martes, 11 de enero de 2011

Límites como montañas


Pushkar es una ciudad muy chica, cerca de Ajmer, en la provincia de Rajastán. Es conocida porque tiene un lago (sagrado para los hindúes), uno de los pocos templos dedicados a Brahma y se da un lindo encuentro entre turistas y peregrinos, en un ámbito tranquilo y agradable.

No hay mucho para hacer en la ciudad. Caminarla mucho; perderse entre las montañas que la rodean; acercarse, respetuosamente, a los ghats (escaleras hacia el lago, donde los hindúes se bañan, redimen sus faltas y hacen las cosas del día a día, como lavar la ropa, lavarse los dientes, etc.) para ver cómo rezan y viven los peregrinos... Se puede caminar por la calle principal, llena de puestitos para turistas: puestos con ropa, joyerías, panaderías, restaurantes, hoteles, agencias de viaje, librerías. Otra opción es la de perderse por los caminos de tierra, entre camellos, vacas, grandes lugares de tejido y producción de ropa. No hay mucho para hacer porque Pushkar es tranquilidad.

Al tercer día, le propuse a Guada subir a un cerro, chiquito, que estaba a un kilómetro de la ciudad. En la "cima" había un templo desde el que nos habían dicho que había unas vistas increíbles de la ciudad. "Vamos" - me dijo.

Pasamos el templo de Brahma y caminamos por un camino de tierra, larguísimo. Casi sin gente, algún que otro caserío, las vacas (infaltables) y algunos monos, que anticipaban los muchos que íbamos a encontrar más adelante. Nadie más. La temperatura era la ideal para caminar y había un sol increíble. Mejor, imposible.

Empezamos subiendo el cerro, despacio. A medida que subíamos, las vistas se hacían cada vez mas lindas. Pushkar está rodeada de cerros no muy altos pero escarpados y desde la altura se la veía cada vez mejor. Entre foto y foto aparecía algún que otro turista o local, pero no nos cruzamos con casi nadie. Lo que más vimos, fueron monos, de los que Guada se enamoró y les sacó todas las fotos que pudo.

Faltaba poco para llegar, cincuenta metros. Nada más. El camino, poco a poco, había crecido en dificultad, pero estaba lejos de ser un desafío complicado para dos personas jóvenes. Con paciencia, un par de descansos y una botella de agua, lo podía subir casi cualquiera.

- "¿Frenamos un toque Santi?"
- "Ok, dale."
Guadalupe se sentó y miró hacia atrás, se agazapó contra el cerro y me dijo: "Ah no, no subo mas, me da pánico la altura y no quiero seguir subiendo. Tengo miedo."
Pensé que era un chiste: "Dale amor, estamos al toque, faltan cincuenta metros, setenta como mucho".
- "No Santi, no entendés, no quiero. Si querés te espero acá, subí vos y después bajamos juntos".

Me quedé duro. Por un lado, la quería arengar, faltaban sólo unos metros. Por el otro, la quería respetar, tenia miedo, sufre de vértigo, en su casa, las alturas no le gustan mucho a nadie.

Sentí bronca. Yo si quería llegar. No es divertido subir un cerro hasta la mitad, menos hasta la "casi punta". Me enseñaron que cuando algo se empieza, hay que terminarlo. Aprendí que es mas divertido ganar, llegar, no quedarse en el camino. Ni siquiera hay que dejar comida en el plato, hay que terminar las cosas que uno empieza. No se porqué, porque sí, y punto... Las vistas eran lindas, pero desde la punta, seguro eran mejores. Quizás era la foto del viaje, quizás un gran lugar para sentarnos, charlar, descansar juntos y soñar. "Dale Guada, no seas así, no falta nada" - pensaba.

Pero ella tenía miedo.

Decidimos bajar.

- "¿Me das la mano? No me animo a bajar sola." Yo estaba un poco frío, callado, distante. Quería subir (y soy tan obvio a veces).

Le dí la mano y bajamos, de a poco. Al principio medio duros, después ya charlando, riéndonos de los monos, sacando fotos otra vez. El día seguía estando increíble, la mochila mas liviana porque el agua se había casi acabado entra idas y vueltas: el programa había sido un gran acierto.

Pero no habíamos llegado a la punta.

Los límites dan bronca. Eso lo sabe cualquiera (especialmente los adolescentes). Me marcan que no soy infinito, ni todopoderoso. Me ponen un freno. Hasta acá llegaste. Ni un paso mas. A veces el límite lo pone el cuerpo, a veces una circunstancia, a veces el tiempo, a veces una persona. Pero siempre hay límites. Somos limitados, estamos rodeados de límites. No podemos hacer todo lo que queremos. No se puede. Y cuando nos enfrentamos a un límite, a algo que corta nuestra iniciativa creadora, que rompe un sueño, que frena la ilusión, nos enojamos. Yo estaba enojado, yo sentí bronca. Quería llegar a la punta de ese cerro.

Pero, por suerte, el límite me lo puso una persona que quiero mucho. A la que respeto. A la que valoro. Además, me lo puso una mujer. La mujer que elijo para subir y bajar cerros, la que elijo para viajar por el mundo, para tomarnos un helado en verano y con quien veo dvd's, con una mantita, en invierno. La misma mujer que elijo para soñar desde la punta de cerros a los que nunca llegamos. No me puedo enojar con ella porque tiene miedo. No tiene sentido. Tiene miedo y la quiero. Abrazala gil, no te enojes.

Y después, pensé: "que pavada que me enoje un límite". Una cosa es que me de bronca una injusticia, otra muy distinta que me rebele ante mi propia naturaleza. Soy limitado. No puedo todo. Me equivoco porque soy falible. Reacciono mal, soy gruñón, me cuesta ser simpático con algunas personas. No quita que intente mejorar, pero no puedo ser perfecto. Y no me puedo enojar por eso. Ante el límite, aceptación. Entusiasmo por mejorar, ganas de crecer y algo de ambición, obvio. Pero aceptación. Porque soy finito y no puedo todo. Limites va a haber siempre, y no quiero vivir enojado. Cuando no sea la edad será la plata. Cuando no sea una persona, lo hará una circunstancia. Bienvenidos límites, recuérdenme lo que soy, recuérdenme que aunque quiera, aunque sueñe, aunque vuele, no siempre puedo. Porque es verdad, quiero volar, pero no siempre voy a poder. Como no siempre voy a poder viajar, estudiar, dormir, salir, reírme o gozar. No siempre hacemos lo que queremos. Y está bien que así sea, porque no somos omnipotentes. Porque el límite me hace crecer, me hace conocerme, me hace humilde. No puedo ser el mejor en todo, creo que ni siquiera voy a llegar a ser el mejor en algo. Es más, ni siquiera sé si quiero. Quiero ser feliz: prefiero llegar hasta la "casi punta" respetando a la gente que quiero antes que llegar a la cima solo.

Gracias flaca, porque esta lección no me la dio la India, me la diste vos... Será por eso que caminamos juntos, ¿no?

2 comentarios:

  1. Oso, la lonely planet de Pushkar muestra que hay un cerro chiquito donde te preparan asados de vaca para los que llegan a la cima.
    Estuviste a 30 m de la cima, y te perdiste el asado!

    ...jaja. Un abrazo grande
    que sigas disfrutando

    Cubano

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  2. Gracias por compartir, Santi! Muy auténtico!!

    Topo.-

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