domingo, 30 de enero de 2011

Varanasi o sobre la muerte


La filosofía busca encontrar ciertas claves que nos ayuden a vivir bien, tanto individual como comunitaria o socialmente. Es una ciencia del buen vivir, que por eso se plantea valientemente un tema universal, necesario y tan humano como puede ser humana alguna cosa: la muerte. Muchísimos filósofos de diferentes culturas, naciones y épocas se preguntaron por la muerte. De eso quiero hablar hoy. De Varanasi y de la vida y la muerte.
La filosofía busca encontrar ciertas claves que nos ayuden a vivir bien, tanto individual como comunitaria o socialmente. Es una ciencia del buen vivir, que por eso se plantea valientemente un tema universal, necesario y tan humano como puede ser humana alguna cosa: la muerte. Muchísimos filósofos de diferentes culturas, naciones y épocas se preguntaron por la muerte. De eso quiero hablar hoy. De Varanasi y de la vida y la muerte.

Si la India nos pego un sopapo que despertó sentimientos, dudas, ideas, reflexiones... Varanasi fue un knock out en el primer round.

Es una ciudad que no avisa. Golpea y después pregunta.

¿Te dolió la India?
¿Te hizo pensar?
¿Te desestructuró?
¿Te escandalizo?
¿Te sorprendió?
¿Te dio miedo?
¿Te asombró?
¿Te rompió la cabeza?

¡Ja! Bienvenido a Varanasi, welcome to the jungle... La ciudad de la vida y de la muerte y de todo lo que pasa en el medio. Un resumen de la India. O sea, un compendio de la vida, del amor, del dolor, de la crisis y del pensar. La amás o la odiás, no hay punto medio porque a los tibios los vomita de su boca, muy lejos.

Esta entrada no es apta para impresionables, lo mismo que este lugar. Las cosas que narro fueron las que vimos y vivimos, nadie nos las contó. Algunas pueden ser fuertes, otras desagradables, otras tristes. Hablar de la muerte tampoco es fácil. Siéntanse advertidos. Y si quieren, sigan acompañándonos. 

Llegamos a la tarde y por eso no llegamos a ver los ghats que dan hacia el Ganges, solo la ciudad. Caos total. Así como uno se imagina una ciudad de la India sin saber nada de la India. Nos miramos y dijimos: "otra vez este sentimiento... ¿Dónde estamos? ¿En qué nos metimos? ¿Quién nos mandó a meternos en esta ciudad?"

Varanasi es la ciudad de la actualidad que hace más tiempo esta habitada. Tiene una importancia fundamental para los hindúes, quienes creen que todo aquel que muera en la ciudad (o hasta a 50 kilómetros a la redonda) queda liberado del ciclo de las reencarnaciones. Es una ciudad santa, que fue habitada por Shiva.

A la mañana del segundo día salimos y caminamos por los ghats. Es una experiencia única, que probablemente quede grabada en el corazón por mucho tiempo. Hay muchos ghats, que son escalinatas que dan hacia el río. Cada ghat tiene una historia particular. Algunos fueron hechos por monarcas, otros por invasores, otros por hombres ricos. Y en cada ghat la gente hace una u otras cosas. En algunos se bañan, en otros lavan la ropa, en otros se agrupan muchos barquitos, dispuestos a llevar a los turistas a dar un paseo por el río. Mucha gente hace yoga y mucha otra deambula por ahí. En un par de ghats, los hindúes creman a sus muertos.

Todo sucede en el mismo río. Un ghat esta pegado al otro. Sí, pegado. A diez metros de donde una familia despide los restos de quien falleció, mientras las maderas y su cuerpo arden, los chicos juegan al cricket, corren y ríen, las madres lavan la ropa y los hombres se bañan, se lavan los dientes y juegan juegos de mesa. En el paisaje urbano aparecen turistas, vacas (obvio), perros un poco agresivos, monos, sadhus [hombres hindúes, vestidos como Shiva, el dios de la destrucción y uno de los tres dioses principales de la "Trinidad" (¡que blasfemia! Perdón...) hindú], vendedores, parejas casándose (mas en este mes que es especialmente bueno para el matrimonio según la astrología india), hombres de los más diversos oficios: barqueros, peluqueros, masajistas, fotógrafos y unos muy particulares, que con un instrumento metálico, con la forma de un lápiz, te limpian las orejas y te sacan los tapones de cera. Todo junto. La vida y la muerte en un sólo lugar. Por eso Varanasi no te deja indiferente. Por eso te despierta y te recuerda que estás al otro lado del mundo, casi en la China.

Es muy auspicioso ser cremado en el Ganges y especialmente en Varanasi, en el ghat principal. El río es sagrado, la ciudad te trae la moksha (en hindi, literalmente, liberación) y en el ghat principal está el fuego eterno, prendido ininterrumpidamente hace miles de anos. Pero no todos pueden ser cremados. Como la lepra se considera un mal karma, los leprosos van al río enteros y sin cremación previa, lo mismo que las embarazadas, aquellos que son mordidos por una cobra (cobra que esta en el cuello de Shiva en muchas de sus representaciones: si Shiva mismo te llama mediante una serpiente, la cremación no es necesaria), los sadhus (que no necesitan ser cremados por la santidad con la que vivieron), los niños y aquellos que sufriendo un accidente fueron mutilados o cuyos cuerpos no están "enteros".

Como decía, caminamos por los ghats. Mientras esquivábamos la piedra con la que los chicos jugaban al cricket y al gudu danda (un juego típico de las calles de Varanasi) y mirábamos como los saris se secaban al sol, nos topamos con la muerte, ahí, cara a cara. Sin aviso previo, sorpresiva, dolorosa. Pero bueno, la muerte, incluso la anunciada, es siempre así, ¿no? Estaban cremando un par de cuerpos. Al costado de una de las piras, la familia acompaña, en silencio, abrazada. No vimos gente desolada ni llorando. Están tranquilos. Contemplamos, en silencio, respetuosamente. A nuestro alrededor el mundo sigue girando, inmune al hechizo que nos hipnotiza. Guada me pregunta: "Santi, eso que esta en el río, ¿es un cuerpo?" Yo, que no me destaco por mi vista, me acerco, parece un cuerpo, envuelto en sabanas blancas. Era el cuerpo de un hombre que no podía ser cremado. Vimos como le ataban una piedra al cuello y lo llevaban con un barco. A los pocos minutos el cuerpo se hundía a quince metros de la orilla.

Nos miramos. "Suficiente por hoy, ¿no? ¿Vamos?" - le digo a la flaca, que contempla el río tranquila, ensimismada, silenciosa. "Dale".



Silencio.



A veces las palabras sobran. Hace falta silencio.



Giramos y, como quien cambia de canal, volvimos a esquivar piedras y pelotas, a ver mendigos, sadhus, encantadores de serpientes, masajistas, peluqueros, barqueros, limpia orejas, mujeres lavando saris, hombres en calzones y enjabonados, entrando y saliendo del río, turistas, animales, puestos de venta de comida, de collares y las tantas otras cosas que conviven en los ghats de Varanasi.


Tercer día. Queríamos conocer la ciudad vieja y el ghat principal. Caminamos, de nuevo por los ghats, el kilómetro y medio que separa el assi ghat (donde nosotros estábamos) del Ghat principal. Sin quererlo ni buscarlo nos encontramos con otra escena dantesca, morbosa, shockeante: en el río flota un cuerpo que, suponemos, se debe haber desatado de la piedra que lo escondía en el fondo. Los cuervos, fieles a su naturaleza carroñera, se posan sobre el torso cubierto por una sabana y luchan por lo propio, mientras el cadáver deriva errante y sin rumbo según el capricho de la corriente.

Fue fuerte... Pero nos sentimos parte del todo, que sigue caminando y girando alrededor de este mundo loco. Seguimos caminando, visitamos la ciudad vieja y comemos lassi (un yogurt como licuado y con frutas). La vida continúa. Pasamos por el ghat crematorio principal, charlamos con otros tantos turistas, impresionados, pensativos. Compartimos sentimientos e impresiones.


La familia acompaña la cremación durante aproximadamente tres horas, momento en el que la explosión del cráneo del cadáver marca la liberación del alma del difunto. En ese momento el ser querido alcanza la libertad más absoluta. Mientras charlamos, sentados en los ghats, escuchamos estruendos y aplausos. La familia celebra la liberación con alegría.


Son tantas las ideas que se pelean en la mente y en el corazón. Tantas las experiencias que evocamos y los recuerdos de la propia historia personal. En un caos interior los sentimientos se mezclan con la racionalidad y las ideas se entristecen y se alegran. Lo que mas hace pensar es la cercanía entre la vida y la muerte. Están pegadas... Con solo girar la cabeza podemos ver una u otra.

Nosotros no solemos hablar de la muerte. Es un tema tabú. "No hablemos de esas cosas". La muerte nos duele y nadie quiere sufrir, menos en nuestra sociedad, que es un poquito hedonista. Pero si en la vida hay algo que sí o sí vamos a hacer algún día, es dejar de ser esto que somos. Sí, nos vamos a morir. Hasta eriza la piel hacer una afirmación así. No me gusta. "Que mala entrada Santi, es un morbo. Borra y empezá de nuevo". Que tentación, ¿no?

La muerte rebela. No quiero hablar ni pensar en eso.

Pero aunque duela, aunque espante, aunque no quiera pensarlo, es cierto. No soy eterno (por lo menos no voy a vivir siempre como en la vida que estoy viviendo aquí y ahora, en este cuerpo encarnado, temporal y finito). No. Voy a dejar de ser esto que soy y voy a vivir en el recuerdo de quienes me amaron y en los hábitos que haya podido inculcar en los jóvenes que educo. Nada más.

Entonces todo se hace chico y los valores se reordenan. Entonces ya no me molestan tanto estas pavadas que usualmente me ponen de mal humor. Entonces, lo importante se hace importante y lo secundario, secundario. La muerte me obliga a resignificar mi escala axiológica. Y lo que es esencial se hace esencial. La muerte, así dolorosa como es, me sincera conmigo mismo. Y el tiempo se hace tan valioso... Soy un peregrino: estoy en camino, me muevo, avanzo, crezco y sigo. Pero todo camino tiene su fin. Y la muerte me recuerda eso, que es tan importante.

Yo creo que quien muere no muere. Tengo tanta certeza de eso que nunca lo puse en duda. El mundo y la vida serian tan cósmica y universalmente injustos si eso fuera de otra manera. Y con este tiempo contado que tengo en el mundo puedo hacer lo que quiera. Pero como creo que esta vida no corta todo mi ser, estoy seguro de que todo lo que haga, lo hago para la eternidad. Y así las cosas tienen otro gustito. Y esta seguridad, lejos de encadenarme, me libera de la manera más radical.

Esta cercanía entre la vida y la muerte me hizo pensar en muchas otras cosas. ¿Acaso hay algo más opuesto a la muerte que el matrimonio, que es el inicio de una vida nueva y que es la cuna de la vida? Y aquí, cremaciones y casamientos, ambos a la vista. Tan cerca... Cercanía que me hizo pensar especialmente en cuántas veces tenemos que -simbólicamente- morir en esta vida para poder vivir mejor. A cuantos hábitos, costumbres y relaciones tenemos que negar para poder tener más vida. Y de repente la vida y la muerte ya no son tan opuestas, porque así como a una planta podada la vida le florece mejor, así algo parecido nos pasa a nosotros, que al dejar morir ciertas cosas, permitimos que la vida nos fluya por dentro. Volvemos a vivir al dejar esa costumbre que nos ataba y nos esclavizaba. La vida implica, necesariamente, la muerte. Entonces, y de nuevo la filosofía, para poder vivir bien, hay que saber morir bien también. Y el dolor tiene otro sentido si lo entendemos así. Y cuando reviso mi historia personal, descubro que muchos grandes dolores se convirtieron en perlas, en piedras preciosas, en oro puro: en mayor claridad y sensibilidad, en mayor comprensión y menos prejuicio de los otros. La muerte se hizo vida nueva y más plena.

Soy una persona sensible y la muerte me duele mucho. Lloro y extraño a los que no están. No es egoísta y no creo que sea tan cultural tampoco. Me parece lo más natural del mundo. La muerte me enoja y me parece injusta, siempre adelantada y nunca necesaria. Por mí, seamos eternos como lo somos ahora. Que nadie tenga que sufrir el dolor de la perdida. Pero en un momento, menos pasional, me libero de esas ideas y de esos deseos y encuentro paz cuando pienso en el gozo eterno de los que se fueron. Hasta encuentro algún sentido en esa ausencia, que resignifica mi propia existencia y la hace más plena y auténtica. Y cuando lo vivo así, simplemente puedo agradecer a esa persona por haber sido y por haber sido conmigo. Qué heideggeriano se puso el asunto, ¿no? Creo que me da más miedo eso que la muerte misma...

Lo ultimo, no todo es cultural. El 7 de diciembre hubo un pequeñísimo atentado en uno de los ghats. La gente corrió. Tuvo miedo. Escapó de la pequeña bomba, que hirió a muchos y se cobró la vida de un par. Y corrió porque la naturaleza marca la diferencia y recuerda que no todo es una construcción de nuestras ideas y teorías. Corrieron porque instintivamente afirmaron que la vida vale y que la muerte asusta. Más allá de la cultura, que valiente y generosamente, de manera desinteresada y altruista, celebra de corazón la liberación del alma del que falleció, la gente huyó, despavorida, de la muerte. Es nuestra naturaleza. Huyamos, mientras podamos, disfrutando de la vida. Pero huyamos conscientes de que el juego tiene un fin y que la vida vale infinitamente. Cada existencia, única, imperfectamente perfecta, vale para siempre.

Gracias Varanasi, por recordarme, a tu manera brutal y sin disimulo, todas estas cosas. Gracias por hacerme sentir lo valiosa que es mi vida y que la muerte no es tan mala como a veces pienso. Gracias por recordarme que mi vida vale cada momento y que lo importante es lo que me hace crecer y no todo lo que me entretiene y me preocupa generalmente.

La ciudad me terminó pareciendo única. Hermosa, bella, especial, diferente. Difícil, triste, dura, oscura. De a ratos, la mejor. Otros momentos quise huir. Por eso Varanasi es la ciudad de la vida y no de la muerte. Es una ciudad que te cautiva y que te hiere, que te hace pensar, te golpea pero después te abraza. Como la vida misma, ¿no?

De nuevo, silencio. Seis días pariendo esta entrada y no puedo decir mucho más. Simplemente observar, en silencio, y agradecer con la vida entera el misterio que es andar por el mundo abriendo la cabeza y el corazón.



miércoles, 26 de enero de 2011

Sobre el Taj y el amor

Shah Jahan fue el quinto de los emperadores mongoles que gobernaron la India durante trescientos anos, por seis generaciones. El fuerte Rojo, en Delhi, fue construido (en parte) durante su reinado, al igual que la Jama Masjid, la mezquita mas grande de la India. Colaboro con la construcción del fuerte de Agra, pero se lo conoce, principalmente, porque le dedico a su mujer una de las construcciones más lindas del mundo: el Taj Mahal, que también queda en Agra.

Mumtaz era su segunda mujer, de la que se enamoró en un mercado y con la que tuvo catorce hijos. Ella murió por complicaciones que se derivaron del parto del último, en 1631.

El Emperador quedó desolado y empezó la construcción del Taj, que terminó veinte años mas tarde.

- "Vayamos a ver el Taj, es el monumento al amor" le dije a Guada. Y ella, claro, aceptó encantada.

Después de estar un par de días en Jaipur, llegamos a Agra. Estábamos un poco atentos, porque nos habían advertido que Agra no era una ciudad muy linda. No nos pareció muy diferente a otras que habíamos conocido y además nos quedamos en una zona muy tranquila, que se llamaba Taj Ganj area, donde podíamos caminar súper tranquilos y seguir disfrutando de este viaje. Nuestra idea era ver el Taj Mahal y el fuerte de Agra y al día siguiente partir hacia Delhi.

Nos levantamos temprano, descubrimos un lugar donde servían un desayuno muy completo a un precio impresionante y partimos a conocer el Taj con la panza llena (y el corazón contento).

Caminamos, con ansiedad, casi apurados, los últimos pasos desde la entrada hasta el primer lugar donde lo pudimos ver. Nos quedamos sin palabras, sin aliento. Es un edificio muy grande, mucho más grande del que nos imaginábamos. Es totalmente blanco, impoluto, parece celestial. Por supuesto, había millones de personas de todas partes del mundo que, venciendo las diferencias naturales entre culturas, compartían la misma cara de asombro y admiración. Ahí estábamos, el Taj frente a nosotros. Sin hacer un uso muy extenso de nuestra lengua, simplemente repetíamos: "Es lindísimo". Y lo es. Es realmente un edificio que refleja belleza.

Entre muchas personas, mientras intentábamos sacarnos algunas fotos, caminamos hasta adentro y miramos las tumbas del emperador y de su mujer. Curiosamente, la magnificencia exterior del edificio resulta en un interior mucho mas chico del que uno calcula al principio. Todo el edificio está hecho de mármol y leímos que llamaron a artistas de todas partes del mundo para decorarlo.

Ubicado cerca del río, en un espacio abierto, contrasta con fuerza con las callecitas no diagramadas, cerradas y colmadas de personas del resto de la ciudad. Estar ahí nos permitió respirar hondo, sentir lugar, pudimos extravertirnos y nos relajamos.

Shah Jahan terminó siendo destronado por uno de sus hijos, Aurangzeb, quien consideraba que su padre se había vuelto loco y no podía comprender como podía despilfarrar tal fortuna en un edificio mortuorio. Su hijo lo encarceló en el fuerte de Agra, desde donde se puede ver el Taj, ya que queda a solo un par de kilómetros.

¿Cómo hubiera actuado yo si hubiera estado en su lugar?

Imagino que la muerte de una madre debe doler mucho. Todos los hijos la habrán llorado y despedido. Habrán hablado de cómo acompañar a su padre en ese momento tan triste. Se habrán puesto de acuerdo sobre estrategias para no dejarlo solo, para hacerlo sentir acompañado, para hablar con él y escucharlo. Alguno quizás haya especulado con ser el próximo monarca, porque claro, el corazón humano siempre tiene esos matices (o esas miserias) de los que tanto nos cuesta hablar pero que existen. Quizás otro hijo sintió miedo. Algunos lo habrán expresado más, otros menos. Pero probablemente todos hayan sufrido su partida porque la muerte siempre hiere.

Al tiempo, el padre les presenta esta idea, un poco extraña, extravagante, diferente. "Serán cosas del duelo" - escucho decir casi como si fuera la voz de sus conciencias. "Dejemos que papá exprese este pesar como pueda, ya se le va a pasar este delirio" quizás se dijeron unos a otros, queriéndose tranquilizar, intentando no creer que este proyecto fuera en serio.

Pero "papá" fue uno de los emperadores mongoles que mas había construido y siguió adelante con la idea. Incluso puso manos a la obra. Y pasó el tiempo y el proyecto empezó a hacerse cierto en contratos y arreglos, en compra de materiales, arquitectos y artistas.

Y la pregunta es: ¿cuál es la medida del amor?

Porque claro, tiene que tener medidas... Como todo lo humano. No es una cuestión sólo cultural, es metafísica: las cosas tienen un lugar, un orden, una jerarquía. De eso hablaban San Agustín y Max Scheller cuando pensaban en el ordo amoris, que no es otra cosa que "orden en el amor". Cada cosa debe ser amada en su medida y en su proporción, según lo que es. Si hay desproporción, hay desorden y no puede haber salud sin equilibrio.

Entonces, ¿cuál es la medida para manifestar el dolor por la partida de quien amamos?

Porque la muerte de una persona causa dolor, sufrimiento. La ausencia pesa. Se extrañan los momentos vividos... Y aparece, cuando menos lo pensamos, el recuerdo de ese que amamos en la forma de un aroma, de un sonido o de un paisaje.

Además, los muertos merecen ser recordados, por eso algunas civilizaciones, como la romana, recordaban a sus antepasados en la forma de dioses familiares. Nosotros no olvidamos a quien nos amó y a quien amamos. 

Pero incluso la pérdida tiene una medida. Como todo lo humano. Sino, enferma.

No sé cómo hubiera actuado yo si fuera testigo de cómo mi padre despilfarra una fortuna que hubiese durado tres generaciones en la tumba de mi madre.

Por eso, el edificio es signo de un amor incomparable (ya empiezo a tener mis dudas) al mismo tiempo que refleja megalomanía y soberbia. La perfección y la proporción de sus figuras y medidas contrastan con la desproporción del deseo del corazón del hombre...

Pero bueno, el amor humano, después de todo, es humano, ¿no? Y no puede ser perfecto. Y puede que quien ama sinceramente tenga también algo de orgullo, de desproporción, de desmedido o de desordenado. A veces es egoísta, no busca el bien del otro, sino el poder... Somos así y no podemos pretender amar de una manera que no somos.

El Taj, como muchas otras cosas en este país, es también signo de contradicción. Una contradicción linda para ver. Lindísima.







martes, 18 de enero de 2011

Fortalezas


Después de estar unos días en Mumbai, estuvimos con Rata y con Guada en Udaipur, una ciudad infinitamente más tranquila, muy linda y donde pudimos descansar y encontrar nuestros momentos para ir charlando sobre como íbamos viviendo las cosas...

Despedimos, con mirada paternal y con el dolor del nido vacío, a nuestro querido compañero, y con Guada visitamos dos ciudades que, al igual que Udaipur, están en la zona de Rajastán: Jodhpur y Jaisalmer. De ambas ciudades, lo más impactante, fue que tenían un fuerte inmenso. Fortalezas totalmente impenetrables, con murallas altísimas, con sistemas de defensa impecables, pensadas para no ser nunca vulneradas.

Al seguir el camino, nos encontramos con el fuerte de Agra y con el fuerte Rojo de Delhi. El fuerte de Agra tenía, antiguamente (por suerte...), un foso con cocodrilos, que devoraban a los combatientes desafortunados que se cayeran ahí.

Cada construcción estaba perfectamente diseñada para lograr su fin: dejar al enemigo afuera y proteger, dentro, lo propio.

Y pensaba en las fortalezas que tenemos nosotros, en esos puntos a los que no dejamos entrar a nadie, no vaya a ser cosa que nos modifique, que nos lastime, que nos vulnere...

El fuerte de Jodhpur nunca fue penetrado, nunca ningún enemigo lo pudo tomar. Nunca. "Pobre fuerte" - pensé.

Porque encontrarse con otros es abrirse a la posibilidad de que te lastimen. Porque abrir el corazón implica tender un puente que abra al tesoro, a lo interno, que es lo mas valioso. Y pobre fuerte, por pensar que los de afuera son siempre enemigos... Al final, se quedo solo, nadie nunca lo conoció, nadie nunca lo vulneró, se perdió tantas cosas...

Y seguía pensando, que vida triste la del fuerte de Jodhpur, que incluso está orgulloso de que lo atacaron a cañonazos pero que no pudieron afectarlo en lo profundo. No hay mas que unas pocas heridas, superficiales, que recuerdan los intentos fallidos de romper con sus defensas.

No se enriqueció de la mirada ajena, no pudo conocer mas que la autocrítica, seguro que con otros hubieras crecido mas Jodhpur. Seguro. Porque los otros te interpelan, te piden argumentos, te cuestionan. Porque los otros se enojan, a veces son irracionales, tienen otros puntos de vista. Porque los otros tienen autonomía e independencia. No podés controlar todo, siempre. Jodhpur, no seas iluso. Ahora sos un museo, ¿de que te sirvió ser tan fuerte, tan invulnerable, tanto tiempo?

Esas fortalezas tuvieron su sentido, claro. Pero deberían ser un signo de la antigüedad, de la imposibilidad que tuvimos que dialogar y de crecer juntos, en paz. Deberían recordarnos lo que hacemos cuando tenemos miedo, cuando el otro es "enemigo". Que lástima que sigamos viviendo en fortalezas. Primero las del corazón, que después, para colmo, se materializan.

Y en esas ambigüedades que van apareciendo en el camino, descubro que quien parecía más sensible, quien se dejaba afectar, quien lloraba, ése, no era débil. Para nada. Cuánta fuerza hace falta para no vivir en una fortaleza. Para vivir ante la posibilidad de que alguien te lastime. Para no vivir sólo. Para que el otro te afecte.

Yo no quiero vivir en una fortaleza. Chau Jodhpur. Al final, cuando cierran el museo, todos los días a las 18.00, logras lo que tanto anhelaste, quedarte solo. Yo elijo vivir abajo, en la ciudad azul, con el pueblo, en comunidad. Y ahí lloro, me lastiman, me enojo, me afectan. Pero esa es solo la mitad, porque la mirada del otro me hace bien, me hace mejor, me enriquece. Me hace crecer, me marca mis límites, me ayuda a conocerme y a quererme como soy. Sólo no podría haber hecho nada. Porque las comunidades son así. Sino, no serían comunidades.

martes, 11 de enero de 2011

Límites como montañas


Pushkar es una ciudad muy chica, cerca de Ajmer, en la provincia de Rajastán. Es conocida porque tiene un lago (sagrado para los hindúes), uno de los pocos templos dedicados a Brahma y se da un lindo encuentro entre turistas y peregrinos, en un ámbito tranquilo y agradable.

No hay mucho para hacer en la ciudad. Caminarla mucho; perderse entre las montañas que la rodean; acercarse, respetuosamente, a los ghats (escaleras hacia el lago, donde los hindúes se bañan, redimen sus faltas y hacen las cosas del día a día, como lavar la ropa, lavarse los dientes, etc.) para ver cómo rezan y viven los peregrinos... Se puede caminar por la calle principal, llena de puestitos para turistas: puestos con ropa, joyerías, panaderías, restaurantes, hoteles, agencias de viaje, librerías. Otra opción es la de perderse por los caminos de tierra, entre camellos, vacas, grandes lugares de tejido y producción de ropa. No hay mucho para hacer porque Pushkar es tranquilidad.

Al tercer día, le propuse a Guada subir a un cerro, chiquito, que estaba a un kilómetro de la ciudad. En la "cima" había un templo desde el que nos habían dicho que había unas vistas increíbles de la ciudad. "Vamos" - me dijo.

Pasamos el templo de Brahma y caminamos por un camino de tierra, larguísimo. Casi sin gente, algún que otro caserío, las vacas (infaltables) y algunos monos, que anticipaban los muchos que íbamos a encontrar más adelante. Nadie más. La temperatura era la ideal para caminar y había un sol increíble. Mejor, imposible.

Empezamos subiendo el cerro, despacio. A medida que subíamos, las vistas se hacían cada vez mas lindas. Pushkar está rodeada de cerros no muy altos pero escarpados y desde la altura se la veía cada vez mejor. Entre foto y foto aparecía algún que otro turista o local, pero no nos cruzamos con casi nadie. Lo que más vimos, fueron monos, de los que Guada se enamoró y les sacó todas las fotos que pudo.

Faltaba poco para llegar, cincuenta metros. Nada más. El camino, poco a poco, había crecido en dificultad, pero estaba lejos de ser un desafío complicado para dos personas jóvenes. Con paciencia, un par de descansos y una botella de agua, lo podía subir casi cualquiera.

- "¿Frenamos un toque Santi?"
- "Ok, dale."
Guadalupe se sentó y miró hacia atrás, se agazapó contra el cerro y me dijo: "Ah no, no subo mas, me da pánico la altura y no quiero seguir subiendo. Tengo miedo."
Pensé que era un chiste: "Dale amor, estamos al toque, faltan cincuenta metros, setenta como mucho".
- "No Santi, no entendés, no quiero. Si querés te espero acá, subí vos y después bajamos juntos".

Me quedé duro. Por un lado, la quería arengar, faltaban sólo unos metros. Por el otro, la quería respetar, tenia miedo, sufre de vértigo, en su casa, las alturas no le gustan mucho a nadie.

Sentí bronca. Yo si quería llegar. No es divertido subir un cerro hasta la mitad, menos hasta la "casi punta". Me enseñaron que cuando algo se empieza, hay que terminarlo. Aprendí que es mas divertido ganar, llegar, no quedarse en el camino. Ni siquiera hay que dejar comida en el plato, hay que terminar las cosas que uno empieza. No se porqué, porque sí, y punto... Las vistas eran lindas, pero desde la punta, seguro eran mejores. Quizás era la foto del viaje, quizás un gran lugar para sentarnos, charlar, descansar juntos y soñar. "Dale Guada, no seas así, no falta nada" - pensaba.

Pero ella tenía miedo.

Decidimos bajar.

- "¿Me das la mano? No me animo a bajar sola." Yo estaba un poco frío, callado, distante. Quería subir (y soy tan obvio a veces).

Le dí la mano y bajamos, de a poco. Al principio medio duros, después ya charlando, riéndonos de los monos, sacando fotos otra vez. El día seguía estando increíble, la mochila mas liviana porque el agua se había casi acabado entra idas y vueltas: el programa había sido un gran acierto.

Pero no habíamos llegado a la punta.

Los límites dan bronca. Eso lo sabe cualquiera (especialmente los adolescentes). Me marcan que no soy infinito, ni todopoderoso. Me ponen un freno. Hasta acá llegaste. Ni un paso mas. A veces el límite lo pone el cuerpo, a veces una circunstancia, a veces el tiempo, a veces una persona. Pero siempre hay límites. Somos limitados, estamos rodeados de límites. No podemos hacer todo lo que queremos. No se puede. Y cuando nos enfrentamos a un límite, a algo que corta nuestra iniciativa creadora, que rompe un sueño, que frena la ilusión, nos enojamos. Yo estaba enojado, yo sentí bronca. Quería llegar a la punta de ese cerro.

Pero, por suerte, el límite me lo puso una persona que quiero mucho. A la que respeto. A la que valoro. Además, me lo puso una mujer. La mujer que elijo para subir y bajar cerros, la que elijo para viajar por el mundo, para tomarnos un helado en verano y con quien veo dvd's, con una mantita, en invierno. La misma mujer que elijo para soñar desde la punta de cerros a los que nunca llegamos. No me puedo enojar con ella porque tiene miedo. No tiene sentido. Tiene miedo y la quiero. Abrazala gil, no te enojes.

Y después, pensé: "que pavada que me enoje un límite". Una cosa es que me de bronca una injusticia, otra muy distinta que me rebele ante mi propia naturaleza. Soy limitado. No puedo todo. Me equivoco porque soy falible. Reacciono mal, soy gruñón, me cuesta ser simpático con algunas personas. No quita que intente mejorar, pero no puedo ser perfecto. Y no me puedo enojar por eso. Ante el límite, aceptación. Entusiasmo por mejorar, ganas de crecer y algo de ambición, obvio. Pero aceptación. Porque soy finito y no puedo todo. Limites va a haber siempre, y no quiero vivir enojado. Cuando no sea la edad será la plata. Cuando no sea una persona, lo hará una circunstancia. Bienvenidos límites, recuérdenme lo que soy, recuérdenme que aunque quiera, aunque sueñe, aunque vuele, no siempre puedo. Porque es verdad, quiero volar, pero no siempre voy a poder. Como no siempre voy a poder viajar, estudiar, dormir, salir, reírme o gozar. No siempre hacemos lo que queremos. Y está bien que así sea, porque no somos omnipotentes. Porque el límite me hace crecer, me hace conocerme, me hace humilde. No puedo ser el mejor en todo, creo que ni siquiera voy a llegar a ser el mejor en algo. Es más, ni siquiera sé si quiero. Quiero ser feliz: prefiero llegar hasta la "casi punta" respetando a la gente que quiero antes que llegar a la cima solo.

Gracias flaca, porque esta lección no me la dio la India, me la diste vos... Será por eso que caminamos juntos, ¿no?

jueves, 6 de enero de 2011

Elogio de la queja

Me quejé porque el vuelo se movió un poco.
Me quejé porque tuvimos que hacer una escala en Johannesburgo.
Me quejé porque tuve sueno, porque tuve calor en Mumbai y porque en Rajastan tengo frío
Me quejé porque pensé que en la India estaba más caluroso y me traje poco abrigo.
Me quejé porque el abrigo que encuentro, no vale la pena y no es tan barato como me habían dicho.
Me quejé porque tuve hambre (¿tuve hambre? No... Se me despertó un poco el apetito).
Me quejé porque Guadalupe tuvo un mal día.
Me quejé porque esta lleno de vacas sagradas y muero por comerme un asado a la parrilla. Completo, con mucha achura, una buena tira y un lomo, para festejar el regreso a la patria. Me quejé porque falta mucho para ese asado.
Me quejé porque un pasaje a Tailandia es más caro de lo que nuestro presupuesto nos permite.
Me quejé por todo y todos los días me quejé por algo.

Y hoy, cuando por fin logre callarme, me senté con Guada en una escalera y me dí cuenta de algo: ellos no se quejan.

Ellos no vuelan ni hacen escalas en Johannesburgo. Tienen tanto sueno como yo, sufren mas el frío y el calor y a veces no tienen mucho abrigo. Algunos si que tienen hambre. No comen asado.

Y no se quejan.

Y mis vuelos se van a seguir moviendo y van a seguir teniendo escalas en Johannesburgo. Y voy a volver a tener frío y calor (y seguro que sueno también). Y Guadalupe va a seguir teniendo malos días... Probablemente, en el futuro, mis pasajes a Tailandia sigan estando fuera de presupuesto (más con esta vocación filosófica...).

Y me voy a seguir quejando.

Porque la queja es una muestra de que estoy insatisfecho, de que estoy en movimiento, de que siento, me angustio, me frustro, las cosas me afectan y me duelen. De que crezco.

La queja es un signo de que estoy vivo y de que quiero mas, de que mi realización (en mi cosmovisión que -¿por que negarla?- es bien occidental) no pasa solo por estar en el mundo, sino también por lo que yo haga conmigo mismo con el tiempo que tengo en el mundo.

Porque la queja te pone en movimiento, te hace notar una falta, una insatisfacción, un vacío, un agujero. Te mueve.

Ellos se deberían quejar. No de todo, porque así como yo tengo que enseñarles sobre la queja, ellos me están enseñando sobre la aceptación. Sin quererlo ni sin dar cátedra, son un ejemplo de resignación pacifica y aceptación entera de una realidad.

Pero se deberían quejar. Se deberían quejar porque no es justo que estén en la calle, ni es justo que tengan hambre, no es justo que haya tantas vacas sagradas e intocables y tantas personas flacas. No es justo. ¿Por que no se quejan? Para mostrarles el camino, acá estoy yo, quejándome por todo, incluso hasta de que no se quejan...

Probablemente me critiquen, diciendo que estoy tratando de ver una realidad con una mirada ajena, de afuera, que no me metí en su cultura, que no cambié de cosmovisión ni de paradigma. No me interesa. Tener hambre, tener frío, no tener casa, ser chico y trabajar, que nadie te mire y estar solo son cosas que están mal.

Si no estoy entendiendo su cultura, si no pude cambiar mi forma de ver el mundo para verlo como ellos, si no entiendo que su karma los llevo a estar donde están, si me rebela pensar que hay gente "más gente" y gente "menos gente", lo lamento. Porque entiendo sus teorías, escuché algunas de sus afirmaciones, me adentro en sus enseñanzas, pero la realidad también me habla. Y me rebela. Y me quejo.

Y si me quejo, no tengo paz. Porque la paz es quietud y la queja es movimiento. Y ellos tienen paz cuando tienen hambre, frío, muchos no tienen casa, son niños y trabajan, pero tienen paz. ¿Tienen paz? Ya no se. Ya no se muchas cosas, y me quejo también por eso. Porque sé que sólo si me sigo quejando voy a seguir teniendo la ilusión de que las cosas pueden cambiar. Porque sé que sólo si me sigo quejando voy a tener fuerzas para cambiar mi realidad. Porque el día que ya no me queje, ese día, ojala, sea el que este descansando en paz, para siempre. Porque si ese día, el día en que no me queje mas, llega antes, el día en que decirle que no a una persona que me necesita no me duela ni me conmueva, no me haga pensar, no me de bronca, no me cause nada y yo sea indiferente, ese día, por más que sea mañana, ese día voy a estar realmente muerto. Prefiero no tener paz pero estar vivo. Prefiero no tener paz y sentir. Prefiero no tener paz y vivir esta vida así, con intensidad, con amor. Y me voy a seguir quejando, todos los días, por algo y por todo.

domingo, 2 de enero de 2011

La primera impresión

Entiendo a quien ama la India tanto como entiendo a quien la odia. Entiendo a quienes viajan periódicamente, haciendo de las visitas a este lugar un acontecimiento especial y regular, porque descubrieron en MotherIndia un lugar diferente en el mundo, atractivo, vibrante, único... También entiendo a quienes no quisieron salir del hotel, se volvieron a los pocos días o se sintieron espantados o decepcionados. De cierta forma, en este poco tiempo, tuve todas y cada una de estas sensaciones.

India no te deja indiferente. Te golpea, te despierta de un sopapazo, feroz, terminante. Llegaste, no estás en casa (o sí...).

Es mucho mas que una diferencia cultural o religiosa, es una manera distinta de ser en el mundo, de estar, de vivir. La vida pasa hacia afuera, por lo que la primera impresión es la del caos en el que, simultáneamente, conviven quienes descansan, quienes estan apurados, los que se bañan, los locos, los enfermos, los moribundos, los vendedores, los chiquitos, los empresarios, los taxistas desquiciados, los turistas, los animales (los nuevos: cabras, vacas, monos, ardillas, camellos... y los de siempre: gatos, palomas, perros, ratas, etc.). Para mí, cada lugar y cada momento, tienen su gente. Así, los chiquitos, al colegio. Los empresarios, a la empresa. Los locos al loquero y los animales al zoologico. En la India, todo pasa en el mismo lugar, al mismo tiempo. Alrededor nuestro, ahora.Y este aparente caos engaña, porque ellos encuentran un orden, ven armonía donde yo veo dolor, ven alegría donde yo me frustro. Hacen de este lugar, un lugar vivible y su hogar.

La primera impresión fue la del shock, la del golpe. Y redescubrí la vieja verdad de que definitivamente la filosofía nace con el asombro, con las situaciones límites y con la duda. India, al mismo tiempo, me despertó las tres. Me asombró el cariño y la paz de su gente. Me dolió, mucho, la contradicción entre la ostentación y la pobreza. Me está haciendo cuestionarme, preguntarme, repreguntarme y pensar. Ante esto, siempre sobreviene de forma inevitable el silencio. Por eso me tomé unos dias para escribir. Incluso siento que me apuré al ensayar estas poquitas líneas, que intentan poner en palabras un universo de sentimientos, imágenes, recuerdos, gritos, bocinazos, personas y momentos.

India es familia, es comunidad, es fraternidad, es encuentro. Es amor y es odio, es alegría por el otro pero indiferencia por el que sufre, es comunidad y fraternidad tanto como es sentimiento de hermandad en las diferencias, pero abandono de algunos. Es definitivamente un sinónimo de contradicción. Y como toda contradicción, hay a quienes les causa rechazo, hay a quienes les duele, hay a quienes les atrae el misterio y hay a quienes enamora. Quiene viene, vive con intensidad, siente con el alma y, de nuevo, es imposible que quede indiferente.

Llegaste hace una semana Santiago, una semana... Todavía quedan seis, para seguir pensando, viendo, creciendo, sufriendo (¿por qué no? si muchas veces así se crece), disfrutando, sonriendo, conociendo y, de forma intensísima, resumiendo todo, viviendo.