección número 1 del Manuel de la Guerra de Guerrillas, se escuda en población civil inocente. No podés llevar adelante una guerra convencional, con enemigos no convencionales. No alcanza con decir que las muertes civiles son "daños colaterales". Se mueren niños. Quizás la guerra, Israel, no sea la mejor respuesta para las agresiones que sufrís. No reconocen tu Estado y son terroristas (Hamas, no los palestinos en general). Es cierto. Pero te lo dice un argentino que desde que tiene conciencia escucha sobre algo que se denomina: "la teoría de los dos demonios". El Estado y los grupos agresores, si no son un Estado, no son lo mismo. No se trata de un complot antisemita internacional, es sentido común. "¿Debe Israel aguantar que una banda de terroristas ataquen a su población civil con misiles, mientras posee los medios para evitar esas masacres injustas?" - podría preguntar cualquier interlocutor. No. No debe. Debe pensar y poner en práctica otras alternativas que no sean causa de futuros conflictos.

También erra Israel, en mi opinión, al controlar el acceso terrestre, el espacio aereo y marítimo en la Franja de Gaza y, paralelamente, permitir que la población, en parte refugiados, viva en condiciones de indignidad incompatibles con la naturaleza humana. La Franja de Gaza, con 40 kilómetros de acceso al Mar, con varios kilómetros de frontera con Egipto, con otros tantos de frontera con Israel, reproduce las condiciones de pobreza de un país aislado e inaccesible. Se denomina "landlock" a los países que no tienen acceso al mar y, por tanto, al comercio que ese acceso brinda. En general son países mucho más pobres que los que tienen acceso, que son mayoría en el mundo. Palestina sería una especie de isla, sin acceso al mundo, donde la gente está sumida en condiciones de vida, a veces, alienantes. No sé quién tiene la culpa, pero si vivieras así, ¿no estarías enojado? "¿Debe Israel levantar el bloqueo y permitir que los extremistas tengan acceso a armas de mayor calibre y peligrosidad, disponibles en muchos países de la región que no reconocen al Estado de Israel como tal?". No. No todavía. O no debiera permitir, simultáneamente, un bloqueo y que existan esas condiciones de vida.

Una posible solución
El Estado de Israel provee una forma de vida con estándares europeos, en un territorio que hace 60 años estaba tan mal como el resto del Medio Oriente. Israel tiene una alta productividad científica, un PBI extraordinario, altos indicadores sociales y un excelente índice de desarrollo humano. La gente en Israel es libre de hacer miles de cosas. Hace unos años, estando en Tel Aviv, después de haber conocido algunos países árabes, me chocó ver a una persona corriendo en sunga por la rambla. Me chocó verla por el contexto. La gente en Israel realmente tiene otro chip, totalmente occidental, y puede hacer lo que quiera. Se dan las condiciones y los marcos para que cada uno elija el modo de vida que prefiere. Eso, ad intra. Pero me extraña que no pueda buscar políticas externas amigables para garantizar ese marco institucional.

Mi propuesta, entonces, tan inverosímil como práctica; tan impensada como distinta, es que Israel le brinde a todos los ciudadanos palestinos las mismas condiciones de vida que le provee a los ciudadanos israelitas. En vez de ofensivas terrestres, hospitales; en vez de acciones armadas, escuelas; en vez de represalias, infraestructura. Si pudieron hacerlo en gran parte del territorio que poseen, en menos de 60 años, a pesar de un par de grandes guerras, ¿por qué no lo pueden hacer en la Franja de Gaza? ¿Qué pueblo, en su sano juicio, le daría protección a un grupo de extremistas que atacan a quien me brinda la posibilidad de educarme, de una buena salud, de recrearme, de tener acceso a Internet, a buenas rutas, a generar un negocio exitoso, etc.? Un desarrollo integral, verdadero, humano. ¿Poner la otra mejilla? No, la motivación es estrictamente egoísta. Al hacerlo, se reducen los incentivos a la violencia. Generar desarrollo, igualdad, riqueza e inclusión. Serían mejores vecinos, más educados, menos heridos, ajenos a luchas ideológicas que los alienen de esas posibilidades. Una Palestina potente, educada y, verdaderamente, libre. Llena de posibilidades. Que cada misil que cae en territorio israelí redoble el compromiso en la promoción de las condiciones de vida de las personas palestinas. Esa es, para mí, la única solución definitiva al conflicto.

Entre pares, entre pueblos educados y hermanados, es posible la superación de los demás conflictos y los acuerdos en tornos a los límites y contornos de los territorios. Hasta ese momento, Dios quiera que me equivoque, El que Es, Dios Trino y Alá, una paz duradera y cierta me parecería sólo posible por directa intercesión de la mano del Todopoderoso o, en otras palabras, un milagro.

martes, 15 de julio de 2014

Lio Messi y la distancia entre Mesías y chivo expiatorio: una analogía sobre el ser argentino

Lo admito, sé poquísimo de fútbol. Sin embargo, en el fútbol se repite un mecanismo que descubro en otros ámbitos de la cultura y el pensamiento.  Y de eso sí que me animo a hablar. Nuestro problema, argentinos, es el rol que le damos a las personas como individuos.

Vayamos, por sólo un párrafo, a la historia del pensamiento: René Girard, que es un pensador, dice que en el mundo todos los hombres se quieren imitar unos a otros. También dice que, al hacerlo, quieren poseer lo que es del otro y, por tanto, surge inevitablemente la violencia. La violencia es algo inherente a la naturaleza humana y a su afán de tener lo que es de los demás. Resumidísimo, este impulso imitativo es lo que hace que las sociedades se mantengan unidas y es, a la vez, el germen de su destrucción. La única salida de esta situación de eterno conflicto y potencial destrucción es el sacrificio de un chivo expiatorio: una víctima que, en su sacrificio, evita que las partes se masacren entre sí. Con el tiempo, este chivo expiatorio es investido con atributos sagrados que lo convierten en objeto de culto. Girard desarrolla esta teoría para hablar de la religión y de la violencia inherente a las religiones naturales, que sacrificaban animales o, a veces, seres humanos, a una supuesta deidad que así lo reclamaba. En fin. Volvamos a la cancha.

La figura del chivo expiatorio asume miles de formas en la cultura, tanto ilustrada como popular. Hoy se entiende como tomar a una persona y adjudicarle la entera y absoluta responsabilidad por un mal que nos aqueja. Su sacrificio simbólico es una manera de lavar la culpa por ese mal. Algunos ejemplos: María Julia como única corrupta condenada del menemismo; el colorado que se me cruzó y me trajo mala suerte; el pecho frío de Messi que no corrió en la final del mundo; y así. Uno y único responsable de una tragedia inconmensurable. El culpable. No importa si fue 4 años seguidos el mejor jugador del mundo; si es el capitán de la selección; si renunció a estar parado en la cancha en el lugar que lo ayuda a ser su mejor versión de sí mismo en pos del esquema táctico del equipo; si se moría de ganas de ganar la copa y había sido, en buena parte, uno de las causas de que Argentina estuviera en la final. "Yo lo vi por la tele, en esa jugada que enfocó Fútbol para Todos: Messi no corrió. Pecho frío, no lo siente. Si hubiera corrido, ganábamos. En Barcelona lo ganaba. No sabe ni el himno. Si no corre, que se vaya". Y así. Así funciona el mecanismo del chivo expiatorio. Expiamos las culpas de todos y el dolor que no comprendemos, matando al inocente. En este caso, injusticia doble: no sólo al que no tiene la culpa, sino a uno que había dejado el alma para que las cosas fueran como nosotros queríamos. Necesitamos echarle la culpa a alguien. Y el problema, compatriotas, es que buscamos siempre adjudicarle la responsabilidad de las cosas a los individuos.

Lo curioso, o en realidad, lo más coherente y lógico, es que nos pasa lo mismo cuando el fin no es el de expiar una culpa, sino el de alimentar una esperanza. Cuando estamos en un pozo, en medio de la desesperación, cuando no sabemos para dónde disparar, ni cómo solucionar un problema: cuando estamos en crisis, de nuevo, lo mismo. Le adjudicamos a una persona la carga de salvarnos. En el Antiguo Testamento, el único que podía expiar la culpa del pecado original, liberando al pueblo judío de la esclavitud, era el Salvador que mandara Dios: el Mesías. Era Él y sólo Él el único y absoluto responsable capaz de superar esa situación que tanta aflicción causaba. Y lo loco es que, volviendo al ejemplo de Messi, él también fue mesías. Paradójicamente, hasta había banderas en el Mundial que jugaban con las figuras del Papa, D10S (Maradona "deificado" y como objeto de culto cuasi-sagrado) y el MESSIas. El Pueblo elegido: el pueblo argentino. De nuevo, la carga del triunfo recayó sobre uno sólo. Por eso Maradona ganó el Mundial del ´86. Lo ganó él. Sólo. Es Dios.

El problema es que salvo en temas de fe, y en algunas circunstancias muy específicas de campos determinados, las culpas y los procesos exitosos nunca dependen entera y solamente de una persona. No funciona así. Hay instituciones, reglas de juego, organizaciones, leyes, equipos, movimientos, sectores, partidos, modas... Hay procesos que exceden los deseos y la voluntad individual. No hay lugar ni para mesías ni para chivos expiatorios, porque los logros y los fracasos nunca dependen de una sóla individualidad, sino del conjunto. Y esta realidad le es ajena a nuestra cultura. Quizás lo podemos entender racionalmente, pero reiteramos el comportamiento, el juicio y la forma de ver el mundo, de manera obsesiva. Lo tenemos inserto en la cabeza.  

Yo no sé cómo será en otros países, pero acá, en Argentina, no nos enamoran mucho las ideas, ni las organizaciones, ni los movimientos o las modas. Acá, nos mueven las personas. Primero la persona, después el movimiento, el partido, el equipo o la organización. Así, en política, no hay peronismo sin el General, ni macrismo sin Mauricio ni kirchnerismo sin Néstor. Siempre hay un fundador. Una persona, un individuo: el mesías. O el chivo expiatorio. Pasa en política, pasa en deportes, pasa en casi todos los ámbitos de la cultura. No sé quién nos metió estas ideas en la cabeza, pero son un disparate. Simplemente, no son ciertas. Definitivamente, no son sanas. Nos va a costar mucho crecer como pueblo si seguimos pensando que los cambios y los procesos exitosos dependen de súper héroes, de enviados divinos y de gente tocada por la varita mágica.

Los cambios dependen de nosotros, como conjunto, unidos por un ideal, mancomunados, organizados, comprometidos, constantes, trabajadores. Los éxitos dependen de la continuidad de los ciclos, de las ideas directrices que trascienden a las personas e, incluso, a los partidos políticos y a los sectores. La Patria grande se construye sobre pueblos, no sobre individuos.

Pobre Lio, que lleva sobre sus hombros la carga de ser el Mesías. Y que si no actúa como un semidiós, pasa a ser, en un mecanismo perverso, el chivo expiatorio. Pobre Lío, pero, sobre todo, pobres nosotros, que seguimos pensando así después de tantas tristes experiencias históricas.


lunes, 14 de julio de 2014

Fue todo un sueño

Obnubilado significa "con una nube delante". Algo que no permite ver más allá y que, por tanto, crea estupor o confusión. Y sí, hoy no podía amanecer de otra manera que así, con esta niebla que obnubila, que no te deja ver nada, que te acorta la vista y la deja impotente, miope, incapaz de reconocer la naturaleza inasible de lo que está detrás.

Un día de mierda.

No podíamos amanecer de otra manera. Tenía que ser así. La confusión interna de no saber si todo esto se trató de un sueño. Cayó el telón: se terminó la comedia. ¿Era todo teatro?

Yo quería creer. Todavía quiero, como el enamorado que no asume el límite de lo que ama. Quería creer en ese país donde nos mancomunamos todos. Donde gritamos "Argentina" y se nos pone la piel de gallina. Donde el de al lado es mi hermano, es mi prójimo, es mi patria. No es un enemigo, ¿quién nos convenció de eso? Enemiga es la viveza; es la corrupción; es la enemistad en las familias. Pero se acabó la ficción. Se terminó el Mundial y no ganamos. Somos segundos. Y el genio maligno nos metió en la cabeza que el segundo es el primer perdedor, que es "#allin or nothing", y no se cuántas pavadas más.

Y en el embelesamiento, encandilados por la ilusión de una alegría que anhelamos, nos olvidamos que nuestros hermanos, esos con los que nos abrazamos a gritar un gol aún sin conocernos, tuvieron el agua hasta el pecho en una de las provincias más pobres del país. Y nos distrajimos. Cambiamos de canal. Estaba bien, no podíamos permitir que nada nos quitara esa esperanza.

Por eso despertar duele tanto. Por eso ver a los hijos de nuestro suelo corromper el ritual de la celebración nos decepciona y nos frustra. El sueño se acabó y no fue más que eso: un anhelo, el deseo profundo de ser mejores. De ser distintos. Y se acabó. Nos despertamos tan repentinamente cuando mezclados con las familias y los cochecitos, con colores de la bandera y los cánticos, cuando el corazón era uno con el pueblo, algunos rompieron todo. No se rompió la Av. 9 de Julio, ni el Metrobús, ni la vereda, ni la propiedad privada. Se nos rompió la ilusión de soñar con un país diferente. Nos despertamos de golpe, exaltados, aturdidos, anhelando volver atrás, al sueño que nos cobijaba y que nos había hecho sonreír en la oscuridad. Se acabó la épica. Se acabó el relato. Es lunes.

El segundo lugar en el Mundial de Fútbol fue un tremendo logro deportivo del que nos tenemos que sentir orgullosos y agradecidos. Nos emocionó el corazón, la garra, la capacidad de cambiar ante la adversidad, la unidad del grupo, el trabajo, la humildad. Argentinos que nos representan con humildad. ¡Qué orgullo! Pero un Mundial de Fútbol es eso: un Mundial de Fútbol. Es una tautología, sí. Pero vale la pena aclararlo. Tener otra estrella arriba del escudo de la AFA no nos hace mejores ni peores. Tener una AFA honesta, sí.

Fue todo un sueño. Ahora, al despertar, queda en nosotros poner en ese lugar los verdaderos valores que nos vuelvan a unir hacia el Bien Común. Ya no para el fútbol, sino para las cosas más altas. Qué lindo fue ver gustar nuestra canción, nuestros colores, nuestros símbolos. Fue un sueño tan intenso.

El desafío ahora, despiertos, es seguir soñando. Elegir soñar. Y trabajar. Y pensar. Y vivir. Y sentir una patria que nos queme, especialmente en la adversidad. Se murió la ilusión de ser campeones del mundo, pero que no se apague la esperanza de poder ser mejores. Es lunes. El peor día de la semana, pero el mejor día para empezar proyectos. Es un gran día para despertarse. Para saber que ese, con quien nos dejamos de hablar porque pensamos distinto, siente igual que nosotros. Y quiere a nuestro país tanto como nosotros. Al menos el sueño nos dejó eso. Sabernos todos hermanados atrás de lo mismo. Somos capaces de eso. Y eso, que no es poca cosa, es el corazón y la semilla de una sociedad alta y sana. Ser capaces de tirar para el mismo lado, a pesar de las divergencias, en fraternidad.

Ayer nos dolieron las imágenes de la televisión mostrando a algunos grupos de personas rompiendo lo que es de todos. Lo hacían con la remera de Argentina. Qué ironía, ¿no?  Pero quizás, sólo quizás, hayan estado ahí para ayudarnos a despertar. Para dejar de boludear y para poner el foco y el corazón en lo que importa. El fútbol es lindísimo y ganar nos habría llenado el corazón durante un tiempo. Pero si nos aleja del compromiso real es un opio que nos adormece y nos hace sentir bien, pero que tiñe las cadenas y no nos permite ver la realidad. Fue todo un lindísimo sueño. Y siempre después de la niebla, sale el sol. Ahora, despiertos, queda el desafío de tomar lo mejor de ese anhelo y hacerlo real. Sabemos que juntos, realmente juntos, podemos. Y así, con mucha alegría y realmente esperanzado, puedo decir: ¡qué lindo que es soñar!