(Compañeros docentes, este es un escrito de protesta y auto-crítica, en pos de una mejora para nuestro sistema. Si alguien se siente ofendido por lo aquí expresado, después de insultarme, preguntesé porqué se está sintiendo afectado por las líneas que siguen y que no son más que una opinión y una mirada -llamada a complementarse con otras- de una realidad compleja y enmarañada...)
Empecemos.
El mundo cambió. Y sigue cambiando. En este momento lo está haciendo. Rapidísimo.
Hace sólo un cuarto de siglo, cuando yo andaba en pañales por la casa, en nuestro país no había computadoras, no había dvd´s, -ni siquiera videocaseteras-, no había microondas, ni cafetera, no había Internet ni Google, obviamente no había wifi, bluetooth, ni chats, ni MSN, ni facebook, ni blogger, ni Twitter...
Las únicas enciclopedias que conocíamos eran unos libros gigantes, que estaban numerados en el lomo, que ocupaban la mitad de la biblioteca de la casa. Ni siquiera había llegado Encarta.
Tampoco había televisión por cable y el cubo de Rubick era una novedad. Cubo que se pagaba en Australes, porque no había ni pesos.
Cuando mi madre tuvo que pasar cinco meses en cama por un problema con el embarazo de Matías; leía, tejía, bordaba y, lo único que le faltaba para ser la señorita de San Nicolás, era abrir la puerta para irse a jugar (cosa que no podía hacer porque necesitaba reposo absoluto).
No había celulares, que se hicieron masivos y populares hace no más de ocho o nueve años. (Por eso, cuando, como adolescente, quería organizar una salida, todavía tenía que repetir el viejo ritual: "Hola, ¿con lo de ...?, ¿está ....?". Ni que hablar de llamar, por primera vez, a la casa de una mujer... Todo un problema). No soy nostálgico, pero prácticamente para el único para quien suena el teléfono en mi casa, hoy, es para mi hermano menor de seis años, que es el único sin celular y quien no tiene ni la más remota idea de quién es la señorita de San Nicolás. Evidentemente, el mundo cambió...
Hace veinticinco años la información estaba en los libros y en los adultos. En las bibliotecas y en los estudiosos. El único acceso al aprendizaje estaba en la educación formal.
Pero como el mundo cambió, hoy existe Internet, y hasta wifi, existen Google y Wikipedia, hay muchas enciclopedias online. Los estudiantes hacen un trabajo mientras que, al mismo tiempo, miran las fotos -digitales, no saben lo que es revelar un rollo- que un conocido subió a Facebook y lidian con las ventanas emergentes del MSN. Y como el mundo sigue cambiando, en unos años estos programas van a ser vetustos y nos va a dar una mezcla de vergüenza y risa nombrarlos (para no sentirnos tan "viejos" y desactualizados), como nos pasaría si pusiera, como ejemplo, el icq.
Pero, la educación.... ¿Cambió?
Entro al colegio, mi lugar de trabajo, el cual amo, y percibo una onda retro. Me siento en una película setentosa -no sólo por los contenidos que los K quieren imponer sino- porque en los colegios sigue habiendo pizarrones y tizas. Guardapolvos, formaciones e himnos. Timbres, boletines, bibliotecas y recreos. Me gusta esa onda retro porque me hace sentir "como en casa" y me da un sentido de pertenencia e identidad, tal como el que, me imagino, siente un futbolista cuando entra a la cancha o un empresario en una reunión de negocios importante. Pero me siento en los setenta, principalmente -y este es el lado no tan positivo del rebobinado existencial-, porque en los colegios siguen estando las mismas profesoras, año tras año. Y el problema no es que sean las mismas buenas personas, sino que son absolutamente iguales en el modo en como trabajan, año tras año. Ajenas al universo que deviene, ellas son inmutables en su práctica profesional. No quieren formación docente, ¿para qué? Si ya saben todo lo que tienen que saber. No quieren trabajar de más ni perder su tiempo con estas ideas nuevas e innecesarias. No valoran las jornadas pedagógicas. Están cansadas de las quejas de padres y estudiantes, pero ellas se pueden quejar de todo lo que cambió la sociedad y, especialmente, de estos nuevos maleducados que tienen por alumnos: "Ay, en mi época, mirá, si yo le hubiese dicho algo así a una profesora... Expulsión inmediata". Las viejas profesoras no necesitan aprender sobre nuevas metodologías ni tienen porqué saber qué es un blog. Su método de enseñanza es el mismo que ellas recibieron cuando eran alumnas primarias, el mismo que ellas recibieron cuando eran alumnas secundarias y el mismo que ellas recibieron -y en el que las formaron- cuando fueron al profesorado. ¿Por qué cambiar esos tan exitosos métodos de enseñanza?
Y quizás porque el mundo cambió... Y porque va a seguir cambiando, por más que a los docentes no nos guste que el mundo cambie más rápido que nosotros, que tantos años de formación necesitamos para llegar a ser esto que somos.
Y quizás, sobre todo, porque la escuela de Sarmiento está pensada para la época de Sarmiento y no para la nuestra. Quizás no sirve para nada usar tanta la memoria en la era de Internet, donde es más meritorio saber encontrar los contenidos y tener el suficiente juicio crítico para distinguir qué fuentes son fidedignas y cuáles no. Quizás haya que buscar una escuela que favorezca más participación en los alumnos y no actitudes tan receptivas: ellos son parte del mundo 2.0, opinan sobre todo, dan referencias y discuten en foros. Opiniones aparte, nos guste o no nos guste, ellos son así. ¿Por qué, en este sentido, la escuela tiene que ser diferente a la sociedad donde la escuela está ubicada? (En otros sentidos, me parece clave que la escuela sea diferente a la sociedad donde está ubicada)
Y lo que los chicos aprenden en el colegio no les resulta significativo. Que es una manera muy elegante de decir que no les importa un comino porque no sirve para nada... Y lo peor, sobre muchas cosas, la crítica es cierta. La escuela, que antes educaba y preparaba para el mundo, ahora sólo es un sello, un certificado de título en trámite y un paso innecesario hacia lo que "realmente" sirve e importa.
Y nos sorprende que la escuela sea muy poco atractiva para nuestros alumnos. Seamos francos, para ellos no sólo no es atractiva, es horrible. Y algo anda mal. Muy mal. Porque la escuela no puede ser horrible. Tiene que ser gloriosa.
Sí, es cierto, es un fenómeno polifacético. Echarle la culpa de todo a la escuela es un error análogo al que cometemos los docentes cuando le echamos la culpa de todo a los cambios en la sociedad o a las familias...
Las familias cambiaron. Por eso, la sociedad, inevitablemente, cambió. Sobre eso no podemos hacer mucho. (Podemos formar jóvenes con buenos valores, rectos, que cambien la sociedad de nuevo, sí. Pero aquí y ahora, en concreto, ¿qué podemos hacer?) No es una variable que podamos manejar. No nos quejemos más de la sociedad ni de las familias porque no podemos cambiar el mundo protestando. Preguntémonos: ¿qué podemos hacer nosotros por nuestros alumnos? ¿Cómo hacemos para motivar y despertar interés en estos alumnos, que vienen de estas familias y que viven en esta sociedad, que para bien o para mal, es la sociedad en la que está nuestra escuela? Tenemos dos opciones: o les enseñamos con los mismos métodos con los que nosotros nos formamos, hace un cuarto de siglo, porque es la única manera de aprender, porque es el único modo de "ser inteligente" y "de tener un futuro", porque tienen que estar callados, en silencio, tomar nota y repetir. O... Cambiamos también nosotros.
Para bien eh... Tranquilas queridas señoras compañeras profesoras. (Sepan, antes que nada, que yo las respeto y las quiero mucho). Que los cambios pueden ser para mal o para bien. ¿Por qué no cambiamos para bien? ¿a qué le tenemos miedo?
Cuando las cosas no funcionan, hacen falta cambios... Si un equipo juega mal, cambia la estrategia. Si una empresa no vende, cambia la estrategia. Si un hombre no conquista a una mujer, cambia la estrategia. Ahora, si nuestros alumnos no aprenden; se rebelan; son tan sinceros que nos repiten, hasta el hartazgo, que están aburridos; los resultados de los exámenes de PISA son cada vez peores; nos "enfrentamos" a cursos cada vez menos interesados y más apáticos, que le encuentran nulo sentido a la etapa escolar, ¿qué hacemos? ¿seguimos repitiendo el mismo esquema que ya pide a gritos un cambio porque no está funcionando? No me parece una buena idea.
¿Y por qué no queremos cambiar? Si queremos el bien de nuestros alumnos. ¿Será porque así, ante tanta apatía, no se notan nuestras propias falencias?
Y sobre todo, ¿qué hay que cambiar?
¿Los valores, virtudes o actitudes que enseñamos? No. El respeto, la cortesía, la honestidad, el sacrificio, el esfuerzo, la magnanimidad, el pudor, el sentido del honor, el patriotismo... Son valores universales y necesarios.
¿Los contenidos? Como si la verdad cambiara porque cambia la sociedad... Tampoco. La historia sigue estando ahí, esperando ser conocida. La filosofía quiere seguir haciendo pensar. La problemática y solitaria matemática aguarda futuros alumnos, ilusionada de que alguien, por fin, la ame. No obstante, sí me parece que hay que cambiar algunos enfoques. Nuestra escuela es hija de un paradigma muy enciclopedista. No sé si hace falta saber tantas cosas. Hace falta saber pensar... Y para pensar hace falta que rompamos nuestros propios moldes enciclopedistas y enseñemos y evaluemos de maneras nuevas. En vez de darles el pescado (el contenido -el millón de contenidos- ya trabajado, seleccionado, articulado y hasta masticado y simplificado), démosle a nuestros alumnos la caña de pescar que es tener sentido común, juicio recto, criterio, saber pensar, analizar, buscar y elegir fuentes, etc.
Lo que hay que cambiar son los métodos de enseñanza. ¿Por qué la escuela no puede ser un centro de producción en vez de uno de reproducción del conocimiento? Si las cosas que menos nos olvidamos y, sobre todo, que más valoramos y más significativas nos parecen, son las que descubrimos por nuestra propia cuenta. Y así, los alumnos estarían más interesados, quizás faltarían menos, quizás estarían mejor dispuestos... Porque cuando uno mismo hace y alcanza las cosas, cuando ese logro implica un esfuerzo que se completa en el objetivo buscado, sentimos satisfacción. Esa satisfacción que sienten los estudiantes de arquitectura cuando terminan una buena maqueta. Esa satisfacción que siente un escritor cuando termina un texto bien logrado. La misma que sienten los artesanos cuando sus objetos reflejan belleza y los deportistas, más allá del resultado, cuando terminan un partido. Y la escuela, hoy, sólo les da una satisfacción a nuestros alumnos: el 30 de Noviembre, cuando se terminan las clases... Algo anda mal. ¡Y no estamos cambiando!
Y lo curioso es que hace cinco años que el Estado viene sobrecumpliendo con el presupuesto educativo (traduzco sobrecumpliendo: pone más plata de la que se supone que iba a poner cuando se planificó el presupuesto).
Y lo curioso es que la mayoría del presupuesto es para nosotros, los docentes. Los que no queremos cambiar.
Y lo curioso es que la gente que más se está pasando a la educación privada, es la que pertenece a los dos quintiles más pobres de la población. (el 40% más pobre, al que más le cuesta pagar por la educación, ya se dio cuenta que la escuela argentina inclusiva, social y para todos era la de Sarmiento, no la del siglo XX, menos la del XXI...)
Y lo curioso es que los padres no intervienen, no forman consejos ni asociaciones de padres, no se agrupan y no luchan por sus derechos ni por el de sus hijos.
Y lo curioso es que la educación nos interesa a todos, pero estos datos no los conoce nadie. Ni los de Pisa, ni los del presupuesto, ni los de la deserción escolar, ni los índices de repitencia, ni los de la cantidad de gente que abandona la escuela pública hacia la privada.
Y lo curioso es que no cambiamos. Ni los docentes, ni los padres, ni las familias, ni la sociedad, ni los adultos. Y lo más curioso es que nos quejamos de los chicos: "que cambien ellos", que vuelvan 25 años atrás a un sistema que nos queda cómodo a nosotros... Pero que no cumple con su función. Nos quejamos de los chicos.
En mi casa no hay muchas herramientas, no somos muy prácticos. Pero cuando algo se rompe, se arregla o se tira. La escuela no se puede tirar. Arreglemosla... Cambiando. Así le damos la posibilidad a ese casi millón de argentinos, jóvenes, que no estudian ni trabajan, de tener un futuro más parecido al que nosotros soñamos y, probablemente, alcancemos.
No es sólo una cuestión de políticos ni ministros. Es un cambio social. De todos y para todos...
Ministros, asesores, legisladores y políticos en general: basta de maquillaje, medidas en serio para la educación. Jornada completa, práctica de deportes, un segundo idioma en serio, sigan adelante con el plan conectando igualdad (pero formennos a los docentes. Nos da vergüenza asumirlo, pero los chicos saben más sobre esas nuevas computadoras que nosotros), formación docente competitiva y que fomente el crecimiento profesional (si da lo mismo trabajar bien que no hacerlo, ¿cuál es la motivación para hacerlo bien?). Hay tantas cosas por hacer. Háganlas.
Padres, formen uniones de padres, como existen en muchos países con buenos resultados académicos. Luchen por los derechos a la educación de sus hijos. No se quejen cuando a un hijo suyo lo exijan. Estimulen.
Docentes, seamos más imaginativos a la hora de proponer nuestras reivindicaciones salariales, que defiendo y creo necesarias: respetemos los 180 días de clases. Ir a nuestro trabajo vale la pena. Vayamos. Es nuestra vocación (y nuestro deber). Formémonos, hagamos carrera docente, crezcamos en nuestra profesión.
Alumnos, no es tarde, dennos una segunda oportunidad porque se está haciendo demasiado evidente que no aprendimos esta lección.
El mundo va a seguir cambiando y la escuela se va a tener que adaptar. Nos guste o no nos guste. Porque si deja de cumplir con su objetivo, que es el de educar, no sirve. Puede ser comedor, club de amigos, centro de reuniones comunitario y tener mil otras facetas, pero si no educa, es humo. Si no educa, a la larga, va a terminar en el mismo lugar que esas enciclopedias, libros gigantes, numerados en el lomo: adornando un lugar en la biblioteca y recibiendo un plumerazo de vez en cuando. Enciclopedias donde hablan de una teoría de Darwin que dice algo así como que si las especies no mutan y se adaptan a las circunstancias siempre cambiantes de la realidad, mueren. Y sería una pena que a la escuela le pase eso y las aulas queden vacías. Porque voy a perder un gran amor...
Empecemos.
El mundo cambió. Y sigue cambiando. En este momento lo está haciendo. Rapidísimo.
Hace sólo un cuarto de siglo, cuando yo andaba en pañales por la casa, en nuestro país no había computadoras, no había dvd´s, -ni siquiera videocaseteras-, no había microondas, ni cafetera, no había Internet ni Google, obviamente no había wifi, bluetooth, ni chats, ni MSN, ni facebook, ni blogger, ni Twitter...
Las únicas enciclopedias que conocíamos eran unos libros gigantes, que estaban numerados en el lomo, que ocupaban la mitad de la biblioteca de la casa. Ni siquiera había llegado Encarta.
Tampoco había televisión por cable y el cubo de Rubick era una novedad. Cubo que se pagaba en Australes, porque no había ni pesos.
Cuando mi madre tuvo que pasar cinco meses en cama por un problema con el embarazo de Matías; leía, tejía, bordaba y, lo único que le faltaba para ser la señorita de San Nicolás, era abrir la puerta para irse a jugar (cosa que no podía hacer porque necesitaba reposo absoluto).
No había celulares, que se hicieron masivos y populares hace no más de ocho o nueve años. (Por eso, cuando, como adolescente, quería organizar una salida, todavía tenía que repetir el viejo ritual: "Hola, ¿con lo de ...?, ¿está ....?". Ni que hablar de llamar, por primera vez, a la casa de una mujer... Todo un problema). No soy nostálgico, pero prácticamente para el único para quien suena el teléfono en mi casa, hoy, es para mi hermano menor de seis años, que es el único sin celular y quien no tiene ni la más remota idea de quién es la señorita de San Nicolás. Evidentemente, el mundo cambió...
Hace veinticinco años la información estaba en los libros y en los adultos. En las bibliotecas y en los estudiosos. El único acceso al aprendizaje estaba en la educación formal.
Pero como el mundo cambió, hoy existe Internet, y hasta wifi, existen Google y Wikipedia, hay muchas enciclopedias online. Los estudiantes hacen un trabajo mientras que, al mismo tiempo, miran las fotos -digitales, no saben lo que es revelar un rollo- que un conocido subió a Facebook y lidian con las ventanas emergentes del MSN. Y como el mundo sigue cambiando, en unos años estos programas van a ser vetustos y nos va a dar una mezcla de vergüenza y risa nombrarlos (para no sentirnos tan "viejos" y desactualizados), como nos pasaría si pusiera, como ejemplo, el icq.
Pero, la educación.... ¿Cambió?
Entro al colegio, mi lugar de trabajo, el cual amo, y percibo una onda retro. Me siento en una película setentosa -no sólo por los contenidos que los K quieren imponer sino- porque en los colegios sigue habiendo pizarrones y tizas. Guardapolvos, formaciones e himnos. Timbres, boletines, bibliotecas y recreos. Me gusta esa onda retro porque me hace sentir "como en casa" y me da un sentido de pertenencia e identidad, tal como el que, me imagino, siente un futbolista cuando entra a la cancha o un empresario en una reunión de negocios importante. Pero me siento en los setenta, principalmente -y este es el lado no tan positivo del rebobinado existencial-, porque en los colegios siguen estando las mismas profesoras, año tras año. Y el problema no es que sean las mismas buenas personas, sino que son absolutamente iguales en el modo en como trabajan, año tras año. Ajenas al universo que deviene, ellas son inmutables en su práctica profesional. No quieren formación docente, ¿para qué? Si ya saben todo lo que tienen que saber. No quieren trabajar de más ni perder su tiempo con estas ideas nuevas e innecesarias. No valoran las jornadas pedagógicas. Están cansadas de las quejas de padres y estudiantes, pero ellas se pueden quejar de todo lo que cambió la sociedad y, especialmente, de estos nuevos maleducados que tienen por alumnos: "Ay, en mi época, mirá, si yo le hubiese dicho algo así a una profesora... Expulsión inmediata". Las viejas profesoras no necesitan aprender sobre nuevas metodologías ni tienen porqué saber qué es un blog. Su método de enseñanza es el mismo que ellas recibieron cuando eran alumnas primarias, el mismo que ellas recibieron cuando eran alumnas secundarias y el mismo que ellas recibieron -y en el que las formaron- cuando fueron al profesorado. ¿Por qué cambiar esos tan exitosos métodos de enseñanza?
Y quizás porque el mundo cambió... Y porque va a seguir cambiando, por más que a los docentes no nos guste que el mundo cambie más rápido que nosotros, que tantos años de formación necesitamos para llegar a ser esto que somos.
Y quizás, sobre todo, porque la escuela de Sarmiento está pensada para la época de Sarmiento y no para la nuestra. Quizás no sirve para nada usar tanta la memoria en la era de Internet, donde es más meritorio saber encontrar los contenidos y tener el suficiente juicio crítico para distinguir qué fuentes son fidedignas y cuáles no. Quizás haya que buscar una escuela que favorezca más participación en los alumnos y no actitudes tan receptivas: ellos son parte del mundo 2.0, opinan sobre todo, dan referencias y discuten en foros. Opiniones aparte, nos guste o no nos guste, ellos son así. ¿Por qué, en este sentido, la escuela tiene que ser diferente a la sociedad donde la escuela está ubicada? (En otros sentidos, me parece clave que la escuela sea diferente a la sociedad donde está ubicada)
Y lo que los chicos aprenden en el colegio no les resulta significativo. Que es una manera muy elegante de decir que no les importa un comino porque no sirve para nada... Y lo peor, sobre muchas cosas, la crítica es cierta. La escuela, que antes educaba y preparaba para el mundo, ahora sólo es un sello, un certificado de título en trámite y un paso innecesario hacia lo que "realmente" sirve e importa.
Y nos sorprende que la escuela sea muy poco atractiva para nuestros alumnos. Seamos francos, para ellos no sólo no es atractiva, es horrible. Y algo anda mal. Muy mal. Porque la escuela no puede ser horrible. Tiene que ser gloriosa.
Sí, es cierto, es un fenómeno polifacético. Echarle la culpa de todo a la escuela es un error análogo al que cometemos los docentes cuando le echamos la culpa de todo a los cambios en la sociedad o a las familias...
Las familias cambiaron. Por eso, la sociedad, inevitablemente, cambió. Sobre eso no podemos hacer mucho. (Podemos formar jóvenes con buenos valores, rectos, que cambien la sociedad de nuevo, sí. Pero aquí y ahora, en concreto, ¿qué podemos hacer?) No es una variable que podamos manejar. No nos quejemos más de la sociedad ni de las familias porque no podemos cambiar el mundo protestando. Preguntémonos: ¿qué podemos hacer nosotros por nuestros alumnos? ¿Cómo hacemos para motivar y despertar interés en estos alumnos, que vienen de estas familias y que viven en esta sociedad, que para bien o para mal, es la sociedad en la que está nuestra escuela? Tenemos dos opciones: o les enseñamos con los mismos métodos con los que nosotros nos formamos, hace un cuarto de siglo, porque es la única manera de aprender, porque es el único modo de "ser inteligente" y "de tener un futuro", porque tienen que estar callados, en silencio, tomar nota y repetir. O... Cambiamos también nosotros.
Para bien eh... Tranquilas queridas señoras compañeras profesoras. (Sepan, antes que nada, que yo las respeto y las quiero mucho). Que los cambios pueden ser para mal o para bien. ¿Por qué no cambiamos para bien? ¿a qué le tenemos miedo?
Cuando las cosas no funcionan, hacen falta cambios... Si un equipo juega mal, cambia la estrategia. Si una empresa no vende, cambia la estrategia. Si un hombre no conquista a una mujer, cambia la estrategia. Ahora, si nuestros alumnos no aprenden; se rebelan; son tan sinceros que nos repiten, hasta el hartazgo, que están aburridos; los resultados de los exámenes de PISA son cada vez peores; nos "enfrentamos" a cursos cada vez menos interesados y más apáticos, que le encuentran nulo sentido a la etapa escolar, ¿qué hacemos? ¿seguimos repitiendo el mismo esquema que ya pide a gritos un cambio porque no está funcionando? No me parece una buena idea.
¿Y por qué no queremos cambiar? Si queremos el bien de nuestros alumnos. ¿Será porque así, ante tanta apatía, no se notan nuestras propias falencias?
Y sobre todo, ¿qué hay que cambiar?
¿Los valores, virtudes o actitudes que enseñamos? No. El respeto, la cortesía, la honestidad, el sacrificio, el esfuerzo, la magnanimidad, el pudor, el sentido del honor, el patriotismo... Son valores universales y necesarios.
¿Los contenidos? Como si la verdad cambiara porque cambia la sociedad... Tampoco. La historia sigue estando ahí, esperando ser conocida. La filosofía quiere seguir haciendo pensar. La problemática y solitaria matemática aguarda futuros alumnos, ilusionada de que alguien, por fin, la ame. No obstante, sí me parece que hay que cambiar algunos enfoques. Nuestra escuela es hija de un paradigma muy enciclopedista. No sé si hace falta saber tantas cosas. Hace falta saber pensar... Y para pensar hace falta que rompamos nuestros propios moldes enciclopedistas y enseñemos y evaluemos de maneras nuevas. En vez de darles el pescado (el contenido -el millón de contenidos- ya trabajado, seleccionado, articulado y hasta masticado y simplificado), démosle a nuestros alumnos la caña de pescar que es tener sentido común, juicio recto, criterio, saber pensar, analizar, buscar y elegir fuentes, etc.
Lo que hay que cambiar son los métodos de enseñanza. ¿Por qué la escuela no puede ser un centro de producción en vez de uno de reproducción del conocimiento? Si las cosas que menos nos olvidamos y, sobre todo, que más valoramos y más significativas nos parecen, son las que descubrimos por nuestra propia cuenta. Y así, los alumnos estarían más interesados, quizás faltarían menos, quizás estarían mejor dispuestos... Porque cuando uno mismo hace y alcanza las cosas, cuando ese logro implica un esfuerzo que se completa en el objetivo buscado, sentimos satisfacción. Esa satisfacción que sienten los estudiantes de arquitectura cuando terminan una buena maqueta. Esa satisfacción que siente un escritor cuando termina un texto bien logrado. La misma que sienten los artesanos cuando sus objetos reflejan belleza y los deportistas, más allá del resultado, cuando terminan un partido. Y la escuela, hoy, sólo les da una satisfacción a nuestros alumnos: el 30 de Noviembre, cuando se terminan las clases... Algo anda mal. ¡Y no estamos cambiando!
Y lo curioso es que hace cinco años que el Estado viene sobrecumpliendo con el presupuesto educativo (traduzco sobrecumpliendo: pone más plata de la que se supone que iba a poner cuando se planificó el presupuesto).
Y lo curioso es que la mayoría del presupuesto es para nosotros, los docentes. Los que no queremos cambiar.
Y lo curioso es que la gente que más se está pasando a la educación privada, es la que pertenece a los dos quintiles más pobres de la población. (el 40% más pobre, al que más le cuesta pagar por la educación, ya se dio cuenta que la escuela argentina inclusiva, social y para todos era la de Sarmiento, no la del siglo XX, menos la del XXI...)
Y lo curioso es que los padres no intervienen, no forman consejos ni asociaciones de padres, no se agrupan y no luchan por sus derechos ni por el de sus hijos.
Y lo curioso es que la educación nos interesa a todos, pero estos datos no los conoce nadie. Ni los de Pisa, ni los del presupuesto, ni los de la deserción escolar, ni los índices de repitencia, ni los de la cantidad de gente que abandona la escuela pública hacia la privada.
Y lo curioso es que no cambiamos. Ni los docentes, ni los padres, ni las familias, ni la sociedad, ni los adultos. Y lo más curioso es que nos quejamos de los chicos: "que cambien ellos", que vuelvan 25 años atrás a un sistema que nos queda cómodo a nosotros... Pero que no cumple con su función. Nos quejamos de los chicos.
En mi casa no hay muchas herramientas, no somos muy prácticos. Pero cuando algo se rompe, se arregla o se tira. La escuela no se puede tirar. Arreglemosla... Cambiando. Así le damos la posibilidad a ese casi millón de argentinos, jóvenes, que no estudian ni trabajan, de tener un futuro más parecido al que nosotros soñamos y, probablemente, alcancemos.
No es sólo una cuestión de políticos ni ministros. Es un cambio social. De todos y para todos...
Ministros, asesores, legisladores y políticos en general: basta de maquillaje, medidas en serio para la educación. Jornada completa, práctica de deportes, un segundo idioma en serio, sigan adelante con el plan conectando igualdad (pero formennos a los docentes. Nos da vergüenza asumirlo, pero los chicos saben más sobre esas nuevas computadoras que nosotros), formación docente competitiva y que fomente el crecimiento profesional (si da lo mismo trabajar bien que no hacerlo, ¿cuál es la motivación para hacerlo bien?). Hay tantas cosas por hacer. Háganlas.
Padres, formen uniones de padres, como existen en muchos países con buenos resultados académicos. Luchen por los derechos a la educación de sus hijos. No se quejen cuando a un hijo suyo lo exijan. Estimulen.
Docentes, seamos más imaginativos a la hora de proponer nuestras reivindicaciones salariales, que defiendo y creo necesarias: respetemos los 180 días de clases. Ir a nuestro trabajo vale la pena. Vayamos. Es nuestra vocación (y nuestro deber). Formémonos, hagamos carrera docente, crezcamos en nuestra profesión.
Alumnos, no es tarde, dennos una segunda oportunidad porque se está haciendo demasiado evidente que no aprendimos esta lección.
El mundo va a seguir cambiando y la escuela se va a tener que adaptar. Nos guste o no nos guste. Porque si deja de cumplir con su objetivo, que es el de educar, no sirve. Puede ser comedor, club de amigos, centro de reuniones comunitario y tener mil otras facetas, pero si no educa, es humo. Si no educa, a la larga, va a terminar en el mismo lugar que esas enciclopedias, libros gigantes, numerados en el lomo: adornando un lugar en la biblioteca y recibiendo un plumerazo de vez en cuando. Enciclopedias donde hablan de una teoría de Darwin que dice algo así como que si las especies no mutan y se adaptan a las circunstancias siempre cambiantes de la realidad, mueren. Y sería una pena que a la escuela le pase eso y las aulas queden vacías. Porque voy a perder un gran amor...