lunes, 28 de marzo de 2011

Tratame bien

Estoy sentado en el balcón del departamento de Guada mientras comemos comida china que compramos en un local que es una joyita de la ciudad: la Cantina de Chinatown, sito en Arribeños y Mendoza, en el barrio chino. Es una tarde de verano lindísima. Hay un alerta amarillo porque el calor está un poco pesado hace días. Sin embargo, acá, a veinte metros de altura, corre un vientito muy refrescante. Como este edificio se hizo en una época donde se había flexibilizado una normativa de construcción que después se volvió a enrigidecer, estamos mucho más alto que todos los edificios y casas contiguas, de varias manzanas a la redonda.

Desde el balcón se escucha todo. Casi como quien no quiere, podés entrar disimuladamente en la intimidad de cualquier vecino de Coghlan. A veces le doy rienda a mi curiosidad y disfruto haciendo algo que nunca hago en mi propia casa: me siento a escuchar la vida del barrio (¿será acaso algún tipo de sublimación de un voyeurismo superado?).

Pasa el tren. Alguien toca bocina. Suena el parlante del estacionamiento del gobierno de la ciudad donde se "guardan" esas típicas camionetitas amarillas que de día deambulan por la ciudad atendiendo diferentes necesidades. Veo como un vecino riega su jardín y como otro juega y baila con sus hijos. Una señora excedida de peso intenta, supongo que inútilmente -porque hace ya dos años y medio que la veo repetir esta rutina-, hacer unas abdominales en el patio de su casa. Ladra un perro. Veo que en la plaza algunos chicos toman mate y varios alumnos que salen de la sede del CBC caminan los treinta metros que los separan de la estación. La vida transcurre en cámara lenta. En Coghlan, no pasa nada. Y ahí está lo más lindo del barrio. (Nota: si están pensando en comprar algo barato, en un barrio con perfil bajo, súper tranquilo, tradicional, hecho así entre medio de "a la inglesa" y "a lo italiano", que tiene su potencial fashion, con excelente acceso a la Panamericana y a la General Paz, con casas bajas, árboles, adoquines y demás atractivos, consideren a Coghlan como la opción número uno. Si yo tuviera la plata, no lo dudaría.)

Les contaba. La tarde se hizo tardenoche mientras disfruto de este ritual. Un sorbo de cerveza bien fría me da una sensación de difícil descripción, pero créanme que inigualable. Cierro los ojos y los abro mientras vuelvo a enfocar mi vista miope en este lugar que aprendí a querer tanto. De repente, un grito. Una mujer. Otro grito, un hombre. La discusión se había convertido en pelea y la pelea en amenazas. Es que sí, cuando uno se mete en la vida de un barrio, conoce la vida de un barrio. Y la vida nunca, pero nunca, es color de rosas. Es vida y ya, con sus luces y sus sombras. "Hace días que se vienen gritando así" - me comenta Guada, mientras pienso dos cosas: primero, "no me sorprende que comparta mi pasión de voyeurismo sublimado, es apasionante". Segundo, "qué feo debe ser tener una convivencia tan conflictiva". Los gritos siguen. Se escuchan malas palabras, palabras que no escuchaba hace un tiempo (y eso que entre el trabajo en colegios y los años de rugby, he escuchado muchas, muchas guarangadas). Lo más fuerte es escuchar las palabras que uno mismo, distraídamente, a veces dice, pero pronunciadas y sentidas desde la boca del estómago, como queriendo significar lo que realmente significan.

Silencio.

"El otro día me parece que la golpeó" - me confiesa Guada. "¿Me estás jodiendo?" - le pregunto indignado, pero también sorprendido. "No sé, me pareció, pero viste que no se entiende bien". Y es verdad, no se entiende bien. Y a veces no queremos entender. Y si entendemos, no nos queremos meter. Pero si no nos metemos, sigue todo igual. Supongo que debe ser extraño llamar al 911 y denunciar una golpiza que nadie vio, en una casa que, desde acá arriba, no podemos distinguir.

Pienso en ese hombre, ¿cómo se llega a golpear a alguien? Corrijo, no a alguien, a la mujer que amás. Sin dudas, es consecuencia de una frustración que supera. Es no poder dialogar. No ser comprendido. No encontrar respuesta. Es impotencia. Desesperación. Es inestabilidad e imposibilidad de ser lógico.

Pienso en esa mujer, qué humillante debe ser que la persona que querés te golpee. La confianza destruida. El dolor de sentirte culpable por algo de lo que no sos responsable. Quizás fuiste agresiva, maleducada, cruel, tonta, hiriente, malintencionada o lo que creas que hayas sido, pero nunca (nunca es nunca) te "merecés" una agresión así. Tenemos miles de errores, los humanos digo, pero nada amerita que nos agredan así y nada justifica (que significa "hacer justo") ser así de agresivo (y de pelotudo).

Pienso en esa pareja, un sopapo debe romper todo. O mucho. Y sanar algo así, un trabajo que cuesta tiempo y, esperemos que nunca literalmente, poner la otra mejilla. Hace falta mucha generosidad para perdonar algo así. O quizás no sea generosidad, sino ingenuidad.

El silencio se hizo pesado y denso. Hoy no disfruto de mi curiosidad ni de mi voyeurismo sublimado. Estoy un poco triste. La miro a Guada mientras habla por teléfono y me imagino si alguna vez llegaremos a una situación de agresión análoga. El sólo pensarlo me amarga el resto de la noche. Dejo la cerveza. No es momento de que el alcohol potencie ningún otro sentimiento. Me acuesto en la cama mientras escucho en la tele una canción de Fito que me da vueltas en la cabeza y cuya letra dialoga y discute, armónica y educadamente, con todas estas experiencias.


Lección de marketing número uno:

 - Vincule su producto a una necesidad humana fundamental -


"Tratame bien" fue el título de un unitario que salía por canal Trece y es el nombre de una canción que Fito compuso especialmente para esa serie. Y les fue muy bien. Porque todos necesitamos ser respetados. Esa es una necesidad humana fundamental. No importa de dónde seamos, en qué creamos, cuál sea nuestro estado civil, nuestro sexo, nuestra edad, nuestra clase social, nuestro nivel de instrucción, nuestra cultura. Todos necesitamos ser respetados. Siempre.

Por eso, "tratame bien" es la expresión de un deseo que forma parte de la naturaleza humana.

"Tratame bien" es un límite. No te puedo tratar de cualquier manera. No puedo ser hirientemente irónico. No puedo ser cruel ni agresivo. No puedo decirte algunas cosas. No debo. Porque te respeto.

"Tratame bien" significa que te tengo que escuchar. No que tengo que hacer silencio para esperar el momento para volver a hablar. Te tengo que tratar de entender, no tengo que pensar qué voy a responderte cuando sea mi turno. Tengo que desarrollar un sentimiento de empatía y, por un rato, intentar sentir como sentís vos. Por más que haya un abismo hermenéutico entre los dos, siempre tratame bien.

"Tratame bien" es un derecho. Todos merecemos ser bien tratados. No importa qué hayamos hecho ni que tan monstruosos podamos llegar a ser. Ese respeto se desprende de lo que somos. Y antes que ser brutales, somos seres humanos. Por eso, todos (todos es todos) merecemos ser respetados.

"Tratame bien" es un deber. Porque los deberes son la otra cara de los derechos. Y no importa cuánto te desprecie, cuán enojado esté, cuánto me haya dolido lo que dijiste o lo que pasó. No importa. Porque nada justifica que te trate mal. A pesar de todo, sos una persona. Siempre.

"Tratame bien" es una necesidad. Necesito ser bien tratado, vos necesitás que yo te respete. Podemos tolerar cierto nivel de maltrato, pero, tarde o temprano, si alguien empuja demasiado el límite, nos encuentra.

"Tratame bien" es la base para cualquier tipo de comunicación fructífera. Es lo más básico y elemental. Es absolutamente necesario. No hay verdadero diálogo sin respeto mutuo. Más allá de las diferencias, de las distintas maneras de entender las cosas, de ver el mundo, de pensar: primero, tratame bien.

"Tratame bien" es obvio. No hay que explicarlo tanto. Todos sabemos que queremos ser bien tratados. Lo necesitamos.

Sin embargo, no nos tratamos bien. No siempre.

Agarro el auto y me quieren pasar por arriba. En la autopista, en una esquina, un colectivo, una moto, otro conductor. Si freno porque cambia la luz, siento tu frenazo en la nuca. Si aminoro la velocidad porque la barrera del tren está cerrando, me tocás bocina. Si voy a 130 kilómetros por hora (que es la máxima velocidad permitida en una autopista) pero a vos no te parece suficiente, me pegás el auto mientras me hacés luces.

El colectivero no me devuelve el saludo. Hago un trámite y no me mirás. Me cortaste el teléfono. El auto de la autopista me sigue haciendo luces y, cuando pongo el guiño y empiezo a cambiar de carril, me pasa muy cerca, peligrosamente cerca. Al final, llega sólo dos minutos antes que yo a su destino. Dos minutos. A mí el susto y la bronca me duran mucho más que dos minutos. Dale, tratame bien.

Te hacés el dormido cuando entra la embarazada al vagón. Ni que hablar de una que está de tres o cuatro meses. Quizás le preguntás si está embarazada o, incluso, dónde está el cartel que indica que ese asiento es para ella y no para vos. Quizás ese cartel está en tu conciencia. Tratala bien. Y, por favor, aprende a callarte la boca.

Y a veces yo mismo respondo mal, prejuzgo, me enojo y soy cruel. Grito, insulto, hiero. Soy humano, sí. Pero ellos, ella, él y vos también son humanos. Y sólo por eso, se merecen que nunca los trate mal. Ser falible no es una excusa válida. Es cierto: no se puede vivir bien con todo el mundo, sería injusto reclamarnos y exigirnos eso, pero se lo puede postular como proyecto y meta. Y, ojalá, hacia allá apuntemos. Se trata de bajar las defensas, de aprender a tolerar, de ser pacientes. También de hacernos respetar, sí, pero educadamente. De no gritarnos, de no pensar siempre tan mal, de dejar hablar y, mejor aún, de escucharnos y ser empáticos. Tampoco es tanto eh. Es proponernos ser un poco mejores.

Sueño con un mundo donde todos, de a poco, aprendamos a tratarnos mejor. Porque si no nos tratamos bien, nos hacemos mal. Quizás, así, vivamos más tranquilos y, seguro, más contentos.

No hay tanto para decir, esta entrada ya fue innecesariamente larga porque el tema es demasiado obvio. Simplemente es un idea que vale la pena recordar de vez en cuando.



1 comentario:

  1. Es muy grato no poder dormirte a las 2.40 de la madrugada y en medio de tal insomnio ponerme a buscar en mi celular la letra de esta canción que tanto me llama la atención, encontrar esta página y leer esto. La verdad me llegó mucho y aunque para muchos sea un poco utópico te apoyo en tu deseo, empiezo por mi y tengo la esperanza de que todo pude ser mejor, tratándonos cada día un poco mejor.
    A veces pienso que son detalles para la gente para nada importantes, pero para mi son grandes detalles que hasta pueden llegar a cambiar mi día o mi vida.
    Que bien me hace saber que a pesar de tanto pesimismo hay gente que piensa y siente igual que yo! Me ayuda a no bajar los brazos...
    Gracias por compartir tan ricas palabras, por hacer mío lo tuyo...

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