miércoles, 2 de marzo de 2011

Cambalache o sobre la igualdad indiferenciada de lo distinto

Discépolo se quejaba sobre el siglo veinte en un tango que ya es más famoso que Gardel: "¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos, ni escalafón. Los inmorales nos han igualao". Pobre Discepolín, porque hay canciones que transmiten amargura y Cambalache.

Pero tanta pesadez no fue en vano. Su enojo está bueno. Es cierto. No da todo lo mismo. El relativismo es una corriente filosófica que quiere igualar todas las opiniones: todas deben reconocer su radical contingencia e historicidad, renunciar a sus pretensiones de haber alcanzado alguna verdad y aprender a convivir unas con otras, sabiendo que ninguna es más que una máscara en una obra de teatro. Y así, todo es igual, nada es mejor. Todas las opiniones son igualmente válidas. Todas las posturas son aceptables. Ninguna es mejor que la otra. Ninguna es más verdadera que la otra. Y como nadie puede alcanzar verdad alguna, que la conversación continúe... Dialoguemos, sí, pero que cada uno muera "en la suya". Esta es la propuesta de muchos pensadores post-modernos. Y lo que dicen los poetas y los pensadores es siempre un anticipo del clima cultural que se avecina. Lo que quiere decir que éste va a ser el pensamiento vigente los próximos veinte años. En el pronóstico filosófico, se viene un relativismo combativo, un "ismo" de lo particular. 

Siguiendo con el tango, venimos de un siglo de maldad insolente. El siglo veinte fue, en muchos sentidos, de terror (literalmente, no sólo como uso lingüístico). Pero si algo lo marcó, a fuego y sangre, fueron los totalitarismos. Esa es nuestra procedencia. De ahí venimos. En realidad, ¡de ahí escapamos! Ya nos dimos cuenta de que esas visiones omnicomprensivas no podían explicar el mundo en que vivimos y menos todavía podían proponernos instrumentos de convivencia efectivos en un mundo cada vez más necesitado de paz y concordia mutua. Pero como en todo escape desesperado, no estamos mirando bien a dónde vamos. Y es lógico que, tomando la imagen eterna del péndulo, nos vayamos de una punta a la otra. De los totalitarismos al relativismo, sin paradas, ni siquiera para un auto-Mac. Lo grave es que no nos estamos dando cuenta de que un extremo es tan violento como el otro. Del totalitarismo al "particularismo". De la dictadura totalizante que una visión omnicomprensiva quiere imponer, al universo de millones de imágenes inconexas que los particulares afirmamos como "mi verdad". En español, estamos yendo de Guatemala a Guate"peor". De una violencia a la otra. De la violencia de quien pretende imponer lo contingente como necesario a la violencia de quien quiere hacer de lo necesario, contingente. Así, "es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley...". Y la verdad es que no es lo mismo. No sólo no es lo mismo "para mí". Objetivamente no es lo mismo.

Somos, realmente, el único animal que tropieza no una, sino varias veces con la misma piedra. Porque el relativismo es nuevo para la historia de la filosofía como los dolores del parto son nuevos para la historia de la maternidad. Y no aprendimos.

Escultura de los templos de Khajuraho
Jean Baudrillard usa una imagen que habla por sí misma, al preguntarse: ¿Qué hacer después de la orgía? Yo nunca estuve en una orgía y es un programa que, definitivamente, no está en mis planes -para tranquilidad de Guadalupe (y de su familia)-; pero me imagino que, después de una orgía, ya no hay mucho para hacer. La metáfora es muy rica. La orgía es desenfreno, es rotura de límites, es desorden y excitabilidad extrema. Y visto así, nuestro siglo se parece un poco a una orgía. Rompimos con todos los parámetros habidos y por haber. Hicimos, realmente, lo que quisimos. Disfrutamos, cual hedonistas, como nunca antes. Todo se liberó: la sexualidad, la política, la mujer, los niños, la familia, la imagen, los medios, la producción, la virtualidad... Pero ya no queda mucho por liberar. Y, ¿entonces? Me lo imagino como si dejara a diez adolescentes, provistos de martillos, palos y piedras, solos en un colegio. Como si les diera absoluta impunidad y les dijera que hicieran lo que quisieran. Una vez que ya hubieran roto ventanas, puertas, bancos; que hubieran prendido fuego algunas aulas; que hubieran robado las pruebas y la caja de la administración. Una vez rotos todos los límites. ¿Qué queda? ¿Qué hacer después de la orgía si ahora todo da lo mismo? ¿Qué romper cuando ya rompimos todo? Es muy cuestionable que hoy, en muchos sentidos, estemos mejor que antes. No todo lo anterior fue mejor pero tampoco todo lo novedoso es bueno. Nuestra libertad, siempre finita, se equivoca. Se equivocó. Y se va a seguir equivocando. Y ahora que ya hicimos todo lo que teníamos que hacer, ¿qué hacemos?

Y lo más grave que trae el relativismo, desde mi opinión, es este tedio por la existencia que lleva la expresión: "me da lo mismo". Es una consecuencia lógica. Si todas las opiniones son igualmente válidas, si ninguna es mejor que otra, si no hay nada que sea objetivamente bueno o malo, me da todo lo mismo porque no hay mucho que elegir. Las decisiones se pasan a fundamentar con el mismo parámetro que un gusto estético: "me gusta" o "no me gusta". Se trata de una estetización de la racionalidad. En el fondo no hay nada mejor, y, entonces, nada me convoca, me llama la atención o me completa. Y, básicamente, me pongo triste porque mi vida es un embole atrapada en una indiferencia mortal. Y en un intento por encontrar lo novedoso, la obscenidad y lo grotesco son ahora como el pan de cada día. Como nada me conmueve, tengo que seguir rompiendo límites, hasta encontrar algo que despierte la sensibilidad adormecida que pide a gritos una sensación que la revolucione.

Así como en el pronóstico filosófico veíamos un relativismo combativo (no uno calladito, sino uno que denuncia a todo aquel que dice que hay alguna verdad), la tormenta viene con el granizo del tedio, el hartazgo hecho aburrimiento, porque todo da igual. Indudablemente, también hay probabilidades de violencia porque cuando no hay verdad, es inevitable que un punto de vista asuma una posición de poder y establezca qué es lo que "para él/ellos" está bien o mal. El parámetro se hace subjetivo y la consecuencia práctica no puede ser muy diferente a la asumida por un totalitarismo. Por eso pienso que se viene una época de "ismos" de lo particular, en todos los campos.


Por todo esto, yo también me quejo de lo mismo que se queja Discépolo. Quiero salvar las diferencias porque no es todo lo mismo. No es lo mismo la verdad que la mentira. No es lo mismo la fidelidad que la infidelidad. No es lo mismo la confianza que la traición. No son lo mismo los buenos amigos que la gente que te usa. No es lo mismo laburar que vivir de arriba. No es lo mismo estar sano o estar enfermo. No es lo mismo ser alegre o amargado, bueno o malo, recto o torcido, vago o trabajador, educado o irrespetuoso. No es todo igual. La igualdad no puede ser nunca igualitarismo. Omisión de la revolución francesa no haber descubierto que la libertad absoluta no es libertad humana sino esclavización de lo personal. Olvido que terminó por traducir igualdad por igualitarismo.

Un párrafo aparte para la diferencia entre sexos. Tampoco es lo mismo ser varón que ser mujer. No es una diferenciación meramente cultural, es biológica. Y esto no es discriminación, es naturaleza. Porque diferentes no quiere decir mejores ni peores. Simplemente diferentes. Y ¡viva la diferencia! Porque sería tan aburrido estar con un exactamente igual, con otro "yo", con una existencia repetida. Quiero alguien que me abra un universo nuevo, que tenga otro carácter, otra sensibilidad, otra mirada del mundo, otra forma de comunicar sus deseos, sentimientos, opiniones. Y no hay nada de malo en defender esta diferencia. No nos igualemos. Misma dignidad, mismo respeto, misma importancia, pero diferentes.


Ojalá que le encontremos la vuelta a la cuestión, para aprender a salvar las diferencias, reconociéndolas como valiosas y evitar otro siglo de cambalache y confusión, donde todo da y vale lo mismo: nada.


Y para terminar, un pequeño homenaje a Discépolo, en una versión personalísima y en tono reflexivo sobre este siglo veinte, cambalache, problemático y febril.




3 comentarios:

  1. Santi, amén de tus dotes como cantante -que desconocía y fueron una grata sorpresa- lo increíble de la letra de este tango es que siendo de 1935 tiene total vigencia.
    Fuimos como somos y solo si estamos dispuestos a cambiar seremos algo diferente.
    El cambio empieza por pensar en él, y vos lo estás haciendo y nos estás haciendo pensar a varios.
    Abrazo

    ResponderEliminar
  2. Me podrias haber dedicado esta nota gordo!! con todo lo que me quejo del relativismo y con todo lo que lo hemos charlado! abrazo
    fede t

    ResponderEliminar
  3. Oso, siguiendo con la línea del texto puedo afirmar que no es lo mismo tu percepción que la mía. Ni la experiencia ni el viaje, aunque lo estemos compartiendo en este tiempo cósmico. Una gota del mar no es el mar, aunque sólo podemos percibirlo como uno.
    Asi de dinámica es esta experiencia que nos toca vivir, que no existe la experiencia definitiva, hasta tanto se escriba el punto final de nuestra historia.
    ¿Que queda despues de una orgía? Lo mismo que después de un partido de futbol, de una clase de filosofía, de la muerte de un ser querido: la vida. Esta experiencia a la que fuimos arrojados sin opción alternativa (aparentemente).
    Creo que el gran problema de este momento de la experiencia humana es creer que se "rompió con todo" o "todo se liberó" por citar dos frases de tu texto. Somos un perro persiguiendo su propia cola.
    Estamos lejos de librarnos de aquello que oprime desde dentro, nuestro enemigo interno. La mente y el ego que nos hace vernos separados del Uno, del mar.

    Muy bueno el post y el videito cantando, mucho talento!

    ResponderEliminar